CAPÍTULO
12
JESÚS DEFIENDE A SUS
DISCÍPULOS POR ESPIGAR EN EL DÍA DE REPOSO.
1 En aquel tiempo iba Jesús por
los sembrados en un día de reposo; y sus discípulos tuvieron hambre, y
comenzaron a arrancar espigas y a comer.
2 Viéndolo los fariseos, le
dijeron: He aquí tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en el día de
reposo.
3 Pero él les dijo: ¿No habéis
leído lo que hizo David, cuando él y los que con él estaban tuvieron hambre;
4 cómo entró en la casa de Dios, y
comió los panes de la proposición, que no les era lícito comer ni a él ni a los
que con él estaban, sino solamente a los sacerdotes?
5 ¿O no habéis leído en la ley,
cómo en el día de reposo los sacerdotes en el templo profanan el día de reposo,
y son sin culpa?
6 Pues os digo que uno mayor que el
templo está aquí.
7 Y si supieseis qué significa:
Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes;
8 porque el Hijo del Hombre es
Señor del día de reposo.
Vv. 1—8. Estando en los campos de trigo,
los discípulos empezaron a sacar trigo: la ley de Dios lo permitía,
Deuteronomio 23: 25. Esta era una magra provisión para Cristo y sus discípulos,
pero se contentaban con eso. Los fariseos no discutieron con ellos por cortar
el trigo de otro hombre, sino por hacerlo el día de reposo. Cristo vino a
libertar a sus seguidores, no sólo de las corrupciones de los fariseos, sino de
sus reglas antibíblicas, y justificó lo que ellos hicieron.
El más
grande no verá satisfechas sus concupiscencias, pero el menor verá que hay
consideración por sus necesidades. Los trabajos en el día de reposo son
legítimos si son necesarios, y el día de reposo es para fomentar, y no para
obstaculizar la adoración. Se debe hacer la provisión necesaria para la salud y
la comida, pero el caso es muy diferente cuando se tienen sirvientes en casa, y
las familias se vuelven escenario de apresuramientos y confusión en el día del
Señor, para dar un festín a los visitantes o para darse un gusto.
Cabe
condenar cosas como esas y muchas otras que son comunes entre los profesantes.
El descanso del día de reposo fue ordenado para bien del hombre, Deuteronomio,
5: 14. No se debe entender ninguna ley en forma tal que contradiga su propia
finalidad. Como Cristo es el Señor del día de reposo, es apropiado que dedique
para sí el día y su obra.
JESÚS SANA EN EL DÍA DE
REPOSO AL HOMBRE DE LA MANO SECA.
9 Pasando de allí, vino a la
sinagoga de ellos.
10 Y he aquí había allí uno que tenía
seca una mano; y preguntaron a Jesús, para poder acusarle: ¿Es lícito sanar en
el día de reposo?
11 Él les dijo: ¿Qué hombre habrá
de vosotros, que tenga una oveja, y si ésta cayere en un hoyo en día de reposo,
no le eche mano, y la levante?
12 Pues ¿cuánto más vale un hombre
que una oveja? Por consiguiente, es lícito hacer el bien en los días de reposo.
13 Entonces dijo a aquel hombre:
Extiende tu mano. Y él la extendió, y le fue restaurada sana como la otra.
Vv. 9—13. Cristo demuestra que las obras
de misericordia son lícitas y propias para hacerlas en el día del Señor. Hay
otras maneras de hacer el bien en los días de reposo además de los deberes de
la adoración: atender al enfermo, aliviar al pobre, ayudar a los que necesitan
alivio urgente, enseñar a los jóvenes a cuidar sus almas; estas obras hacen el
bien: y deben hacerse por amor y caridad, con humildad y abnegación, y serán
aceptadas, Génesis 4: 7. Esto tiene un significado espiritual, como otras
sanidades que obró Cristo.
Por
naturaleza nuestras manos están secas y por nosotros mismos somos incapaces de
hacer nada que sea bueno. Sólo Cristo nos cura por el poder de su gracia; Él
sana la mano seca poniendo vida en el alma muerta; obra en nosotros tanto el
querer como el hacer: porque, con el mandamiento, hay una promesa de gracia
dada por la palabra.
MALICIA DE LOS FARISEOS.
14 Y salidos los fariseos, tuvieron
consejo contra Jesús para destruirle.
15 Sabiendo esto Jesús, se apartó
de allí; y le siguió mucha gente, y sanaba a todos,
16 y les encargaba rigurosamente
que no le descubriesen;
17 para que se cumpliese lo dicho
por el profeta Isaías, cuando dijo:
18 He aquí mi siervo, a quien he
escogido; Mi Amado, en quien se agrada mi alma; Pondré mi Espíritu sobre él, Y
a los gentiles anunciará juicio.
19 No contenderá, ni voceará, Ni
nadie oirá en las calles su voz.
20 La caña cascada no quebrará, Y
el pábilo que humea no apagará, Hasta que saque a victoria el juicio.
21 Y en su nombre esperarán los
gentiles.
Vv. 14—21. Los fariseos hicieron consulta
para hallar alguna acusación contra Jesús para condenarlo a muerte. Consciente
de la intención de ellos, Él se retiró de ese lugar, porque su tiempo no había
llegado. El rostro no corresponde más exactamente al rostro reflejado en el
agua, que el carácter de Cristo esbozado por el profeta con su temperamento y
conducta descrito por los evangelistas.
Encomendemos
con alegre confianza nuestras almas a un Amigo tan bueno y fiel. Lejos de
romperla, fortalecerá la caña quebrada; lejos de apagar el pábilo humeante, o
casi extinguido, más bien Él soplará para avivar la llama. Desechemos las
contiendas y los debates airados; recibámonos unos a otros como Cristo nos
recibe. Y mientras estemos animados por la bondad de la gracia de nuestro
Señor, debemos orar que su Espíritu repose en nosotros y nos haga capaces de
imitar su ejemplo.
JESÚS SANA A UN ENDEMONIADO.
22 Entonces fue traído a él un
endemoniado, ciego y mudo; y le sanó, de tal manera que el ciego y mudo veía y
hablaba.
23 Y toda la gente estaba atónita,
y decía: ¿Será éste aquel Hijo de David?
24 Mas los fariseos, al oírlo,
decían: Éste no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los
demonios.
25 Sabiendo Jesús los pensamientos
de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado, y toda
ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá.
26 Y si Satanás echa fuera a
Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, permanecerá su reino?
27 Y si yo echo fuera los demonios
por Beelzebú, ¿por quién los echan vuestros hijos? Por tanto, ellos serán
vuestros jueces.
28 Pero si yo por el Espíritu de
Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de
Dios.
29 Porque ¿cómo puede alguno entrar
en la casa del hombre fuerte, y saquear sus bienes, si primero no le ata? Y
entonces podrá saquear su casa.
30 El que no es conmigo, contra mí
es; y el que conmigo no recoge, desparrama.
Vv. 22—30. Un alma sometida al poder de
Satanás, y cautivada por él, está ciega a las cosas de Dios y muda ante el
trono de la gracia; nada ve y nada dice a propósito. Satanás ciega los ojos con
la incredulidad; y sella los labios de la oración. Mientras más gente
magnificaba a Cristo, más deseosos de injuriarlo estaban los fariseos. Era
evidente que si Satanás ayudaba a Jesús a expulsar demonios, ¡el reino del
infierno estaba dividido contra sí mismo, entonces, cómo podría resistir! Y si
decían que Jesús echaba fuera demonios por el príncipe de los demonios, no
podían probar que sus hijos los echaran por algún otro poder.
Hay dos
grandes intereses en el mundo; y cuando los espíritus inmundos son expulsados
por el Espíritu Santo, en la conversión de los pecadores a una vida de fe y
obediencia, ha llegado a nosotros el reino de Dios. Todos los que no ayudan, ni
se regocijan con esa clase de cambio, están contra Cristo.
BLASFEMIA DE LOS FARISEOS.
31 Por tanto os digo: Todo pecado y
blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no
les será perdonada.
32 A cualquiera que dijere alguna
palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra
el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero.
Vv. 31, 32. He aquí una bondadosa seguridad
del perdón de todo pecado en las condiciones del evangelio. Cristo sienta aquí
el ejemplo para que los hijos de los hombres estén dispuestos para perdonar las
palabras que se dicen contra ellos. Pero los creyentes humildes y conscientes
son tentados, a veces, para que piensen que han cometido el pecado
imperdonable, mientras los que más se aproximan a eso, rara vez tienen algún
temor por ello.
Podemos
tener la seguridad de que los que indudablemente se arrepienten y creen el
evangelio, no han cometido este pecado o algún otro de la misma clase; porque
el arrepentimiento y la fe son dones especiales de Dios que no otorgaría a
ningún hombre si estuviera decidido a no perdonarle; los que temen haber
cometido este pecado, dan una buena señal de que no. El pecador tembloroso y
contrito tiene en sí mismo el testimonio de que no es así en su caso.
LAS MALAS PALABRAS PROCEDEN
DE UN CORAZÓN MALO.
33 O haced el árbol bueno, y su
fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo; porque por el fruto se
conoce el árbol.
34 ¡Generación de víboras! ¿Cómo
podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla
la boca.
35 El hombre bueno, del buen tesoro
del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas
cosas.
36 Más yo os digo que de toda
palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del
juicio.
37 Porque por tus palabras serás
justificado, y por tus palabras serás condenado.
Vv. 33—37. El idioma del hombre descubre de
qué país procede, igualmente de qué clase de espíritu es. El corazón es la
fuente, las palabras son los arroyos. Una fuente turbia y una corriente
corrupta deben producir arroyos barrosos y desagradables. Nada sanará las
aguas, sazonará el habla, ni purificará la comunicación corrupta sino la sal de
la gracia, echada en la corriente.
El hombre
malo tiene un mal tesoro en su corazón, del cual el pecador saca las malas
palabras y las malas acciones para deshonrar a Dios y herir al prójimo. Velemos
continuamente sobre nosotros mismos para que podamos hablar palabras conformes
al carácter cristiano.
ESCRIBAS Y FARISEOS
REPRENDIDOS POR PEDIR SEÑALES.
38 Entonces respondieron algunos de
los escribas y de los fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de ti señal.
39 Él respondió y les dijo: La
generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la
señal del profeta Jonás.
40 Porque como estuvo Jonás en el
vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en
el corazón de la tierra tres días y tres noches.
41 Los hombres de Nínive se
levantarán en el juicio con esta generación, y la condenarán; porque ellos se
arrepintieron a la predicación de Jonás, y he aquí más que Jonás en este lugar.
42 La reina del Sur se levantará en
el juicio con esta generación, y la condenará; porque ella vino de los fines de
la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este
lugar.
43 Cuando el espíritu inmundo sale
del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla.
44 Entonces dice: Volveré a mi casa
de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada.
45 Entonces va, y toma consigo otros
siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de
aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta
mala generación.
Vv. 38—45. Aunque Cristo siempre está listo
para oír y responder los deseos y las oraciones santas, los que piden mal,
piden y, sin embargo, no tienen. Se dieron señales a los que las deseaban para
confirmar su fe, como Abraham y Gedeón; pero se negaron a los que las exigían
para excusar su incredulidad.
La
resurrección de Cristo de entre los muertos por su poder, aquí se llama señal
de Jonás el profeta, y es la gran prueba de que Cristo era el Mesías. Como
Jonás estuvo tres días y tres noches en el pez grande, y luego volvió a salir
vivo, así estaría Cristo ese tiempo en la tumba y resucitaría. Los ninivitas
avergonzarían a los judíos por no arrepentirse; la reina de Saba los
avergonzaría por no creer en Cristo.
Nosotros no
tenemos esos impedimentos, no vamos a Cristo con esas inseguridades. Esta
parábola representa el caso de la iglesia y nación judía. También es aplicable
a todos los que oyen la palabra de Dios y, se reforman en parte, pero no se
convierten de verdad. El espíritu inmundo se va por un tiempo, pero cuando
vuelve, encuentra que Cristo no está ahí para impedirle entrar; el corazón está
barrido por la reforma externa, pero adornado por los preparativos para cumplir
las malas sugerencias, y el hombre se vuelve enemigo más decidido de la verdad.
Todo corazón
es la residencia de espíritus inmundos, salvo los que son templo del Espíritu
Santo, por fe en Cristo.
LOS DISCÍPULOS DE CRISTO SON
SUS HERMANOS MÁS CERCANOS.
46 Mientras él aún hablaba a la
gente, he aquí su madre y sus hermanos estaban afuera, y le querían hablar.
47 Y le dijo uno: He aquí tu madre y
tus hermanos están afuera, y te quieren hablar.
48 Respondiendo él al que le decía
esto, dijo: ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?
49 Y extendiendo su mano hacia sus
discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos.
50 Porque todo aquel que hace la
voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y
madre.
Vv. 46—50. La prédica de Cristo era simple,
y familiar, y adecuada para sus oyentes. Su madre y sus hermanos estaban
dentro, deseando oírle. Frecuentemente los que están más cerca de los medios de
conocimiento y de gracia son los más negligentes. Somos buenos para descuidar
lo que pensamos que podemos tener un día, olvidando que el mañana no es
nuestro.
A menudo nos
topamos con obstáculos a nuestra obra, de parte de amigos que nos rodean, y
sacados de los cuidados por las cosas de esta vida, de las preocupaciones de
nuestra alma. Cristo estaba tan dedicado a su obra que ningún deber natural o
de otra índole lo apartaba de ella. No se trata que, so pretexto de la religión,
seamos insolentes con los padres o malos con los padres, sino que el deber
menor debe quedar a la espera mientras se hace el mayor.
Dejemos a
los hombres y aferrémonos a Cristo; miremos a todo cristiano, en cualquier
condición de vida, como hermano, hermana, o madre del Señor de la gloria;
amemos, respetemos y seamos amables con ellos por amor a Él y siguiendo su
ejemplo.
CAPÍTULO
13
LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR.
1 Aquel día salió Jesús de la casa
y se sentó junto al mar.
2 Y se le juntó mucha gente; y
entrando él en la barca, se sentó, y toda la gente estaba en la playa.
3 Y les habló muchas cosas por
parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar.
4 Y mientras sembraba, parte de la
semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron.
5 Parte cayó en pedregales, donde
no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra;
6 pero salido el sol, se quemó; y
porque no tenía raíz, se secó.
7 Y parte cayó entre espinos; y
los espinos crecieron, y la ahogaron.
8 Pero parte cayó en buena tierra,
y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno.
9 El que tiene oídos para oír,
oiga.
10 Entonces, acercándose los
discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas?
11 Él respondiendo, les dijo:
Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a
ellos no les es dado.
12 Porque a cualquiera que tiene,
se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será
quitado.
13 Por eso les hablo por parábolas:
porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden.
14 De manera que se cumple en ellos
la profecía de Isaías, que dijo: De oído oiréis, y no entenderéis; Y viendo
veréis, y no percibiréis.
15 Porque el corazón de este pueblo
se ha engrosado, Y con los oídos oyen pesadamente, Y han cerrado sus ojos; Para
que no vean con los ojos, Y oigan con los oídos, Y con el corazón entiendan, Y
se conviertan, Y yo los sane.
16 Pero bienaventurados vuestros
ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen.
17 Porque de cierto os digo, que
muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que
oís, y no lo oyeron.
18 Oíd, pues, vosotros la parábola
del sembrador:
19 Cuando alguno oye la palabra del
reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su
corazón. Éste es el que fue sembrado junto al camino.
20 Y el que fue sembrado en
pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo;
21 pero no tiene raíz en sí, sino
que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa
de la palabra, luego tropieza.
22 El que fue sembrado entre
espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño
de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa.
23 Más el que fue sembrado en buena
tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a
ciento, a sesenta, y a treinta por uno.
Vv. 1—23. Jesús se embarcó en una barca
para ser menos presionado y para que la gente escuchara mejor. Con esto nos
enseña en las circunstancias externas de la adoración a no desear lo que es
majestuoso, sino hacer lo mejor de las facilidades que Dios nos asigna en su
providencia. Cristo enseñaba con parábolas. Por medio de ellas simplificaba y
hacía más fáciles las cosas de Dios para los dispuestos a ser enseñados, y más
difíciles y oscuras para los dispuestos a ser ignorantes.
La parábola
del sembrador es clara. La semilla sembrada es la palabra de Dios. El sembrador
es nuestro Señor Jesucristo, por sí o por sus ministros. Predicar a una
multitud es sembrar el grano; no sabemos dónde brotará. Una clase de terreno,
aunque nos demos mucho trabajo, no da fruto adecuado mientras la buena tierra
da fruto con abundancia.
Así ocurre
en los corazones de los hombres, cuyos diferentes caracteres están aquí
descritos como cuatro clases de terreno. Los oyentes negligentes y frívolos son
presas fáciles para Satanás que, como el gran homicida de las almas, es el gran
ladrón de sermones, y con seguridad estará presto para robarnos la palabra si
no tenemos el cuidado de obedecerla. Los hipócritas, como el terreno pedregoso,
suelen tener el comienzo de los cristianos verdaderos en su muestra de
profesión de fe.
Muchos de
los que se alegran de oír un buen sermón, son los que no se benefician. Se les
habla de la salvación gratuita, de los privilegios de los creyentes, y la
felicidad del cielo; y, sin cambio de corazón, sin convicción permanente de su
propia depravación, de su necesidad del Salvador o de la excelencia de la
santidad, pronto profesan una seguridad sin fundamentos. Pero cuando una prueba
pesada los amenaza o pueden tener una ventaja pecaminosa, se rinden u ocultan
su profesión o se vuelven a un sistema más fácil.
Los afanes
del mundo son apropiadamente comparados con las espinas, porque vinieron con el
pecado y son fruto de la maldición; son buenos en su lugar para llenar un
vacío, pero debe estar bien armado el hombre que tenga mucho que ver con ellos;
enredan, afligen, arañan y su fin es ser quemados, Hebreos 6: 8.
Los afanes
del mundo son grandes obstáculos para tener provecho de la palabra de Dios. Lo
engañoso de las riquezas obra el mal; no se puede decir que nos engañamos a
menos que depositemos nuestra confianza en ellas, entonces ahogamos la buena
semilla. Lo que distinguió al buen terreno fue la fructificación. Por esto se
distinguen los cristianos verdaderos de los hipócritas.
Cristo no
dice que la buena tierra no tenga piedras y espinas, sino que nada puede
impedir que dé fruto. Todos no son iguales; debemos apuntar más alto para dar
más fruto. El sentido del oído no puede ser mejor usado que para oír la palabra
de Dios; y mirémonos a nosotros para que sepamos qué clase de oyente es.
LA PARÁBOLA DE LA CIZAÑA.
24 Les refirió otra parábola,
diciendo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena
semilla en su campo;
25 Pero mientras dormían los
hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue.
26 Y cuando salió la hierba y dio fruto,
entonces apareció también la cizaña.
27 Vinieron entonces los siervos
del padre de familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu
campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña?
28 Él les dijo: Un enemigo ha hecho
esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos?
29 Él les dijo: No, no sea que al
arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo.
30 Dejad crecer juntamente lo uno y
lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores:
Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el
trigo en mi granero.
Vv. 24—30. Esta parábola representa el
estado presente y el futuro de la Iglesia del evangelio; el cuidado de Cristo
por ella, la enemistad del diablo contra ella; la mezcla de buenos y malos que
tiene en este mundo, y la separación entre ellos en el otro mundo.
Tan proclive
a pecar es el hombre caído que si el enemigo siembra, puede seguir su camino, y
la cizaña brotará y hará daño; mientras cuando se siembra buena semilla, debe
cuidarse, regarse y protegerse. Los siervos se quejan a su amo: Señor ¿no
sembraste buena semilla en tu campo? Sin duda que sí; lo que sea que esté mal
en la iglesia tengamos la seguridad que no es de Cristo.
Aunque los
transgresores groseros, y otros que se oponen abiertamente al evangelio,
debieran ser separados de la sociedad de los fieles, sin embargo, no hay,
destreza humana que pueda efectuar una separación precisa. Los que se oponen no
deben ser sacados sino instruidos, y con mansedumbre.
Y aunque los
buenos y los malos estén juntos en este mundo, sin embargo, en el día grande
del juicio serán separados; entonces serán claramente conocidos el justo y el
impío; a veces aquí cuesta mucho distinguir entre ellos. No hagamos iniquidad
si conocemos el temor del Señor.
En la muerte
los creyentes brillarán por sí mismos; en el día grande, brillarán ante todo el
mundo. Brillarán por reflejo, con luz prestada de la Fuente de luz. La
santificación de ellos será perfeccionada y su justificación, publicada. Que
seamos hallados en ese feliz número.
LAS PARÁBOLAS DE LA SEMILLA
DE MOSTAZA Y LA LEVADURA.
31 Otra parábola les refirió,
diciendo: El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un
hombre tomó y sembró en su campo;
32 el cual a la verdad es la más
pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las
hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y
hacen nidos en sus ramas.
33 Otra parábola les dijo: El reino
de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres
medidas de harina, hasta que todo fue leudado.
34 Todo esto habló Jesús por
parábolas a la gente, y sin parábolas no les hablaba;
35 para que se cumpliese lo dicho
por el profeta, cuando dijo: Abriré en parábolas mi boca; Declararé cosas
escondidas desde la fundación del mundo.
36 Entonces, despedida la gente,
entró Jesús en la casa; y acercándose a él sus discípulos, le dijeron:
Explícanos la parábola de la cizaña del campo.
37 Respondiendo él, les dijo: El
que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre.
38 El campo es el mundo; la buena
semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo.
39 El enemigo que la sembró es el
diablo; la siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles.
40 De manera que como se arranca la
cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo.
41 Enviará el Hijo del Hombre a sus
ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los
que hacen iniquidad,
42 y los echarán en el horno de
fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes.
43 Entonces los justos
resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para
oír, oiga.
Vv. 31—43. El alcance de la parábola de la
semilla de mostaza es mostrar que los comienzos del evangelio es pequeño pero
su final será grande; de este modo será ejecutada la obra de gracia en el
corazón, el reino de Dios dentro de nosotros. En el alma donde verdaderamente
está la gracia, crecerá en realidad, aunque, quizá al comienzo, no sea
discernida, pero al final tendrá gran fuerza y utilidad.
La
predicación del evangelio obra como levadura en el corazón de los que lo
reciben. La levadura obra ciertamente, así lo hace la palabra, pero
gradualmente. Obra silenciosamente y sin ser vista, pero sin fallar. Así fue en
el mundo. Los apóstoles, predicando el evangelio, escondieron un puñado de
levadura en la gran masa de la humanidad. Fue hecho poderoso por el Espíritu de
Jehová de los ejércitos, que obra y nada puede impedirlo. En el corazón es así.
Cuando el
evangelio llega al alma, obra un cambio radical; se expande a todos los poderes
y facultades del alma, y altera la propiedad aun de los miembros del cuerpo,
Romanos 6, 13. De estas parábolas se nos enseña esperar un progreso gradual;
por tanto, preguntemos, ¿estamos creciendo en gracia y en los santos principios
y costumbres?
LAS PARÁBOLAS DEL TESORO
ESCONDIDO,
LA PERLA PRECIOSA, LA RED
ARROJADA AL MAR, Y EL DUEÑO DE CASA.
Vv. 44—52. He aquí cuatro parábolas:
44 Además, el reino de los cielos
es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo
esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra
aquel campo.
45 También el reino de los cielos
es semejante a un mercader que busca buenas perlas,
46 que habiendo hallado una perla
preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró.
47 Asimismo el reino de los cielos
es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces;
48 y una vez llena, la sacan a la
orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera.
49 Así será al fin del siglo:
saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos,
50 y los echarán en el horno de
fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes.
51 Jesús les dijo: ¿Habéis
entendido todas estas cosas? Ellos respondieron: Sí, Señor.
52 Él les dijo: Por eso todo
escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que
saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas.
1. La del tesoro escondido en el
campo. Muchos toman a la ligera el evangelio porque miran sólo la superficie
del campo. Pero todos los que escudriñan las Escrituras, para hallar en ellas a
Cristo y la vida eterna, Juan 5: 39, descubrirán tal tesoro que a este campo lo
hace indeciblemente valioso; se apropian de él a cualquier costo. Aunque nada
pueda darse como precio por la salvación, sin embargo, mucho debe darse por
amor a ella.
2. Todos los hijos de los hombres
están ocupados; uno será rico, otro será honorable, aun otro será docto; pero
la mayoría está engañada y toman las falsificaciones por perlas legítimas.
Jesucristo es la Perla de gran precio; teniéndolo a Él tenemos suficiente para
hacernos dichosos aquí y para siempre.
El hombre puede comprar oro muy caro, pero no está Perla de gran
precio. Cuando el pecador convicto ve a Cristo como el Salvador de gracia, todo
lo demás pierde valor para sus pensamientos.
3. El mundo es un mar ancho, y en
su estado natural, los hombres son como los peces. Predicar el evangelio es
echar una red en este mar para pescar algo para gloria de Quien tiene la
soberanía sobre este mar. Los hipócritas y los cristianos verdaderos serán
separados: desgraciada es la condición de quienes, entonces, serán echados
fuera.
4. El fiel y diestro ministro del
evangelio es un escriba bien versado en las cosas del evangelio y capaz de
enseñarlas. Cristo lo compara con un buen dueño de casa, que trae los frutos de
la cosecha del año anterior y lo recogido este año, abundante y variado, para
tratar a sus amigos.
Todas las
experiencias antiguas y las observaciones nuevas tienen su utilidad. Nuestro
lugar está a los pies de Cristo, y debemos aprender diariamente de nuevo las
viejas lecciones y, también, las nuevas.
JESÚS ES NUEVAMENTE RECHAZADO
EN NAZARET.
53 Aconteció que cuando terminó
Jesús estas parábolas, se fue de allí.
54 Y venido a su tierra, les
enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que se maravillaban, y decían:
¿De dónde tiene éste esta sabiduría y estos milagros?
55 ¿No es éste el hijo del
carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y
Judas?
56 ¿No están todas sus hermanas con
nosotros? ¿De dónde, pues, tiene éste todas estas cosas?
57 Y se escandalizaban de él. Pero
Jesús les dijo: No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su
casa.
58 Y no hizo allí muchos milagros,
a causa de la incredulidad de ellos.
Vv. 53—58. Cristo repite su ofrecimiento a
los que lo han rechazado. Ellos le reprochan: ¿No es éste el hijo del
carpintero? Sí, es cierto que tenía la fama de serlo; y no es desgracia ser el
hijo de un comerciante honesto; debieron respetarle más porque era uno de ellos
mismos, pero, por eso lo despreciaron.
No hizo
muchas obras poderosas ahí debido a la incredulidad de ellos. La incredulidad
es el gran estorbo para los favores de Cristo. Mantengámonos fieles a Él como
el Salvador que hizo nuestra paz con Dios.
CAPÍTULO
14
LA MUERTE DE JUAN EL BAUTISTA.
1 En aquel tiempo Herodes el
tetrarca oyó la fama de Jesús,
2 y dijo a sus criados: Éste es
Juan el Bautista; ha resucitado de los muertos, y por eso actúan en él estos
poderes.
3 Porque Herodes había prendido a
Juan, y le había encadenado y metido en la cárcel, por causa de Herodías, mujer
de Felipe su hermano;
4 porque Juan le decía: No te es
lícito tenerla.
5 Y Herodes quería matarle, pero
temía al pueblo; porque tenían a Juan por profeta.
6 Pero cuando se celebraba el
cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en medio, y agradó a Herodes,
7 por lo cual éste le prometió con
juramento darle todo lo que pidiese.
8 Ella, instruida primero por su
madre, dijo: Dame aquí en un plato la cabeza de Juan el Bautista.
9 Entonces el rey se entristeció;
pero a causa del juramento, y de los que estaban con él a la mesa, mandó que se
la diesen,
10 y ordenó decapitar a Juan en la
cárcel.
11 Y fue traída su cabeza en un
plato, y dada a la muchacha; y ella la presentó a su madre.
12 Entonces llegaron sus
discípulos, y tomaron el cuerpo y lo enterraron; y fueron y dieron las nuevas a
Jesús.
Vv. 1—12. El terror y el reproche de la
conciencia que Herodes, como otros ofensores osados, no pudo quitarse, son
prueba y advertencia de un juicio futuro y de su miseria futura. Pero puede
haber terror por la convicción de pecado donde no está la verdad de la conversión.
Cuando los hombres pretenden favorecer el evangelio, pero viven en el mal, no
debemos permitir que se engañen a sí mismos, sino librar nuestra conciencia
como hizo Juan.
El mundo
puede decir que esto es rudeza y celo ciego. Los profesantes falsos o los
cristianos tímidos pueden censurarlo como falta de civilización, pero los
enemigos más poderosos no pueden ir más allá de donde al Señor le place
permitir. Herodes temía que mandar matar a Juan pudiera levantar una revuelta
en el pueblo, lo que éste no hizo; pero nunca temió que pudiera despertar su
propia conciencia en su contra, lo que sí ocurrió.
Los hombres
temen ser colgados por lo que no temen ser condenados. Las épocas de alegría y
júbilo carnal son temporadas convenientes para ejecutar malos designios contra
el pueblo de Dios. Herodes recompensó profusamente una danza indigna, mientras
la prisión y la muerte fueron la recompensa para el hombre de Dios que
procuraba salvarle su alma.
Pero había
una verdadera maldad contra Juan tras su consentimiento o, de lo contrario,
Herodes hubiera hallado formas de librarse de su promesa. Cuando los pastores
de abajo son derribados, las ovejas no tienen que dispersarse mientras tengan
al Gran Pastor al cual acudir. Es mejor ser llevado a Cristo por necesidad y
por pérdida que dejar de ir a Él completamente.
CINCO MIL PERSONAS SON
ALIMENTADAS MILAGROSAMENTE.
13 Oyéndolo Jesús, se apartó de
allí en una barca a un lugar desierto y apartado; y cuando la gente lo oyó, le
siguió a pie desde las ciudades.
14 Y saliendo Jesús, vio una gran
multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban
enfermos.
15 Cuando anochecía, se acercaron a
él sus discípulos, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ya pasada; despide
a la multitud, para que vayan por las aldeas y compren de comer.
16 Jesús les dijo: No tienen
necesidad de irse; dadles vosotros de comer.
17 Y ellos dijeron: No tenemos aquí
sino cinco panes y dos peces.
18 Él les dijo: Traédmelos acá.
19 Entonces mandó a la gente
recostarse sobre la hierba; y tomando los cinco panes y los dos peces, y
levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los
discípulos, y los discípulos a la multitud.
20 Y comieron todos, y se saciaron;
y recogieron lo que sobró de los pedazos, doce cestas llenas.
21 Y los que comieron fueron como
cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
Vv. 13—21. Cuando se retiran Cristo y su
palabra, es mejor para nosotros seguirlo, procurando los medios de gracia para
nuestra alma antes que cualquiera ventaja mundanal. La presencia de Cristo y de
su evangelio, no sólo hacen soportable el desierto, sino también deseable. La
pequeña provisión de pan fue aumentada por el poder creador de Cristo, hasta
que toda la multitud se satisfizo.
Al buscar el
bienestar para el alma de los hombres, debemos tener compasión igualmente de
sus cuerpos. También recordemos de anhelar siempre una bendición para nuestra
comida, y aprendamos a evitar todo desperdicio, porque la frugalidad es la
fuente apropiada de la generosidad.
Véase en
este milagro un emblema del Pan de vida que descendió del cielo para sustentar
nuestra alma que perecía. Las providencias del evangelio de Cristo parecen
magras y escasas para el mundo, pero satisfacen a todos los que por fe se
alimentan de Él en sus corazones con acción de gracias.
JESÚS CAMINA SOBRE EL MAR.
22 En seguida Jesús hizo a sus
discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto
que él despedía a la multitud.
23 Despedida la multitud, subió al
monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo.
24 Y ya la barca estaba en medio
del mar, azotada por las olas; porque el viento era contrario.
25 Más a la cuarta vigilia de la
noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar.
26 Y los discípulos, viéndole andar
sobre el mar, se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo.
27 Pero en seguida Jesús les habló,
diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!
28 Entonces le respondió Pedro, y
dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas.
29 Y él dijo: Ven. Y descendiendo
Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús.
30 Pero al ver el fuerte viento,
tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!
31 Al momento Jesús, extendiendo la
mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?
32 Y cuando ellos subieron en la
barca, se calmó el viento.
33 Entonces los que estaban en la
barca vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios.
Vv. 22—33. No son seguidores de Cristo los
que no pueden disfrutar el estar a solas con Dios y sus corazones. En ocasiones
especiales, y cuando hayamos ensanchados nuestros corazones, es bueno continuar
orando secretamente por largo tiempo, y derramar nuestros corazones ante el
Señor. No es cosa nueva para los discípulos de Cristo toparse con tormentas en
el camino del deber, pero, por eso Él se muestra con más gracia a ellos y a
favor de ellos.
Él puede
tomar el camino que le plazca para salvar a su pueblo. Pero hasta las
apariencias de liberación ocasionan a veces problemas y perplejidad al pueblo
de Dios por los errores que tienen acerca de Cristo. Nada debiera asustar a los
que tienen a Cristo junto a ellos y que saben que es suyo; ni la misma muerte.
Pedro caminó
sobre el agua, no por diversión ni por jactancia, sino para ir a Jesús, y en
eso fue sostenido maravillosamente. Se promete sustento especial, y deben
esperarse, pero sólo en las empresas espirituales; tampoco podemos siquiera ir
a Jesús a menos que seamos sostenidos por su poder. Cristo le dijo a Pedro que
fuera a Él, no sólo para que pudiera andar sobre el agua, y así conocer el
poder de su Señor, sino para que conociera su propia debilidad.
A menudo el
Señor permite que Sus siervos tengan lo que eligen, para humillarlos y
probarlos, y para mostrar la grandeza de su poder y su gracia. Cuando dejamos
de mirar a Cristo para mirar la grandeza de las dificultades que se nos oponen,
empezamos a desfallecer, pero cuando le invocamos, Él extiende su brazo y nos
salva. Cristo es el gran Salvador; quienes serán salvados deben ir a Él y
clamar pidiendo salvación; nunca somos llevados a este punto, sino hasta que
nos hallamos zozobrando: el sentido de la necesidad nos lleva a Él. Reprendió a
Pedro.
Si
pudiéramos creer más, sufriríamos menos. La debilidad de la fe y el predominio
de nuestras dudas, desagradan a nuestro Señor Jesús, porque no hay buena razón
para que los discípulos de Cristo tengan dudas. Aun en un día tempestuoso, Él
es para ellos una ayuda muy presente. Nadie sino el Creador del mundo podía
multiplicar los panes, nadie sino su Gobernador podría andar sobre las aguas
del mar: los discípulos se rindieron a la evidencia y confesaron su fe.
Ellos fueron
apropiadamente afectados y adoraron a Cristo. El que va a Dios debe creer; y el
que cree en Dios, irá a Él, Hebreos 11: 6.
JESÚS SANA AL ENFERMO.
34 Y terminada la travesía,
vinieron a tierra de Genesaret.
35 Cuando le conocieron los hombres
de aquel lugar, enviaron noticia por toda aquella tierra alrededor, y trajeron
a él todos los enfermos;
36 y le rogaban que les dejase
tocar solamente el borde de su manto; y todos los que lo tocaron, quedaron
sanos.
Vv. 34—36. Dondequiera que fuera, Cristo
hacía el bien. Ellos llevaban a Él a todos los que estaban enfermos. Acudían
humildemente implorándole su ayuda. Las experiencias del prójimo pueden
guiarnos y estimularnos a buscar a Cristo. A tantos como tocó, hizo perfectamente
íntegros. A los que Cristo sana, los sana perfectamente.
Si los
hombres estuvieran más familiarizados con Cristo y con el estado enfermo de sus
almas, se apiñarían para recibir su poder sanador. La virtud sanadora no estaba
en el dedo, sino en la fe de ellos; o, más bien, estaba en Cristo a quien se
aferró la fe de ellos.
CAPÍTULO
15
JESÚS HABLA DE LAS
TRADICIONES HUMANAS.
1 Entonces se acercaron a Jesús
ciertos escribas y fariseos de Jerusalén, diciendo:
2 ¿Por qué tus discípulos
quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando
comen pan.
3 Respondiendo él, les dijo: ¿Por
qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?
4 Porque Dios mandó diciendo: Honra
a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera
irremisiblemente.
5 Pero vosotros decís: Cualquiera
que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que
pudiera ayudarte,
6 ya no ha de honrar a su padre o
a su madre. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición.
7 Hipócritas, bien profetizó de
vosotros Isaías, cuando dijo:
8 Este pueblo de labios me honra;
Mas su corazón está lejos de mí.
9 Pues en vano me honran,
Enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres.
Vv. 1—9. Las adiciones a las leyes de
Dios desacreditan su sabiduría, como si Él hubiera dejado fuera algo necesario
que el hombre puede suplir; de una u otra manera llevan siempre a que los hombres
desobedezcan a Dios. ¡Cuán agradecidos debemos estar por la palabra escrita de
Dios! Nunca pensemos que la religión de la Biblia pueda ser mejorada por algún
agregado humano, sea en doctrina o práctica. Nuestro bendito Señor habló de sus
tradiciones como inventos propios de ellos, y señaló un ejemplo en que esto era
muy claro: las transgresiones del quinto mandamiento.
Cuando se
les pedía ayuda para las necesidades de un padre, ellos alegaban que habían
dedicado al templo todo lo que podían disponer, aunque no se separaran de ello,
y por tanto, sus padres no debían esperar nada de ellos. Esto era anular la
efectividad del mandamiento de Dios. El sino de los hipócritas es meter un
pequeño paréntesis: “En vano me adoran”. No complacerá a Dios ni les aprovechará
a ellos; ellos confían en vanidad, y la vanidad será su recompensa.
ADVIERTE CONTRA LAS COSAS QUE
REALMENTE CONTAMINAN.
10 Y llamando a sí a la multitud,
les dijo: Oíd, y entended:
11 No lo que entra en la boca
contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre.
12 Entonces acercándose sus
discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se ofendieron cuando oyeron
esta palabra?
13 Pero respondiendo él, dijo: Toda
planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada.
14 Dejadlos; son ciegos guías de
ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo.
15 Respondiendo Pedro, le dijo:
Explícanos esta parábola.
16 Jesús dijo: ¿También vosotros
sois aún sin entendimiento?
17 ¿No entendéis que todo lo que
entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina?
18 Pero lo que sale de la boca, del
corazón sale; y esto contamina al hombre.
19 Porque del corazón salen los
malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los
hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.
20 Estas cosas son las que
contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al
hombre.
Vv. 10—20. Cristo muestra que la
contaminación que debían temer no era la que entraba por la boca como alimento,
sino lo que salía de sus bocas, que demostraba la maldad de sus corazones.
Nada durará
en el alma, sino la gracia regeneradora del Espíritu Santo; y nada debe ser
admitido en la iglesia, sino lo que es de lo alto; por tanto, no debemos
perturbarnos por quien se ofenda por la afirmación clara y oportuna de la
verdad. Los discípulos piden que se les enseñe mejor sobre esta materia. Donde
una cabeza débil duda de una palabra de Cristo, el corazón recto y la mente
dispuesta buscan instrucción.
El corazón
es perverso, Jeremías 17: 9, porque no hay pecado en palabra y obra que no esté
primero en el corazón. Salen todos del hombre y son fruto de la maldad que hay
en el corazón y allí obra. Cuando Cristo enseña, muestra a los hombres el
engaño y la maldad de sus corazones; les enseña a humillarse y buscar ser
purificados de sus pecados y de su inmundicia en el manantial abierto.
SANA A LA HIJA DE UNA MUJER
SIRIOFENICIA.
21 Saliendo Jesús de allí, se fue a
la región de Tiro y de Sidón.
22 Y he aquí una mujer cananea que
había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten
misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio.
23 Pero Jesús no le respondió
palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela,
pues da voces tras nosotros.
24 Él respondiendo, dijo: No soy
enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
25 Entonces ella vino y se postró
ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme!
26 Respondiendo él, dijo: No está
bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos.
27 Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun
los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.
28 Entonces respondiendo Jesús,
dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue
sanada desde aquella hora.
Vv. 21—28. Los más remotos y oscuros
rincones del país reciben las influencias de Cristo; después, los confines de
la tierra verán su salvación. La angustia y el trastorno de su familia llevó a
una mujer a Cristo; aunque es la necesidad la que nos empuja a Cristo, sin
embargo, no seremos desechados por él. Ella no limitó a Cristo a ningún caso
particular de misericordia, pero misericordia, misericordia, es lo que ella
rogó: ella no aduce mérito, sino que depende de la misericordia.
Deber de los
padres es orar por sus hijos, y ser fervorosos para orar por ellos,
especialmente por sus almas. ¿Tenéis un hijo, una hija, dolorosamente afligida
con un demonio del orgulloso, un demonio inmundo, un demonio de maldad, que
está cautivo por su voluntad? Este es un caso más deplorable que el de la
posesión corporal, y debéis llevarlos por fe y oración a Cristo, que Él solo es
capaz de sanarlos.
Muchos
métodos de la providencia de Cristo, especialmente de su gracia, para tratar
con su pueblo, que son oscuros y confunden, se pueden explicar por este relato,
que enseña que puede haber amor en el corazón de Cristo aunque su rostro tenga
el ceño fruncido; y nos anima a confiar aún en Él aunque parezca listo para
matarnos. A quienes Cristo piensa honrar más, los humilla para que sientan su
indignidad. Un corazón orgulloso sin humillar no soportaría esto; ella lo
convirtió en argumento para validar su petición.
El estado de
esta mujer es un emblema del estado del pecador, profundamente consciente de la
miseria de su alma. Lo mínimo de Cristo es precioso para un creyente, hasta las
mismas migajas del Pan de vida. De todas las gracias, es la fe la que más honra
a Cristo; por tanto, de todas las gracias, Cristo honra más a la fe. Él le sanó
a la hija. Él habló y fue hecho. De aquí los que buscan ayuda del Señor, y no
reciben respuesta de gracia, aprendan a convertir aun su indignidad y
desaliento en ruegos de misericordia.
JESÚS SANA AL ENFERMO Y
ALIMENTA MILAGROSAMENTE A CUATRO MIL.
29 Pasó Jesús de allí y vino junto
al mar de Galilea; y subiendo al monte, se sentó allí.
30 Y se le acercó mucha gente que
traía consigo a cojos, ciegos, mudos, mancos, y otros muchos enfermos; y los
pusieron a los pies de Jesús, y los sanó;
31 de manera que la multitud se
maravillaba, viendo a los mudos hablar, a los mancos sanados, a los cojos
andar, y a los ciegos ver; y glorificaban al Dios de Israel.
32 Y Jesús, llamando a sus
discípulos, dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que
están conmigo, y no tienen qué comer; y enviarlos en ayunas no quiero, no sea
que desmayen en el camino.
33 Entonces sus discípulos le
dijeron: ¿De dónde tenemos nosotros tantos panes en el desierto, para saciar a
una multitud tan grande?
34 Jesús les dijo: ¿Cuántos panes
tenéis? Y ellos dijeron: Siete, y unos pocos pececillos.
35 Y mandó a la multitud que se
recostase en tierra.
36 Y tomando los siete panes y los
peces, dio gracias, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos a la multitud.
37 Y comieron todos, y se saciaron;
y recogieron lo que sobró de los pedazos, siete canastas llenas.
38 Y eran los que habían comido,
cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
39 Entonces, despedida la gente,
entró en la barca, y vino a la región de Magdala.
Vv. 29—39. Cualquiera sea nuestro caso, la
única manera de encontrar bienestar y alivio es dejarlo a los pies de Cristo,
someterlo a Él y referirlo a su disposición. Los que quieren salud espiritual
de Cristo, deben ser gobernados como a Él le agrada. Véase el trabajo que ha
hecho el pecado: a cuanta variedad de enfermedades están sometidos los cuerpos
humanos.
Aquí había
tales enfermedades que la fantasía no podía siquiera suponer su causa ni su
curación; sin embargo, estaban sujetas al mando de Cristo. Las curas
espirituales que obra Cristo son maravillosas. Cuando hace que las almas ciegas
vean por fe, el mudo hable por la oración, el rengo y el manco anden en santa
obediencia, es para maravillarse. Su poder también fue mostrado a la multitud
en la abundante provisión que hizo para ellos: la manera es muy semejante a lo
anterior. Todos comieron y quedaron satisfechos.
Cristo llena
a quienes alimenta. Con Cristo hay pan suficiente y para guardar; provisiones
de gracia para más de los que la buscan, y para quienes buscan más. Cristo
despidió a la gente. Aunque los había alimentado dos veces, no deben esperar
milagros para encontrar su pan diario. Vuelvan a casa a sus ocupaciones y a sus
mesas. Señor, aumenta nuestra fe, y perdona nuestra incredulidad, enseñándonos
a vivir de tu plenitud y tu abundancia para todas las cosas que pertenecen a
esta vida y a la venidera.
CAPÍTULO
16
LOS FARISEOS Y LOS SADUCEOS
PIDEN SEÑAL.
1 Vinieron los fariseos y los
saduceos para tentarle, y le pidieron que les mostrase señal del cielo.
2 Mas él respondiendo, les dijo:
Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles.
3 Y por la mañana: Hoy habrá
tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis
distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis!
4 La generación mala y adúltera
demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Y
dejándolos, se fue.
Vv. 1—4. Los fariseos y los saduceos se
oponían unos a otros en principios y conducta, pero se unieron contra Cristo.
Pero deseaban una señal de su propia elección: despreciaron las señales que
aliviaban la necesidad del enfermo y angustiado, y pidieron otra cosa que
gratificara la curiosidad del orgulloso. Gran hipocresía es buscar señales de
nuestra propia invención, cuando pasamos por alto las señales ordenadas por
Dios.
JESÚS ADVIERTE CONTRA LA
DOCTRINA DE LOS FARISEOS.
5 Llegando sus discípulos al otro
lado, se habían olvidado de traer pan.
6 Y Jesús les dijo: Mirad,
guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos.
7 Ellos pensaban dentro de sí,
diciendo: Esto dice porque no trajimos pan.
8 Y entendiéndolo Jesús, les dijo:
¿Por qué pensáis dentro de vosotros, hombres de poca fe, que no tenéis pan?
9 ¿No entendéis aún, ni os
acordáis de los cinco panes entre cinco mil hombres, y cuántas cestas
recogisteis?
10 ¿Ni de los siete panes entre
cuatro mil, y cuántas canastas recogisteis?
11 ¿Cómo es que no entendéis que no
fue por el pan que os dije que os guardaseis de la levadura de los fariseos y
de los saduceos?
12 Entonces entendieron que no les
había dicho que se guardasen de la levadura del pan, sino de la doctrina de los
fariseos y de los saduceos.
Vv. 5—12. Cristo habla de cosas
espirituales con un símil y los discípulos lo entienden mal, como de cosas
carnales. Tomó a mal que ellos pensaran que Él se preocupaba tanto del pan como
ellos; que estuvieran tan poco familiarizados con su manera de predicar.
Entonces entendieron ellos lo que quería decir. Cristo enseña por el Espíritu
de sabiduría en el corazón, abriendo el entendimiento al Espíritu de revelación
en la palabra.
EL TESTIMONIO DE PEDRO DE QUE
JESÚS ERA EL CRISTO.
13 Viniendo Jesús a la región de
Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los
hombres que es el Hijo del Hombre?
14 Ellos dijeron: Unos, Juan el
Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas.
15 Él les dijo: Y vosotros, ¿quién
decís que soy yo?
16 Respondiendo Simón Pedro, dijo:
Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
17 Entonces le respondió Jesús:
Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni
sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
18 Y yo también te digo, que tú
eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella.
19 Y a ti te daré las llaves del
reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los
cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.
20 Entonces mandó a sus discípulos
que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo.
Vv. 13—20. Pedro dijo, por sí mismo y por
sus hermanos, que estaban seguros de que nuestro Señor era el Mesías prometido,
el Hijo del Dios vivo. Esto muestra que creían que Jesús era más que hombre.
Nuestro Señor afirma que Pedro era bienaventurado, porque la enseñanza de Dios
lo hacía diferente de sus compatriotas incrédulos. Cristo agrega que lo llama
Pedro, aludiendo a su estabilidad o firmeza para profesar la verdad. La palabra
traducida “roca” no es la misma palabra “Pedro”, sino una de significado
similar. Nada puede ser más erróneo que suponer que Cristo significó que la
persona de Pedro era la roca.
Sin duda que
el mismo Cristo es la Roca, el fundamento probado de la Iglesia; y ¡ay de aquel
que intente poner otro! La confesión de Pedro es esta roca en cuanto doctrina.
Si Jesús no fuera el Cristo, los que Él posee no son de la Iglesia, sino
engañadores y engañados. Nuestro Señor declara luego la autoridad con que Pedro
sería investido. Él habló en nombre de sus hermanos y esto lo relacionaba a
ellos con Él.
Ellos no
tenían conocimiento certero del carácter de los hombres, y estaban propensos a
errores y pecados en su conducta; pero ellos fueron guardados libres de error
al establecer el camino de aceptación y de salvación, la regla de la
obediencia, el carácter y la experiencia del creyente, y la condenación final
de los incrédulos e hipócritas.
En tales
materias su decisión era recta y confirmada en el cielo. Pero todas las
pretensiones de cualquier hombre, sean de desatar o atar los pecados de los
hombres, son blasfemas y absurdas. Nadie puede perdonar pecados sino solamente
Dios. Y este atar y desatar en el lenguaje corriente de los judíos, significaba
prohibir y permitir, o enseñar lo que es legal o ilegal.
CRISTO PREDICE SUS
SUFRIMIENTOS Y REPRENDE A PEDRO.
21 Desde entonces comenzó Jesús a
declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho
de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto,
y resucitar al tercer día.
22 Entonces Pedro, tomándolo
aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en
ninguna manera esto te acontezca.
23 Pero él, volviéndose, dijo a
Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones
la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
Vv. 21—23. Cristo revela paulatinamente su
pensamiento a su pueblo. Desde esa época, cuando los apóstoles hicieron la
confesión completa de Cristo, que era el Hijo de Dios, empezó a hablarles de
sus sufrimientos. Dijo esto para corregir los errores de sus discípulos sobre
la pompa y poder externos de su reino.
Quienes
sigan a Cristo no deben esperar cosas grandes ni elevadas en este mundo. Pedro
quería que Cristo aborreciera el sufrimiento tanto como él, pero nos
equivocamos si medimos el amor y la paciencia de Cristo por los nuestros. No
leemos de nada que haya dicho o hecho alguno de sus discípulos, en algún
momento, que dejara ver que Cristo se resintió tanto como al oír esto.
Quienquiera
que nos saque de lo que es bueno y nos haga temer que hacemos demasiado por
Dios, habla el lenguaje de Satanás. Lo que parezca ser tentación a pecar debe
ser resistido con horror y no ser considerado. Los que renuncian a sufrir por
Cristo, saborean más las cosas del hombre que las cosas de Dios.
LA NECESIDAD DE NEGARSE A SÍ
MISMO.
24 Entonces Jesús dijo a sus
discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su
cruz, y sígame.
25 Porque todo el que quiera salvar
su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.
26 Porque ¿qué aprovechará al
hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el
hombre por su alma?
27 Porque el Hijo del Hombre vendrá
en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme
a sus obras.
28 De cierto os digo que hay algunos
de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo
del Hombre viniendo en su reino.
Vv. 24—28. Un verdadero discípulo de Cristo
es aquel que lo sigue en el deber y lo seguirá a la gloria. Es uno que anda en
el mismo camino que anduvo Cristo, guiado por su Espíritu, y va en sus pasos,
dondequiera que vaya. “Niéguese a sí mismo”. Si negarse a sí mismo es lección
dura, no es más de lo que aprendió y practicó nuestro Maestro, para redimirnos
y enseñarnos. “Tome su cruz”. Aquí se pone cruz por todo problema que nos
sobrevenga. Somos buenos para pensar que podemos llevar mejor la cruz ajena que
la propia; pero mejor es lo que nos está asignado, y debemos hacer lo mejor de
ello.
No debemos,
por nuestra precipitación y necedad, acarrearnos cruces a nuestras cabezas,
sino tomarlas cuando estén en nuestro camino. Si un hombre tiene el nombre y
crédito de un discípulo, siga a Cristo en la obra y el deber del discípulo. Si
todas las cosas del mundo nada valen cuando se comparan con la vida del cuerpo,
¡qué fuerte el mismo argumento acerca del alma y su estado de dicha o miseria
eterna! Miles pierden sus almas por la ganancia más frívola o la indulgencia
más indigna, sí, a menudo por solo pereza o negligencia.
Cualquiera
sea el objeto por el cual los hombres dejan a Cristo, ese es el precio con que
Satanás compra sus almas. Pero un alma es más valiosa que todo el mundo. Este
es el juicio de Cristo para la materia; conocía el precio de las almas, porque
las rescató; ni hubiera subvalorado al mundo, porque lo hizo. El transgresor
moribundo no puede comprar una hora de alivio para buscar misericordia para su
alma que perece. Entonces, aprendamos justamente a valorar nuestra alma, y a
Cristo como el único Salvador de ellas.
CAPÍTULO
17
LA TRANSFIGURACIÓN DE CRISTO.
1 Seis días después, Jesús tomó a
Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto;
2 y se transfiguró delante de
ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos
como la luz.
3 Y he aquí les aparecieron Moisés
y Elías, hablando con él.
4 Entonces Pedro dijo a Jesús:
Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres
enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías.
5 Mientras él aún hablaba, una nube
de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Éste es mi Hijo
amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.
6 Al oír esto los discípulos, se
postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor.
7 Entonces Jesús se acercó y los
tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis.
8 Y alzando ellos los ojos, a nadie
vieron sino a Jesús solo.
9 Cuando descendieron del monte,
Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del
Hombre resucite de los muertos.
10 Entonces sus discípulos le
preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que
Elías venga primero?
11 Respondiendo Jesús, les dijo: A
la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas.
12 Más os digo que Elías ya vino, y
no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también
el Hijo del Hombre padecerá de ellos.
13 Entonces los discípulos
comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista.
Vv. 1—13. Ahora, los discípulos
contemplaron algo de la gloria de Cristo, como del unigénito del Padre. Tenía
el propósito de sostener la fe de ellos cuando tuvieran que presenciar su
crucifixión; les daría una idea de la gloria preparada para ellos, cuando
fueran transformados por su poder y fueran hechos como Él. Los apóstoles
quedaron sobrecogidos por la visión gloriosa. Pedro pensó que era más deseable
seguir allí, y no volver a bajar para encontrarse con los sufrimientos, de los
cuales tenía tan poca disposición para oír. En esto no sabía lo que decía. Nos
equivocamos si esperamos un cielo aquí en la tierra.
Sean cuales
sean los tabernáculos que nos propongamos hacer para nosotros en este mundo,
siempre debemos acordarnos de pedirle permiso a Cristo. Aún no había sido
ofrecido el sacrificio sin el cual las almas de los hombres pecadores no pueden
ser salvadas; había servicios importantes que Pedro y sus hermanos debían
cumplir. Mientras Pedro hablaba, una nube brillante los cubrió, señal de la
presencia y gloria divina. Desde que el hombre pecó, y oyó la voz de Dios en el
huerto, las apariciones desacostumbradas de Dios han sido terribles para el
hombre.
Cayeron
postrados en tierra hasta que Jesús les dio ánimo; cuando miraron alrededor
vieron sólo a su Señor como lo veían corrientemente. Debemos pasar por diversas
experiencias en nuestro camino a la gloria, y cuando regresamos al mundo
después de participar en un medio de gracia, debemos tener cuidado de llevar a
Cristo con nosotros, y entonces que sea nuestro consuelo que Él está con
nosotros.
JESÚS EXPULSA UN ESPÍRITU
SORDOMUDO.
14 Cuando llegaron al gentío, vino
a él un hombre que se arrodilló delante de él, diciendo:
15 Señor, ten misericordia de mi
hijo, que es lunático, y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego,
y muchas en el agua.
16 Y lo he traído a tus discípulos,
pero no le han podido sanar.
17 Respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh
generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta
cuándo os he de soportar? Traédmelo acá.
18 Y reprendió Jesús al demonio, el
cual salió del muchacho, y éste quedó sano desde aquella hora.
19 Viniendo entonces los discípulos
a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?
20 Jesús les dijo: Por vuestra poca
fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza,
diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será
imposible.
21 Pero este género no sale sino con
oración y ayuno.
Vv. 14—21. El caso de los hijos afligidos
debe presentarse a Dios con oración ferviente y fiel. Cristo curó al niño.
Aunque la gente era perversa y Cristo era provocado, de todas maneras, atendió
al niño. Cuando fallan todas las demás ayudas y socorros, somos bienvenidos a
Cristo, podemos confiar en Él y en su poder y bondad. Véase aquí una señal del
esfuerzo de Cristo como nuestro Redentor. Da aliento a los padres a llevar sus
hijos a Cristo, cuyas almas están bajo el poder de Satanás; Él es capaz de
sanarlos y está tan dispuesto como poderoso es.
No sólo
llevadlos a Cristo con oración, sino llevadlos a la palabra de Cristo; a los
medios por los cuales se derriban las fortalezas de Satanás en el alma. Bueno
es que desconfiemos de nosotros mismos y nuestra fuerza, pero es desagradable
para Cristo cuando desconfiamos de cualquier poder derivado de Él u otorgado
por Él.
También
había algo en la enfermedad que dificultaba la curación. El poder
extraordinario de Satanás no debe desalentar nuestra fe, sino estimularnos a un
mayor fervor al orar a Dios para que sea aumentada. ¡Nos maravillamos al ver
que Satanás tenía la posesión corporal de este joven, desde niño, cuando tiene
la posesión espiritual de todo hijo de Adán desde la caída!
NUEVAMENTE PREDICE SUS
SUFRIMIENTOS.
22 Estando ellos en Galilea, Jesús
les dijo: El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres,
23 y le matarán; mas al tercer día
resucitará. Y ellos se entristecieron en gran manera.
Vv. 22, 23. Cristo sabía perfectamente todas
las cosas que le ocurrirían, pero emprendió la obra de nuestra redención, lo
cual demuestra fuertemente su amor. ¡Qué humillación exterior y gloria divina
fue la vida del Redentor! Toda su humillación terminó en su exaltación.
Aprendamos a soportar la cruz, a despreciar las riquezas y los honores mundanos
y a estar contentos con su voluntad.
ÉL OBRA UN MILAGRO PARA PAGAR
EL DINERO DEL TRIBUTO.
24 Cuando llegaron a Capernaúm,
vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas, y le dijeron: ¿Vuestro
Maestro no paga las dos dracmas?
25 Él dijo: Sí. Y al entrar él en
casa, Jesús le habló primero, diciendo: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la
tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de
los extraños?
26 Pedro le respondió: De los
extraños. Jesús le dijo: Luego los hijos están exentos.
27 Sin embargo, para no ofenderles,
ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle
la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti.
Vv. 24—27. Pedro estaba seguro de que su
Maestro estaba listo para hacer lo justo. Cristo habló primero de darle pruebas
de que no se podía esconder de Él ningún pensamiento. Nunca debemos renunciar a
nuestro deber por temor a ofender, pero a veces tenemos que negarnos a nosotros
mismos en nuestros intereses mundanos para no ofender. Sin embargo, el dinero
estaba en el pez; el único que sabe todas las cosas podía saberlo y sólo el
poder omnipotente podía llevarlo al anzuelo de Pedro. El poder y la pobreza de
Cristo deben mencionarse juntos.
Si somos
llamados por la providencia a ser pobres como nuestro Señor, confiemos en su
poder y nuestro Dios satisfará toda nuestra necesidad, conforme a sus riquezas
en gloria por Cristo Jesús. En la senda de la obediencia, en el curso, quizá,
de nuestra vocación habitual, como ayudó a Pedro, así nos ayudará. Si se
presentara una emergencia repentina, que no estamos preparados para enfrentar,
no recurramos al prójimo sin antes buscar a Cristo.
CAPÍTULO
18
LA IMPORTANCIA DE LA
HUMILDAD.
1 En aquel tiempo los discípulos
vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?
2 Y llamando Jesús a un niño, lo
puso en medio de ellos,
3 y dijo: De cierto os digo, que si
no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.
4 Así que, cualquiera que se
humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos.
5 Y cualquiera que reciba en mi
nombre a un niño como éste, a mí me recibe.
6 Y cualquiera que haga tropezar a
alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al
cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del
mar.
Vv. 1—6. Cristo habló muchas palabras
sobre sus sufrimientos, pero sólo una de su gloria; sin embargo, los discípulos
se aferraron de esta y olvidaron las otras. A muchos que les gusta oír y hablar
de privilegios y de gloria están dispuestos a soslayar los pensamientos acerca
de trabajos y problemas. Nuestro Señor puso ante ellos un niñito, asegurándoles
con solemnidad que no podrían entrar en su reino si no eran convertidos y
hechos como los pequeñuelos.
Cuando los
niños son muy pequeños no desean la autoridad, no consideran las distinciones
externas, están libres de maldad, son enseñables y dispuestos a confiar en sus
padres. Verdad es que pronto empiezan a mostrar otras disposiciones y a edad
temprana se les enseñan otras ideas, pero son características de la infancia
las que los convierten en ejemplos adecuados de la mente humilde de los
cristianos verdaderos.
Ciertamente
necesitamos ser renovados diariamente en el espíritu de nuestra mente para que
lleguemos a ser simples y humildes como los pequeñuelos, y dispuestos a ser el
menor de todos. Estudiemos diariamente este tema y examinemos nuestro espíritu.
ADVERTENCIA CONTRA LAS
OFENSAS.
7 ¡Ay del mundo por los tropiezos!
porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien
viene el tropiezo!
8 Por tanto, si tu mano o tu pie
te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti; mejor te es entrar en la vida
cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno.
9 Y si tu ojo te es ocasión de
caer, sácalo y échalo de ti; mejor te es entrar con un solo ojo en la vida, que
teniendo dos ojos ser echado en el infierno de fuego.
10 Mirad que no menospreciéis a uno
de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el
rostro de mi Padre que está en los cielos.
11 Porque el Hijo del Hombre ha
venido para salvar lo que se había perdido.
12 ¿Qué os parece? Si un hombre
tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y
va por los montes a buscar la que se había descarriado?
13 Y si acontece que la encuentra,
de cierto os digo que se regocija más por aquélla, que por las noventa y nueve
que no se descarriaron.
14 Así, no es la voluntad de
vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños.
Vv. 7—14. Considerando la astucia y maldad
de Satanás, y la debilidad y depravación de los corazones de los hombres, no es
posible que no haya sino ofensas. Dios las permite para fines sabios y santos,
para que sean dados a conocer los que son sinceros y los que no lo son.
Habiéndosenos dicho antes que habrá seductores, tentadores, perseguidores y malos
ejemplos, permanezcamos de guardia.
Debemos
apartarnos, tan lícitamente como podamos, de lo que puede enredarnos en el
pecado. Hay que evitar las ocasiones externas de pecado. Si vivimos conforme a
la carne, debemos morir. Si mortificamos, a través del Espíritu, a las obras de
la carne, viviremos. Cristo vino al mundo a salvar almas y tratará severamente
a los que estorban el progreso de otros que están orientando su rostro al
cielo.
¿Y, alguno
de nosotros rehusará atender a los que el Hijo de Dios vino a buscar y salvar?
Un padre cuida a todos sus hijos, pero es particularmente tierno con los
pequeños.
LA REMOCIÓN DE LAS OFENSAS.
15 Por tanto, si tu hermano peca
contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu
hermano.
16 Más si no te oyere, toma aún
contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda
palabra.
17 Si no los oyere a ellos, dilo a
la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano.
18 De cierto os digo que todo lo que
atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la
tierra, será desatado en el cielo.
19 Otra vez os digo, que si dos de
vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que
pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos.
20 Porque donde están dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
Vv. 15—20. Si alguien hace mal a un
cristiano confeso, éste no debe quejarse a los demás, como suele hacerse, sino
ir en forma privada a quien le ofendió, tratar el asunto con amabilidad, y
reprender su conducta. Esto tendrá en el cristiano verdadero, por lo general,
el efecto deseado y las partes se reconciliarán. Los principios de estas reglas
pueden practicarse en todas partes y en todas las circunstancias, aunque son
demasiado descuidados por todos.
¡Cuán pocos
son los que prueban el método que Cristo mandó expresamente a todos sus
discípulos! En todos nuestros procedimientos debemos buscar la dirección
orando; nunca podremos apreciar demasiado las promesas de Dios. en cualquier
tiempo o lugar que nos encontremos en el nombre de Cristo, debemos considerar
que Él está presente en medio nuestro.
CONDUCTA PARA CON LOS
HERMANOS Y LA PARÁBOLA DEL SIERVO SIN MISERICORDIA.
21 Entonces se le acercó Pedro y le
dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta
siete?
22 Jesús le dijo: No te digo hasta
siete, sino aun hasta setenta veces siete.
23 Por lo cual el reino de los
cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos.
24 Y comenzando a hacer cuentas, le
fue presentado uno que le debía diez mil talentos.
25 A éste, como no pudo pagar,
ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que
se le pagase la deuda.
26 Entonces aquel siervo, postrado,
le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.
27 El señor de aquel siervo, movido
a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda.
28 Pero saliendo aquel siervo,
halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le
ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes.
29 Entonces su consiervo,
postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo
pagaré todo.
30 Más él no quiso, sino fue y le
echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda.
31 Viendo sus consiervos lo que
pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que
había pasado.
32 Entonces, llamándole su señor,
le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste.
33 ¿No debías tú también tener
misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?
34 Entonces su señor, enojado, le
entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía.
35 Así también mi Padre celestial
hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus
ofensas.
Vv. 21—35. Aunque vivamos totalmente de la
misericordia y el perdón, nos demoramos para perdonar las ofensas de nuestros
hermanos. Esta parábola señala cuánta provocación ve Dios de su familia en la
tierra y cuán indóciles somos sus siervos. Hay tres cosas en la parábola:
1. La maravillosa clemencia del
amo. La deuda del pecado es tan enorme que no somos capaces de pagarla. Véase
aquí lo que merece todo pecado; esta es la paga del pecado, ser vendido como
esclavo. Necedad de muchos que están fuertemente convictos de sus pecados es
fantasear que pueden dar satisfacción a Dios por el mal que le han hecho.
2. La severidad irracional del
siervo hacia su consiervo, a pesar de la clemencia de su señor con él. No se
trata de que nos tomemos a la ligera hacerle mal a nuestro prójimo, puesto que
también es pecado ante Dios, sino que no debemos agrandar el mal que nuestro
prójimo nos hace ni pensar en la venganza. Que nuestras quejas, tanto de la
maldad del malo y de las aflicciones del afligido, sean llevadas ante Dios y
dejadas con Él.
3. El amo reprobó la crueldad de su
siervo. La magnitud del pecado acrecienta las riquezas de la misericordia que perdona;
y el sentido consolador de la misericordia que perdona hace mucho para disponer
nuestros corazones a perdonar a nuestros hermanos. No tenemos que suponer que
Dios perdona realmente a los hombres y que, después, les reconoce sus culpas
para condenarlos.
La última
parte de esta parábola muestra las conclusiones falsas a que llegan muchos en
cuanto a que sus pecados están perdonados, aunque su conducta posterior
demuestra que nunca entraron en el espíritu del evangelio ni demostraron con su
vivencia la gracia que santifica. No perdonamos rectamente a nuestro hermano
ofensor si no lo perdonamos de todo corazón. Pero esto no basta; debemos buscar
el bienestar hasta de aquellos que nos ofenden. ¡
Con cuánta
justicia serán condenados los que, aunque llevan el nombre de cristianos,
persisten en tratar a sus hermanos sin misericordia! El pecador humillado
confía solo en la misericordia abundante y gratuita a través del rescate de la
muerte de Cristo. Busquemos más y más la gracia de Dios que renueva, para que
nos enseñe a perdonar al prójimo como esperamos perdón de Él.
CAPÍTULO
19
JESÚS ENTRA EN JUDEA.
1 Aconteció que cuando Jesús
terminó estas palabras, se alejó de Galilea, y fue a las regiones de Judea al
otro lado del Jordán.
2 Y le siguieron grandes multitudes,
y los sanó allí.
Vv. 1, 2. Grandes multitudes seguían a
Cristo. Cuando Cristo parte, lo mejor para nosotros es seguirlo. En todas
partes lo hallaban tan capaz y dispuesto a ayudar, como había sido en Galilea;
dondequiera que salía el Sol de Justicia, era con salud en sus alas.
PREGUNTA DE LOS FARISEOS
SOBRE EL DIVORCIO.
3 Entonces vinieron a él los
fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por
cualquier causa?
4 Él, respondiendo, les dijo: ¿No
habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo,
5 y dijo: Por esto el hombre dejará
padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne.
6 Así que no son ya más dos, sino
una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.
7 Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó
Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla?
8 Él les dijo: Por la dureza de
vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al
principio no fue así.
9 Y yo os digo que cualquiera que
repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra,
adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera.
10 Le dijeron sus discípulos: Si
así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse.
11 Entonces él les dijo: No todos
son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado.
12 Pues hay eunucos que nacieron así
del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres,
y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los
cielos. El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba.
Vv. 3—12. Los fariseos deseaban sorprender
a Jesús en algo que pudieran presentar como ofensa a la ley de Moisés. Los
casos matrimoniales eran numerosos y, a veces, paradójicos; hecho así, no por
la ley de Dios, sino por las lujurias y necedades de los hombres y, la gente
suele resolver lo que quiere hacer antes de pedir consejo. Jesús replicó
preguntando si no habían leído el relato de la creación, y el primer ejemplo de
matrimonio; de ese modo, señala que toda desviación en esto era mala.
La mejor
condición para nosotros, que debemos elegir y mantener en forma coherente, es
lo mejor para nuestras almas, y es la que tienda a prepararnos y preservarnos
mejor para el reino del cielo. Cuando se abraza en realidad al evangelio, hace
buenos padres y amigos fieles de los hombres; les enseña a llevar la carga y a
soportar las enfermedades de aquellos con quienes están relacionados, a
considerar la paz y la felicidad de ellos más que las propias.
En cuanto a
las personas impías, es propio que sean refrenadas por leyes para que no rompan
la paz de la sociedad. Aprendemos que el estado del matrimonio debe asumirse
con gran seriedad y con oración fervorosa.
LOS PEQUEÑOS LLEVADOS A
JESÚS.
13 Entonces le fueron presentados
unos niños, para que pusiese las manos sobre ellos, y orase; y los discípulos
les reprendieron.
14 Pero Jesús dijo: Dejad a los
niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los
cielos.
15 Y habiendo puesto sobre ellos
las manos, se fue de allí.
Vv. 13—15. Es bueno cuando acudimos a
Cristo y llevamos a nuestros hijos. Los pequeños pueden ser llevados a Cristo
porque necesitan y pueden recibir bendiciones de Él, y por tener un interés en
su intercesión. Nosotros no podemos sino pedir una bendición para ellos: Sólo
Cristo puede mandar la bendición.
Bueno para
nosotros es que Cristo tenga más amor y ternura en sí que las que tiene el
mejor de sus discípulos. Aprendamos de Él a no desechar ningún alma dispuesta y
bien intencionada en su búsqueda de Cristo, aunque no sean sino débiles.
A los que se
dan a Cristo, como parte de su compra, no los echará fuera de ninguna manera.
Por tanto, no le gustan los que prohíben y tratan de dejar a fuera a los que Él
ha recibido. Todos los cristianos deben llevar sus hijos al Salvador para que
los bendiga con bendiciones espirituales.
LA INDAGATORIA QUE HACE EL
JOVEN RICO.
16 Entonces vino uno y le dijo:
Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?
17 Él le dijo: ¿Por qué me llamas
bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida,
guarda los mandamientos.
18 Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo:
No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio.
19 Honra a tu padre y a tu madre;
y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
20 El joven le dijo: Todo esto lo
he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?
21 Jesús le dijo: Si quieres ser
perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en
el cielo; y ven y sígueme.
22 Oyendo el joven esta palabra, se
fue triste, porque tenía muchas posesiones.
Vv. 16—22. Cristo sabía que la codicia era
el pecado que más fácilmente incomodaba a este joven; aunque había obtenido
honestamente lo que poseía, no podía, sin embargo, separarse de ello con
alegría, y así demostraba su falta de sinceridad. Las promesas de Cristo
facilitan sus preceptos y hacen que su yugo sea ligero y muy consolador; pero
esta promesa fue tanto un juicio de la fe del joven, como el precepto lo fue de
su caridad y desprecio del mundo.
Se nos
requiere seguir a Cristo atendiendo debidamente sus ordenanzas, siguiendo
estrictamente su patrón y sometiéndonos alegremente a sus disposiciones; y esto
por amor a Él y por depender de Él. Vender todo y darlo a los pobres no servirá
si no vamos a seguir a Cristo. El evangelio es el único remedio para los
pecadores perdidos. Muchos de los que se abstienen de vicios groseros son los
que no atienden su obligación para con Dios.
Miles de
casos de desobediencia de pensamiento, palabra y obra se registran contra ellos
en el libro de Dios. Así, pues, son muchos los que abandonan a Cristo por amar
a este mundo presente: ellos se sienten convictos y deseosos, pero se alejan
tristes, quizá temblando. Nos conviene probarnos en estos asuntos porque el
Señor nos juzgará.
LA RECOMPENSA DE LOS
SEGUIDORES DE CRISTO.
23 Entonces Jesús dijo a sus
discípulos: De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de
los cielos.
24 Otra vez os digo, que es más
fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino
de Dios.
25 Sus discípulos, oyendo esto, se
asombraron en gran manera, diciendo: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?
26 Y mirándolos Jesús, les dijo:
Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible.
27 Entonces respondiendo Pedro, le
dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues,
tendremos?
28 Y Jesús les dijo: De cierto os
digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de
su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce
tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.
29 Y cualquiera que haya dejado
casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras,
por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.
30 Pero muchos primeros serán
postreros, y postreros, primeros.
Vv. 23—30. Aunque Cristo habló con tanta
fuerza, pocos de los que tienen riquezas confían en sus palabras. ¡Cuán pocos
de los pobres no se tientan a envidiar! Pero el fervor del hombre en este
asunto es como si se esforzaran por edificar un muro alto para encerrarse a sí mismos
y a sus hijos lejos del cielo. Debe ser satisfactorio para los que estamos en
condición baja el no estar expuestos a la tentación de una situación próspera y
elevada. Si ellos viven con más dureza que el rico en este mundo, si van con
mayor facilidad a un mundo mejor, no tendrán razón de quejarse.
Las palabras
de Cristo muestran que cuesta mucho que un rico sea un buen cristiano y sea
salvo. El camino al cielo es camino angosto para todos, y la puerta que ahí
conduce, es puerta estrecha; particularmente para la gente rica. Se esperan más
deberes de ellos que de los demás, y los pecados los acosan con más facilidad.
Cuesta no ser fascinado por un mundo sonriente. La gente rica tiene por sobre
los demás una gran cuenta que pagar por sus oportunidades. Es absolutamente
imposible que un hombre que pone su corazón en sus riquezas vaya al cielo.
Cristo usó
una expresión que denota una dificultad absolutamente insuperable por el poder
del hombre. Nada menos que la todopoderosa gracia de Dios hará que un rico
supere esta dificultad. Entonces, ¿quién podrá ser salvo? Si las riquezas
estorban a la gente rica, ¿no se hallan el orgullo y las concupiscencias
pecaminosas en los que no son ricos y son tan peligrosas para ellos? ¿Quién
puede ser salvo? Dicen los discípulos. Nadie, dice Cristo, por ningún poder
creado.
El comienzo,
la profesión y el perfeccionamiento de la obra de salvación depende enteramente
de la omnipotencia de Dios, para el cual todas las cosas son posibles. No se
trata de que la gente rica sea salva en su mundanalidad, sino que sean salvos
de su mundanalidad. Pedro dijo: Nosotros lo hemos dejado todo. ¡Ay! No era sino
todo un pobre, sólo unos pocos botes y redes, pero, obsérvese cómo habla Pedro,
como si hubieran sido una gran cosa.
Somos demasiado
capaces de dar el valor máximo a nuestros servicios y sufrimientos, nuestras
pérdidas y gastos por Cristo. Sin embargo, Cristo no los reprocha porque era
poco lo que habían dejado, era todo lo suyo, y tan caro para ellos como si
hubiera sido más. Cristo tomó a bien que ellos lo dejaran todo para seguirlo;
acepta según lo que tenga el hombre.
La promesa
de nuestro Señor para los apóstoles es que cuando el Hijo del hombre se siente
en el trono de su gloria, hará nuevas todas las cosas, y ellos se sentarán con
Él en juicio contra los que serán juzgados conforme a su doctrina. Esto
establece el honor, la dignidad y la autoridad del oficio y ministerio de
ellos. Nuestro Señor agrega que cualquiera que haya dejado casa o posesiones o
comodidades por Él y el evangelio, sería recompensado al final.
Que Dios nos
de fe para que nuestra esperanza descanse en esta promesa suya; entonces,
estaremos dispuestos para todo servicio o sacrificio. Nuestro Salvador, en el
último versículo, elimina el error de algunos. La herencia celestial no es dada
como las terrenales, sino conforme al beneplácito de Dios. No confiemos en
apariencias promisorias, ni en la profesión externa. Otros pueden llegar a ser
eminentes en fe y santidad, hasta donde nos toca saber.
CAPÍTULO
20
LA PARÁBOLA DE LOS
TRABAJADORES DE LA VIÑA.
1 Porque el reino de los cielos es
semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar
obreros para su viña.
2 Y habiendo convenido con los
obreros en un denario al día, los envió a su viña.
3 Saliendo cerca de la hora
tercera del día, vio a otros que estaban en la plaza desocupados;
4 y les dijo: Id también vosotros a
mi viña, y os daré lo que sea justo. Y ellos fueron.
5 Salió otra vez cerca de las
horas sexta y novena, e hizo lo mismo.
6 Y saliendo cerca de la hora
undécima, halló a otros que estaban desocupados; y les dijo: ¿Por qué estáis
aquí todo el día desocupados?
7 Le dijeron: Porque nadie nos ha
contratado. Él les dijo: Id también vosotros a la viña, y recibiréis lo que sea
justo.
8 Cuando llegó la noche, el señor
de la viña dijo a su mayordomo: Llama a los obreros y págales el jornal,
comenzando desde los postreros hasta los primeros.
9 Y al venir los que habían ido
cerca de la hora undécima, recibieron cada uno un denario.
10 Al venir también los primeros,
pensaron que habían de recibir más; pero también ellos recibieron cada uno un
denario.
11 Y al recibirlo, murmuraban
contra el padre de familia,
12 diciendo: Estos postreros han
trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos
soportado la carga y el calor del día.
13 Él, respondiendo, dijo a uno de
ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario?
14 Toma lo que es tuyo, y vete;
pero quiero dar a este postrero, como a ti.
15 ¿No me es lícito hacer lo que
quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?
16 Así, los primeros serán
postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos
escogidos.
Vv. 1—16. El objeto directo de esta
parábola parece ser demostrar que, aunque los judíos fueron llamados primero a
la viña, en el largo plazo el evangelio será predicado a los gentiles que deben
ser recibidos con los privilegios y ventajas en igualdad con los judíos. La
parábola puede aplicarse también en forma más general y muestra, que:
1. Dios no es deudor de ningún
hombre.
2. Muchos que empiezan al final, y
prometen poco en la religión, a veces, por la bendición de Dios, llegan a mucho
conocimiento, gracia y utilidad.
3. La recompensa será dada a los
santos, pero no conforme al tiempo de su conversión.
Describe el
estado de la iglesia visible y explica la declaración de que los últimos serán
los primeros, y los primeros, últimos, en sus diversas referencias. Mientras no
seamos contratados en el servicio de Dios estamos todo el día de ociosos: un
estado pecaminoso, aunque para Satanás sea un estado de esclavitud, puede
llamarse estado de ociosidad.
El mercado
es el mundo y de él fuimos llamados por el evangelio. Venid, salid de ese
mercado. El trabajo para Dios no admite bagatelas. El hombre puede irse ocioso
al infierno, pero quien vaya al cielo debe ser diligente. El centavo romano era
siete centavos, medio penique del dinero inglés, pagaba entonces suficiente
para el sostén diario. Esto no prueba que la recompensa de nuestra obediencia a
Dios sea de obras o de deuda; cuando hemos hecho todo, somos siervos inútiles;
significa que hay una recompensa puesta ante nosotros, pero que nadie, por esta
suposición, postergue el arrepentimiento hasta su vejez.
Algunos
fueron enviados a la viña en la hora undécima, pero nadie los había contratado
antes. Los gentiles entraron a la hora undécima; el evangelio no había sido
predicado antes a ellos. Quienes han tenido la oferta del evangelio en la hora
tercera o sexta, y la han rechazado, no tendrán que decir en la hora undécima,
como éstos: Nadie nos contrató. Por tanto, no para desanimar a nadie sino para
despertar a todos, es que se recuerda que ahora es el tiempo aceptable. Las
riquezas de la gracia divina son objetadas en voz alta por los fariseos
orgullosos y por los cristianos nominales.
Hay en
nosotros una gran inclinación a pensar que tenemos demasiado poco, y los demás
mucho de las señales del favor de Dios; y que hacemos demasiado y los demás muy
poco en la obra de Dios. Pero si Dios da gracia a otros, es bondad para ellos,
y no injusticia para nosotros. Las criaturas mundanas carnales están de acuerdo
con Dios en cuanto a su riqueza en este mundo, y optan por su porción en esta
vida. Los creyentes obedientes están de acuerdo con Dios en cuanto a su riqueza
en el otro mundo, y deben recordar que estuvieron de acuerdo.
¿No
acordaste tú tomar el cielo como porción tuya, como tu todo, y buscas tu
felicidad en la criatura? Dios no castiga más de lo merecido, y premia cada
servicio hecho por Él y para Él; por tanto, no hace mal a ninguno al mostrar
gracia extraordinaria a otros. Véase aquí la naturaleza de la envidia. Es una
avaricia descontenta por el bien de los demás y que desea su mal.
Es un pecado
que no tiene placer, provecho ni honor. Dejemos irse todo reclamo orgulloso y
procuremos la salvación como dádiva gratuita. No envidiemos ni murmuremos;
regocijémonos y alabemos a Dios por su misericordia hacia los demás y con
nosotros.
JESÚS VUELVE A ANUNCIAR SUS
SUFRIMIENTOS.
17 Subiendo Jesús a Jerusalén, tomó
a sus doce discípulos aparte en el camino, y les dijo:
18 He aquí subimos a Jerusalén, y
el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los
escribas, y le condenarán a muerte;
19 y le entregarán a los gentiles
para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen; mas al tercer día
resucitará.
Vv. 17—19. Aquí Cristo es más detallado que
antes para predecir sus sufrimientos. Aquí, como antes, agrega la mención de su
resurrección y su gloria, a la de su muerte y sus sufrimientos, para dar ánimo
a sus discípulos, y consolarlos. Una manera de ver a nuestro Redentor una vez
crucificado y ahora glorificado con fe, es buena para humillar la disposición
orgullosa que se justifica a sí misma.
Cuando
consideramos la necesidad de la humillación y sufrimientos del Hijo de Dios,
para la salvación de los pecadores perecederos, ciertamente debemos darnos
cuenta de la liberalidad y de las riquezas de la gracia divina en nuestra
salvación.
LA AMBICIÓN DE SANTIAGO Y
JUAN.
20 Entonces se le acercó la madre
de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo.
21 Él le dijo: ¿Qué quieres? Ella
le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu
derecha, y el otro a tu izquierda.
22 Entonces Jesús respondiendo,
dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser
bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron:
Podemos.
23 Él les dijo: A la verdad, de mi
vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados;
pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a
aquellos para quienes está preparado por mi Padre.
24 Cuando los diez oyeron esto, se
enojaron contra los dos hermanos.
25 Entonces Jesús, llamándolos,
dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los
que son grandes ejercen sobre ellas potestad.
26 Más entre vosotros no será así,
sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor,
27 y el que quiera ser el primero
entre vosotros será vuestro siervo;
28 como el Hijo del Hombre no vino
para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.
Vv. 20—28. Los hijos de Zebedeo usaron mal
lo que Cristo decía para consolar a los discípulos. Algunos no pueden tener
consuelo; los transforman para un mal propósito. El orgullo es el pecado que
más fácilmente nos acosa; es una ambición pecaminosa de superar a los demás en
pompa y grandeza. Para abatir la vanidad y la ambición de su pedido, Cristo los
guía a pensar en sus sufrimientos. Copa amarga es la que debe beberse; copa de
temblor, pero no la copa del impío. No es sino una copa, pero seca y amarga
quizá, pero pronto se vacía; es una copa en la mano del Padre, Juan 18: 11.
El bautismo
es una ordenanza por la cual somos unidos al Señor en pacto y comunión; y así
es el sufrimiento por Cristo, Ezequiel 20: 37; Isaías 48: 10. El bautismo es
señal externa y visible de una gracia espiritual interior; así es el padecimiento
por Cristo, que a nosotros es concedido, Filipenses 1, 29. Pero no sabían qué
era la copa de Cristo, ni qué era su bautismo. Comúnmente los más confiados son
los que están menos familiarizados con la cruz. Nada hace más mal entre los
hermanos que el deseo de grandeza.
Nunca encontramos disputando a los discípulos
de Cristo sin que algo de esto se halle en el fondo de la cuestión. El hombre
que con más diligencia labora, y con más paciencia sufre, buscando hacer el
bien a sus hermanos, y fomentar la salvación de las almas, más evoca a Cristo,
y recibirá más honra de Él para toda la eternidad. Nuestro Señor habla de su
muerte en los términos aplicados a los sacrificios de antaño.
Es un
sacrificio por los pecados de los hombres, y es aquel sacrificio verdadero y
esencial, que los de la ley representaban débil e imperfectamente. Era un
rescate de muchos, suficiente para todos, obrando sobre muchos; y, si por
muchos, entonces la pobre alma temblorosa puede decir, ¿por qué no por mí?
JESÚS DA LA VISTA A DOS
CIEGOS CERCA DE JERICÓ.
29 Al salir ellos de Jericó, le
seguía una gran multitud.
30 Y dos ciegos que estaban
sentados junto al camino, cuando oyeron que Jesús pasaba, clamaron, diciendo:
¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!
31 Y la gente les reprendió para
que callasen; pero ellos clamaban más, diciendo: ¡Señor, Hijo de David, ten
misericordia de nosotros!
32 Y deteniéndose Jesús, los llamó,
y les dijo: ¿Qué queréis que os haga?
33 Ellos le dijeron: Señor, que
sean abiertos nuestros ojos.
34 Entonces Jesús, compadecido, les
tocó los ojos, y en seguida recibieron la vista; y le siguieron.
Vv. 29—34. Bueno es que los sometidos a la
misma prueba o enfermedad del cuerpo o de la mente, se unan para orar a Dios
por alivio, para que puedan estimularse y exhortarse unos a otros. Hay
suficiente misericordia en Cristo para todos los que piden. Ellos oraban con
fervor. Clamaban como hombres apremiados. Los deseos fríos mendigan negaciones.
Fueron humildes para orar, poniéndose a merced de la misericordia del mediador
y refiriéndose alegremente a ella.
Muestran fe
al orar por el título que dieron a Cristo. Seguro que fue por el Espíritu Santo
que trataron de Señor a Jesús. Perseveraron en oración. Cuando iban en busca de
la misericordia no había tiempo para la timidez o la vacilación: clamaban con
fervor. Cristo los animó. Nos sensibilizamos rápidamente ante las necesidades y
las cargas del cuerpo, y nos podemos relacionar con ellas con prontitud. ¡Oh,
que nos quejásemos con tanto sentimiento de nuestras dolencias espirituales,
especialmente de nuestra ceguera espiritual!
Muchos están
espiritualmente ciegos, pero dicen que ven. Jesús curó a estos ciegos y cuando
hubieron recibido la vista, lo siguieron. Nadie sigue ciegamente a Cristo.
Primero, por gracia Él abre los ojos de los hombres, y así atrae hacia Él sus
corazones. Estos milagros son nuestro llamamiento a Jesús; podemos oírlo y
hacerlo nuestra oración diaria para crecer en gracia y en el conocimiento del
Señor y Salvador Jesucristo.
CAPÍTULO
21
CRISTO ENTRA EN JERUSALÉN.
1 Cuando se acercaron a Jerusalén,
y vinieron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió dos discípulos,
2 diciéndoles: Id a la aldea que
está enfrente de vosotros, y luego hallaréis una asna atada, y un pollino con
ella; desatadla, y traédmelos.
3 Y si alguien os dijere algo,
decid: El Señor los necesita; y luego los enviará.
4 Todo esto aconteció para que se
cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo:
5 Decid a la hija de Sion: He aquí,
tu Rey viene a ti, Manso, y sentado sobre una asna, Sobre un pollino, hijo de
animal de carga.
6 Y los discípulos fueron, e
hicieron como Jesús les mandó;
7 y trajeron el asna y el pollino,
y pusieron sobre ellos sus mantos; y él se sentó encima.
8 Y la multitud, que era muy
numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los
árboles, y las tendían en el camino.
9 Y la gente que iba delante y la
que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que
viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!
10 Cuando entró él en Jerusalén,
toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste?
11 Y la gente decía: Éste es Jesús
el profeta, de Nazaret de Galilea.
Vv. 1—11. Esta venida de Cristo fue
descrita por el profeta Zacarías, 9: 9. Cuando Cristo aparezca en su gloria, es
en mansedumbre, no en majestad, en misericordia para obrar salvación. Como la
mansedumbre y la pobreza externa fueron vistas plenamente en el Rey de Sion, y
marcaron su entrada triunfal en Jerusalén, ¡cuán equivocados estaban la
codicia, la ambición y la soberbia de la vida en los ciudadanos de Sion! Ellos
llevaron el pollino, pero Jesús no lo usó sin el consentimiento del dueño. Los
aperos fueron los que había a mano.
No debemos
pensar que son muy caras las ropas que vestimos para abandonarlas por el
servicio de Cristo. Los sumos sacerdotes y los ancianos después se unieron a la
multitud que lo trató mal en la cruz; pero ninguno de ellos se unió a la
multitud que le rindió honores. Los que toman a Cristo como Rey de ellos deben
poner a sus pies todo lo que tienen.
Hosanna
significa: ¡Salva ahora te rogamos! ¡Bendito el que viene en el nombre del
Señor! ¡Pero de cuán escaso valor es el aplauso de la gente! La multitud
inestable se une al clamor del día, sea ¡Hosanna! o ¡crucifícalo! A menudo, las
multitudes parecen aprobar el evangelio, pero pocos llegan a ser discípulos
coherentes.
Cuando Jesús
iba a entrar en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió; quizá algunos fueron
movidos por el gozo, los que esperaban el Consuelo de Israel; otros, de los
fariseos, fueron movidos por la envidia. Así de variadas son las motivaciones
de la mente de los hombres en cuanto a la cercanía del reino de Cristo.
ECHA DEL TEMPLO A LOS QUE LO
PROFANABAN.
12 Y entró Jesús en el templo de
Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó
las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas;
13 y les dijo: Escrito está: Mi
casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de
ladrones.
14 Y vinieron a él en el templo,
ciegos y cojos, y los sanó.
15 Pero los principales sacerdotes
y los escribas, viendo las maravillas que hacía, y a los muchachos aclamando en
el templo y diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! se indignaron,
16 y le dijeron: ¿Oyes lo que éstos
dicen? Y Jesús les dijo: Sí; ¿nunca leísteis: De la boca de los niños y de los
que maman Perfeccionaste la alabanza?
17 Y dejándolos, salió fuera de la
ciudad, a Betania, y posó allí.
Vv. 12—17. Cristo encontró parte del atrio
del templo convertido en mercado de ganado y de cosas que se usaban en los
sacrificios, y parcialmente ocupados por los cambistas de dinero.
Nuestro
Señor los echó del lugar, como había hecho al iniciar su ministerio, Juan 2,
13–17. Sus obras testificaban de Él más que los Hosannas, y las curaciones que
hizo en el templo fueron cumplimiento de la promesa de que la gloria de la
última casa sería más grande que la gloria de la primera.
Si Cristo
viniera ahora a muchas partes de su iglesia visible, ¡cuántos males secretos
descubriría y limpiaría! ¡Cuántas cosas que se practican a diario bajo el manto
de la religión, demostraría Él que son más adecuadas para una cueva de ladrones
que para una casa de oración!
MALDICIÓN DE LA HIGUERA
ESTÉRIL.
18 Por la mañana, volviendo a la
ciudad, tuvo hambre.
19 Y viendo una higuera cerca del
camino, vino a ella, y no halló nada en ella, sino hojas solamente; y le dijo:
Nunca jamás nazca de ti fruto. Y luego se secó la higuera.
20 Viendo esto los discípulos,
decían maravillados: ¿Cómo es que se secó en seguida la higuera?
21 Respondiendo Jesús, les dijo: De
cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la
higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será
hecho.
22 Y todo lo que pidiereis en
oración, creyendo, lo recibiréis.
Vv. 18—22. La maldición de la higuera
estéril representa el estado de los hipócritas en general, y así nos enseña que
Cristo busca el poder de la religión en quienes la profesan, y el sabor de ella
en quienes dicen tenerla. Sus justas expectativas de los profesos que florecen
suelen frustrarse; viene a muchos buscando fruto y encuentra sólo hojas. Una
profesión falsa se marchita corrientemente en este mundo, y es el efecto de la
maldición dada por Cristo.
La higuera
que no tenía fruto pronto perdió sus hojas. Esto representa en particular el
estado de la nación y pueblo judío. Nuestro Señor Jesús no encontró en ellos
nada sino hojas. Después que rechazaron a Cristo, la ceguera y la dureza se
acrecentaron en ellos hasta que fueron desechados, y desarraigados de su lugar
y de su nación. El Señor fue justo en eso. Temamos mucho la condenación
pronunciada para la higuera estéril.
EL SERMÓN DE JESÚS EN EL
TEMPLO
23 Cuando vino al templo, los
principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron a él mientras
enseñaba, y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿y quién te dio
esta autoridad?
24 Respondiendo Jesús, les dijo: Yo
también os haré una pregunta, y si me la contestáis, también yo os diré con qué
autoridad hago estas cosas.
25 El bautismo de Juan, ¿de dónde
era? ¿Del cielo, o de los hombres? Ellos entonces discutían entre sí, diciendo:
Si decimos, del cielo, nos dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis?
26 Y si decimos, de los hombres,
tememos al pueblo; porque todos tienen a Juan por profeta.
27 Y respondiendo a Jesús, dijeron:
No sabemos. Y él también les dijo: Tampoco yo os digo con qué autoridad hago
estas cosas.
Vv. 23—27. Como ahora nuestro Señor se
manifestó abiertamente como el Mesías, los sumos sacerdotes y los escribas se
ofendieron mucho, en especial porque expuso y eliminó los abusos que ellos
estimulaban. Nuestro Señor preguntó qué pensaban ellos del ministerio y
bautismo de Juan.
Muchos se
asustan más de la vergüenza que produce la mentira que del pecado, y, por
tanto, no tienen escrúpulos para decir lo que saben que es falso, como sus
propios pensamientos, afectos e intenciones o sus recuerdos y olvidos. Nuestro
Señor rehusó responder su pregunta. Mejor es evitar las disputas innecesarias
con los impíos oponentes.
LA PARÁBOLA DE LOS DOS HIJOS
28 Pero ¿qué os parece? Un hombre
tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en
mi viña.
29 Respondiendo él, dijo: No quiero;
pero después, arrepentido, fue.
30 Y acercándose al otro, le dijo
de la misma manera; y respondiendo él, dijo: Sí, señor, voy. Y no fue.
31 ¿Cuál de los dos hizo la
voluntad de su padre? Dijeron ellos: El primero. Jesús les dijo: De cierto os
digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de
Dios.
32 Porque vino a vosotros Juan en
camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le
creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle.
Vv. 28—32. Las parábolas que reprenden, se
dirigen claramente a los ofensores y los juzgan por sus propias bocas. La
parábola de los dos hijos enviados a trabajar en la viña es para mostrar que
los que no sabían que el bautismo de Juan era de Dios, fueron avergonzados por
los que lo sabían y lo reconocen.
Toda la raza
humana es como niños a quienes el Señor ha criado, pero ellos se han rebelado
contra Él, sólo que algunos son más convincentes en su desobediencia que otros.
A menudo sucede que el rebelde atrevido es llevado al arrepentimiento y llega a
ser siervo del Señor, mientras el formalista se endurece en orgullo y
enemistad.
LA PARÁBOLA DEL PADRE DE
FAMILIA.
33 Oíd otra parábola: Hubo un
hombre, padre de familia, el cual plantó una viña, la cercó de vallado, cavó en
ella un lagar, edificó una torre, y la arrendó a unos labradores, y se fue
lejos.
34 Y cuando se acercó el tiempo de
los frutos, envió sus siervos a los labradores, para que recibiesen sus frutos.
35 Más los labradores, tomando a los
siervos, a uno golpearon, a otro mataron, y a otro apedrearon.
36 Envió de nuevo otros siervos,
más que los primeros; e hicieron con ellos de la misma manera.
37 Finalmente les envió su hijo,
diciendo: Tendrán respeto a mi hijo.
38 Mas los labradores, cuando
vieron al hijo, dijeron entre sí: Éste es el heredero; venid, matémosle, y
apoderémonos de su heredad.
39 Y tomándole, le echaron fuera de
la viña, y le mataron.
40 Cuando venga, pues, el señor de
la viña, ¿qué hará a aquellos labradores?
41 Le dijeron: A los malos
destruirá sin misericordia, y arrendará su viña a otros labradores, que le
paguen el fruto a su tiempo.
42 Jesús les dijo: ¿Nunca leísteis
en las Escrituras: La piedra que desecharon los edificadores, Ha venido a ser
cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, Y es cosa maravillosa a nuestros
ojos?
43 Por tanto os digo, que el reino
de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos
de él.
44 Y el que cayere sobre esta
piedra será quebrantado; y sobre quien ella cayere, le desmenuzará.
45 Y oyendo sus parábolas los
principales sacerdotes y los fariseos, entendieron que hablaba de ellos.
46 Pero al buscar cómo echarle mano,
temían al pueblo, porque éste le tenía por profeta.
Vv. 33—46. Esta parábola expresa claramente
el pecado y la ruina de la nación judía; y lo que se dice para acusarles, se
dice para advertir a todos los que gozan los privilegios de la iglesia externa.
Así como los hombres tratan al pueblo de Dios, tratarían al mismo Cristo si
estuviera con ellos. ¡Cómo podemos, si somos fieles a su causa, esperar una
recepción favorable de parte de un mundo impío o de los impíos que profesan el
cristianismo! Preguntémonos si nosotros que tenemos la viña y todas sus
ventajas damos fruto en la temporada debida, como pueblo, familia o individuos.
Nuestro
Salvador declara, en su pregunta, que el Señor de la viña vendrá, y que cuando
venga destruirá a los malos con toda seguridad. Los sumos sacerdotes y los
ancianos eran los constructores y no reconocían su doctrina ni sus leyes; lo
desecharon como piedra despreciada. Pero el que fue desechado por los judíos,
fue abrazado por los gentiles. Cristo sabe quién dará frutos del evangelio en
el uso de los medios del evangelio.
La
incredulidad de los pecadores será su ruina, aunque Dios tiene muchas maneras
de refrenar los remanentes de la ira, como los tiene para hacer que eso que
quebranta redunde en alabanza suya. Que Cristo llegue a ser más y más precioso
para nuestras almas, como firme Fundamento y Piedra angular de su Iglesia.
Sigámosle aunque seamos odiados y despreciados por amor a Él.
CAPÍTULO
22
LA PARÁBOLA DE LA FIESTA DE
BODAS.
1 Respondiendo Jesús, les volvió a
hablar en parábolas, diciendo:
2 El reino de los cielos es
semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo;
3 y envió a sus siervos a llamar a
los convidados a las bodas; mas éstos no quisieron venir.
4 Volvió a enviar otros siervos,
diciendo: Decid a los convidados: He aquí, he preparado mi comida; mis toros y
animales engordados han sido muertos, y todo está dispuesto; venid a las bodas.
5 Más ellos, sin hacer caso, se
fueron, uno a su labranza, y otro a sus negocios;
6 y otros, tomando a los siervos,
los afrentaron y los mataron.
7 Al oírlo el rey, se enojó; y
enviando sus ejércitos, destruyó a aquellos homicidas, y quemó su ciudad.
8 Entonces dijo a sus siervos: Las
bodas a la verdad están preparadas; mas los que fueron convidados no eran
dignos.
9 Id, pues, a las salidas de los
caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis.
10 Y saliendo los siervos por los caminos,
juntaron a todos los que hallaron, juntamente malos y buenos; y las bodas
fueron llenas de convidados.
11 Y entró el rey para ver a los
convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda.
12 Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste
aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció.
13 Entonces el rey dijo a los que
servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera; allí
será el lloro y el crujir de dientes.
14 Porque muchos son llamados, y
pocos escogidos.
Vv. 1—14. La provisión hecha para las almas
perecederas en el evangelio, está representada por una fiesta real hecha por un
rey, con prodigalidad oriental, en ocasión del matrimonio de su hijo.
Nuestro Dios
misericordioso no sólo ha provisto el alimento, sino un festejo real para las
almas que perecen de sus rebeldes criaturas. En la salvación de su Hijo
Jesucristo hay suficiente y de sobra de todo lo que se pueda agregar a nuestro
consuelo presente y dicha eterna. Los primeros invitados fueron los judíos.
Cuando los profetas
del Antiguo Testamento no prevalecieron, ni Juan el Bautista, ni el mismo
Cristo, que les dijo que el reino de Dios estaba cerca, fueron enviados los
apóstoles y ministros del evangelio, después de la resurrección de Cristo, a
decirles que iba a venir y persuadirlos para que aceptaran la oferta. La razón
del por qué los pecadores no van a Cristo y a la salvación por Él no es que no
puedan, sino que no quieren.
Tomarse a la
ligera a Cristo y la gran salvación obrada por Él, es el pecado que condena al
mundo. Ellos fueron indiferentes. Las multitudes perecen para siempre por pura
indiferencia sin mostrar aversión directa, pero son negligentes acerca de sus
almas. Además, las actividades y el provecho de las ocupaciones mundanas
estorban a muchos para cerrar trato con el Salvador.
Campesinos y
mercaderes deben ser diligentes, pero cualquiera sea la cosa del mundo que
tengamos en nuestras manos, debemos poner cuidado en mantenerla fuera de
nuestros corazones, no sea que se interponga entre nosotros y Cristo. La
extrema ruina sobrevenida a la iglesia y a la nación judía está representada
aquí. La persecución de los fieles ministros de Cristo llena la medida de la
culpa de todo pueblo.
No se
esperaba la oferta de Cristo y la salvación de los gentiles; fue tanta sorpresa
como sería que se invitara a una fiesta de boda real al caminante. El designio
del evangelio es recoger almas para Cristo; a todos los hijos de Dios
esparcidos por todos lados, Juan 10: 16; 11: 52.
El ejemplo
de los hipócritas está representado por el invitado que no tenía traje de boda.
Nos concierne a todos prepararnos para el juicio; y los que, y sólo los que se
vistan del Señor Jesús, que tengan el temperamento mental cristiano, que vivan
por fe en Cristo y para quienes Él es el todo en todo, tienen la vestimenta
para la boda.
La justicia
de Cristo que nos es imputada y la santificación del Espíritu son, ambas, por
igual necesarias. Nadie tiene el ropaje de boda por naturaleza ni puede
hacérselo por sí mismo. Llega el día en que los hipócritas serán llamados a
rendir cuentas de todas sus intrusiones presuntuosas en las ordenanzas del
evangelio y de la usurpación de los privilegios del evangelio.
Echadlo a
las tinieblas de afuera. Los que andan en forma indigna del cristianismo,
abandonan toda la dicha que proclaman presuntuosamente. Nuestro Salvador pasa
aquí desde la parábola a su enseñanza. Los hipócritas andan a la luz del
evangelio mismo camino a la extrema oscuridad. Muchos son llamados a la fiesta
de boda, esto es, a la salvación, pero pocos tienen el ropaje de la boda, la
justicia de Cristo, la santificación del Espíritu. Entonces, examinémonos si
estamos en la fe y procuremos ser aprobados por el Rey.
LOS FARISEOS PREGUNTAN A
JESÚS SOBRE EL IMPUESTO.
15 Entonces se fueron los fariseos y
consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra.
16 Y le enviaron los discípulos de
ellos con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres amante de la
verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de
nadie, porque no miras la apariencia de los hombres.
17 Dinos, pues, qué te parece: ¿Es
lícito dar tributo a César, o no?
18 Pero Jesús, conociendo la malicia
de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas?
19 Mostradme la moneda del tributo.
Y ellos le presentaron un denario.
20 Entonces les dijo: ¿De quién es
esta imagen, y la inscripción?
21 Le dijeron: De César. Y les
dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.
22 Oyendo esto, se maravillaron, y
dejándole, se fueron.
Vv. 15—22. Los fariseos enviaron sus
discípulos a los herodianos, un partido de los judíos, que apoyaba la sumisión
total al emperador romano. Aunque eran contrarios entre sí, se unieron contra
Cristo. Lo que dijeron de Cristo estaban bien; sea que lo supieran o no, bendito
sea Dios que nosotros lo sabemos. Jesucristo fue un maestro fiel, uno que
reprueba directamente. Cristo vio su iniquidad.
Cualquiera
sea la máscara que se ponga el hipócrita, nuestro Señor Jesús ve a través de
ella. Cristo no intervino como juez en materias de esta naturaleza, porque su
reino no es de este mundo, pero insta a sujetarse pacíficamente a los poderes
que hay. Reprobó a sus adversarios y enseñó a sus discípulos que la religión
cristiana no es enemiga del gobierno civil. Cristo es y será la maravilla no
sólo de sus amigos, sino de sus enemigos. Ellos admiran su sabiduría, pero no
serán guiados por ella, y su poder, pero no se someterán.
LA PREGUNTA DE LOS SADUCEOS
SOBRE LA RESURRECCIÓN.
23 Aquel día vinieron a él los
saduceos, que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron,
24 diciendo: Maestro, Moisés dijo:
Si alguno muriere sin hijos, su hermano se casará con su mujer, y levantará
descendencia a su hermano.
25 Hubo, pues, entre nosotros siete
hermanos; el primero se casó, y murió; y no teniendo descendencia, dejó su
mujer a su hermano.
26 De la misma manera también el
segundo, y el tercero, hasta el séptimo.
27 Y después de todos murió también
la mujer.
28 En la resurrección, pues, ¿de
cuál de los siete será ella mujer, ya que todos la tuvieron?
29 Entonces respondiendo Jesús, les
dijo: Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios.
30 Porque en la resurrección ni se
casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el
cielo.
31 Pero respecto a la resurrección
de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo:
32 Yo soy el Dios de Abraham, el
Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.
33 Oyendo esto la gente, se
admiraba de su doctrina.
Vv. 23—33. Las doctrinas de Cristo
desagradan a los infieles saduceos y a los fariseos y herodianos. Él lleva las
grandes verdades de la resurrección y el estado futuro más allá de lo que se
había revelado hasta entonces. No hay modo de deducir del estado de cosas en
este mundo lo que acontecerá en el más allá. La verdad sea puesta a la luz
clara y se manifieste con toda su fuerza. Habiéndolos silenciado de este modo,
nuestro Señor procedió a mostrar la verdad de la doctrina de la resurrección a
partir de los libros de Moisés.
Dios le
declaró a Moisés que era el Dios de los patriarcas que habían muerto hacía
mucho tiempo; esto demuestra que ellos estaban entonces en un estado del ser
capaz de disfrutar su favor y prueba que la doctrina de la resurrección es
claramente enseñada en el Antiguo Testamento y en el Nuevo. Pero esta doctrina
estaba reservada para una revelación más plena después de la resurrección de
Cristo, primicia de los que durmieron. Todos los errores surgen de no conocer
las Escrituras y el poder de Dios.
En este
mundo la muerte se lleva a uno tras otro y así, termina con todas las esperanzas,
los goces, las penas y las relaciones terrenales. ¡Qué desgraciados son los que
no esperan nada mejor más allá de la tumba!
LA ESENCIA DE LOS
MANDAMIENTOS.
34 Entonces los fariseos, oyendo que
había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una.
35 Y uno de ellos, intérprete de la
ley, preguntó por tentarle, diciendo:
36 Maestro, ¿cuál es el gran
mandamiento en la ley?
37 Jesús le dijo: Amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
38 Éste es el primero y grande
mandamiento.
39 Y el segundo es semejante:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
40 De estos dos mandamientos depende
toda la ley y los profetas.
Vv. 34—40. Un intérprete de la ley preguntó
algo a nuestro Señor para probar no tanto su conocimiento como su juicio. El
amor de Dios es el primer y gran mandamiento, y el resumen de todos los
mandamientos de la primera tabla. Nuestro amor por Dios debe ser sincero, no
sólo de palabra y lengua. Todo nuestro amor es poco para dárselo, por tanto
todos los poderes del alma deben comprometerse con Él y ejecutados para Él.
Amar a
nuestro prójimo como a nosotros mismos es el segundo gran mandamiento. Hay un
amor propio que es corrompido y raíz de los pecados más grandes y debe ser
dejado y mortificado; pero hay un amor propio que es la regla del deber más
grande: hemos de tener el debido interés por el bienestar de nuestra alma y
nuestro cuerpo.
Debemos amar
a nuestro prójimo tan verdadera y sinceramente como nos amamos a nosotros
mismos; en muchos casos debemos negarnos a nosotros por el bien del prójimo.
Por estos dos mandamientos moldeen, nuestro corazón.
JESÚS INTERROGA A LOS
FARISEOS.
41 Y estando juntos los fariseos,
Jesús les preguntó,
42 diciendo: ¿Qué pensáis del
Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: De David.
43 Él les dijo: ¿Pues cómo David en
el Espíritu le llama Señor, diciendo:
44 Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?
45 Pues si David le llama Señor,
¿cómo es su hijo?
46 Y nadie le podía responder
palabra; ni osó alguno desde aquel día preguntarle más.
Vv. 41—46. Cuando Cristo dejó perplejos a
sus enemigos, preguntó qué pensaban del Mesías prometido. ¿Cómo podía Él ser el
Hijo de David y, sin embargo, ser su Señor? Cita el Salmo 110: 1. Si el Cristo
iba a ser un simple hombre, que sólo existiría mucho tiempo después de la
muerte de David, ¿cómo podía su antepasado tratarlo de Señor? Los fariseos no
pudieron contestar eso. Ni tampoco resolver la dificultad, a menos que
reconozcan que el Mesías sea el Hijo de Dios y el Señor de David igualmente que
el Padre.
Él tomó
nuestra naturaleza humana y, así, se manifestó Dios en la carne; en este
sentido es el Hijo del hombre y el Hijo de David. Nos conviene sobre todo
indagar seriamente: “¿qué pensamos de Cristo?” ¿Es Él completamente glorioso a
nuestros ojos y precioso a nuestros corazones? Que Cristo sea nuestro gozo,
nuestra confianza, nuestro todo. Que diariamente seamos hechos más como Él, y
más dedicados a su servicio.
CAPÍTULO
23
JESÚS REPRENDE A LOS ESCRIBAS
Y A LOS FARISEOS.
1 Entonces habló Jesús a la gente y
a sus discípulos, diciendo:
2 En la cátedra de Moisés se
sientan los escribas y los fariseos.
3 Así que, todo lo que os digan
que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque
dicen, y no hacen.
4 Porque atan cargas pesadas y
difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos
ni con un dedo quieren moverlas.
5 Antes, hacen todas sus obras
para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden
los flecos de sus mantos;
6 y aman los primeros asientos en
las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas,
7 y las salutaciones en las
plazas, y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí.
8 Pero vosotros no queráis que os
llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois
hermanos.
9 Y no llaméis padre vuestro a
nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.
10 Ni seáis llamados maestros;
porque uno es vuestro Maestro, el Cristo.
11 El que es el mayor de vosotros,
sea vuestro siervo.
12 Porque el que se enaltece será
humillado, y el que se humilla será enaltecido.
Vv. 1—12. Los escribas y los fariseos
explicaban la ley de Moisés y obligaban a obedecerla. Son acusados de
hipocresía en la religión. Sólo podemos juzgar conforme a las apariencias
externas, pero Dios escudriña el corazón. Ellos hacían filacterias que eran
rollos de papel o pergamino donde escribían cuatro artículos de la ley, para
atarlos a la frente o al brazo izquierdo, Éxodo 13: 2–10; Éxodo 13: 11–16;
Deuteronomio 6: 4–9; Deuteronomio 11: 13–21.
Hacían estas
filacterias extensas para que se pensara que eran más celosos de la ley que los
demás. Dios mandó a los judíos que se pusieran franjas sobre sus vestiduras,
Números 15: 38, para recordarles que son un pueblo peculiar, pero los fariseos
las hacían más grandes que lo corriente, como si por eso fueran más religiosos que
los demás. El orgullo era el pecado amado reinante en los fariseos, el pecado
que más fácilmente los asaltaba, y contra el cual el Señor Jesús habla
aprovechando todas las ocasiones.
Para aquel
que es enseñado en la palabra, es digno de elogio que honre al que enseña; pero
para el que enseña es pecaminoso exigir esa honra e hincharse por eso. ¡Cuán
contrario al espíritu del cristianismo es esto! Al discípulo coherente de
Cristo le es penoso ser puesto en los lugares principales, pero cuando se mira
alrededor en la iglesia visible, ¿quién pensara que este es el espíritu
requerido? Claro es que alguna medida de este espíritu anticristiano predomina
en toda sociedad religiosa y en el corazón de cada uno de nosotros.
DELITOS DE LOS FARISEOS.
13 Más ¡ay de vosotros, escribas y
fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los
hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando.
14 ¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto
hacéis largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación.
15 ¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y
una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros.
16 ¡Ay de vosotros, guías ciegos!
que decís: Si alguno jura por el templo, no es nada; pero si alguno jura por el
oro del templo, es deudor.
17 ¡Insensatos y ciegos! porque
¿cuál es mayor, el oro, o el templo que santifica al oro?
18 También decís: Si alguno jura por
el altar, no es nada; pero si alguno jura por la ofrenda que está sobre él, es
deudor.
19 ¡Necios y ciegos! porque ¿cuál
es mayor, la ofrenda, o el altar que santifica la ofrenda?
20 Pues el que jura por el altar,
jura por él, y por todo lo que está sobre él;
21 y el que jura por el templo,
jura por él, y por el que lo habita;
22 y el que jura por el cielo, jura
por el trono de Dios, y por aquel que está sentado en él.
23 ¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y
dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto
era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello.
24 ¡Guías ciegos, que coláis el
mosquito, y tragáis el camello!
25 ¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero
por dentro estáis llenos de robo y de injusticia.
26 ¡Fariseo ciego! Limpia primero
lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio.
27 ¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por
fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos
de muertos y de toda inmundicia.
28 Así también vosotros por fuera, a
la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de
hipocresía e iniquidad.
29 ¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos, hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y
adornáis los monumentos de los justos,
30 y decís: Si hubiésemos vivido en
los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de
los profetas.
31 Así que dais testimonio contra
vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas.
32 ¡Vosotros también llenad la
medida de vuestros padres!
33 ¡Serpientes, generación de
víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?
Vv. 13—33. Los escribas y los fariseos eran
enemigos del evangelio de Cristo y, por tanto, de la salvación de las almas de
los hombres. Malo es mantenernos alejados de Cristo, pero peor es mantener a
los demás lejos de Él. Sin embargo, no es novedad que la apariencia y la forma
de la piedad se usen como manto para las mayores enormidades.
Pero la
piedad hipócrita será considerada como doble iniquidad. Estaban muy ocupados en
ganar almas para su partido. No para la gloria de Dios, ni para bien de las
almas, sino para tener el mérito y la ventaja de hacer prosélitos. Siendo la
ganancia su piedad ellos con miles de estratagemas hicieron que la religión
cediera su lugar a sus intereses mundanos. Eran muy estrictos y precisos en
materias mínimas de la ley, pero negligentes y consecuentes en las materias de
mayor peso.
No es el
escrúpulo de un pecadillo que reprueba aquí Cristo; si fuera un pecado, aun
como un mosquito, había que filtrarlo, pero hacían eso y, luego, se tragaban un
camello, es decir, cometían un pecado mayor. Aunque parecían ser santos, no
eran sobrios ni justos. Realmente somos lo que somos por dentro.
Los motivos
externos pueden mantener limpio lo de afuera mientras el interior está inmundo;
pero si el corazón y el espíritu son hechos nuevos, habrá vida nueva; aquí
debemos empezar con nosotros mismos. La justicia de los escribas y los fariseos
era como los adornos de una tumba o el vestido de un cadáver, sólo para el
espectáculo.
Lo engañoso
de los corazones de los pecadores se manifiesta en que navegan corriente abajo
por los torrentes de los pecados de su propio tiempo, mientras se jactan de
haberse opuesto a los pecados de días anteriores.
A veces
pensamos que si nosotros hubiésemos vivido cuando Cristo estuvo en la tierra,
no lo hubiésemos despreciado ni rechazado, como entonces hicieron los hombres;
pero Cristo en su Espíritu, en su palabra, en sus ministros aún no es tratado mejor.
Justo es que Dios entregue a la lujuria de sus corazones a éstos que se
obstinan en satisfacerse a sí mismos. Cristo da a los hombres su carácter
verdadero.
LA CULPA DE JERUSALÉN.
34 Por tanto, he aquí yo os envío
profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a
otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad;
35 para que venga sobre vosotros
toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de
Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis
entre el templo y el altar.
36 De cierto os digo que todo esto
vendrá sobre esta generación.
37 ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas
a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise
juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y
no quisiste!
38 He aquí vuestra casa os es
dejada desierta.
39 Porque os digo que desde ahora
no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor.
Vv. 34—39. Nuestro Señor declara las
miserias que estaban por acarrearse a sí mismos los habitantes de Jerusalén,
pero no se fija en los sufrimientos que Él iba a pasar. Una gallina que junta a
sus pollos bajo sus alas, es un emblema adecuado del tierno amor del Salvador
por aquellos que confían en Él, y su fiel cuidado por ellos. Él llama a los
pecadores a que se refugien en su tierna protección, los mantiene a salvo, y
los nutre para la vida eterna.
Aquí se
anuncian la dispersión y la incredulidad presente de los judíos, y su futura
conversión a Cristo. Jerusalén y sus hijos tenían gran parte de culpa y su
castigo ha sido una señal. Pero no antes de mucho, la venganza merecida caerá
sobre cada iglesia que es cristiana sólo de nombre. Mientras tanto, el Salvador
está listo para recibir a todos los que vayan a Él. Nada hay entre los
pecadores y la dicha eterna, sino su orgullo y su incrédula falta de voluntad.
CAPÍTULO
24
CRISTO ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN
DEL TEMPLO.
1 Cuando Jesús salió del templo y
se iba, se acercaron sus discípulos para mostrarle los edificios del templo.
2 Respondiendo él, les dijo: ¿Veis
todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no
sea derribada.
3 Y estando él sentado en el monte
de los Olivos, los discípulos se le acercaron aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo
serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?
Vv. 1—3. Cristo predice la total ruina y
la destrucción futura del templo. Una crédula visión en fe de la desaparición
de toda gloria mundanal, nos servirá para que evitemos admirarla y
sobrevalorarla. El cuerpo más bello será pronto comida para los gusanos, y el
edificio más magnífico, un montón de escombros. ¿No ve estas cosas? Nos hará bien
que las miremos como viendo a través de ellas y viendo el fin de ellas.
Nuestro
Señor, habiéndose ido con sus discípulos al Monte de los Olivos, puso ante
ellos el orden de los tiempos en cuanto a los judíos, hasta la destrucción de
Jerusalén, y en cuanto a los hombres en general hasta el fin del mundo.
DESASTRES PREVIOS A LA
DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN.
4 Respondiendo Jesús, les dijo:
Mirad que nadie os engañe.
5 Porque vendrán muchos en mi
nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán.
6 Y oiréis de guerras y rumores de
guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca;
pero aún no es el fin.
7 Porque se levantará nación contra
nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en
diferentes lugares.
8 Y todo esto será principio de
dolores.
9 Entonces os entregarán a
tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa
de mi nombre.
10 Muchos tropezarán entonces, y se
entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán.
11 Y muchos falsos profetas se
levantarán, y engañarán a muchos;
12 y por haberse multiplicado la
maldad, el amor de muchos se enfriará.
13 Más el que persevere hasta el
fin, éste será salvo.
14 Y será predicado este evangelio
del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces
vendrá el fin.
15 Por tanto, cuando veáis en el
lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que
lee, entienda),
16 entonces los que estén en Judea,
huyan a los montes.
17 El que esté en la azotea, no
descienda para tomar algo de su casa;
18 y el que esté en el campo, no
vuelva atrás para tomar su capa.
19 Más ¡ay de las que estén
encintas, y de las que críen en aquellos días!
20 Orad, pues, que vuestra huida no
sea en invierno ni en día de reposo;
21 porque habrá entonces gran
tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni
la habrá.
22 Y si aquellos días no fuesen
acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días
serán acortados.
23 Entonces, si alguno os dijere:
Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis.
24 Porque se levantarán falsos cristos,
y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que
engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos.
25 Ya os lo he dicho antes.
26 Así que, si os dijeren: Mirad,
está en el desierto, no salgáis; o mirad, está en los aposentos, no lo creáis.
27 Porque como el relámpago que sale
del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del
Hijo del Hombre.
28 Porque dondequiera que estuviere
el cuerpo muerto, allí se juntarán las águilas.
Vv. 4—28. Los discípulos preguntaron
acerca de los tiempos, ¿Cuándo serán estas cosas? Cristo no les contestó eso,
pero ellos también habían preguntado: ¿Cuál será la señal? Esta pregunta la
contestó plenamente. La profecía trata primero los acontecimientos próximos, la
destrucción de Jerusalén, el fin de la iglesia y del estado de los judíos, el
llamado a los gentiles, y el establecimiento del reino de Cristo en el mundo;
pero también mira al juicio general; y al cercano, apunta más en detalle a este
último.
Lo que dijo
aquí Cristo a sus discípulos, tendía más a fomentar la cautela que a satisfacer
su curiosidad; más a prepararlos para los acontecimientos que sucederían que a
darles una idea clara de los hechos. Este es el buen entendimiento de los
tiempos que todos debemos codiciar, para de eso inferir lo que Israel debe
hacer.
Nuestro Salvador
advierte a sus discípulos que estén en guardia contra los falsos maestros.
Anuncia guerras y grandes conmociones entre las naciones. Desde el tiempo en
que los judíos rechazaron a Cristo y Él dejó su casa desolada, la espada nunca
se ha apartado de ellos. Véase lo que pasa por rechazar el evangelio. A los que
no oigan a los mensajeros de la paz, se les hará oír a los mensajeros de la
guerra.
Pero donde
esté puesto el corazón, confiando en Dios, se mantiene en paz y no se asusta.
Contrario a la mente de Cristo es que su pueblo tenga corazones perturbados aun
en tiempos turbulentos. Cuando miramos adelante a la eternidad de la miseria
que está ante los obstinados que rechazan a Cristo y su evangelio, podemos
decir en verdad: Los juicios terrenales más grandes sólo son principio de
dolores.
Consuela que
algunos perseveren hasta el fin. Nuestro Señor predice la predicación del
evangelio en todo el mundo. El fin del mundo sólo vendrá cuando el evangelio
haya hecho su obra. Cristo anuncia la ruina que sobrevendrá al pueblo judío; y
lo que dice aquí, servirá a sus discípulos para su conducta y para consuelo. Si
Dios abre una puerta de escape, debemos escapar, de lo contrario no confiamos
en Dios, sino lo tentamos.
En tiempos
de trastorno público corresponde a los discípulos de Cristo estar orando mucho:
eso nunca es inoportuno, pero se vuelve especialmente oportuno cuando estamos
angustiados por todos lados. Aunque debemos aceptar lo que Dios envíe, aún
podemos orar contra los sufrimientos; y algo que prueba mucho al hombre bueno
es ser sacado por una obra de necesidad del servicio y adoración solemnes de
Dios en el día de reposo.
Pero he aquí
una palabra de consuelo, que por amor a los elegidos esos días serán acortados
en relación a lo que concibieron sus enemigos, que los hubieran cortados a
todos, si Dios, que usó a esos enemigos para servir sus propósitos, no hubiera
puesto límite a la ira de ellos. Cristo
anuncia la rápida difusión del evangelio en el mundo. Es visto simplemente como
el rayo. Cristo predicó abiertamente su evangelio. Los romanos eran como águila
y la insignia de sus ejércitos era el águila.
Cuando un
pueblo, por su pecado, se hace como asquerosos esqueletos, nada puede
esperarse, sino que Dios envíe enemigos para destruirlo. Esto es muy aplicable
al día del juicio, la venida de nuestro Señor Jesucristo en ese día, 2ª
Tesalonicenses 2: 1, 2. Pongamos diligencia para hacer segura nuestra elección
y vocación; entonces podremos saber que ningún enemigo ni engañador prevalecerá
contra nosotros.
CRISTO ANUNCIA OTRAS SEÑALES
Y DESGRACIAS DEL FIN DEL MUNDO.
29 E inmediatamente después de la
tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su
resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos
serán conmovidas.
30 Entonces aparecerá la señal del
Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la
tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con
poder y gran gloria.
31 Y enviará sus ángeles con gran
voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un
extremo del cielo hasta el otro.
32 De la higuera aprended la
parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el
verano está cerca.
33 Así también vosotros, cuando
veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas.
34 De cierto os digo, que no pasará
esta generación hasta que todo esto acontezca.
35 El cielo y la tierra pasarán,
pero mis palabras no pasarán.
36 Pero del día y la hora nadie
sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre.
37 Más como en los días de Noé, así
será la venida del Hijo del Hombre.
38 Porque como en los días antes
del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta
el día en que Noé entró en el arca,
39 y no entendieron hasta que vino
el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del
Hombre.
40 Entonces estarán dos en el campo;
el uno será tomado, y el otro será dejado.
41 Dos mujeres estarán moliendo en
un molino; la una será tomada, y la otra será dejada.
Vv. 29—41. Cristo predice su segunda
venida. Es habitual que los profetas hablen de cosas cercanas y a la mano para
expresar la grandeza y certidumbre de ellas. En cuanto a la segunda venida de
Cristo, se anuncia que habrá un gran cambio para hacer nuevas todas las cosas.
Entonces verán al Hijo del hombre que viene en las nubes.
En su
primera venida fue puesto como señal que sería contradicha, pero en su segunda
venida, una señal que debe ser admirada. Tarde o temprano, todos los pecadores
se lamentarán, pero los pecadores arrepentidos miran a Cristo y se duelen de
manera santa; y los que siembran con lágrimas cosecharán con gozo dentro de
poco.
Los
pecadores impenitentes verán a Aquel que traspasaron y, aunque ahora ríen,
entonces lamentarán y llorarán con horror y desesperación interminable. Los
elegidos de Dios están dispersos en todas partes; los hay en todas partes y en
todas las naciones, pero cuando llegue ese gran día de reunión no habrá uno
solo de ellos que falte. La distancia del lugar no dejará a nadie fuera del cielo.
Nuestro
Señor declara que los judíos nunca cesarán de ser un pueblo distinto hasta que
se cumplan todas las cosas que había predicho. Su profecía llega al día del
juicio final; por tanto, aquí, versículo 34, anuncia que Judá nunca dejará de
existir como pueblo distinto, mientras dure este mundo.
Los hombres
del mundo complotan y planean de generación en generación, pero no planean con
referencia al hecho más seguro de la segunda venida de Cristo, que se acerca
sobrecogedor, el cual terminará con toda estratagema humana, y echará a un lado
por siempre todo lo que Dios prohíbe. Ese será un día tan sorpresivo como el
diluvio para el mundo antiguo. Aplíquese esto, primero, a los juicios
temporales, particularmente el que entonces llegaba apresuradamente a la nación
y pueblo de los judíos. Segundo, al juicio eterno.
Aquí Cristo
muestra el estado del mundo antiguo cuando llegó el diluvio; y ellos no creían.
Si nosotros supiéramos correctamente que todas las cosas terrenales deben pasar
dentro de poco, no pondríamos nuestros ojos y nuestro corazón en ellas tanto
como lo hacemos. ¡Qué palabras pueden describir con más fuerza lo súbito de la
llegada de nuestro Salvador! Los hombres estarán en sus respectivas ocupaciones
y, repentinamente se manifestará el Señor de gloria.
Las mujeres
estarán en sus tareas domésticas, pero en ese momento toda otra obra será
dejada de lado, y todo corazón se volverá adentro y dirá, ¡es el Señor! ¿Estoy
preparado para encontrarlo? ¿Puedo estar ante Él? Y de hecho ¿qué es el día del
juicio para todo el mundo, si no el día de la muerte de cada uno?
EXHORTACIONES A VELAR.
42 Velad, pues, porque no sabéis a
qué hora ha de venir vuestro Señor.
43 Pero sabed esto, que si el padre
de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría
minar su casa.
44 Por tanto, también vosotros estad
preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis.
45 ¿Quién es, pues, el siervo fiel y
prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a
tiempo?
46 Bienaventurado aquel siervo al
cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así.
47 De cierto os digo que sobre
todos sus bienes le pondrá.
48 Pero si aquel siervo malo dijere
en su corazón: Mi señor tarda en venir;
49 y comenzare a golpear a sus
consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos,
50 vendrá el señor de aquel siervo
en día que éste no espera, y a la hora que no sabe,
51 y lo castigará duramente, y
pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes.
Vv. 42—51. Velar por la venida de Cristo es
mantener el temperamento mental en que deseamos que nos halle nuestro Señor.
Sabemos que tenemos poco tiempo para vivir, no podemos saber si tenemos largo
tiempo para vivir; mucho menos sabemos el tiempo fijado para el juicio. La
venida de nuestro Señor será feliz para los que estén preparados, pero será muy
espantosa para quienes no lo estén. Si un hombre, que profesa ser siervo de
Cristo, es incrédulo, codicioso, ambicioso o amante del placer, será cortado.
Quienes
escogen por porción el mundo en esta vida, tendrán el infierno como porción en
la otra. Que nuestro Señor, cuando venga, nos sentencie bienaventurados y nos
presente ante el Padre, lavados en su sangre, purificados por su Espíritu, y
aptos para ser partícipes de la suerte de los santos en luz.
CAPÍTULO
25
PARÁBOLA DE LAS DIEZ
VÍRGENES.
1 Entonces el reino de los cielos
será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al
esposo.
2 Cinco de ellas eran prudentes y
cinco insensatas.
3 Las insensatas, tomando sus
lámparas, no tomaron consigo aceite;
4 más las prudentes tomaron aceite
en sus vasijas, juntamente con sus lámparas.
5 Y tardándose el esposo,
cabecearon todas y se durmieron.
6 Y a la medianoche se oyó un
clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!
7 Entonces todas aquellas vírgenes
se levantaron, y arreglaron sus lámparas.
8 Y las insensatas dijeron a las
prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan.
9 Mas las prudentes respondieron
diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que
venden, y comprad para vosotras mismas.
10 Pero mientras ellas iban a
comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las
bodas; y se cerró la puerta.
11 Después vinieron también las
otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos!
12 Mas él, respondiendo, dijo: De
cierto os digo, que no os conozco.
13 Velad, pues, porque no sabéis el
día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir.
Vv. 1—13. Las circunstancias de la
parábola de las diez vírgenes fueron tomadas de las costumbres nupciales de los
judíos y explica el gran día de la venida de Cristo. Véase la naturaleza del
cristianismo. Como cristianos profesamos atender a Cristo, honrarlo, y estar a
la espera de su venida. Los cristianos sinceros son las vírgenes prudentes, y
los hipócritas son las necias. Son verdaderamente sabios o necios los que así
actúan en los asuntos de su alma.
Muchos
tienen una lámpara de profesión en sus manos, pero en sus corazones no tienen
el conocimiento sano ni la resolución, que son necesarios para llevarlos a
través de los servicios y las pruebas del estado presente. Sus corazones no han
sido provistos de una disposición santa por el Espíritu de Dios que crea de
nuevo. Nuestra luz debe brillar ante los hombres en buenas obras; pero no es
probable que esto se haga por mucho tiempo, a menos que haya un principio
activo de fe en Cristo y amor por nuestros hermanos en el corazón.
Todas
cabecearon y se durmieron. La demora representa el espacio entre la conversión
verdadera o aparente de estos profesantes y la venida de Cristo, para llevarlos
por la muerte o para juzgar al mundo. Pero aunque Cristo tarde más allá de
nuestra época, no tardará más allá del tiempo debido. Las vírgenes sabias
mantuvieron ardiendo sus lámparas, pero no se mantuvieron despiertas.
Demasiados
son los cristianos verdaderos que se vuelven remisos y un grado de negligencia
da lugar a otro. Los que se permiten cabecear, escasamente evitan dormirse; por
tanto tema el comienzo del deterioro espiritual. Se oye un llamado
sorprendente, Salid a recibirle; es un llamado para los que están preparados.
La noticia de la venida de Cristo y el llamado a salir a recibirle, los
despertará. Aun los que estén preparados en la mejor forma para la muerte
tienen trabajo que hacer para estar verdaderamente preparados, 2 Pedro 3: 14.
Será un día
de búsqueda y de preguntas; nos corresponde pensar cómo seremos hallados
entonces. Algunas llevaron aceite para abastecer sus lámparas antes de salir.
Las que no alcanzan la gracia verdadera ciertamente hallarán su falta en uno u
otro momento. Una profesión externa puede alumbrar a un hombre en este mundo,
pero las humedades del valle de sombra de muerte extinguirán su luz. Los que no
se preocupan por vivir la vida, morirán de todos modos la muerte del justo.
Pero los que serán salvos deben tener gracia propia; y los que tienen más
gracia no tienen nada que ahorrar.
El mejor
necesita más de Cristo. Mientras la pobre alma alarmada se dirige, en el lecho
de enfermo, al arrepentimiento y la oración con espantosa confusión, viene la
muerte, viene el juicio, la obra es deshecha, y el pobre pecador es deshecho
para siempre. Esto viene de haber tenido que comprar aceite cuando debíamos
quemarlo, obtener gracia cuando teníamos que usarla. Los que, y únicamente
ellos, irán al cielo del más allá, están siendo preparados para el cielo aquí.
Lo súbito de la muerte y de la llegada de Cristo a nosotros entonces, no
estorbará nuestra dicha si nos hemos preparado. La puerta fue cerrada.
Muchos
procurarán ser recibidos en el cielo cuando sea demasiado tarde. La vana
confianza de los hipócritas los llevará lejos en las expectativas de felicidad.
La convocatoria inesperada de la muerte puede alarmar al cristiano pero,
procediendo sin demora a cebar su lámpara, sus gracias suelen brillar más fuerte;
mientras la conducta del simple profesante muestra que su lámpara se está
apagando. Por tanto, velad, atended el asunto de vuestras almas. Estad todo el
día en el temor del Señor.
PARÁBOLA DE LOS TALENTOS.
14 Porque el reino de los cielos es
como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes.
15 A uno dio cinco talentos, y a
otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue
lejos.
16 Y el que había recibido cinco
talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos.
17 Asimismo el que había recibido
dos, ganó también otros dos.
18 Pero el que había recibido uno
fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor.
19 Después de mucho tiempo vino el
señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos.
20 Y llegando el que había recibido
cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me
entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos.
21 Y su señor le dijo: Bien, buen
siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el
gozo de tu señor.
22 Llegando también el que había
recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he
ganado otros dos talentos sobre ellos.
23 Su señor le dijo: Bien, buen
siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el
gozo de tu señor.
24 Pero llegando también el que
había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro, que
siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste;
25 por lo cual tuve miedo, y fui y
escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo.
26 Respondiendo su señor, le dijo:
Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde
no esparcí.
27 Por tanto, debías haber dado mi
dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los
intereses.
28 Quitadle, pues, el talento, y
dadlo al que tiene diez talentos.
29 Porque al que tiene, le será
dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.
30 Y al siervo inútil echadle en
las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.
Vv. 14—30. Cristo no tiene siervos para que
estén ociosos: ellos han recibido su todo de Él y nada tienen que puedan llamar
propio, salvo pecado. Que recibamos de Cristo es para que trabajemos por Él. La
manifestación del Espíritu es dada a todo hombre para provecho. El día de
rendir cuentas llega por fin.
Todos
debemos ser examinados en cuanto a lo bueno que hayamos logrado para nuestra
alma y para nuestro prójimo, por las ventajas que disfrutamos. No significa que
el realce de los poderes naturales pueda dar mérito a un hombre para la gracia
divina. Es libertad y privilegio del cristiano verdadero ser empleado como
siervo de su Redentor, fomentando su gloria, y el bien de su pueblo: el amor de
Cristo le constriñe a no vivir más para sí, sino para aquel que murió y
resucitó por él.
Los que
piensan que es imposible complacer a Dios, y es en vano servirle, nada harán
para el propósito de la religión. Se quejan de que Él exige de ellos más de lo
que son capaces, y que los castiga por lo que no pueden evitar. Cualquiera sea
lo que pretendan, el hecho es que no les gusta el carácter ni la obra del Señor.
El siervo perezoso está sentenciado a ser privado de su talento. Esto puede
aplicarse a las bendiciones de esta vida, pero más bien a los medios de gracia.
Los que no
conocen el día de su visitación, tendrán ocultas de sus ojos las cosas que
convienen a su paz. Su condena es ser arrojados a las más profundas tinieblas.
Es una manera acostumbrada de expresar las miserias de los condenados en el
infierno. Aquí, en lo dicho a los siervos fieles, nuestro Salvador pasa de la
parábola a la cosa significada por ella, y eso sirve como clave para el todo.
No envidiemos a los pecadores ni codiciemos nada de sus posesiones perecederas.
EL JUICIO.
31 Cuando el Hijo del Hombre venga
en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su
trono de gloria,
32 y serán reunidas delante de él
todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las
ovejas de los cabritos.
33 Y pondrá las ovejas a su derecha,
y los cabritos a su izquierda.
34 Entonces el Rey dirá a los de su
derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros
desde la fundación del mundo.
35 Porque tuve hambre, y me disteis
de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis;
36 estuve desnudo, y me cubristeis;
enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.
37 Entonces los justos le
responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o
sediento, y te dimos de beber?
38 ¿Y cuándo te vimos forastero, y
te recogimos, o desnudo, y te cubrimos?
39 ¿O cuándo te vimos enfermo, o en
la cárcel, y vinimos a ti?
40 Y respondiendo el Rey, les dirá:
De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más
pequeños, a mí lo hicisteis.
41 Entonces dirá también a los de
la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el
diablo y sus ángeles.
42 Porque tuve hambre, y no me
disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber;
43 fui forastero, y no me
recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no
me visitasteis.
44 Entonces también ellos le
responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero,
desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos?
45 Entonces les responderá diciendo:
De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños,
tampoco a mí lo hicisteis.
46 E irán éstos al castigo eterno, y
los justos a la vida eterna.
Vv. 31—46. Esta es una descripción del
juicio final. Es una explicación de las parábolas anteriores. Hay un juicio
venidero en que cada hombre será sentenciado a un estado de dicha o miseria
eterna. Cristo vendrá, no sólo en la gloria de su Padre sino en su propia
gloria, como Mediador. El impío y el santo habitan aquí juntos en las mismas
ciudades, iglesias, familias y no siempre son diferenciados unos de otros;
tales son las debilidades de los santos, tales las hipocresías de los
pecadores; y la muerte se los lleva a ambos: pero en ese día serán separados
para siempre. Jesucristo es el gran Pastor; Él distinguirá dentro de poco
tiempo entre los que son suyos y los que no.
Todas las
demás distinciones serán eliminadas; pero la mayor entre santos y pecadores,
santos e impíos, permanecerá para siempre. La dicha que poseerán los santos es
muy grande. Es un reino; la posesión más valiosa en la tierra; pero esto no es
sino un pálido parecido del estado bienaventurado de los santos en el cielo. Es
un reino preparado. El Padre lo proveyó para ellos en la grandeza de su sabiduría
y poder; el Hijo lo compró para ellos; y el Espíritu bendito, al prepararlos a
ellos para el reino, está preparándolo para ellos.
Está
preparado para ellos: en todos los aspectos está adaptado a la nueva naturaleza
del alma santificada. Está preparado desde la fundación del mundo. Esta
felicidad es para los santos, y ellos para ella, desde toda la eternidad.
Vendrán y la heredarán. Lo que heredamos no lo logramos por nosotros mismos.
Es Dios que
hace los herederos del cielo. No tenemos que suponer que actos de generosidad
dan derecho a la dicha eterna. Las buenas obras hechas por amor a Dios, por
medio de Jesucristo, se comentan aquí como marcas del carácter de los creyentes
hechos santos por el Espíritu de Cristo, y como los efectos de la gracia concedida
a los que las hacen.
El impío en
este mundo fue llamado con frecuencia a ir a Cristo en busca de vida y reposo,
pero rechazaron sus llamados; y justamente son los que prefirieron alejarse de
Cristo quienes no irán a Él. Los pecadores condenados ofrecerán disculpas
vanas. El castigo del impío será un castigo eterno; su estado no puede ser
cambiado. Así, la vida y la muerte, el bien y el mal, la bendición y la
maldición, están puestas ante nosotros para que podamos escoger nuestro camino,
y como nuestro camino, así será nuestro fin.
CAPÍTULO
26
LOS GOBERNANTES CONSPIRAN
CONTRA CRISTO.
1 Cuando hubo acabado Jesús todas
estas palabras, dijo a sus discípulos:
2 Sabéis que dentro de dos días se
celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado.
3 Entonces los principales
sacerdotes, los escribas, y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio
del sumo sacerdote llamado Caifás,
4 y tuvieron consejo para prender
con engaño a Jesús, y matarle.
5 Pero decían: No durante la
fiesta, para que no se haga alboroto en el pueblo.
Vv. 1—5. Nuestro Señor habló
frecuentemente de Sus sufrimientos como distantes; ahora habla de ellos como
inmediatos. Al mismo tiempo, el concilio judío consultaba cómo podían matarlo
en forma secreta. Pero agradó a Dios derrotar la intención de ellos. Jesús, el
verdadero cordero pascual, iba a ser sacrificado por nosotros en ese mismo
momento, y su muerte y resurrección serían públicas.
CRISTO UNGIDO EN BETANIA.
6 Y estando Jesús en Betania, en
casa de Simón el leproso,
7 vino a él una mujer, con un vaso
de alabastro de perfume de gran precio, y lo derramó sobre la cabeza de él,
estando sentado a la mesa.
8 Al ver esto, los discípulos se
enojaron, diciendo: ¿Para qué este desperdicio?
9 Porque esto podía haberse
vendido a gran precio, y haberse dado a los pobres.
10 Y entendiéndolo Jesús, les dijo:
¿Por qué molestáis a esta mujer? pues ha hecho conmigo una buena obra.
11 Porque siempre tendréis pobres
con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis.
12 Porque al derramar este perfume
sobre mi cuerpo, lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura.
13 De cierto os digo que
dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se
contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella.
Vv. 6—13. El ungüento derramado sobre la
cabeza de Cristo era una señal del mayor respeto.
Donde hay
amor verdadero por Jesucristo en el corazón, nada se considerará como demasiado
bueno para dárselo a Él. Mientras más se ponga reparos a los siervos de Cristo
y a sus servicios, más manifiesta Él su aceptación. Este acto de fe y amor fue
tan notable que sería registrado como monumento a la fe y amor de María para
todas las eras futuras, y en todos los lugares donde se predicara el evangelio.
Esta profecía se cumple.
JUDAS NEGOCIA PARA TRAICIONAR
A CRISTO.
14 Entonces uno de los doce, que se
llamaba Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes,
15 y les dijo: ¿Qué me queréis dar,
y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de plata.
16 Y desde entonces buscaba
oportunidad para entregarle.
Vv. 14—16. No hay sino doce apóstoles
llamados, y uno de ellos era como un diablo; con toda seguridad nunca debemos
esperar que ninguna sociedad sea absolutamente pura a este lado del cielo.
Mientras más grandiosa sea la profesión de la religión que hagan los hombres,
más grande será la oportunidad que tengan de hacer el mal si sus corazones no
están bien con Dios. Obsérvese que el propio discípulo de Cristo, que conocía
tan bien su doctrina y estilo de vida, fue falso con Él, y no lo pudo acusar de
ningún delito, aunque hubiera servido para justificar su traición.
¿Qué quería
Judas? ¿No era bien recibido donde quiera fuera su Maestro? ¿No le iba como le
iba a Cristo? No es la falta de sino el amor al dinero lo que es la raíz de
todo mal. Después que hizo esa malvada transacción, Judas tuvo tiempo para
arrepentirse y revocarla; pero cuando la conciencia se ha endurecido con actos
menores de deshonestidad, los hombres hacen sin dudar lo que es más vergonzoso.
LA PASCUA.
17 El primer día de la fiesta de
los panes sin levadura, vinieron los discípulos a Jesús, diciéndole: ¿Dónde
quieres que preparemos para que comas la pascua?
18 Y él dijo: Id a la ciudad a
cierto hombre, y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa
celebraré la pascua con mis discípulos.
19 Y los discípulos hicieron como
Jesús les mandó, y prepararon la pascua.
20 Cuando llegó la noche, se sentó a
la mesa con los doce.
21 Y mientras comían, dijo: De
cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar.
22 Y entristecidos en gran manera,
comenzó cada uno de ellos a decirle: ¿Soy yo, Señor?
23 Entonces él respondiendo, dijo:
El que mete la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar.
24 A la verdad el Hijo del Hombre
va, según está escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del
Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido.
25 Entonces respondiendo Judas, el
que le entregaba, dijo: ¿Soy yo, Maestro? Le dijo: Tú lo has dicho.
Vv. 17—25. Obsérvese que el lugar para
comer la pascua fue señalado por Cristo a los discípulos. Él conoce a la gente
que, escondida, favorece su causa y visita por gracia a todos los que están
dispuestos a recibirlo. Los discípulos hicieron como indicó Jesús. Los que
desean tener la presencia de Cristo en la pascua del evangelio, deben hacer lo
que Él dice. Corresponde que los discípulos de Cristo sean siempre celosos de
sí mismos, especialmente en los tiempos de prueba.
No sabemos
con cuánta fuerza podemos ser tentados, ni cuánto puede Dios dejarnos librados
a nosotros mismos; por tanto, tenemos razón para no ser altivos, sino para
temer. El examen que escudriña el corazón y la oración ferviente son
especialmente apropiadas antes de la cena del Señor, para que, puesto que
Cristo, nuestra pascua, es ahora sacrificado por nosotros, podemos guardar esta
fiesta, y renovar nuestro arrepentimiento, nuestra fe en su sangre y rendirnos
a su servicio.
CRISTO INSTITUYE LA SANTA
CENA.
26 Y mientras comían, tomó Jesús el
pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto
es mi cuerpo.
27 Y tomando la copa, y habiendo
dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos;
28 porque esto es mi sangre del
nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.
29 Y os digo que desde ahora no
beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con
vosotros en el reino de mi Padre.
30 Y cuando hubieron cantado el
himno, salieron al monte de los Olivos.
Vv. 26—30. La ordenanza de la cena del
Señor es para nosotros la cena de la pascua, por la cual conmemoramos una
liberación mucho mayor que la de Israel desde Egipto. “Tomad, comed”; acepta a
Cristo como te es ofrecido; recibe la expiación, apruébala, sométete a su
gracia y mando.
La carne que
sólo se mira, por muy bien presentada que esté el plato, no alimenta; debe
comerse: así debe pasar con la doctrina de Cristo. “Esto es mi cuerpo” esto es,
que significa y representa espiritualmente su cuerpo. Participamos del sol no
teniendo al sol puesto en nuestras manos, sino sus rayos lanzados para abajo
sobre nosotros; así, participamos de Cristo al participar de su gracia y de los
frutos benditos del partimiento de su cuerpo.
La sangre de
Cristo está significada y representada por el vino. Él dio gracias, para
enseñarnos a mirar a Dios en cada aspecto de la ordenanza. Esta copa la dio a
los discípulos con el mandamiento de: “Bebed de ella todos”. El perdón de
pecado es la gran bendición que se confiere en la cena del Señor a todos los
creyentes verdaderos; es el fundamento de todas las demás bendiciones.
Él aprovecha
la comunión para asegurarles la feliz reunión de nuevo al final: “Hasta aquel
día en que lo beba de nuevo con vosotros”, lo que puede entenderse como las
delicias y las glorias del estado futuro, del cual participarán los santos con
el Señor Jesús. Ese será el reino de su Padre; el vino del consuelo será
siempre nuevo allí. Mientras miramos las señales externas del cuerpo de Cristo
partido y su sangre derramada por la remisión de nuestros pecados, recordemos
que la fiesta le costó tanto que tuvo que dar, literalmente, su carne como
comida y su sangre como nuestra bebida.
ADVERTENCIA A SUS DISCÍPULOS.
31 Entonces Jesús les dijo: Todos
vosotros os escandalizaréis de mí esta noche; porque escrito está: Heriré al
pastor, y las ovejas del rebaño serán dispersadas.
32 Pero después que haya
resucitado, iré delante de vosotros a Galilea.
33 Respondiendo Pedro, le dijo:
Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré.
34 Jesús le dijo: De cierto te digo
que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces.
35 Pedro le dijo: Aunque me sea
necesario morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo.
Vv. 31—35. La confianza impropia en sí
mismo, como la de Pedro, es el primer paso hacia una caída. Todos somos
proclives a ser demasiado confiados, pero caen más pronto y más mal los que más
confiados están en sí mismos. Los que se piensan más seguros son los que están
menos a salvo. Satanás está activo para descarriar a los tales; ellos son los
que están menos en guardia: Dios los deja a sí mismos para humillarlos.
AGONÍA EN EL HUERTO.
36 Entonces llegó Jesús con ellos a
un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre
tanto que voy allí y oro.
37 Y tomando a Pedro, y a los dos
hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera.
38 Entonces Jesús les dijo: Mi alma
está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo.
39 Yendo un poco adelante, se postró
sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta
copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.
40 Vino luego a sus discípulos, y
los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo
una hora?41 Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la
verdad está dispuesto, pero la carne es débil.
42 Otra vez fue, y oró por segunda
vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba,
hágase tu voluntad.
43 Vino otra vez y los halló
durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño.
44 Y dejándolos, se fue de nuevo, y
oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras.
45 Entonces vino a sus discípulos y
les dijo: Dormid ya, y descansad. He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del
Hombre es entregado en manos de pecadores.
46 Levantaos, vamos; ved, se acerca
el que me entrega.
Vv. 36—46. El que hizo expiación por los
pecados de la humanidad, se sometió en el huerto del sufrimiento a la voluntad
de Dios, contra la cual se había revelado el hombre en un huerto de placeres.
Cristo llevó consigo, a esa parte del huerto donde sufrió su agonía, sólo a los
que habían presenciado su gloria en su transfiguración. Están mejor preparados
para sufrir con Cristo los que, por fe, han contemplado su gloria.
Las palabras
usadas denotan el rechazo, asombro, angustia y horror mental más completos; el
estado de uno rodeado de penas, abrumado con miserias, y casi consumido por el
terror y el desánimo. Ahora comenzó a entristecerse y nunca dejó de estar así
hasta que dijo: Consumado es. Él oró que, si era posible, la copa pasara de Él.
Pero también
mostró su perfecta voluntad de llevar la carga de sus sufrimientos; estaba
dispuesto a someterse a todo por nuestra redención y salvación. Conforme a este
ejemplo de Cristo, debemos beber de la copa más amarga que Dios ponga en
nuestras manos; aunque nuestra naturaleza se oponga, debe someterse. Debemos
cuidar más de hacer que nuestras tribulaciones sean santificadas, y nuestros
corazones se satisfagan sometidos a ellas, que lograr que los problemas sean
eliminados.
Bueno es
para nosotros que nuestra salvación esté en la mano de Uno que no se adormece
ni se duerme. Todos somos tentados, pero debemos tener gran temor de meternos
en tentación. Para estar a salvo de esto debemos velar y orar y mirar
continuamente al Señor, para que nos sostenga y estemos a salvo.
Indudablemente
nuestro Señor tenía una visión completa y clara de los sufrimientos que aún
tenía que soportar y, aun así, habló con la mayor calma hasta este momento.
Cristo es el garante que decidió ser responsable de rendir las cuentas por
nuestros pecados. En consecuencia, fue hecho pecado por nosotros, y sufrió por
nuestros pecados, el Justo por el injusto; y la Escritura atribuye sus
sufrimientos más intensos a la mano de Dios.
Él tenía
pleno conocimiento del infinito mal del pecado y de la inmensa magnitud de la
culpa por la cual iba a hacer expiación; con visiones horrorosas de la justicia
y santidad divina, y del castigo merecido por los pecados de los hombres, tales
que ninguna lengua puede expresar ni mente concebir.
Al mismo
tiempo, Cristo sufrió siendo tentado; probablemente Satanás sugirió horribles
pensamientos todos tendientes a sacar una conclusión sombría y espantosa: estos
deben de haber sido los más difíciles de soportar por su perfecta santidad. ¿Y
la carga del pecado imputado pesó tanto en el alma de Aquel, de quien se dijo:
Sustenta todas las cosas con la palabra de su poder? ¡En qué miseria entonces deben
hundirse aquellos cuyos pecados pesan sobre sus propias cabezas! ¿Cómo
escaparán los que descuidan una salvación tan grande?
TRAICIONADO.
47 Mientras todavía hablaba, vino
Judas, uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de
los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo.
48 Y el que le entregaba les había
dado señal, diciendo: Al que yo besare, ése es; prendedle.
49 Y en seguida se acercó a Jesús y
dijo: ¡Salve, Maestro! Y le besó.
50 Y Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes?
Entonces se acercaron y echaron mano a Jesús, y le prendieron.
51 Pero uno de los que estaban con
Jesús, extendiendo la mano, sacó su espada, e hiriendo a un siervo del sumo
sacerdote, le quitó la oreja.
52 Entonces Jesús le dijo: Vuelve
tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán.
53 ¿Acaso piensas que no puedo ahora
orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?
54 ¿Pero cómo entonces se
cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?
55 En aquella hora dijo Jesús a la
gente: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y con palos para
prenderme? Cada día me sentaba con vosotros enseñando en el templo, y no me
prendisteis.
56 Más todo esto sucede, para que
se cumplan las Escrituras de los profetas. Entonces todos los discípulos,
dejándole, huyeron.
Vv. 47—56. No hay enemigos que sean tan
aborrecibles como los discípulos profesos que traicionan a Cristo con un beso.
Dios no necesita nuestros servicios, mucho menos nuestros pecados, para
realizar sus propósitos. Aunque Cristo fue crucificado por debilidad, fue
debilidad voluntaria; se sometió a la muerte.
Si no
hubiera estado dispuesto a sufrir, ellos no lo hubiesen vencido. Fue un gran
pecado de quienes dejaron todo para seguir a Jesús dejarlo ahora por lo que no
sabían. ¡Qué necedad huir de Él, al cual conocían y reconocían como el
Manantial de la vida, por miedo a la muerte!
CRISTO ANTE CAIFÁS.
57 Los que prendieron a Jesús le
llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los
ancianos.
58 Más Pedro le seguía de lejos
hasta el patio del sumo sacerdote; y entrando, se sentó con los alguaciles,
para ver el fin.
59 Y los principales sacerdotes y
los ancianos y todo el concilio, buscaban falso testimonio contra Jesús, para
entregarle a la muerte,
60 y no lo hallaron, aunque muchos
testigos falsos se presentaban. Pero al fin vinieron dos testigos falsos,
61 que dijeron: Éste dijo: Puedo
derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo.
62 Y levantándose el sumo
sacerdote, le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti?
63 Más Jesús callaba. Entonces el
sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres
tú el Cristo, el Hijo de Dios.
64 Jesús le dijo: Tú lo has dicho;
y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la
diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.
65 Entonces el sumo sacerdote rasgó
sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de
testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia.
66 ¿Qué os parece? Y respondiendo
ellos, dijeron: ¡Es reo de muerte!
67 Entonces le escupieron en el
rostro, y le dieron de puñetazos, y otros le abofeteaban,
68 diciendo: Profetízanos, Cristo,
quién es el que te golpeó.
Vv. 57—68. Jesús fue llevado
apresuradamente a Jerusalén. Luce mal, y presagia lo peor, que los dispuestos a
ser discípulos de Cristo no estén dispuestos a ser conocidos como tales. Aquí
empieza la negación de Pedro: porque seguir a Cristo desde lejos es empezar a
retirarse de Él. Nos concierne más prepararnos para el fin, cualquiera sea, que
preguntar curiosos cuál será el fin. El hecho es de Dios, pero el deber es
nuestro.
Ahora fueron
cumplidas las Escrituras que dicen: Se han levantado contra mí testigos falsos.
Cristo fue acusado, para que nosotros no fuéramos condenados; y, si en
cualquier momento nosotros sufrimos así, recordemos que no podemos tener la
expectativa de que nos vaya mejor que a nuestro Maestro. Cuando Cristo fue
hecho pecado por nosotros, se quedó callado y dejó que su sangre hablara.
Hasta
entonces rara vez había confesado Jesús, expresamente, ser el Cristo, el Hijo
de Dios; el tenor de su doctrina lo dice y sus milagros lo probaban, pero, por
ahora omitiría hacer una confesión directa. Hubiera parecido que renunciaba a
sus sufrimientos. Así confesó Él, como ejemplo y estímulo para que sus
seguidores, lo confiesen ante los hombres, cualquiera sea el peligro que
corran.
El desdén,
la burla cruel y el aborrecimiento son la porción segura del discípulo, como lo
fueron del Maestro, de parte de los que deseaban golpear y reírse con burla del
Señor de la gloria. En el capítulo cincuenta de Isaías se predicen exactamente
estas cosas. Confesemos el nombre de Cristo y soportemos el reproche, y Él nos
confesará delante del trono de su Padre.
NEGACIÓN DE PEDRO.
69 Pedro estaba sentado fuera en el
patio; y se le acercó una criada, diciendo: Tú también estabas con Jesús el
galileo.
70 Más él negó delante de todos, diciendo:
No sé lo que dices.
71 Saliendo él a la puerta, le vio
otra, y dijo a los que estaban allí: También éste estaba con Jesús el nazareno.
72 Pero él negó otra vez con
juramento: No conozco al hombre.
73 Un poco después, acercándose los
que por allí estaban, dijeron a Pedro: Verdaderamente también tú eres de ellos,
porque aun tu manera de hablar te descubre.
74 Entonces él comenzó a maldecir,
y a jurar: No conozco al hombre. Y en seguida cantó el gallo.
75 Entonces Pedro se acordó de las
palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás
tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente.
Vv. 69—75. El pecado de Pedro es relatado
con veracidad, porque las Escrituras tratan con fidelidad. Las malas compañías
llevan a pecar: quienes se meten innecesariamente en eso pueden hacerse la
expectativa de ser tentados y atrapados, como Pedro. Apenas pueden desprenderse
de esas compañías sin culpa o dolor, o ambas.
Gran falta
es tener vergüenza de Cristo y negar que lo conocemos cuando somos llamados a
reconocerlo y, en efecto, eso es negarlo. El pecado de Pedro fue con
agravantes; pero él cayo en pecado por sorpresa, no en forma intencional, como
Judas. La conciencia debiera ser para nosotros como el canto del gallo para
hacernos recordar los pecados que habíamos olvidado.
Pedro fue
así dejado caer para abatir su confianza en sí mismo y volverlo más modesto,
humilde, compasivo y útil para los demás. El hecho ha enseñado, desde entonces,
muchas cosas a los creyentes y si los infieles, los fariseos y los hipócritas
tropiezan en esto o abusan de ello, es a su propio riesgo. Apenas sabemos cómo
actuar en situaciones muy difíciles, si fuésemos dejados a nosotros mismos.
Por tanto,
que el que se cree firme, tenga cuidado que no caiga; desconfiemos todos de
nuestros corazones y confiemos totalmente en el Señor. Pedro lloró amargamente.
La pena por el pecado no debe ser ligera sino grande y profunda. Pedro, que
lloró tan amargamente por negar a Cristo, nunca lo volvió a negar, sino que lo
confesó a menudo frente al peligro. El arrepentimiento verdadero de cualquier
pecado se demostrará por la gracia y el deber contrario; esa es señal de
nuestro pesar no sólo amargo, sino sincero.
CAPÍTULO
27
CRISTO ENTREGADO A PILATO.
1 Venida la mañana, todos los
principales sacerdotes y los ancianos del pueblo entraron en consejo contra
Jesús, para entregarle a muerte.
2 Y le llevaron atado, y le
entregaron a Poncio Pilato, el gobernador.
3 Entonces Judas, el que le había
entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de
plata a los principales sacerdotes y a los ancianos,
4 diciendo: Yo he pecado
entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros?
¡Allá tú!
5 Y arrojando las piezas de plata
en el templo, salió, y fue y se ahorcó.
6 Los principales sacerdotes,
tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro de las
ofrendas, porque es precio de sangre.
7 Y después de consultar,
compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros.
8 Por lo cual aquel campo se llama
hasta el día de hoy: Campo de sangre.
9 Así se cumplió lo dicho por el
profeta Jeremías, cuando dijo: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio
del apreciado, según precio puesto por los hijos de Israel;
10 y las dieron para el campo del
alfarero, como me ordenó el Señor.
Vv. 1—10. Los impíos poco ven de las
consecuencias de sus delitos cuando los perpetran, pero deben rendir cuentas
por todo. Judas reconoció de la manera más completa ante los principales
sacerdotes que él había pecado y traicionado a una persona inocente. Este fue
un testimonio total del carácter de Cristo; pero los gobernantes estaban
endurecidos. Judas se fue, tirando al suelo el dinero, y se ahorcó por ser
incapaz de soportar el terror de la ira divina, y la angustia de la
desesperación.
Poca duda
cabe de que la muerte de Judas fue anterior a la de nuestro bendito Señor.
Pero, ¿fue nada para ellos haber tenido sed de esta sangre, y haber contratado
a Judas para traicionarlo, y que la hubieran condenado a ser derramada
injustamente? Así hacen los necios que se burlan del pecado. Así hacen muchos
que toman a la ligera a Cristo crucificado. Y es caso corriente de lo engañoso
de nuestros corazones tomar a la ligera nuestro propio pecado insistiendo en
los pecados del prójimo. Pero el juicio de Dios es según verdad.
Muchos
aplican este pasaje de la compra del campo con el dinero que Judas devolvió
para significar el favor concebido por la sangre de Cristo para con los
extraños y los pecadores gentiles. Eso cumplió una profecía, Zacarías 11: 12.
Judas avanzó
mucho en el arrepentimiento, pero no fue para salvación. Confesó, pero no a
Dios; él no acudió a Él y dijo: Padre he pecado contra el cielo. Nadie se
satisfaga con las convicciones parciales que pueda tener un hombre, si sigue
lleno de orgullo, enemistad y rebeldía.
CRISTO
ANTE PILATO.
11 Jesús, pues, estaba en pie
delante del gobernador; y éste le preguntó, diciendo: ¿Eres tú el Rey de los
judíos? Y Jesús le dijo: Tú lo dices.
12 Y siendo acusado por los
principales sacerdotes y por los ancianos, nada respondió.
13 Pilato entonces le dijo: ¿No
oyes cuántas cosas testifican contra ti?
14 Pero Jesús no le respondió ni
una palabra; de tal manera que el gobernador se maravillaba mucho.
15 Ahora bien, en el día de la
fiesta acostumbraba el gobernador soltar al pueblo un preso, el que quisiesen.
16 Y tenían entonces un preso famoso
llamado Barrabás.
17 Reunidos, pues, ellos, les dijo
Pilato: ¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás, o a Jesús, llamado el
Cristo?
18 Porque sabía que por envidia le
habían entregado.
19 Y estando él sentado en el
tribunal, su mujer le mandó decir: No tengas nada que ver con ese justo; porque
hoy he padecido mucho en sueños por causa de él.
20 Pero los principales sacerdotes y
los ancianos persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que Jesús
fuese muerto.
21 Y respondiendo el gobernador,
les dijo: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Y ellos dijeron: A
Barrabás.
22 Pilato les dijo: ¿Qué, pues,
haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado!
23 Y el gobernador les dijo: Pues
¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado!
24 Viendo Pilato que nada
adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos
delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá
vosotros.
25 Y respondiendo todo el pueblo,
dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos.
Vv. 11—25. No teniendo maldad contra Jesús,
Pilato le instó a aclarar las cosas, y se esforzó por declararlo sin culpa. El
mensaje de su esposa fue una advertencia. Dios tiene muchas maneras de advertir
a los pecadores sobre sus empresas pecaminosas, siendo una gran misericordia
tener tales restricciones de parte de la Providencia, de parte de amigos fieles
y de nuestras propias conciencias. ¡Oh, no hagas esta cosa abominable que el
Señor odia! Es algo que podemos oír que se nos dice cuando estamos entrando en
tentación, si queremos considerarlo.
Siendo
dominado por los sacerdotes, el pueblo optó por Barrabás. Las multitudes que
eligen al mundo más que a Dios, como rey y porción de ellos, eligen así su
propio engaño. Los judíos insistían tanto en la muerte de Cristo que Pilato
pensó que rehusar sería peligroso, y esta lucha muestra el poder de la
conciencia aun en los peores hombres.
Pero todo
estaba ordenado para dejar en evidencia que Cristo sufrió no por faltas propias
sino por los pecados de su pueblo. ¡Qué vano fue que Pilato esperara librarse
de la culpa de la sangre inocente de una persona justa, a la cual estaba
obligado a proteger por su oficio! La maldición de los judíos contra ellos
mismos ha sido espantosamente contestada en los sufrimientos de su nación.
Nadie puede
llevar el pecado de otros salvo aquel que no tenía pecado propio por el cual
responder. ¿Y no estamos todos interesados? ¿No fue Barrabás preferido a Jesús
cuando los pecadores rechazaron la salvación para conservar sus amados pecados,
que roban su gloria a Dios, y asesinan las almas de ellos? Ahora la sangre de
Cristo está sobre nosotros, para siempre por medio de la misericordia, dado que
los judíos la rechazaron. ¡Oh, huyamos a ella para refugiarnos!
BARRABÁS LIBERADO Y CRISTO
ESCARNECIDO.
26 Entonces les soltó a Barrabás; y
habiendo azotado a Jesús, le entregó para ser crucificado.
27 Entonces los soldados del
gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la
compañía;
28 y desnudándole, le echaron
encima un manto de escarlata,
29 y pusieron sobre su cabeza una
corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla
delante de él, le escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos!
30 Y escupiéndole, tomaban la caña y
le golpeaban en la cabeza.
Vv. 26—30. La crucifixión era una muerte
empleada sólo por los romanos; muy terrible y miserable. Se ponía en el suelo
la cruz, a la cual se clavaban manos y pies, entonces la levantaban y afirmaban
en forma vertical, de modo que el peso del cuerpo colgara de los clavos hasta
que el sufriente muriera con tremendo dolor.
Cristo
corresponde así al tipo de la serpiente de bronce levantada en el palo del
estandarte. Cristo pasó por toda la miseria y vergüenza aquí relatada para
adquirir para nosotros vida eterna, gozo y gloria.
CRISTO LLEVADO A SER
CRUCIFICADO.
31 Después de haberle escarnecido, le
quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron para crucificarle.
32 Cuando salían, hallaron a un
hombre de Cirene que se llamaba Simón; a éste obligaron a que llevase la cruz.
33 Y cuando llegaron a un lugar
llamado Gólgota, que significa: Lugar de la Calavera,
34 le dieron a beber vinagre
mezclado con hiel; pero después de haberlo probado, no quiso beberlo.
Vv. 31—34. Cristo fue llevado como Cordero
al matadero, como Sacrificio al altar. Hasta las misericordias de los impíos
son realmente crueles. Quitándole la cruz, ellos obligaron a llevarla a un tal
Simón. Prepáranos Señor para llevar la cruz que tú nos has asignado, para
tomarla diariamente con júbilo, y seguirte. ¿Hubo alguna vez dolor como su
dolor? Cuando contemplamos su tipo de muerte con que murió, en eso contemplemos
con qué tipo de amor nos amó. Como si la muerte, una muerte tan dolorosa, no
fuera suficiente, ellos agregaron varias cosas a su amargura y terror.
CRUCIFICADO.
35 Cuando le hubieron crucificado,
repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes, para que se cumpliese lo
dicho por el profeta: Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron
suertes.
36 Y sentados le guardaban allí.
37 Y pusieron sobre su cabeza su
causa escrita: ÉSTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS.
38 Entonces crucificaron con él a
dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda.
39 Y los que pasaban le injuriaban,
meneando la cabeza,
40 y diciendo: Tú que derribas el
templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios,
desciende de la cruz.
41 De esta manera también los
principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los
ancianos, decían:
42 A otros salvó, a sí mismo no se
puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos
en él.
43 Confió en Dios; líbrele ahora si
le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios.
44 Lo mismo le injuriaban también
los ladrones que estaban crucificados con él.
Vv. 35—44. Se acostumbraba a avergonzar a
los malhechores con un letrero que notificara el delito por el cual sufrían.
Así pusieron uno sobre la cabeza de Cristo. O concibieron para reproche suyo,
pero Dios lo pasó por alto, porque aun la acusación fue para su honra. Había
dos ladrones crucificados con Él al mismo tiempo. En su muerte, fue contado con
los pecadores para que, en nuestra muerte, seamos contados con los santos. Las
burlas y afrentas que recibió están registradas aquí.
Los enemigos
de Cristo trabajan fuerte para hacer que los demás crean cosas de la religión y
del pueblo de Dios, que ellos mismos saben que son falsas. Los principales
sacerdotes y escribas, y los ancianos, se mofaron de Cristo por ser el Rey de Israel.
Mucha gente podría gustar mucho del Rey de Israel, si se hubiera bajado de la
cruz; si ellos pudieran tener su reino sin la tribulación a través de la cual
deben entrar ahora. Pero si no hay cruz, no hay Cristo ni corona. Los que van a
reinar con Él deben estar dispuestos a sufrir con Él.
Así, pues,
nuestro Señor Jesús, habiendo emprendido la satisfacción de la justicia de
Dios, lo hizo sometiéndose al peor castigo de los hombres. Y en cada registro
minuciosamente detallado de los sufrimientos de Cristo, encontramos cumplida
alguna predicción de los profetas o los salmos.
LA MUERTE DE CRISTO.
45 Y desde la hora sexta hubo
tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena.
46 Cerca de la hora novena, Jesús
clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has desamparado?
47 Algunos de los que estaban allí
decían, al oírlo: A Elías llama éste.
48 Y al instante, corriendo uno de
ellos, tomó una esponja, y la empapó de vinagre, y poniéndola en una caña, le
dio a beber.
49 Pero los otros decían: Deja,
veamos si viene Elías a librarle.
50 Más Jesús, habiendo otra vez
clamado a gran voz, entregó el espíritu.
Vv. 45—50. Durante las tres horas que
continuaron las tinieblas, Jesús estuvo en agonía, luchando con las potestades
de las tinieblas y sufriendo el desagrado de su Padre contra el pecado del
hombre, por el cual ahora hacía ofrenda su alma. Nunca hubo tres horas como esa
desde el día en que Dios creó al hombre en la tierra, nunca hubo una escena tan
tenebrosa y espantosa; fue el punto sin retorno de ese gran asunto, la
redención y salvación del hombre. Jesús expresó una queja en el Salmo 22: 1.
Ahí nos
enseña lo útil que es la palabra de Dios para dirigirnos en oración y nos
recomienda usar las expresiones de las Escrituras para orar. El creyente puede
haber saboreado algunas gotas de amargura, pero sólo puede formarse una idea
muy débil de la grandeza de los sufrimientos de Cristo. Sin embargo, de ahí
aprende algo del amor del Salvador por los pecadores; de ahí obtiene una
convicción más profunda de la vileza y mal del pecado, y de lo que él le debe a
Cristo, que lo libra de la ira venidera. Sus enemigos ridiculizaron
perversamente su lamento.
Muchos de
los reproches lanzados contra la palabra de Dios y al pueblo de Dios, surgen,
como aquí, de errores groseros. Cristo habló con toda su fuerza, justo antes de
expirar, para demostrar que su vida no se la quitaban, sino la entregaba
libremente en manos de su Padre. Tuvo fuerzas para desafiar a las potestades de
la muerte; y para mostrar que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo,
siendo el Sacerdote y Sacrificio, y clamó a gran voz.
Entonces,
entregó el espíritu. El Hijo de Dios, en la cruz, murió por la violencia del
dolor a que fue sometido. Su alma fue separada de su cuerpo y, así, su cuerpo
quedó real y verdaderamente muerto. Fue cierto que Cristo murió porque era
necesario que muriera. Se había comprometido a hacerse ofrenda por el pecado y
lo hizo cuando entregó voluntariamente su vida.
HECHOS DE LA CRUCIFIXIÓN.
51 Y he aquí, el velo del templo se
rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron;
52 y se abrieron los sepulcros, y
muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron;
53 y saliendo de los sepulcros,
después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a
muchos.
54 El centurión, y los que estaban
con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido
hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de
Dios.
55 Estaban allí muchas mujeres
mirando de lejos, las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole,
56 entre las cuales estaban María
Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de
Zebedeo.
Vv. 51—56. La rasgadura del velo significó
que Cristo, por su muerte, abrió un camino hacia Dios. Ahora tenemos el camino
abierto a través de Cristo al trono de gracia, o trono de misericordia, y al
trono de gloria del más allá. Cuando consideramos debidamente la muerte de
Cristo, nuestros corazones duros y empedernidos debieran rasgarse; el corazón,
no la ropa.
El corazón
que no se rinde, que no se derrite donde se presenta claramente a Jesucristo
crucificado, es más duro que una roca. Los sepulcros se abrieron, y se
levantaron muchos cuerpos de santos que dormían. No se nos dice a quiénes se
aparecieron, en qué manera y cómo desaparecieron; y no debemos desear saber más
de lo que está escrito.
Las
apariciones aterradoras de Dios en su providencia a veces obran extrañamente
para la convicción y el despertar de los pecadores. Esto fue expresado en el
terror que cayó sobre el centurión y los soldados romanos. Podemos reflexionar
con consuelo en los abundantes testimonios dados del carácter de Jesús; y
procurando no dar causa justa de ofensa, dejar en manos del Señor que absuelva
nuestros caracteres si vivimos para Él.
Nosotros,
con los ojos de la fe, contemplemos a Cristo, y éste crucificado, y seamos
afectados con el gran amor con que nos amó. Pero sus amigos no pudieron dar más
que unas miradas; ellos lo contemplaron, pero no pudieron ayudarlo.
Nunca fueron
desplegados en forma tan tremenda la naturaleza y los efectos horribles del
pecado que en aquel día, en que el amado Hijo del Padre colgó de la cruz,
sufriendo por el pecado, el Justo por el injusto, para llevarnos a Dios.
Rindámonos voluntariamente a su servicio.
EL ENTIERRO DE CRISTO.
57 Cuando llegó la noche, vino un
hombre rico de Arimatea, llamado José, que también había sido discípulo de
Jesús.
58 Éste fue a Pilato y pidió el
cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que se le diese el cuerpo.
59 Y tomando José el cuerpo, lo
envolvió en una sábana limpia,
60 y lo puso en su sepulcro nuevo,
que había labrado en la peña; y después de hacer rodar una gran piedra a la
entrada del sepulcro, se fue.
61 Y estaban allí María Magdalena,
y la otra María, sentadas delante del sepulcro.
Vv. 57—61. Nada de pompa ni de solemnidades
hubo en el entierro de Cristo. Como no tuvo casa propia, donde reclinar su
cabeza, mientras vivió, tampoco así tuvo tumba propia, donde reposara su cuerpo
cuando estuvo muerto. Nuestro Señor Jesús, que no tuvo pecado propio, no tuvo
tumba propia. Los judíos determinaron que debía tener su tumba con los malos,
que debía ser enterrado con los ladrones con quienes fue crucificado, pero Dios
pasó por alto eso, para que pudiera estar con los ricos en su muerte, Isaías
53: 9.
Aunque al
ojo humano pueda causar terror contemplar el funeral, debiera causarnos
regocijo si recordamos cómo Cristo, por su sepultación, ha cambiado la
naturaleza de la tumba para los creyentes. Debemos imitar siempre el entierro
de Cristo estando continuamente ocupados en el funeral espiritual de nuestros
pecados.
EL SEPULCRO SELLADO.
62 Al día siguiente, que es después
de la preparación, se reunieron los principales sacerdotes y los fariseos ante
Pilato,
63 diciendo: Señor, nos acordamos
que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré.
64 Manda, pues, que se asegure el
sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos de noche, y lo
hurten, y digan al pueblo: Resucitó de entre los muertos. Y será el postrer
error peor que el primero.
65 Y Pilato les dijo: Ahí tenéis una
guardia; id, aseguradlo como sabéis.
66 Entonces ellos fueron y
aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia.
Vv. 62—66. Los principales sacerdotes y
fariseos estaban en tratos con Pilato para asegurar el sepulcro, cuando
debieran haber estado dedicados a sus devociones por ser el día de reposo
judío. Esto fue permitido para que hubiera prueba cierta de la resurrección de
nuestro Señor. Pilato les dijo que podían asegurar el sepulcro tan
cuidadosamente como pudieran.
Sellaron la
piedra, pusieron guardias y se satisficieron con que todo lo necesario fuera
realizado. Pero era necio resguardar así el sepulcro contra los pobres y
débiles discípulos, por innecesario; mientras era necedad pensar en
resguardarlo contra el poder de Dios por fútil e insensato; sin embargo, ellos
pensaron que actuaban sabiamente. El Señor prende al sabio en su sabiduría. Así
se hará que toda la ira y los planes de los enemigos de Cristo fomenten su
gloria.
CAPÍTULO
28
LA RESURRECCIÓN DE CRISTO.
1 Pasado el día de reposo, al
amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María,
a ver el sepulcro.
2 Y hubo un gran terremoto; porque
un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se
sentó sobre ella.
3 Su aspecto era como un relámpago,
y su vestido blanco como la nieve.
4 Y de miedo de él los guardas
temblaron y se quedaron como muertos.
5 Mas el ángel, respondiendo, dijo
a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue
crucificado.
6 No está aquí, pues ha
resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor.
7 E id pronto y decid a sus
discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí va delante de vosotros a
Galilea; allí le veréis. He aquí, os lo he dicho.
8 Entonces ellas, saliendo del
sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus
discípulos. Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos,
Vv. 1—8. Cristo se levantó al tercer día
después de su muerte; ese era el tiempo del cual había hablado frecuentemente.
El primer día de la primera semana Dios mandó que de las tinieblas brillara la
luz. En este día el que es la Luz del mundo, salió resplandeciendo desde las
tinieblas de la tumba; y este día es, desde entonces, mencionado a menudo en el
Nuevo Testamento como el día en que los cristianos celebraron religiosamente
asambleas solemnes para honrar a Cristo.
Nuestro
Señor Jesús podría haber quitado la piedra por su poder, pero optó por hacerlo
por medio de un ángel. La resurrección de Cristo es el gozo de sus amigos y el
terror y la confusión de sus enemigos. El ángel exhorta a las mujeres contra
sus temores. Los pecadores de Sion teman. No temáis porque su resurrección será
vuestro consuelo.
Nuestra
comunión con Él debe ser espiritual, por fe en su palabra. Cuando estemos
listos para hacer de este mundo nuestro hogar, y a decir, es bueno estar aquí,
recordemos entonces que nuestro Señor Jesús no está aquí, Ha resucitado; por
tanto, que nuestros corazones se eleven, y busquen las cosas de arriba. Ha
resucitado, como dijo.
Nunca
pensemos que es raro lo que la palabra de Cristo nos ha dicho que esperemos;
sean los sufrimientos de este tiempo presente o la gloria que va a ser
revelada. Puede tener buen efecto en nosotros mirar por fe el lugar donde yace
el Señor. Id pronto. Fue bueno estar ahí, pero los siervos de Dios tienen asignada
otra obra. La utilidad pública tiene prioridad sobre el placer de la comunión
secreta con Dios.
Decid a los
discípulos que ellos pueden ser consolados en sus tristezas. Cristo sabe donde
habitan sus discípulos y los visitará. Él se manifestará, por gracia, aun a
aquellos que están lejos de la abundancia de los medios de gracia. El temor y
el gozo unidos aceleraron su paso. Los discípulos de Cristo deben ser
estimulados a darse a conocer mutuamente sus experiencias de comunión con su
Señor, y deben contar a los demás lo que Dios ha hecho por sus almas.
APARECE A LAS MUJERES.
9 he aquí, Jesús les salió al
encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le
adoraron.
10 Entonces Jesús les dijo: No
temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me
verán.
Vv. 9, 10. Las visitas de la gracia de Dios
suelen hallarnos en el camino del deber; y más será dado a los que usan lo que
tienen para provecho del prójimo. Esta entrevista con Cristo era inesperada,
pero Cristo estaba cerca de ellos y aún está cerca de nosotros en la palabra.
El saludo habla de la buena voluntad de Cristo para con el hombre, aun desde
que entró a su estado de exaltación. Es la voluntad de Cristo que su pueblo sea
un pueblo alegre y jubiloso, y su resurrección da abundante material para el
gozo. No temáis.
Cristo
resucitó de entre los muertos para acallar los temores de su pueblo y hay
suficiente en ello para acallarlos. Los discípulos lo habían abandonado,
vergonzosamente en sus sufrimientos, pero para mostrar que puede perdonar, y
para en señarnos a hacerlo así, los llama hermanos. A pesar de su majestad y
pureza, y de nuestra bajeza e indignidad, Él aun condesciende a llamar sus
hermanos a los creyentes.
CONFESIÓN DE LOS SOLDADOS.
11 Mientras ellas iban, he aquí
unos de la guardia fueron a la ciudad, y dieron aviso a los principales
sacerdotes de todas las cosas que habían acontecido.
12 Y reunidos con los ancianos, y
habido consejo, dieron mucho dinero a los soldados,
13 diciendo: Decid vosotros: Sus
discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron, estando nosotros dormidos.
14 Y si esto lo oyere el
gobernador, nosotros le persuadiremos, y os pondremos a salvo.
15 Y ellos, tomando el dinero,
hicieron como se les había instruido. Este dicho se ha divulgado entre los
judíos hasta el día de hoy.
Vv. 11—15. ¡Qué maldad es la que los hombres
no cometerán por amor al dinero! Aquí se dio mucho dinero a los soldados por
decir a sabiendas una mentira, pero muchos refunfuñan porque es poco el dinero
por decir lo que saben que es la verdad. Nunca dejemos morir una buena causa
cuando vemos a los malos tan generosamente sostenidos.
Los
sacerdotes se dedicaron a protegerse de la espada de Pilato, pero no
protegieron a los soldados de la espada de la justicia de Dios, que pende sobre
las cabezas de quienes aman y hacen una mentira. Prometen más de lo que pueden
hacer los que tratan de sacar inerme a un hombre que comete pecado voluntario.
Pero esta
falsedad se refuta a sí misma. Si todos los soldados hubieran estado dormidos,
no hubieran podido saber lo que pasó. Si alguno hubiera estado despierto,
hubiera despertado a los otros e impedido el robo; si hubieran estado dormidos,
por cierto que nunca se hubieran atrevido a confesarlo; porque los gobernantes
judíos hubieran sido los primeros en pedir su castigo. De nuevo, si hubiera
habido algo de verdad en el informe, los dirigentes hubieran juzgado con
severidad a los apóstoles por eso.
El todo
muestra que la historia era falsa por completo. No debemos culpar de tales
cosas a la debilidad del entendimiento, sino a la maldad del corazón. Dios los
dejó delatar su propio curso. El gran
argumento para probar que Cristo es el Hijo de Dios es su resurrección; y nadie
podía dar pruebas más convincentes de la verdad que aquella de los soldados;
pero ellos aceptaron el soborno para impedir que otros creyeran. La evidencia
más clara no afectará a los hombres, sin la obra del Espíritu Santo.
LA COMISIÓN DE CRISTO PARA
SUS DISCÍPULOS.
16 Pero los once discípulos se
fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado.
17 Y cuando le vieron, le adoraron;
pero algunos dudaban.
18 Y Jesús se acercó y les habló
diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.
19 Por tanto, id, y haced
discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo;
20 enseñándoles que guarden todas
las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo. Amén.
Vv. 16—20. Este evangelista pasa por alto
otras apariciones de Cristo registradas por Lucas y Juan, y se apresura a
relatar la más solemne; una establecida desde antes de su muerte, y después de
su resurrección. Todos los que miran al Señor Jesús con los ojos de la fe, lo
adorarán. Pero la fe del sincero puede ser muy débil e inestable. Pero Cristo
dio pruebas tan convincentes de su resurrección, para hacer que su fe triunfara
sobre las dudas.
Ahora
encarga solemnemente a los apóstoles y a sus ministros que vayan a todas las
naciones. La salvación que iban a predicar es salvación común; quien la quiera,
que venga y tome el beneficio; todos son bienvenidos a Cristo Jesús. El
cristianismo es la religión de un pecador que pide salvación de la merecida ira
y del pecado; recurre a la misericordia del Padre por medio de la expiación
hecha por el Hijo encarnado y por la santificación del Espíritu Santo, y se
entrega a ser adorador y siervo de Dios, como Padre, Hijo y Espíritu Santo,
tres Personas, pero un solo Dios, en todas sus ordenanzas y mandamientos.
El bautismo
es una señal externa del lavamiento interno o santificación del Espíritu, que
sella y demuestra la justificación del creyente. Examinémonos si realmente
poseemos la gracia espiritual interna de la muerte al pecado y el nuevo
nacimiento a la justicia, por los cuales los que eran hijos de ira llegan a ser
los hijos de Dios.
Los
creyentes tendrán siempre la presencia constante de su Señor; todos los días,
cada día. No hay día, ni hora del día en que nuestro Señor Jesús no esté
presente en sus iglesias y con sus ministros; si lo hubiera, en ese día, en esa
hora, ellos serían deshechos. El Dios de Israel, el Salvador, es a veces un
Dios que se esconde, pero nunca es un Dios lejano.
A esas
preciosas palabras se añade el Amén. Aun así, Señor Jesús, sé con nosotros y
con todo tu pueblo; haz que tu rostro brille sobre nosotros, que tu camino sea
conocido en la tierra, tu salud salvadora entre todas las naciones.