¿CÓMO ES CRISTO PROFETA, SACERDOTE Y REY?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
Había
tres oficios principales en el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento: El de
profeta (como Natán, 2ª S 7: 2); el de sacerdote (como Abiatar, 1ª S 30: 7), y
el de rey (como el rey David, 2ª S 5:3). Estos tres oficios eran distintos.
El
profeta comunicaba el mensaje del Dios al pueblo; el sacerdote ofrecía los
sacrificios, las oraciones y alabanzas a Dios en nombre del pueblo; el rey
gobernaba al pueblo como representante de Dios.
Estos
tres oficios anticipaban la obra de Cristo en maneras diferentes. Por tanto,
ahora podemos examinar de nuevo la obra de Cristo pensando en el significado de
estos tres oficios o categorías.' Cristo cumplió estos tres oficios en las
siguientes formas: Como profeta nos revela a Dios y da a conocer las palabras
de Dios; como sacerdote ofrece un sacrificio a Dios a nuestro favor y él mismo
es el sacrificio; y como rey él gobierna sobre la iglesia y también sobre el
universo. Vayamos ahora al estudio de cada uno de ellos en detalle.
A. CRISTO COMO PROFETA
Los
profetas del Antiguo Testamento le comunicaban al pueblo las palabras de Dios.
Moisés fue el primer gran profeta, y escribió los primeros cinco libros de la
Biblia, el Pentateuco. Después de Moisés hubo una sucesión de otros profetas
que hablaron y escribieron las palabras de Dios.2Pero Moisés predijo que en el
futuro vendría otro profeta como él.
El
Señor tu Dios levantará de entre tus hermanos un profeta como yo. A él sí lo
escucharás. Eso fue lo que le pediste al Señor tu Dios y me dijo el Señor:
«Levantaré entre sus hermanos un profeta como tú; pondré mis palabras en su
boca, y él les dirá todo lo que yo le mande». (Dt 18: 15-18)
Sin
embargo, cuando estudiamos los evangelios vemos que a Jesús no se le ve
primariamente como profeta ni como el profeta como Moisés, aunque hay
referencias ocasionales a este efecto. Con frecuencia los que llaman a Jesús un
«profeta» conocen muy poco acerca de él. Por ejemplo, varias opiniones estaban
circulando ¡Juan Calvino (1509-64) fue el primero de los grandes teólogos en
aplicar estas tres categorías al trabajo de Cristo (vea su Institución de la
religión cristiana, libro 2, capítulo 15). Estas categorías han sido adoptadas
por los subsiguientes teólogos como una forma útil de entender los varios
aspectos de la obra de Cristo.
A
cerca de Jesús: «Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elías, y otros
que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16: 14; Lc 9: 8). Cuando Jesús resucitó
al hijo de la viuda de Naín, las personas estaban atemorizadas y dijeron: «Ha
surgido entre nosotros un gran profeta» (Lc 7: 16).
Cuando
Jesús le habló a la mujer samaritana junto al pozo algo acerca de su vida
pasada, la mujer inmediatamente respondió: «Señor, me doy cuenta de que tú eres
profeta» Gn 4: 19). Pero en ese momento ella no conocía mucho acerca de él. La
reacción del hombre que había nacido ciego cuando lo sanó en el templo fue
similar: «Yo digo que es profeta» Gn 9:17; notemos que su creencia en Jesús
como Mesías y divino no viene hasta los versículos 37-38, después de la
subsiguiente conversación con Jesús).
Por
tanto, «profeta» no es una designación primaria de Jesús ni una que se use con
frecuencia acerca de él. De todos modos, había la expectativa de que el profeta
semejante a Moisés vendría (Dt 18: 15,18). Por ejemplo, después que Jesús multiplicó
los panes y los peces, algunas personas exclamaron: «En verdad éste es el
profeta, el que ha de venir al mundo» Juan 6: 14; 7: 40). Pedro también
identificó a Cristo como el profeta que Moisés predijo (vea Hechos 3:22-24,
citando Dt 18: 15). Así que Jesús es el profeta que Moisés predijo.
Sin
embargo, es significativo que en las epístolas nunca se habla de Jesús como
profeta ni como el profeta. Esto es especialmente significativo en los primeros
capítulos de Hebreos, porque allí había una oportunidad clara de identificar a
Jesús como profeta si el autor hubiera querido hacerlo. Empieza diciendo:
«Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en
otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por
medio de su Hijo.
A éste
lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo» (He 1: 1-2).
Entonces
después de hablar de la grandeza del Hijo en los capítulos 1-2, el autor no
concluye esta sección diciendo: «Por tanto, consideren a Jesús, el más grande
de los profetas», o algo parecido a eso, sino que más bien dice: «Por lo tanto,
hermanos, ustedes que han sido santificados y que tienen parte en el mismo
llamamiento celestial, consideren a Jesús, apóstol y sumo sacerdote de la fe
que profesamos» (He 3: 1).
¿Por
qué evitan las epístolas del Nuevo Testamento el llamar a Jesús profeta? Al
parecer porque, aunque Jesús es el profeta que Moisés anticipó, es mucho más
grande que cualquiera de los otros profetas del Antiguo Testamento, en dos
maneras:
1. ÉL ES AQUEL ACERCA DE QUIEN SE HABLABA EN LAS PROFECÍAS DEL ANTIGUO
TESTAMENTO.
Cuando
Jesús habló con los dos discípulos en el camino a Emaús, él los llevó por todo
el Antiguo Testamento, y les mostró que las profecías apuntaban hacia él:
«Entonces, comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicó lo que
se refería a él en todas las Escrituras» (Lc 24: 27). Les dijo a estos
discípulos: «Qué torpes son ustedes, y qué tardos de corazón para creer todo lo
que han dicho los profetas! y les señaló:
«¿Acaso
no tenía que sufrir el Cristo estas cosas antes de entrar en su gloria?» (Lc
24: 25-26; 1ª P 1: 11, donde se dice que los profetas del Antiguo Testamento
testificaron «de antemano acerca de los sufrimientos de Cristo y de la gloria
que vendría después de éstos»). Así que los profetas del Antiguo Testamento
apuntaban al futuro hacia Cristo en lo que escribieron, y los apóstoles del
Nuevo Testamento miraban hacia atrás a Cristo e interpretaban su vida para
beneficio de la iglesia.
NOTA: En Lucas 24:19 los dos viajeros que iban por
el camino de Emaús también hablaron de Jesús como «profeta», poniéndole de ese
modo en la categoría general de líderes religiosos enviados por Dios, quizá lo
hicieron para ayudar al extraño a quien suponían poco conocedor de los sucesos
que rodearon la vida de Jesús.
2. JESÚS NO FUE SIMPLEMENTE UN MENSAJERO DE REVELACIÓN DE DIOS (COMO LO
FUERON TODOS LOS OTROS PROFETAS), SINO QUE ÉL MISMO ERA LA FUENTE DE LA
REVELACIÓN DE DIOS.
Más
bien que decir como solían hacer todos los profetas del Antiguo Testamento «Así
dice el Señor», Jesús podía empezar su enseñanza con autoridad divina con la
asombrosa declaración: «Pero yo les digo» (Mt 5: 22). La palabra del Señor
venía a los profetas del Antiguo Testamento, pero Jesús habló en base a su
propia autoridad como el Verbo eterno de Dios Gn 1: 1) que nos revelaba
perfectamente al Padre Gn 14: 9; He 1: 1-2).
En el
sentido más amplio de profeta, refiriéndonos solo a alguien que nos revela a
Dios y nos habla las palabras de Dios, Cristo, por supuesto, es verdadera y
completamente un profeta. De hecho, él es aquel a quien los profetas del
Antiguo Testamento prefiguraban en sus discursos y en sus acciones.
B. CRISTO COMO SACERDOTE
En el
Antiguo Testamento, los sacerdotes eran nombrados por Dios para ofrecer
sacrificios. También ofrecían oraciones y alabanzas a Dios en nombre del
pueblo.
Mediante
su ministerio «santificaban» al pueblo o le hacían aceptable para acercarse a
la presencia de Dios, si bien es cierto que de una forma limitada en el período
del
Antiguo
Testamento. En el Nuevo Testamento Jesús se convirtió en nuestro sumo
sacerdote. Este tema lo encontramos ampliamente desarrollado en la carta a los
Hebreos, donde encontramos a Jesús funcionando como sacerdote en dos maneras.
1. JESÚS OFRECIÓ UN SACRIFICIO PERFECTO POR EL PECADO.
El
sacrificio que Jesús ofreció por los pecados no fue la sangre de los animales
como los toros o machos cabríos: «Ya que es imposible que la sangre de los
toros y de los machos cabríos quite los pecados» (He 10: 4). En su lugar, Jesús
se ofreció a sí mismo en sacrificio: «Si así fuera, Cristo habría tenido que
sufrir muchas veces desde la creación del mundo.
Al
contrario, ahora, al final de los tiempos, se ha presentado una sola vez y para
siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo» (He
9: 26).
Fue un
sacrificio completo y definitivo, que nunca habrá que repetirse, tema en el que
con frecuencia se hace hincapié en el libro de Hebreos (vea 7: 27; 9: 12,
24-28; 10: 1-2,10,12,14; 13: 12). Por tanto, Jesús cumplió todas las
expectativas que fueron prefiguradas, no solo por los sacrificios del Antiguo
Testamento, sino también por medio de la vida y acciones de los sacerdotes que
los ofrecían: él fue a la vez el sacrificio y el sacerdote que ofrecía el
sacrificio.
Jesús
es ahora el «gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos» (He 4:14) y el
que se ha presentado «ante Dios en favor nuestro» (He 9:24), puesto que él ha
ofrecido un sacrificio que acaba para siempre con la necesidad de otros
sacrificios.
2. JESÚS CONTINUAMENTE NOS LLEVA CERCA DE DIOS.
Los
sacerdotes del Antiguo Testamento no solo ofrecían sacrificios, sino que
también en una forma representativa entraban a la presencia de Dios en fechas
determinadas a favor del pueblo.
Pero
Jesús hace mucho más que eso. Como nuestro perfecto sumo sacerdote, nos lleva
continuamente a la presencia de Dios de forma que ya no tenemos necesidad de un
templo como el de Jerusalén, ni de un sacerdocio especial que esté entre Dios y
nosotros. Y Jesús no entra a la parte interior (el lugar santísimo) de un templo
terrenal En Jerusalén, sino que ha ido a lo que es equivalente al lugar
santísimo en el cielo, a la misma presencia de Dios en el cielo (He 9:24).
Por
tanto, tenemos la esperanza que le seguiremos allí: «Tenemos como firme y
segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del
santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser
sumo sacerdote para siempre» (He 6: 19-20). Esto quiere decir que tenemos un
privilegio mucho más grande que el que tuvieron los creyentes que vivieron en
los tiempos del templo del Antiguo Testamento.
Ellos
ni siquiera podían entrar al primer cuarto en el templo, el lugar santo, porque
solo los sacerdotes podían entrar allí. y solo el sumo sacerdote podía entrar
al cuarto más interior del templo, es decir, al lugar santísimo, y solo podía
hacerlo una vez al año (He 9:1-7). Cuando Jesús ofreció un sacrificio perfecto
por los pecados, la cortina o velo del templo que cerraba el lugar santísimo se
rasgó de arriba abajo (Lc 23: 45), indicando de esa forma simbólica en la
tierra que el camino de acceso a Dios en el cielo había quedado abierto
mediante la muerte de Jesús el Cristo. Por tanto, el autor de Hebreos puede
exhortar de esta manera tan asombrosa a todos los creyentes:
Así Que, Hermanos, Mediante La Sangre De Jesús, Tenemos Plena Libertad
Para Entrar En El Lugar Santísimo, Por El Camino Nuevo Y Vivo Que Él Nos Ha
Abierto A Través De La Cortina, Es Decir, A Través De Su Cuerpo; Y Tenemos
Además Un Gran Sacerdote Al Frente De La Familia De Dios. Acerquémonos, Pues, A
Dios Con Corazón Sincero Y Con La Plena Seguridad Que Da La Fe. (He 10: 19-22).
Jesús
abrió para nosotros el camino de acceso a Dios de manera que podamos
continuamente acercamos a la misma presencia de Dios sin temor, con «plena
libertad» y con la «plena seguridad que da la fe».
3. COMO SUMO SACERDOTE, JESÚS ORA CONTINUAMENTE POR NOSOTROS.
Otra
de las funciones sacerdotales en el Antiguo Testamento era la de orar a favor
del pueblo. El autor de Hebreos nos dice que Jesús también cumple con esta
función: «Por esto también puede salvar por completo a los que por medio de él
se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos» (He 7: 25).
Pablo afirma lo mismo cuando dice que Cristo Jesús «está a la derecha de Dios e
intercede por nosotros» (Ro 8: 34).
Algunos
han argumentado que esta actividad de intercesión como sumo sacerdote es solo
el acto de permanecer en la presencia del Padre como un recordatorio continuo
de que él ya ha pagado el castigo por todos nuestros pecados. Según este punto
de vista, Jesús no hace en realidad oraciones específicas a Dios el Padre sobre
necesidades individuales en nuestra vida, y que «intercede» solo en el sentido
de permanecer en la presencia de Dios como nuestro sumo sacerdote que nos
representa.
Sin
embargo, este punto de vista no parece coincidir con el vocabulario que se usa
en Romanos 8: 34 y Hebreos 7: 25. En ambos casos, la palabra intercede traduce
el término griego entygcano. La palabra no parece indicar simplemente «estar
ante alguien representando a otra persona», sino que tiene claramente el
sentido de hacer peticiones o solicitudes específicas delante de alguien.
Por
ejemplo, Festo usa la palabra para decirle a Agripa: «Aquí tienen a este
hombre. Todo el pueblo judío me ha presentado una demanda contra él» (Hch 25:
24). Pablo también la usa en cuanto a Elías cuando «acusó a Israel delante de
Dios» (Ro 11: 2). En ambos casos las peticiones son muy específicas, no solo
representaciones generales:
Podemos
concluir, entonces, que tanto Pablo como el autor de Hebreos están diciendo que
Jesús vive continuamente en la presencia de Dios para hacer peticiones
específicas y para llevar a Dios peticiones específicas a nuestro favor. Esta
es una función de Jesús, como Dios-hombre, para la que está singularmente
calificado.
Aunque
Dios se cuida de todas nuestras necesidades en respuesta a su observación
directa (Mt 6: 8), no obstante, a Dios le ha placido en sus relaciones con la
raza humana, actuar más bien en respuesta a la oración, porque, al parecer, él
es glorificado mediante la fe que se muestra por medio de la oración.
Son
especialmente agradables para él las oraciones de hombres y mujeres creados a
su imagen y semejanza.
En Cristo, A Un Hombre Verdadero Y Perfecto, Que Ora Por Nosotros Y De
Ese Modo Dios Es Glorificado Continuamente Mediante La Oración. Así Nuestra
Condición Humana Se Eleva A Una Posición Exaltada: «Hay Un Solo Dios Y Un Solo
Mediador Entre Dios Y Los Hombres, Jesucristo Hombre» (1ª Ts. 2: 5).
Pero
solo en su naturaleza humana Jesús no podía ser, por supuesto, un sumo
sacerdote así para todo su pueblo en todo el mundo. Él no podía oír las
oraciones de personas que estaban lejos, no podía escuchar las oraciones que
eran solo dichas en la mente de las personas. Él no podía oír todas las
peticiones simultáneamente (porque en el mundo en cualquier momento determinado
hay millones de personas que están orando a Jesús).
Por
tanto, a fin de ser el sumo sacerdote perfecto que intercede por nosotros, él
tiene que ser Dios además de hombre. Él tiene que ser uno que en su naturaleza
divina puede conocer todas las cosas y llevarlas a la vez a la presencia del
Padre. Con todo, debido a que se hizo hombre y continúa siendo un hombre, tiene
el derecho de representarnos ante Dios y puede expresar su petición desde la
perspectiva del sumo sacerdote compasivo que conoce por experiencia lo que
nosotros estamos pasando.
Por
tanto, Jesús es la única persona en todo el universo que puede por toda la
eternidad ser un sumo sacerdote celestial que es verdaderamente Dios y
verdaderamente hombre, exaltado para siempre sobre los cielos.
El
pensamiento de que Jesús está continuamente orando a nuestro favor debe darnos
gran aliento. Él siempre ora por nosotros conforme a la voluntad del Padre, de
manera que podamos saber que sus peticiones son concedidas. Berkhof dice:
Es Un Pensamiento Consolador Saber Que Cristo Está Orando Por Nosotros,
Incluso Cuando Somos Negligentes En Nuestra Vida De Oración; Que Está
Presentando Al Padre Aquellas Necesidades Espirituales Que No Estaban Presentes
En Nuestra Mente Y Que A Menudo Olvidamos Incluir En Nuestras Oraciones; Y Que
Ora Por Nuestra Protección En Contra De Peligros De Los Que No Estamos
Conscientes, Y En Contra De Enemigos Que Nos Amenazan, Aun Cuando Nosotros No
Nos Demos Cuenta. Está Orando Que Nuestra Fe No Cese Y Que Salgamos Al Final
Vencedores.
NOTA: La literatura fuera del Nuevo Testamento
provee de otros ejemplos del uso de entygchano que significa «presentar
peticiones o solicitudes». Vea, p. ej., Sab. 8:21 «<Recurrí al señor y le
pedí, y dije con todo mi corazón» (Biblia Jerusalén); 1ª Mac. 8: 32; 3 Mac. 6:
37.
(Ellos le pidieron al rey que los enviara de
regreso a su hogar); 1 Cle. 56: 1; Eps. Pe Policarpo a los Filipenses 4:3;
Josefo, Antigüedades 12: 18; 16: 170 (los judíos de Cirene le hicieron una
petición a Marco Agripa en relación con personas en su tierra que falsamente
estaban recogiendo impuestos). Se pueden encontrar también otros ejemplos (cf.
también Ro 8:27, y usando una palabra relacionada, v. 26).
C. CRISTO COMO REY
En el
Antiguo Testamento el rey tenía la autoridad de gobernar sobre la nación de
Israel. En el Nuevo Testamento, Jesús nació para ser rey de los judíos (Mt
2:2), pero rehusó los intentos de las personas para hacerle rey terrenal con
poder terrenal militar y político Jn6: 15).Jesús respondió a Pilato: «Mi reino
no es de este mundo.
Si lo
fuera, mis propios guardias pelearían para impedir que los judíos me
arrestaran. Pero mi reino no es de este mundo» jn 18: 36). Sin embargo, Jesús
tiene un reino cuya llegada él anunció en su predicación (Mt 4: 17,23; 12: 28).
Él es en realidad el verdadero rey del nuevo pueblo de Dios. Por eso no quiso
reprender a sus discípulos cuando le aclamaban en su entrada triunfal a Jerusalén:
«Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor!» (Lc 19:38; cf. vv. 39-40;
también Mt21: 5; Jn 1: 49; Hch 17: 7).
Después
de su resurrección, Jesús recibió del Padre mucha más autoridad sobre la
iglesia y el universo. Dios lo resucitó de entre los muertos y «lo sentó a su
derecha en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y
autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no sólo
en este mundo sino también en el venidero. Dios sometió todas las cosas al
dominio de Cristo, y dio como cabeza de todo a la iglesia» (Ef 1: 20-22; Mt 28:
18; 1ª Co 15: 25).
Esa
autoridad sobre la iglesia y sobre el universo quedará completamente reconocida
por las personas cuando Jesús regrese a la tierra en poder y gran gloria para reinar
(Mt 26: 64; 2ª Ts 1: 7-10; Ap 19: 11-16). En aquel día será reconocido como
«Rey de reyes y Señor de señores» (Ap 19: 16) y toda rodilla se doblará ante él
(Fil 2: 1O).
D. NUESTROS PAPELES COMO PROFETAS, SACERDOTES Y REYES
Si
miramos retrospectivamente a la situación de Adán antes de la Caída, y más
adelante a nuestro estatus futuro con Cristo en el cielo por toda la eternidad,
podemos ver que estos papeles de profeta, sacerdote y rey tenían paralelismos
en la experiencia que Dios pensó originalmente para el hombre, y se volverán a
cumplir en nuestra vida en el cielo.
En el
huerto del Edén, Adán era un (profeta) en el sentido de que tenía verdadero
conocimiento de Dios y que siempre habló verazmente acerca de Dios y de su
creación. Era un «sacerdote)) en que era capaz de ofrecer libre y abiertamente
oraciones y alabanzas a Dios. No había necesidad de sacrificios por el pago de
los pecados, pero en otro sentido de sacrificio el trabajo de Adán y Eva
hubiera sido una ofrenda a Dios de gratitud y acción de gracias, y hubiera sido
un (sacrificio) de otra clase (He 13: 15). Adán y Eva serían también «reyes» en
el sentido de tener dominio y autoridad sobre la creación (Gn 1: 26-28).
Después
de que el pecado entrara en el mundo, los seres humanos caídos ya no funcionaron
más como profetas, porque creyeron informaciones falsas acerca de Dios y
hablaron falsamente acerca de él y de otros. Ya no tenían acceso sacerdotal a
Dios porque el pecado los alejó de su presencia. En vez de tener dominio sobre
la creación como reyes, quedaron sujetos a la dureza de la creación y
tiranizados por las inundaciones, las sequías y las tierras improductivas, así
como por la crueldad de los tiranos humanos. La nobleza del hombre con la que
Dios le había creado para ser profeta, sacerdote y rey- se perdió por causa del
pecado.
Hubo
una recuperación parcial de la pureza de estas tres posiciones en el
establecimiento de los tres oficios de profeta, sacerdote y rey en el reino de
Israel. De vez en cuando hombres piadosos ocuparon estas posiciones. Pero
también aparecieron falsos profetas, sacerdotes deshonestos y reyes déspotas, y
la pureza y santidad original que Dios deseaba para el cumplimiento de estas
funciones nunca fue completa.
Cuando
Cristo vino, vimos por primera vez el cumplimiento de estas tres funciones,
dado que él fue el profeta perfecto que declaró plenamente las palabras de
Dios, el sacerdote perfecto que ofreció el sacrificio supremo por el pecado y
que llevó a su pueblo más cerca de Dios, y el verdadero y legítimo rey del
universo que reinará para siempre con un cetro de justicia sobre nuevos cielos
y nueva tierra.
Pero
maravillosamente nosotros como cristianos empezamos a imitar a Cristo en cada
uno de estos papeles, aunque en una forma subordinada. Tenemos una función «profética»
al proclamar el evangelio al mundo llevando a las personas la Palabra salvadora
de Dios. De hecho, cada vez que hablamos verazmente acerca de Dios a los
creyentes o a los incrédulos estamos cumpliendo una función «profética» (usando
la palabra profética en un sentido muy amplio).
SOMOS TAMBIÉN
SACERDOTES, PORQUE PEDRO NOS LLAMÓ «REAL SACERDOCIO» (1ª P 2: 9).
Nos
invita a que seamos edificados en un templo espiritual para llegar «a ser un
sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por
medio de Jesucristo» (1ª P 2: 5). El autor de Hebreos también nos ve como
sacerdotes capacitados para entrar al lugar santísimo (He 10: 19, 22) y ofrecer
«continuamente a Dios, por medio de Jesucristo, un sacrificio de alabanza, es
decir, el fruto de los labios que confiesan su nombre» (He 13: 15).
También
nos dice que nuestras buenas obras son sacrificios agradables a Dios: «No se
olviden de hacer el bien y de compartir con otros lo que tienen, porque ésos
son los sacrificios que agradan a Dios» (He 13: 16). Pablo también tenía en
mente un ministerio sacerdotal cuando escribe: «Hermanos, tomando en cuenta la
misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración
espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios»
(Ro 12: 1).
Nosotros
también compartimos en parte en el reinado de Cristo, puesto que hemos sido
resucitados para sentamos con él en los lugares celestiales (Ef 2: 6), y por
tanto participando en cierto grado de su autoridad sobre las fuerzas
espirituales malignas que pueden dirigirse contra nosotros (Ef. 6: 10-18; Stg
4: 7; 1ª P 5: 9; 1ª Jn 4: 4). Dios incluso ha puesto en nuestras manos
autoridad sobre varias áreas en este mundo o en la iglesia, dándonos algo de
autoridad sobre mucho y algo de autoridad sobre poco. Pero cuando el Señor
regrese los que sean fieles sobre lo poco les será dada autoridad sobre mucho
(Mt 25: 14-30).
Cuando
Cristo regrese y reine sobre los nuevos cielos y nueva tierra, seremos una vez
más verdaderos «profetas» porque nuestro conocimiento será perfecto y
conoceremos como somos conocidos (1ª Co 13: 12). Hablaremos entonces solo la
verdad acerca de Dios y acerca de este mundo, y se cumplirá en nosotros el
propósito profético original que Dios tenía con Adán.
Seremos
sacerdotes para siempre, porque le adoraremos eternamente y ofreceremos
oraciones a Dios al contemplar su rostro y morar en su presencia (Ap 22: 3-4).
Continuamente nos ofreceremos a nosotros mismos y todo lo que somos y tenemos
como sacrificios a nuestro Rey que todo lo merece.
Nosotros
también, en sujeción a Dios, participaremos en el gobierno del universo, porque
reinaremos con él «por los siglos de los siglos» (Ap 22: 5). Jesús dice: «Al
que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como
también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono» (Ap 3: 21). De hecho,
Pablo les dice a los corintios: «¿Acaso no saben que los creyentes juzgarán al
mundo? ¿No saben que aun a los ángeles los juzgaremos?» (1ª Co 6: 2-3).
Por
tanto, por toda la eternidad, funcionaremos para siempre como profetas,
sacerdotes y reyes subordinados, siempre sujetos al Señor Jesucristo, el
profeta, sacerdote y rey supremo.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Puede usted ver algunas formas en las que entender el papel de Cristo
como profeta, sacerdote y rey le ayudará a entender mejor las funciones de los
profetas, sacerdotes y reyes del Antiguo Testamento? Lea la descripción del
reino de Salomón en 1ª Reyes 4: 20-34 y 1ª Reyes 10: 14-29. ¿Ve usted en el
reino de Salomón alguna prefigura de los tres oficios de Cristo? ¿Ve alguna
prefigura del reino eterno de Cristo? ¿Piensa usted que tiene ahora privilegios
mayores o menores como miembro de la iglesia en esta era del nuevo pacto?
2. ¿Puede usted ver algún cumplimiento del papel de profeta en su vida
ahora? ¿O del papel del sacerdote? ¿O del papel de rey? ¿Cómo se podrían
desarrollar cada una de estas funciones en su propia vida?
TÉRMINOS ESPECIALES
Intercesión,
profeta, rey, sacerdote
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
1ª Pedro 2: 9-10: Pero Ustedes Son Linaje Escogido, Real Sacerdocio,
Nación Santa, Pueblo Que Pertenece A Dios, Para Que Proclamen Las Obras
Maravillosas De Aquel Que Los Llamó De Las Tinieblas A Su Luz Admirable.
Ustedes Antes Ni Siquiera Eran Pueblo, Pero Ahora Son Pueblo De Dios; Antes No
Habían Recibido Misericordia, Pero Ahora Ya La Han Recibido.