MATEO
(griego, del hebreo Mattai, abreviatura de Mattanya, que significa regalo de Dios). Uno de los doce apóstoles de Jesús, aunque
su nombre no aparece en todas las listas de estos (Mt 10.3; Mc 3.18; Lc 6.15; Hch 1.13). Solo Mateo 10.3 informa que era PUBLICANO. Según Mt 9.9, Mateo se encontraba sentado en el puesto del cobrador en Capernaum cuando el Señor lo llamó. En los
pasajes paralelos, sin embargo, a este apóstol se le llama LEVÍ, y Marcos añade la frase «hijo de Alfeo» (Mc 2.14; Lc 5.29).
Sin duda se ha de ver en Mateo: Leví un
nombre doble.
La cena ofrecida después del llamamiento de
Mateo parece haber tenido lugar en la propia casa de este (Mt 9.10 indica sencillamente «en la casa»; Mc 2.15 y Lc 5.29 rezan: «en su casa», que difícilmente podría referirse a la de Jesús). Cabe
notar que como aduanero sabría escribir y que además del arameo, conocía
también el griego.
Fuera de los textos mencionados no hay otra
referencia personal a Mateo en el Nuevo Testamento. Papías (siglo II d.C.) dice
que Mateo «compiló los oráculos [del Señor] en lengua hebrea [o sea, arameo], y
cada uno los traducía [o interpretaba] luego como podía». Por tanto, la iglesia
primitiva creía que Mateo era el autor del Evangelio que lleva su nombre, a
pesar de que este Evangelio se escribió en griego.
Hoy muchos eruditos no creen que Mateo haya
sido el autor del Evangelio, si bien algunos admiten que posiblemente fuera
compilador de los dichos de Jesús, o de las numerosas citas del Antiguo
Testamento, y que por eso lleva su nombre. Otros suponen que Mateo fue
secretario del grupo de discípulos que registró los dichos de Jesús, y así se constituiría
en el autor. Sin embargo, en el Evangelio mismo no se identifica al autor.
(MATEO, EVANGELIO DE.)
EVANGELIO DE MATEO: En los primeros siglos de nuestra era, Mateo se distinguía como el más
leído e influyente de los cuatro Evangelios. En la mayoría de las listas de los
libros del Nuevo Testamento Mateo aparece en primer lugar. De esto hay tres posibles
explicaciones:
(1) fue el primer Evangelio escrito;
(2) lo escribió un apóstol y esto se creía firmemente en aquel entonces y:
(3) fue muy apreciado en la iglesia debido a su forma literaria y didáctica.
ESTRUCTURA DEL LIBRO
Una de las razones de la inmensa popularidad
de Mateo es la forma ordenada, concisa y cuidadosa en que fue escrito. El
evangelista procede según un plan bien trazado a recopilar su materia según
temas, aunque no siempre en forma cronológica.
Reúne en cinco grandes discursos didácticos
mucha materia que se encuentra dispersa a través de los otros sinópticos
(aunque véase el Sermón del Llano en Lucas 6.17–49).
Los cinco discursos presentan diversas
facetas del tema central del Evangelio, que es el Reino de los cielos:
(1) Mt 5–7, el SERMÓN DEL MONTE;
(2) Mt 10, el discurso misionero;
(3) Mt 13, las parábolas del Reino;
(4) Mt 18, el discurso sobre los pequeños y sobre los
disgustos entre hermanos;
(5) Mt 24 y 25, el discurso escatológico.
Estos discursos forman la espina dorsal del Evangelio. Señala su importancia la
fórmula concluyente: «Y cuando terminó Jesús estas palabras» u otra frase
semejante (7.28; 11.1; 13.53; 19.1; 26.1). Aunque algunos eruditos
consideran como otro discurso la diatriba contra los escribas y fariseos (Mt 23), esta omite la fórmula concluyente y no trata de una enseñanza específica
sobre el reino como los otros discursos.
Entre un discurso y otro, Mateo ha
intercalado muchas narraciones del ministerio de Jesús. Esta manera de presentar
el mensaje integral de Jesús demuestra la relación íntima que debe haber entre los
hechos de la vida de Jesús y la enseñanza del reino con su ética
correspondiente.
Otra manera de bosquejar el Evangelio es a
partir de la frase «desde entonces», que se halla en 4.17 (al principio del ministerio de Jesús, cuando va creciendo su popularidad)
y en 16.21 (en la declinación de su ministerio que
culmina en su muerte).
AUTOR Y FECHA
Hasta hace relativamente pocos años era
unánime la creencia de que MATEO-LEVÍ había escrito el primer Evangelio, pero
actualmente la mayoría de los eruditos ponen en tela de juicio tal paternidad.
El problema gira alrededor de dos factores:
(1) Mateo contiene casi todo el material
contenido por el EVANGELIO DE MARCOS, escritor no apostólico, de lo cual es
posible deducir que Mateo dependía de Marcos. Sería inconcebible que un apóstol
y testigo ocular del ministerio de Jesús se apoyara en uno que no lo era
(EVANGELIOS).
(2) No se sabe a ciencia cierta cuál fue la
lengua original del Evangelio: según Papías (Eusebio, Hist. Eccl. III, 39, 16), «Mateo ordenó los logia del Señor
en el dialecto de los hebreos [que significa arameo] y cada uno los
interpretaba [o traducía] como podía». Se discute arduamente si logia quiere decir «los dichos del Señor» (que
significa, su enseñanza) o «los escritos acerca del Señor» (quizás el Evangelio
completo). Según algunos eruditos, el texto actual de Mateo parece haberse escrito
originalmente en griego. De ser así, dicen, el apóstol Mateo no pudo haberlo escrito.
Desde luego, el apóstol era de Galilea, región bilingüe, por lo que es muy
posible que haya dominado ambos idiomas.
De todos modos, el testimonio de los Padres
de la Iglesia en los primeros siglos sostiene la tesis de la paternidad de
Mateo, aunque todos los Evangelios son anónimos y nada nos obliga a creer como
artículo de fe la atribución tradicional (SEUDONIMIA).
Dos detalles nos inclinan a creer que Mateo
tuvo algo que ver con la composición:
(1) en 10.3 se llama a Mateo «el
PUBLICANO», cosa que Mateo mismo hubiera podido hacer, pero no otros (cp Mc 3.18 y Lc 6.15, donde falta este epíteto);
(2) en Mateo 9.10 se localiza la fiesta de
Mateo sencillamente «en la casa» como si fuera su propia casa, mientras los
otros sinópticos (Mc 2.15; Lc 5.29) usan «en su casa»,
refiriéndose directamente a la de Mateo (Leví).
La composición de Mateo tiene sus raíces en
el mismo universalismo del mensaje de Jesús, porque desde el principio fue
necesario explicar a los judíos que su fe, tradicionalmente limitada a Israel,
iba a ser compartida con los gentiles. Al comienzo los judíos no comprendieron
las implicaciones de esto, y aún después de iniciada la misión a los gentiles,
pensaron que estos tendrían que satisfacer todos los requisitos del judaísmo para
entrar en el Reino. Así que el problema de Mateo es el de explicar cómo el REINO
DE LOS CIELOS, claramente profetizado en el Antiguo Testamento, se da, no a los
que rechazan al Mesías, sino a todos los que reciben a Jesús como Señor y
producen los frutos del Reino (21.43).
Además, puesto que Jesús se constituyó en
Señor del cielo y de la tierra (28.18), era preciso proclamar su
señorío universal a todo el mundo (28.19). Aunque la necesidad de escribir
este Evangelio existía desde el tiempo de Jesús, no fue sino hasta poco después
de iniciada la misión a los gentiles y aun hasta más tarde en el siglo I, al
agudizarse la oposición judía hacia el cristianismo, cuando se halló verdadera
ocasión para su composición. Por eso se han sugerido fechas que se extienden
desde la quinta década hasta la novena; no hay consenso al respecto.
Algunos aseguran que 22.7 se refiere a la destrucción de Jerusalén ya acaecida, lo cual favorecería
una fecha posterior a 70 d.C. Pero como no hay referencia clara a esta destrucción
se podría admitir una fecha de la sexta o séptima década (en todo caso, después
de la publicación de Marcos).
MARCO HISTÓRICO
Es creencia casi universal que Mateo se
escribió para los judíos. Esto se basa en los siguientes hechos:
(1) La genealogía de Mateo 1.1–17 comprende únicamente la historia de Israel, desde su fundador Abraham,
hasta Jesús (la genealogía de Lucas 3.23–38 se remonta hasta Adán).
(2) Las muchas citas del Antiguo Testamento
tienen por objeto mostrar que en Jesús se cumplen las esperanzas mesiánicas; de
especial interés son las once citas precedidas por la frase «para que se
cumpliese lo dicho por el profeta» (1.22s; 2.17s, 23; 4.14ss; 8.17; 12.17ss; 13.35; 21.4s; 26.56; 27.9s; cf. 26.54).
(3) La Ley Mosaica y otras ideas del judaísmo se
contrastan con la palabra de Jesús, que evidentemente es superior.
(4) Algunos ven en los cinco grandes discursos
del Evangelio (cf. los cinco libros de Moisés) un indicio de que Mateo ve a
Jesús como el nuevo legislador, el nuevo Moisés que da sus leyes desde otro
monte.
(5) También hay referencias a los judíos en sus
relaciones con los gentiles (8.11s; 21.33–45, especialmente el
versículo 43). Estos detalles, y otros más, parecen
indicar que el autor escribía para judíos, o judeocristianos de habla griega
(sin excluir a los gentiles), y trataba de explicar cómo el reino prometido a
los judíos les fue quitado a estos y dado a los gentiles.
El objetivo básico del Evangelio ha sido muy
discutido: algunos recalcan su propósito catequístico; otros, su carácter
litúrgico, y otros, su finalidad apologética o misionera. La verdad seguramente
se halla en una combinación de varias de estas sugerencias. Sin embargo, el
tema central y preponderante es sin duda el Reino de los cielos.
APORTE A LA TEOLOGÍA
La estructura literaria de Mateo encierra
también una estructura teológica, porque en los cinco discursos enseña lo
fundamental acerca del «reino de los cielos»:
(1) en el Sermón del Monte, versículos 5–7, nos da las leyes básicas del Reino;
(2) el discurso misionero, versículo 10, presenta la imperiosa necesidad de proclamar el mensaje del Reino a los
demás;
(3) las parábolas del Reino, versículos 13, declaran el desarrollo del Reino y su concepto total desde el punto de
vista cronológico;
(4) el discurso de Mateo 18 enseña las relaciones personales y la
comunión que deben prevalecer dentro del Reino; y:
(5) el discurso escatológico, versículos 24 y 25, destaca el desenlace de todo el proceso del
Reino en la SEGUNDA VENIDA DE CRISTO.
OTROS PUNTOS IMPORTANTES
Mateo es el único Evangelio que usa la
palabra «iglesia» (16.18; 18.17), y por eso se le llama el
«Evangelio eclesial». Sin embargo, la frase «pueblo de Dios» describe mejor la
iglesia en nuestros días, y este concepto se encuentra repetidamente en los
Evangelios.
Únicamente Mateo usa la frase «REINO DE LOS
CIELOS», aunque también emplea cuatro veces el sinónimo «reino de Dios».
Se caracteriza por algunas tensiones y
paralelismos interesantes:
(A) entre el señorío del Padre (11.25) y el de Jesús (28.18);
(B) entre el cielo (o Dios) y la tierra (o el hombre) (6.1–20; 7.11; 10.32s; 16.17, 19; 18.18s; 21.2);
(C) entre la presencia física de Jesús (1.23) y su presencia espiritual durante su ausencia física (18.20; 28.20);
(D) entre el castigo de los judíos por su
rechazamiento del Mesías (8.11s; 21.43; 24.3–13, destrucción de Jerusalén) y el castigo de los gentiles que no fueran
fieles a la voluntad de Jesús (25.31–46).
CAPÍTULO
1
LA GENEALOGÍA DE JESÚS.
1 Libro de la genealogía de
Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.
2 Abraham engendró a Isaac, Isaac
a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos.
3 Judá engendró de Tamar a Fares y
a Zara, Fares a Esrom, y Esrom a Aram.
4 Aram engendró a Aminadab,
Aminadab a Naasón, y Naasón a Salmón.
5 Salmón engendró de Rahab a Booz,
Booz engendró de Rut a Obed, y Obed a Isaí.
6 Isaí engendró al rey David, y el
rey David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías.
7 Salomón engendró a Roboam, Roboam
a Abías, y Abías a Asa.
8 Asa engendró a Josafat, Josafat
a Joram, y Joram a Uzías.
9 Uzías engendró a Jotam, Jotam a
Acaz, y Acaz a Ezequías.
10 Ezequías engendró a Manasés,
Manasés a Amón, y Amón a Josías.
11 Josías engendró a Jeconías y a
sus hermanos, en el tiempo de la deportación a Babilonia.
12 Después de la deportación a
Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, y Salatiel a Zorobabel.
13 Zorobabel engendró a Abiud, Abiud
a Eliaquim, y Eliaquim a Azor.
14 Azor engendró a Sadoc, Sadoc a
Aquim, y Aquim a Eliud.
15 Eliud engendró a Eleazar,
Eleazar a Matán, Matán a Jacob;
16 y Jacob engendró a José, marido
de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo.
17 De manera que todas las
generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta la
deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta
Cristo, catorce.
Vv. 1—17. Acerca de esta genealogía de
nuestro Salvador, obsérvese la intención principal. No es una genealogía
innecesaria. No es por vanagloria como suelen ser las de los grandes hombres.
Demuestra que nuestro Señor Jesús es de la nación y familia de la cual iba a
surgir el Mesías. La promesa de la bendición fue hecha a Abraham y su
descendencia; la del dominio, a David y su descendencia.
Se prometió
a Abraham que Cristo descendería de él, Génesis 12: 3; 22: 18; y a David que
descendería de él, 2 Samuel 7: 12; Salmo 89. 3, y siguientes; 132: 11; por
tanto, a menos que Jesús sea hijo de David, e hijo de Abraham, no es el Mesías.
Esto se prueba aquí con registros bien conocidos. Cuando plugo al Hijo de Dios
tomar nuestra naturaleza, Él se acercó a nosotros en nuestra condición caída,
miserable; pero estaba perfectamente libre de pecado: y mientras leamos los
nombres de su genealogía no olvidemos cuán bajo se inclinó el Señor de la
gloria para salvar a la raza humana.
UN ÁNGEL SE LE APARECE A
JOSÉ.
18 El nacimiento de Jesucristo fue
así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló
que había concebido del Espíritu Santo.
19 José su marido, como era justo, y
no quería infamarla, quiso dejarla secretamente.
20 Y pensando él en esto, he aquí
un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no
temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del
Espíritu Santo es.
21 Y dará a luz un hijo, y llamarás
su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
22 Todo esto aconteció para que se
cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo:
23 He aquí, una virgen concebirá y
dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con
nosotros.
24 Y despertando José del sueño,
hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer.
25 Pero no la conoció hasta que dio
a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS.
Vv. 18—25. Miremos las circunstancias en
que entró el Hijo de Dios a este mundo inferior, hasta que aprendamos a
despreciar los vanos honores de este mundo, cuando se los compara con la piedad
y la santidad. El misterio de Cristo hecho hombre debe ser adorado; no es para
inquirir en esto por curiosidad. Fue así ordenado que Cristo participara de
nuestra naturaleza, pero puro de la contaminación del pecado original, que
había sido comunicado a toda la raza de Adán.
Fíjese que
es al reflexivo a quien Dios guiará, no al que no piensa. El tiempo de Dios
para llegar con instrucción a su pueblo se da cuando están perdidos. Los
consuelos divinos confortan más al alma cuando está presionada por pensamientos
que confunden. Se dice a José que María debía traer al Salvador al mundo. Tenía
que darle nombre, Jesús, Salvador. Jesús es el mismo nombre de Josué.
La razón de
este nombre es clara, porque aquellos a quienes Cristo salva, los salva de sus
pecados; de la culpa del pecado por el mérito de su muerte y del poder del
pecado por el Espíritu de Su gracia. Al salvarlos del pecado, los salva de la
ira y de la maldición, y de toda desgracia, aquí y después. Cristo vino a
salvar a su pueblo no en sus pecados, sino de sus pecados; y, así, a redimirlos
de entre los hombres para sí, que es apartado de los pecadores.
José hizo
como le ordenó el ángel del Señor, rápidamente y sin demora, jubilosamente, sin
discutir. Aplicando las reglas generales de la palabra escrita, debemos seguir
la dirección de Dios en todos los pasos de nuestra vida, particularmente en sus
grandes cambios, que son dirigidos por Dios, y hallaremos que esto es seguro y
consolador.
CAPÍTULO
2
LOS MAGOS BUSCAN A CRISTO.
1 Cuando Jesús nació en Belén de
Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos,
2 diciendo: ¿Dónde está el rey de
los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y
venimos a adorarle.
3 Oyendo esto, el rey Herodes se
turbó, y toda Jerusalén con él.
4 Y convocados todos los
principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de
nacer el Cristo.
5 Ellos le dijeron: En Belén de
Judea; porque así está escrito por el profeta:
6 Y tú, Belén, de la tierra de
Judá, No eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; Porque de ti saldrá
un guiador, Que apacentará a mi pueblo Israel.
7 Entonces Herodes, llamando en
secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de
la estrella;
8 y enviándolos a Belén, dijo: Id
allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo
saber, para que yo también vaya y le adore.
Vv. 1—8. Los que viven completamente
alejados de los medios de gracia suelen usar la máxima diligencia y aprenden a
conocer lo máximo de Cristo y de su salvación. Pero ningún arte curioso ni el
puro aprendizaje humano pueden llevar a los hombres a Él.
Debemos
aprender de Cristo atendiendo a la palabra de Dios, como luz que brilla en un
lugar oscuro, y buscando la enseñanza del Espíritu Santo. Aquellos en cuyo
corazón se levanta la estrella de la mañana, para darles el necesario
conocimiento de Cristo, hacen de su adoración su actividad preferente.
Aunque
Herodes era muy viejo, y nunca había mostrado afecto por su familia, y era
improbable que viviera hasta que el recién nacido llegara a la edad adulta,
empezó a turbarse con el temor de un rival. No comprendió la naturaleza
espiritual del reino del Mesías.
Cuidémonos
de la fe muerta. El hombre puede estar persuadido de muchas verdades y aun
puede odiarlas, porque interfieren con su ambición o licencia pecaminosa. Tal
creencia le incomodará, y se decidirá más a oponerse a la verdad y la causa de
Dios; y puede ser suficientemente necio para esperar tener éxito en eso.
LOS MAGOS ADORAN A JESÚS.
9 Ellos, habiendo oído al rey, se
fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de
ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño.
10 Y al ver la estrella, se
regocijaron con muy grande gozo.
11 Y al entrar en la casa, vieron al
niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le
ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.
12 Pero siendo avisados por
revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por
otro camino.
Vv. 9—12. Cuánto gozo sintieron estos
sabios al ver la estrella, nadie lo sabe tan bien como quienes, después de una
larga y triste noche de tentación y abandono, bajo el poder de un espíritu de
esclavitud, al fin reciben el Espíritu de adopción, dando testimonio a sus
espíritus que son hijos de Dios.
Podemos
pensar qué desilusión fue para ellos cuando encontraron que una choza era su
palacio, y su propia y pobre madre era la única servidumbre que tenía. Sin
embargo, estos magos no se creyeron impedidos, porque habiendo hallado al Rey
que buscaban, le ofrecieron sus presentes.
Quien busca
humilde a Cristo no tropezará si lo halla a Él y a sus discípulos en chozas
oscuras, después de haberlos buscado en vano en los palacios y ciudades
populosas. ¿Hay un alma ocupada en buscar a Cristo? ¿Querrá adorarlo y decir,
¡sí!, yo soy una criatura pobre y necia y nada tengo que ofrecer? ¡Nada! ¿No
tienes un corazón, aunque indigno de Él, oscuro, duro y necio? Dáselo tal como
es, y prepárate para que Él lo use y disponga como le plazca; Él lo tomará, y
lo hará mejor, y nunca te arrepentirás de habérselo dado. Él lo modelará a su
semejanza, y Él mismo se te dará y será tuyo para siempre.
Los
presentes de los magos eran oro, incienso, y mirra. La providencia los mandó
como socorro oportuno para José y María en su actual condición de pobreza. Así,
nuestro Padre celestial, que sabe lo que necesitan sus hijos, usa a algunos
como mayordomos para suplir las necesidades de los demás y proveerles aun desde
los confines de la tierra.
JESÚS LLEVADO A EGIPTO.
13 Después que partieron ellos, he
aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo: Levántate y toma al
niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga;
porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo.
14 Y él, despertando, tomó de noche
al niño y a su madre, y se fue a Egipto,
15 y estuvo allá hasta la muerte de
Herodes; para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta,
cuando dijo: De Egipto llamé a mi Hijo.
Vv. 13—15. Egipto había sido una casa de
esclavitud para Israel, y particularmente cruel para los infantes de Israel;
pero va a ser un lugar de refugio para el santo niño Jesús. Cuando a Dios
agrada, puede hacer que el peor de los lugares sirva al mejor de los
propósitos.
Esta fue una
prueba de la fe de José y María. Pero la fe de ellos, siendo probada, fue hallada
firme. Si nosotros y nuestros infantes estamos en problemas en cualquier
tiempo, recordemos los apremios en que estuvo Cristo cuando era un infante.
HERODES HACE QUE MATEN A LOS
INFANTES DE BELÉN.
16 Herodes entonces, cuando se vio
burlado por los magos, se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores
de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo
que había inquirido de los magos.
17 Entonces se cumplió lo que fue
dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo:
18 Voz fue oída en Ramá, Grande
lamentación, lloro y gemido; Raquel que llora a sus hijos, Y no quiso ser
consolada, porque perecieron.
Vv. 16—18. Herodes mató todos los niños
varones, no sólo de Belén, sino de todas las aldeas de esa ciudad. La ira
desenfrenada, armada con un poder ilícito, a menudo lleva a los hombres a
crueldades absurdas. No fue cosa injusta que Dios permitiera esto; cada vida es
entregada a su justicia tan pronto como empieza.
Las
enfermedades y las muertes de los pequeños son prueba del pecado original. Pero
el asesinato de estos niños fue su martirio. ¡Qué temprano empezó la
persecución contra Cristo y su reinado! Herodes creía que había obstruido las
profecías del Antiguo Testamento, y los esfuerzos de los magos para hallar a
Cristo; pero el consejo del Señor permanecerá por astutas y crueles que sean
las artimañas del corazón de los hombres.
MUERTE DE HERODES.
JESÚS TRAÍDO A NAZARET.
19 Pero después de muerto Herodes,
he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José en Egipto,
20 diciendo: Levántate, toma al
niño y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque han muerto los que
procuraban la muerte del niño.
21 Entonces él se levantó, y tomó
al niño y a su madre, y vino a tierra de Israel.
22 Pero oyendo que Arquelao reinaba
en Judea en lugar de Herodes su padre, tuvo temor de ir allá; pero avisado por
revelación en sueños, se fue a la región de Galilea,
23 y vino y habitó en la ciudad que
se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, que
habría de ser llamado nazareno.
Vv. 19—23. Egipto puede servir por un
tiempo como estadía o refugio, pero no para quedarse a vivir. Cristo fue
enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel, y a ellas debe retornar. Si
miramos al mundo como a nuestro Egipto, el lugar de nuestra esclavitud y
exilio, y sólo al cielo como nuestro Canaán, nuestro hogar, nuestro reposo,
deberemos levantarnos rápido y partir de aquí cuando seamos llamados, como José
salió de Egipto. La familia debe establecerse en Galilea.
Nazaret era
lugar tenido en pobre estima, y Cristo fue crucificado con esta acusación,
Jesús Nazareno. Donde quiera nos asigne la providencia los límites de nuestra
habitación, debemos esperar compartir el reproche de Cristo; aunque podemos
gloriarnos en ser llamados por su nombre, seguros de que si sufrimos con Él
también seremos glorificados con Él.
CAPÍTULO
3
JUAN EL BAUTISTA Y SU
PREDICACIÓN, SU ESTILO DE VIDA, Y EL BAUTISMO.
1 En aquellos días vino Juan el
Bautista predicando en el desierto de Judea,
2 y diciendo: Arrepentíos, porque
el reino de los cielos se ha acercado.
3 Pues éste es aquel de quien
habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto:
Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas.
4 Y Juan estaba vestido de pelo de
camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era
langostas y miel silvestre.
5 Y salía a él Jerusalén, y toda
Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán,
6 y eran bautizados por él en el
Jordán, confesando sus pecados.
Vv. 1—6. Después de Malaquías no hubo
profeta hasta Juan el Bautista. Apareció primero en el desierto de Judea. No
era un desierto deshabitado, sino parte del país, no densamente poblado ni muy
aislado. Ningún lugar es tan remoto como para excluirnos de las visitas de la
gracia divina.
Predicaba la
doctrina del arrepentimiento: “Arrepentíos”. La palabra aquí usada implica un
cambio total de modo de pensar: un cambio de juicio, de la disposición, y de
los afectos, una inclinación diferente y mejor del alma. Consideren sus
caminos, cambien sus pensamientos: han pensado mal; piensen de nuevo y piensen
bien. Los penitentes verdaderos tienen pensamientos de Dios y de Cristo, del
pecado y de la santidad, de este mundo y del otro, diferentes de los que
tuvieron.
El cambio
del pensamiento produce un cambio de camino. Este es el arrepentimiento del
evangelio, el cual se produce al ver a Cristo, al captar su amor, y de la
esperanza de perdón por medio de Él. Es un gran estímulo para que nosotros nos
arrepintamos; arrepentíos, porque vuestros pecados serán perdonados si os
arrepentís. Volveos a Dios por el camino del deber, y Él, por medio de Cristo,
se volverá a vosotros por el camino de la misericordia.
Ahora es tan
necesario que nos arrepintamos y nos humillemos para preparar el camino del
Señor, como lo era entonces. Hay mucho que hacer para abrir camino para Cristo
en un alma, y nada más necesario que el descubrimiento del pecado, y la
convicción de que no podemos ser salvados por nuestra propia justicia. El
camino del pecado y de Satanás es un camino retorcido, pero para preparar un
camino para Cristo es necesario enderezar las sendas, Hebreos 12: 13.
Quienes
tienen por actividad llamar a los demás a lamentar el pecado y a mortificarlo,
deben llevar una vida seria, una vida de abnegación y desprecio del mundo.
Dando a los demás este ejemplo, Juan preparó el camino para Cristo. Muchos
fueron al bautismo de Juan, pero pocos mantuvieron la profesión que hicieron.
Puede que haya muchos oyentes interesados, pero pocos creyentes verdaderos.
La
curiosidad y el amor de la novedad y variedad pueden llevar a muchos a oír una
buena predicación, siendo afectados momentáneamente, a muchos que nunca se
someten a su autoridad. Los que recibieron la doctrina de Juan, testificaron su
arrepentimiento confesando sus pecados. Están listos para recibir a Jesucristo
como su justicia sólo los que son llevados con tristeza y vergüenza a reconocer
su culpa.
Los
beneficios del reino de los cielos, ahora ya muy cerca, les fueron sellados por
el bautismo. Juan los purificó con agua, en señal de que Dios los limpiaría de
todas sus iniquidades, dando a entender con esto que, por naturaleza y
costumbre, todos estaban contaminados y no podían ser recibidos en el pueblo de
Dios a menos que fueran lavados de sus pecados en el manantial que Cristo iba a
abrir, Zacarías 8: 1.
JUAN REPRUEBA A LOS FARISEOS
Y A LOS SADUCEOS.
7 Al ver él que muchos de los
fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de
víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?
8 Haced, pues, frutos dignos de
arrepentimiento,
9 y no penséis decir dentro de
vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede
levantar hijos a Abraham aun de estas piedras.
10 Y ya también el hacha está
puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es
cortado y echado en el fuego.
11 Yo a la verdad os bautizo en
agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy
digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y
fuego.
12 Su aventador está en su mano, y
limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego
que nunca se apagará.
Vv. 7—12. Dar aplicación para las almas de
los oyentes es la vida de la predicación; así fue la de Juan. Los fariseos
ponían el énfasis principal en observancias externas, descuidando los asuntos
de más peso de la ley moral, y el significado espiritual de sus ceremonias
legales. Otros eran hipócritas detestables que hacían con sus pretensiones de
santidad un manto de la iniquidad. Los saduceos estaban en el extremo opuesto,
negando la existencia de los espíritus y el estado futuro.
Ellos eran
los infieles burladores de esa época y ese país. Hay una gran ira venidera.
Gran interés de cada uno es huir de la ira. Dios, que no se deleita en nuestra
ruina, nos ha advertido; advierte por la palabra escrita, por los ministros,
por la conciencia. No son dignos del nombre de penitentes, ni de sus
privilegios, los que dicen que lamentan sus pecados, pero siguen en ellos.
Conviene a
los penitentes ser humildes y bajos a sus propios ojos, agradecer la mínima
misericordia, ser pacientes en las grandes aflicciones, estar alerta contra
toda apariencia de mal, abundar en todo deber, y ser caritativos al juzgar al
prójimo. Aquí hay una palabra de cautela, no confiar en los privilegios
externos.
Hay muchos
cuyos corazones carnales son dados a seguir lo que ellos mismos dicen dentro de
sí y dejan de lado el poder de la palabra de Dios que convence de pecado y su
autoridad. Hay multitudes que no llegan al cielo por descansar en los honores y
las simples ventajas de ser miembros de una iglesia externa. He aquí una palabra de terror para el
negligente y confiado.
Nuestros
corazones corruptos no pueden dar buen fruto a menos que el Espíritu
regenerador de Cristo implante la buena palabra de Dios en ellos. Sin embargo,
todo árbol, con muchos dones y honores, por verde que parezca en su profesión y
desempeño externo, si no da buen fruto, frutos dignos de arrepentimiento, es
cortado y echado al fuego de la ira de Dios, el lugar más apto para los árboles
estériles; ¿para qué otra cosa sirven? Si no dan fruto, son buenos como
combustible.
Juan muestra
el propósito y la intención de la aparición de Cristo, la cual ellos ahora
esperaban con prontitud. No hay formas externas que puedan limpiarnos. Ninguna
ordenanza, sea quien sea el que la administre, o no importa la modalidad, puede
suplir la necesidad del bautismo del Espíritu Santo y de fuego. Sólo el poder
purificador y limpiador del Espíritu Santo puede producir la pureza de corazón,
y los santos afectos que acompañan a la salvación. Cristo es quien bautiza con
el Espíritu Santo.
Esto hizo
con los extraordinarios dones del Espíritu enviados a los apóstoles, Hechos 2,
4. Esto hace con las gracias y consolaciones del Espíritu, dados a quienes le
piden, Lucas 11: 13; Juan 7: 38, 39; ver Hechos 11:16. Obsérvese aquí, la
iglesia externa en la era de Cristo, Isaías 21: 10.
Los
creyentes verdaderos son el trigo, sustanciosos, útiles y valiosos; los
hipócritas son paja, livianos y vacíos, inútiles, sin valor, llevados por
cualquier viento; están mezclados, bueno y malo, en la misma comunión externa.
Viene el día en que serán separados la paja y el trigo. El juicio final será el
día que haga la diferencia, cuando los santos y los pecadores sean apartados
para siempre.
En el cielo
los santos son reunidos, y no más esparcidos; están a salvo y ya no más
expuestos; separados del prójimo corrompido por fuera y con afectos corruptos
por dentro, y no hay paja entre ellos. El infierno es el fuego inextinguible
que ciertamente será la porción y el castigo de los hipócritas e incrédulos.
Aquí la vida y la muerte, el bien y el mal, son puestos ante nosotros: según
somos ahora en el campo, seremos entonces en la era.
EL BAUTISMO DE JESÚS.
13 Entonces Jesús vino de Galilea a
Juan al Jordán, para ser bautizado por él.
14 Más Juan se le oponía, diciendo:
Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?
15 Pero Jesús le respondió: Deja
ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó.
16 Y Jesús, después que fue
bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio
al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él.
17 Y hubo una voz de los cielos,
que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.
Vv. 13—17. Las condescendencias de la
gracia de Cristo son tan asombrosas que aun los creyentes más firmes apenas
pueden creerlas al principio; tan profundas y misteriosas que aun quienes
conocen bien su mente, están prontos a ofrecer objeciones contra la voluntad de
Cristo. Quienes tienen mucho del Espíritu de Dios, mientras están aquí ven que
necesitan pedir más de Cristo. No niega que Juan tenía necesidad de ser
bautizado por Él, pero declara que debe ser bautizado por Juan.
Cristo está
ahora en estado de humillación. Nuestro Señor Jesús consideró conveniente, para
cumplir toda justicia, apropiarse de cada institución divina, y mostrar su
disposición para cumplir con todos los preceptos justos de Dios. En Cristo y
por medio de Él, los cielos están abiertos para los hijos de los hombres. Este
descenso del Espíritu sobre Cristo demuestra que estaba dotado sin medida con
sus poderes sagrados.
El fruto del
Espíritu Santo es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza. En el bautismo de Cristo hubo una manifestación de las
tres Personas de la Santa Trinidad. El Padre confirmando al Hijo como Mediador;
el Hijo que solemnemente se encarga de la obra; el Espíritu Santo que desciende
sobre Él para ser comunicado al pueblo por su intermedio.
En Él son
aceptables nuestros sacrificios espirituales, porque Él es el altar que
santifica todo don, 1 Pedro 2, 5. Fuera de Cristo Dios es fuego consumidor; en
Cristo, un Padre reconciliado. Este es el resumen del evangelio, el cual
debemos abrazar jubilosamente por fe.
CAPÍTULO
4
LA TENTACIÓN DE CRISTO.
1 Entonces Jesús fue llevado por
el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo.
2 Y después de haber ayunado
cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre.
3 Y vino a él el tentador, y le
dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan.
4 Él respondió y dijo: Escrito
está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca
de Dios.
5 Entonces el diablo le llevó a la
santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo,
6 y le dijo: Si eres Hijo de Dios,
échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, En
sus manos te sostendrán, Para que no tropieces con tu pie en piedra.
7 Jesús le dijo: Escrito está
también: No tentarás al Señor tu Dios.
8 Otra vez le llevó el diablo a un
monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos,
9 y le dijo: Todo esto te daré, si
postrado me adorares.
10 Entonces Jesús le dijo: Vete,
Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás.
11 El diablo entonces le dejó; y he
aquí vinieron ángeles y le servían.
Vv. 1—11. Con referencia a la tentación de
Cristo obsérvese que fue tentado inmediatamente después de ser declarado Hijo
de Dios y Salvador del mundo; los grandes privilegios y las señales especiales
del favor divino no aseguran a nadie que no va a ser tentado. Pero si el
Espíritu Santo da testimonio que hemos sido adoptados como hijos de Dios, eso
contestará todas las sugerencias del espíritu malo. Cristo fue llevado al
combate. Si hacemos gala de nuestra propia fuerza, y desafiamos al diablo a
tentarnos, provocamos a que Dios nos deje librados a nosotros mismos.
Otros son
tentados, cuando son desviados por su propia concupiscencia, y son seducidos,
Santiago 1: 14; pero nuestro Señor Jesús no tenía naturaleza corrupta, por
tanto Él fue tentado sólo por el diablo. Se manifiesta en la tentación de
Cristo que nuestro enemigo es sutil, mal intencionado y muy atrevido, pero se
le puede resistir.
Consuelo
para nosotros es que Cristo sufrió siendo tentado, porque, así, se manifiesta
que nuestras tentaciones, mientras no cedamos a ellas, no son pecado y sólo son
aflicciones. En todas sus tentaciones Satanás atacaba para que Cristo pecara
contra Dios.
1. Lo tentó a desesperarse de la
bondad de su Padre, y a desconfiar del cuidado de su Padre. Una de las tretas
de Satanás es sacar ventaja de nuestra condición externa; y los que son puestos
en apreturas tienen que redoblar su guardia. Cristo respondió todas las
tentaciones de Satanás con un “Está escrito” para darnos el ejemplo al apelar a
lo que está escrito en la Biblia.
Nosotros debemos adoptar este método cada vez que seamos tentados
a pecar. Aprendamos a no seguir rumbos equivocados a nuestra provisión, cuando
nuestras necesidades son siempre tan apremiantes: El Señor proveerá en una u
otra forma.
2. Satanás tentó a Cristo a que
presumiera del poder y protección de su Padre en materia de seguridad. No hay
extremos más peligrosos que la desesperación y la presunción, especialmente en
lo referido a los asuntos de nuestra alma. Satanás no objeta lugares sagrados
como escenario de sus asaltos.
No bajemos la guardia en ningún lugar. La ciudad santa es el lugar
donde, con la mayor ventaja, tienta a los hombres al orgullo y la presunción.
Todos los altos son lugares resbalosos; el avance en el mundo hace al hombre un
blanco para que Satanás le dispare sus dardos de fuego. ¿Satanás está tan bien
versado en las Escrituras que es capaz de citarlas fácilmente? Sí, lo está. Es
posible que un hombre tenga su cabeza llena de nociones de las Escrituras, y su
boca llena de expresiones de las Escrituras mientras su corazón está lleno de
enconada enemistad con Dios y contra toda bondad. Satanás citó mal las
palabras.
Si nos salimos de nuestro camino, fuera del camino de nuestro
deber, abandonamos la promesa y nos ponemos fuera de la protección de Dios.
Este pasaje, Deuteronomio 8: 3, hecho contra el tentador, por tanto él omitió
una parte. Esta promesa es firme y resiste bien. ¿Pero seguiremos en pecado
para que la gracia abunde? No.
3. Satanás tentó a Cristo a la
idolatría con el ofrecimiento de los reinos del mundo y la gloria de ellos. La
gloria del mundo es la tentación más encantadora para quien no piensa y no se
da cuenta; esto es lo que más fácilmente vence a los hombres. Cristo fue
tentado a adorar a Satanás. Rechazó con aborrecimiento la propuesta. “¡Vete de
aquí Satanás!” Algunas tentaciones son abiertamente malas; y no son para ser
simplemente resistidas, sino para ser rechazadas de inmediato.
Bueno es ser
rápido y firme para resistir la tentación. Si resistimos al diablo, éste huirá
de nosotros. Pero el alma que delibera está casi vencida. Encontramos sólo unos
pocos que pueden rechazar resueltamente tales carnadas, como las que ofrece
Satanás aunque, ¿de qué le aprovecha a un hombre si gana a todo el mundo y
pierde su alma? Cristo fue socorrido después de la tentación para estimularlo a
seguir en su esfuerzo, y para estimularnos a confiar en Él, porque supo, por
experiencia, lo que es sufrir siendo tentado, de modo que sabía lo que es ser
socorrido en la tentación; por tanto, podemos esperar no sólo que sienta por su
pueblo tentado, sino que venga con el oportuno socorro.
EL COMIENZO DEL MINISTERIO DE
CRISTO EN GALILEA.
12 Cuando Jesús oyó que Juan estaba
preso, volvió a Galilea;
13 y dejando a Nazaret, vino y
habitó en Capernaúm, ciudad marítima, en la región de Zabulón y de Neftalí,
14 para que se cumpliese lo dicho
por el profeta Isaías, cuando dijo:
15 Tierra de Zabulón y tierra de
Neftalí, Camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles;
16 El pueblo asentado en tinieblas
vio gran luz; Y a los asentados en región de sombra de muerte, Luz les
resplandeció.
17 Desde entonces comenzó Jesús a
predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.
Vv. 12—17. Justo es que Dios quite el
evangelio y los medios de gracia de quienes los desprecian y los arrojan de sí.
Cristo no se quedará mucho tiempo donde no sea bienvenido. Los que están sin
Cristo están en las tinieblas. Están instalados en esa condición, una postura
contenta; la eligen antes que la luz; son voluntariamente ignorantes. Cuando
viene el evangelio, viene la luz; cuando llega a cualquier parte, cuando llega
a un alma, ahí se hace de día. La luz revela y dirige; así lo hace el evangelio.
La doctrina
del arrepentimiento es buena doctrina del evangelio. No sólo el austero Juan el
Bautista, sino el bondadoso Jesús predicó el arrepentimiento. Aún existe la
misma razón para hacerlo así. No se reconoció por completo que el reino de los
cielos había llegado hasta la venida del Espíritu Santo después de la ascensión
de Cristo.
EL LLAMADO DE SIMÓN Y LOS
OTROS.
18 Andando Jesús junto al mar de
Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que
echaban la red en el mar; porque eran pescadores.
19 Y les dijo: Venid en pos de mí,
y os haré pescadores de hombres.
20 Ellos entonces, dejando al
instante las redes, le siguieron.
21 Pasando de allí, vio a otros dos
hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su
padre, que remendaban sus redes; y los llamó.
22 Y ellos, dejando al instante la
barca y a su padre, le siguieron.
Vv. 18—22. Cuando Cristo empezó a predicar
empezó a reunir discípulos que debían ser oyentes, y luego predicadores, de su
doctrina, que debían ser testigos de sus milagros, y luego testificar acerca de
ellos. No fue a la corte de Herodes, ni fue a Jerusalén a los sumos sacerdotes
ni a los ancianos, sino al mar de Galilea, a los pescadores. El mismo poder que
llamó a Pedro y a Andrés podría haber traído a Anás y a Caifás, porque nada es
imposible con Dios. Pero Cristo elige lo necio del mundo para confundir a lo
sabio.
La
diligencia es un llamado honesto a complacer a Cristo, y no es un obstáculo
para la vida santa. La gente ociosa está más abierta a las tentaciones de
Satanás que a los llamados de Dios. Es cosa feliz y esperanzadora ver hijos que
cuidan a sus padres y cumplen su deber. Cuando Cristo venga es bueno ser
hallado haciendo así. ¿Estoy en Cristo? Es una pregunta muy necesaria que nos
hagamos, y luego de esa, ¿estoy en mi llamado? Habían seguido antes a Cristo
como discípulos corrientes, Juan 1: 37; ahora deben dejar su oficio.
Los que
siguen bien a Cristo deben, a su mandato, dejar todas las cosas para seguirle a
Él, deben estar dispuestos a separarse de ellas. Esta instancia del poder del
Señor Jesús nos exhorta a depender de su gracia. Él habla y está hecho.
JESÚS ENSEÑA Y HACE MILAGROS.
23 Y recorrió Jesús toda Galilea,
enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y
sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
24 Y se difundió su fama por toda
Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas
enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los
sanó.
25 Y le siguió mucha gente de
Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán.
Vv. 23—25. Donde iba Cristo confirmaba su
misión divina por medio de milagros, que fueron emblema del poder sanador de su
doctrina y del poder del Espíritu que lo acompañaban. Ahora no encontramos en
nuestros cuerpos el milagroso poder sanador del Salvador, pero si somos curados
por la medicina, la alabanza es igualmente suya. Aquí se usan tres palabras
generales.
Él sanó toda
enfermedad o dolencia; ninguna fue demasiado mala, ninguna demasiado terrible,
para que Cristo no la sanara con una palabra. Se nombran tres enfermedades: la
parálisis que es la suprema debilidad del cuerpo; la locura que es la
enfermedad más grande de la mente; y la posesión demoníaca que es la desgracia
y calamidad más grandes de todas; pero Cristo sanó todo y, así, al curar las
enfermedades del cuerpo demostró que su gran misión al mundo era curar los
males espirituales. El pecado es enfermedad, dolencia y tormento del alma:
Cristo vino a quitar el pecado y, así, curar el alma.
CAPÍTULO
5
EL SERMÓN DEL MONTE.
1 Viendo la multitud, subió al
monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos.
2 Y abriendo su boca les enseñaba,
diciendo:
Vv. 1, 2. Nadie hallará felicidad en este
mundo o en el venidero si no la busca en Cristo por el gobierno de su palabra.
Él les enseñó lo que era el mal que ellos debían aborrecer, y cuál es el bien
que deben buscar y en el cual abundar.
QUIENES SON BIENAVENTURADOS.
3 Bienaventurados los pobres en
espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
4 Bienaventurados los que lloran,
porque ellos recibirán consolación.
5 Bienaventurados los mansos,
porque ellos recibirán la tierra por heredad.
6 Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
7 Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Bienaventurados los de limpio
corazón, porque ellos verán a Dios.
9 Bienaventurados los
pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los que padecen
persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los
cielos.
11 Bienaventurados sois cuando por
mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros,
mintiendo.
12 Gozaos y alegraos, porque
vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los
profetas que fueron antes de vosotros.
Vv. 3—12. Aquí nuestro Salvador da ocho
características de la gente bienaventurada que para nosotros representan las
gracias principales del cristiano.
1. Los pobres en espíritu son
bienaventurados. Estos llevan sus mentes a su condición cuando es baja. Son
humildes y pequeños según su propio criterio. Ven su necesidad, se duelen por
su culpa y tienen sed de un Redentor. El reino de la gracia es de los tales; el
reino de la gloria es para ellos.
2. Los que lloran son
bienaventurados. Parece ser aquí se trata esa tristeza santa que obra verdadero
arrepentimiento, vigilancia, mente humilde y dependencia continua para ser
aceptado por la misericordia de Dios en Cristo Jesús, con búsqueda constante
del Espíritu Santo para limpiar el mal residual. El cielo es el gozo de nuestro
Señor; un monte de gozo, hacia el cual nuestro camino atraviesa un valle de
lágrimas. Tales dolientes serán consolados por su Dios.
3. Los mansos son bienaventurados.
Los mansos son los que se someten calladamente a Dios; los que pueden tolerar
insultos; son callados o devuelven una respuesta blanda; los que, en su
paciencia, conservan el dominio de sus almas, cuando escasamente tienen posesión
de alguna otra cosa. Estos mansos son bienaventurados aun en este mundo. La
mansedumbre fomenta la riqueza, el consuelo y la seguridad, aun en este mundo.
4. Los que tienen hambre y sed de
justicia son bienaventurados. La justicia está aquí puesta por todas las
bendiciones espirituales. Estas son compradas para nosotros por la justicia de
Cristo, confirmadas por la fidelidad de Dios. Nuestros deseos de bendiciones
espirituales deben ser fervientes. Aunque todos los deseos de gracia no son
gracia, sin embargo, un deseo como este es un deseo de los que son creados por
Dios y Él no abandonará a la obra de Sus manos.
5. Los misericordiosos son
bienaventurados. Debemos no sólo soportar nuestras aflicciones con paciencia,
sino que debemos hacer todo lo que podamos por ayudar a los que estén pasando
miserias. Debemos tener compasión por las almas del prójimo, y ayudarles;
compadecer a los que estén en pecado, y tratar de sacarlos como tizones fuera
del fuego.
6. Los limpios de corazón son
bienaventurados, porque verán a Dios. Aquí son plenamente descritas y unidas la
santidad y la dicha. Los corazones deben ser purificados por la fe y mantenidos
para Dios. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio. Nadie sino el limpio es
capaz de ver a Dios, ni el cielo se promete para el impuro. Como Dios no tolera
mirar la iniquidad, así ellos no pueden mirar su pureza.
7. Los pacificadores son
bienaventurados. Ellos aman, desean y se deleitan en la paz; y les agrada tener
quietud. Mantienen la paz para que no sea rota y la recuperan cuando es
quebrantada. Si los pacificadores son bienaventurados, ¡ay de los que
quebrantan la paz!
8. Los que son perseguidos por
causa de la justicia son bienaventurados. Este dicho es peculiar del
cristianismo; y se enfatiza con mayor intensidad que el resto.
Sin embargo,
nada hay en nuestros sufrimientos que pueda ser mérito ante Dios, pero Dios
verá que quienes pierden por Él, aun la misma vida, no pierdan finalmente por
causa de Él. ¡Bendito Jesús, cuán diferentes son tus máximas de las de los
hombres de este mundo! Ellos llaman dichoso al orgulloso, y admiran al alegre,
al rico, al poderoso y al victorioso.
Alcancemos
nosotros misericordia del Señor; que podamos ser reconocidos como sus hijos, y
heredemos el reino. Con estos deleites y esperanzas, podemos dar la bienvenida
con alegría a las circunstancias bajas o dolorosas.
EXHORTACIONES Y ADVERTENCIAS.
13 Vosotros sois la sal de la
tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para
nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.
14 Vosotros sois la luz del mundo;
una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.
15 Ni se enciende una luz y se pone
debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en
casa.
16 Así alumbre vuestra luz delante
de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro
Padre que está en los cielos.
Vv. 13—16. Vosotros sois la sal de la
tierra. La humanidad, en la ignorancia y la maldad, era como un montón enorme,
listo para podrirse, pero Cristo envió a sus discípulos, para sazonarla, por
sus vidas y doctrinas, con el conocimiento y la gracia. Si no son como debieran
ser, son como sal que ha perdido su sabor. Si un hombre puede adoptar la
confesión de Cristo, y, sin embargo, permanecer sin gracia, ninguna otra
doctrina, ningún otro medio lo hace provechoso.
Nuestra luz
debe brillar haciendo buenas obras tales que los hombres puedan verlas. Lo que
haya entre Dios y nuestras almas debe ser guardado para nosotros mismos, pero
lo que, de sí mismo, queda abierto a la vista de los hombres, debemos procurar
que se conforme a nuestra profesión y que sea encomiable. Debemos apuntar a la
gloria de Dios.
CRISTO VINO A CONFIRMAR LA
LEY.
17 No penséis que he venido para
abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.
18 Porque de cierto os digo que
hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la
ley, hasta que todo se haya cumplido.
19 De manera que cualquiera que
quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres,
muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga
y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.
20 Porque os digo que si vuestra
justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el
reino de los cielos.
Vv. 17—20. Que nadie suponga que Cristo
permite que su pueblo juegue con cualquiera de los mandamientos de la santa ley
de Dios. Ningún pecador participa de la justicia justificadora de Cristo hasta
que se arrepiente de sus malas obras. La misericordia revelada en el evangelio
guía al creyente a un aborrecimiento de sí mismo aún más profundo.
La ley es la
regla del deber del cristiano, y éste se deleita en ella. Si alguien que
pretende ser discípulo de Cristo se permitirse cualquier desobediencia a la ley
de Dios, o enseña al prójimo a hacerlo, cualquiera sea su situación o
reputación entre los hombres, no puede ser verdadero discípulo.
La justicia
de Cristo, que nos es imputada por la sola fe, es necesaria para todos los que
entran al reino de la gracia o de la gloria, pero la nueva creación del corazón
para santidad produce un cambio radical en el temperamento y la conducta del
hombre.
EL SEXTO MANDAMIENTO.
21 Oísteis que fue dicho a los
antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio.
22 Pero yo os digo que cualquiera
que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga:
Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga:
Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.
23 Por tanto, si traes tu ofrenda
al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti,
24 deja allí tu ofrenda delante del
altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta
tu ofrenda.
25 Ponte de acuerdo con tu
adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el
adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la
cárcel.
26 De cierto te digo que no saldrás
de allí, hasta que pagues el último cuadrante.
Vv. 21—26. Los maestros judíos habían
enseñado que nada, salvo el homicidio, era prohibido por el sexto mandamiento.
Así, eliminaban su significado espiritual. Cristo mostró el significado
completo de este mandamiento; conforme al cual debemos ser juzgados en el más
allá y, por tanto, debiera ser obedecido ahora.
Toda ira
precipitada es homicidio en el corazón. Por nuestro hermano, aquí escrito,
debemos entender a cualquier persona, aunque muy por debajo de nosotros, porque
somos todos hechos de una sangre. “Necio” es una palabra de burla que viene del
orgullo; “Tú eres un necio” es palabra desdeñosa que viene del odio.
La calumnia
y las censuras maliciosas son veneno que mata secreta y lentamente. Cristo les
dijo que por ligeros que consideraran estos pecados, ciertamente serían
llamados a juicio por ellos. Debemos conservar cuidadosamente el amor y la paz
cristianas con todos nuestros hermanos; y, si en algún momento, hay una pelea,
debemos confesar nuestra falta, humillarnos a nuestro hermano, haciendo u
ofreciendo satisfacción por el mal hecho de palabra u obra: y debemos hacer
esto rápidamente porque hasta que lo hagamos, no seremos aptos para nuestra
comunión con Dios en las santas ordenanzas.
Cuando nos
estamos preparando para algún ejercicio religioso bueno es que nosotros hagamos
de esto una ocasión para reflexionar y examinarnos con seriedad. Lo que aquí se
dice es muy aplicable a nuestro ser reconciliados con Dios por medio de Cristo.
Mientras estemos vivos, estamos en camino a su trono de juicio, después de la
muerte, será demasiado tarde. Cuando consideramos la importancia del caso, y la
incertidumbre de la vida, ¡cuán necesario es buscar la paz con Dios sin demora!
EL
SÉPTIMO MANDAMIENTO.
27 Oísteis que fue dicho: No
cometerás adulterio.
28 Pero yo os digo que cualquiera
que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.
29 Por tanto, si tu ojo derecho te
es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno
de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
30 Y si tu mano derecha te es
ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de
tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
31 También fue dicho: Cualquiera que
repudie a su mujer, dele carta de divorcio.
32 Pero yo os digo que el que
repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere;
y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.
Vv. 27—32. La victoria sobre los deseos del
corazón debe ir acompañada con ejercicios dolorosos, pero debe hacerse. Toda
cosa es dada para salvarnos de nuestros pecados, no en ellos. Todos nuestros
sentidos y facultades deben evitar las cosas que conducen a transgredir.
Quienes llevan a los demás a la tentación de pecar, por la ropa o en cualquiera
otra forma, o los dejan en ello, o los exponen a ello, se hacen culpables de su
pecado, y serán considerados responsables de dar cuentas por ello.
Si uno se
somete a las operaciones dolorosas, para salvarnos la vida, ¿de qué debiera
retenerse nuestra mente cuando lo que está en juego es la salvación de nuestra
alma? Hay tierna misericordia tras todos los requisitos divinos, y las gracias
y consuelos del Espíritu nos facultarán para satisfacerlos.
EL TERCER MANDAMIENTO.
33 Además habéis oído que fue dicho
a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos.
34 Pero yo os digo: No juréis en
ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios;
35 ni por la tierra, porque es el
estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey.
36 Ni por tu cabeza jurarás, porque
no puedes hacer blanco o negro un solo cabello.
37 Pero sea vuestro hablar: Sí, sí;
no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.
Vv. 33—37. No hay razón para considerar que
son malos los votos solemnes en un tribunal de justicia o en otras ocasiones
apropiadas, siempre y cuando sean formulados con la debida reverencia. Pero
todos los votos hechos sin necesidad o en la conversación corriente, son
pecaminosos, como asimismo todas las expresiones que apelan a Dios, aunque las
personas piensen que por ello evaden la culpa de jurar.
Mientras
peores sean los hombres, menos comprometidos están por los votos; mientras
mejores sean, menos necesidad hay de los votos. Nuestro Señor no indica los
términos precisos con que tenemos que afirmar o negar, sino que el cuidado
constante de la verdad haría innecesarios los votos y juramentos.
LA LEY DEL TALIÓN.
38 Oísteis que fue dicho: Ojo por
ojo, y diente por diente.
39 Pero yo os digo: No resistáis al
que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele
también la otra;
40 y al que quiera ponerte a pleito
y quitarte la túnica, déjale también la capa;
41 y a cualquiera que te obligue a
llevar carga por una milla, ve con él dos.
42 Al que te pida, dale; y al que
quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.
Vv. 38—42. La sencilla instrucción es:
Soporta cualquier injuria que puedas sufrir por amor a la paz, encomendando tus
preocupaciones al cuidado del Señor. El resumen de todo es que los cristianos
deben evitar las disputas y las querellas. Si alguien dice que carne y sangre
no pueden pasar por tal afrenta, que se acuerden que carne y sangre no
heredarán el reino de Dios, y los que actúan sobre la base de los principios
justos tendrán suma paz y consuelo.
LA LEY DE AMOR, EXPLICADA.
43 Oísteis que fue dicho: Amarás a
tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.
44 Pero yo os digo: Amad a vuestros
enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y
orad por los que os ultrajan y os persiguen;
45 para que seáis hijos de vuestro
Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que
hace llover sobre justos e injustos.
46 Porque si amáis a los que os
aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?
47 Y si saludáis a vuestros
hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?
48 Sed, pues, vosotros perfectos,
como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.
Vv. 43—48. Los maestros judíos entendían
por “prójimo” sólo a los que eran de su propio país, nación y religión, a los
que les complacía considerar amigos. El Señor Jesús enseña que debemos hacer
toda la bondad verdadera que podamos a todos, especialmente a sus almas.
Debemos orar por ellos. Mientras muchos devolverán bien por bien, hemos de
devolver bien por mal; y esto hablará de un principio más noble en que se basa
la mayoría de los hombres para actuar.
Otros
saludan a sus hermanos, y abrazan a los de su propio partido, costumbre y
opinión pero nosotros no debemos limitar así nuestro respeto. Deber de los
cristianos es desear y apuntar a la perfección, y seguir adelante en gracia y
santidad. Allí debemos tener la intención de conformarnos al ejemplo de nuestro
Padre celestial, 1 Pedro 1: 15, 16.
Seguramente
se espera más de los seguidores de Cristo que de los demás; seguramente se
hallará más en ellos que en los demás. Roguemos a Dios que nos capacite para
demostrarnos como hijos suyos.
CAPÍTULO
6
CONTRA LA HIPOCRESÍA DE DAR
LIMOSNA.
1 Guardaos de hacer vuestra
justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no
tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.
2 Cuando, pues, des limosna, no
hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas
y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya
tienen su recompensa.
3 Más cuando tú des limosna, no
sepa tu izquierda lo que hace tu derecha,
4 para que sea tu limosna en
secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.
Vv. 1—4. En seguida, nuestro Señor
advirtió contra la hipocresía y la simulación exterior en los deberes
religiosos. Lo que hay que hacer, debemos hacerlo a partir de un principio
interior de ser aprobados por Dios, no la búsqueda del elogio de los hombres.
En estos versículos se nos advierte contra la hipocresía de dar limosna.
Atención a
esto. Es pecado sutil; y la vanagloria se infiltra en lo que hacemos, antes de
darnos cuenta. Pero el deber no es menos necesario ni menos excelente porque
los hipócritas abusan de él para servir a su orgullo. La condena que Cristo
dicta parece primero una promesa, pero es su recompensa; no es la recompensa
que promete Dios a los que hacen el bien, sino la recompensa que los hipócritas
se prometen a sí mismos, y pobre recompensa es; ellos lo hicieron para ser
vistos por los hombres, y son vistos por los hombres.
Cuando menos
notamos nuestras buenas obras, Dios las nota más. Él te recompensará; no como
amo que da a su siervo lo que se gana, y nada más, sino como Padre que da
abundantemente a su hijo lo que le sirve.
CONTRA LA HIPOCRESÍA AL ORAR.
5 Y cuando ores, no seas como los
hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas
de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen
su recompensa.
6 Más tú, cuando ores, entra en tu
aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre
que ve en lo secreto te recompensará en público.
7 Y orando, no uséis vanas
repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.
8 No os hagáis, pues, semejantes a
ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que
vosotros le pidáis.
Vv. 5—8. Se da por sentado que todos los
que son discípulos de Cristo oran. Puede que sea más rápido hallar un hombre
vivo que no respire que a un cristiano vivo que no ore. Si no hay oración,
entonces no hay gracia. Los escribas y los fariseos eran culpables de dos
grandes faltas en la oración: la vanagloria y la vana repetición.
“Verdaderamente ellos tienen su recompensa”; si en algo tan grande entre
nosotros y Dios, cuando estamos orando, podemos tener en cuenta una cosa tan
pobre como el halago de los hombres, justo es que eso sea toda nuestra
recompensa.
Pero no hay
un musitar secreto y repetido en busca de Dios que Él no vea. Se le llama
recompensa, pero es de gracia, no por deuda; ¿qué mérito puede haber en
mendigar? Si no da a su pueblo lo que piden, se debe a que sabe que no lo
necesitan y que no es para su bien.
Tanto dista
Dios de ser convencido por el largo o las palabras de nuestras oraciones, que
las intercesiones más fuertes son las que se emiten con gemidos indecibles.
Estudiemos bien lo que muestra la actitud mental en que debemos ofrecer
nuestras oraciones, y aprendamos diariamente de Cristo cómo orar.
CÓMO ORAR.
9 Vosotros, pues, oraréis así:
Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
10 Venga tu reino. Hágase tu
voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
11 El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy.
12 Y perdónanos nuestras deudas,
como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
13 Y no nos metas en tentación, mas
líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos
los siglos. Amén.
14 Porque si perdonáis a los
hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;
15 más si no perdonáis a los
hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.
Vv. 9—15. Cristo vio que era necesario
mostrar a sus discípulos cuál debe ser corrientemente el tema y el método de su
oración. No se trata que estemos atados sólo a usar la misma oración siempre,
pero, indudablemente, es muy bueno orar según un modelo. Dice mucho en pocas
palabras; se usa en forma aceptable no más de lo que se usa con entendimiento y
sin vanas repeticiones.
Seis son las
peticiones: las primeras tres se relacionan más expresamente a Dios y su honra;
las otras tres, a nuestras preocupaciones temporales y espirituales. Esta
oración nos enseña a buscar primero el reino de Dios y su justicia, y todas las
demás cosas serán añadidas. Después de las cosas de la gloria, del reino y de
la voluntad de Dios, oramos por el sustento y el consuelo necesario en la vida
presente. Aquí cada palabra contiene una lección.
Pedimos pan;
eso nos enseña sobriedad y templanza: y sólo pedimos pan, no lo que no
necesitamos. Pedimos por nuestro pan; eso nos enseña honestidad y trabajo; no
tenemos que pedir el pan de los demás ni el pan del engaño, Proverbios 20: 17.
Ni el pan del ocio, Proverbios 31: 27, sino el pan honestamente obtenido.
Pedimos por
nuestro pan diario, lo que nos enseña a depender constantemente de la
providencia divina. Rogamos a Dios que nos los dé; no que lo venda ni lo
preste, sino que lo dé. El más grande de los hombres debe dirigirse a la
misericordia de Dios para su pan diario. Oramos, dánoslo. Esto nos enseña
compasión por el pobre. También que debemos orar con nuestra familia.
Oramos que
Dios nos lo dé este día, lo que nos enseña a renovar los deseos de nuestras
almas en cuanto a Dios, como son renovadas las necesidades de nuestros cuerpos.
Al llegar el día debemos orar a nuestro Padre celestial y reconocer que
podríamos pasar muy bien el día sin comida, pero no sin oración. Se nos enseña
a odiar y aborrecer el pecado mientras esperamos misericordia, a desconfiar de
nosotros, a confiar en la providencia y la gracia de Dios para impedirnos
pecar, a estar preparados para resistir al tentador, y no volvernos tentadores
de los demás.
Aquí hay una
promesa: Si perdonas tu Padre celestial también te perdonará. Debemos perdonar
porque esperamos ser perdonados. Los que desean hallar misericordia de Dios
deben mostrar misericordia a sus hermanos. Cristo vino al mundo como el gran
Pacificador no sólo para reconciliarnos con Dios sino los unos con los otros.
RESPETAR EL AYUNO.
16 Cuando ayunéis, no seáis
austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a
los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.
17 Pero tú, cuando ayunes, unge tu
cabeza y lava tu rostro,
18 para no mostrar a los hombres que
ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te
recompensará en público.
Vv. 16—18. El ayuno religioso es un deber
requerido a los discípulos de Cristo pero no es tanto un deber en sí mismo,
sino como medio para disponernos para otros deberes. Ayunar es humillar el
alma, Salmo 35: 13; esta es la faz interna del deber; por tanto, que sea tu
principal interés, y en cuanto a la externa, no permitas que se vea codicia.
Dios ve en lo secreto, y te recompensará en público.
EL MAL DE PENSAR
MUNDANALMENTE.
19 No os hagáis tesoros en la
tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan;
20 sino haceos tesoros en el cielo,
donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.
21 Porque donde esté vuestro
tesoro, allí estará también vuestro corazón.
22 La lámpara del cuerpo es el ojo;
así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz;
23 pero si tu ojo es maligno, todo
tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas,
¿cuántas no serán las mismas tinieblas?
24 Ninguno puede servir a dos
señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y
menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.
Vv. 19—24. La mentalidad mundana es síntoma
fatal y corriente de la hipocresía, porque por ningún pecado puede Satanás
tener un soporte más seguro y más firme en el alma que bajo el manto de una
profesión de fe. Algo tendrá el alma que mirar como lo mejor aquello en lo cual
se complace y confía por encima de todas las demás cosas.
Cristo
aconseja que hagamos como nuestras mejores cosas a los goces y las glorias del
otro mundo, las cosas que no se ven, que son eternas y que pongamos nuestra
felicidad en ellas. Hay tesoros en el cielo. Sabiduría nuestra es poner toda
diligencia para asegurar nuestro derecho a la vida eterna por medio de
Jesucristo, y mirar todas las cosas de aquí abajo como indignas de ser
comparadas con aquellas y a estar contentos con nada menos que ellas. Es
felicidad superior y más allá de los cambios y azares del tiempo, es herencia
incorruptible.
El hombre
mundano se equivoca en su primer principio; por tanto, todos sus razonamientos
y acciones que de ahí surgen deben ser malos. Esto se aplica por igual a la
falsa religión; lo que es considerado luz es la oscuridad más densa. Este es un
ejemplo espantoso, pero corriente; por tanto, debemos examinar cuidadosamente
nuestros principios directrices a la luz de la palabra de Dios, pidiendo con
oración ferviente la enseñanza de su Espíritu.
Un hombre
puede servir un poco a dos amos, pero puede consagrarse al servicio de no más
que uno. Dios requiere todo el corazón y no lo compartirá con el mundo. Cuando
dos amos se oponen entre sí, ningún hombre puede servir a ambos. Él se aferra y
ama al mundo, y debe despreciar a Dios; el que ama a Dios debe dejar la amistad
del mundo.
SE MANDA CONFIAR EN DIOS.
25 Por tanto os digo: No os afanéis
por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro
cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo
más que el vestido?
26 Mirad las aves del cielo, que no
siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las
alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?
27 ¿Y quién de vosotros podrá, por
mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?
28 Y por el vestido, ¿por qué os
afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan;
29 pero os digo, que ni aun Salomón
con toda su gloria se vistió así como uno de ellos.
30 Y si la hierba del campo que hoy
es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a
vosotros, hombres de poca fe?
31 No os afanéis, pues, diciendo:
¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?
32 Porque los gentiles buscan todas
estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas
estas cosas.
33 Mas buscad primeramente el reino
de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
34 Así que, no os afanéis por el
día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su
propio mal.
Vv. 25—34. Escasamente haya otro pecado
contra el cual advierta más nuestro Señor Jesús a sus discípulos que las
preocupaciones inquietantes, distractoras y desconfiadas por las cosas de esta
vida. A menudo esto entrampa al pobre tanto como el amor a la riqueza al rico.
Pero hay una despreocupación por las cosas temporales que es deber, aunque no
debemos llevar a un extremo estas preocupaciones lícitas.
No os
afanéis por vuestra vida. Ni por la extensión de ella, sino referidla a Dios
para que la alargue o acorte según le plazca; nuestros tiempos están en su mano
y están en buena mano. Ni por las comodidades de esta vida; dejad que Dios la
amargue o endulce según le plazca. Dios ha prometido la comida y el vestido,
por tanto podemos esperarlos. No penséis en el mañana, en el tiempo venidero.
No os
afanéis por el futuro, cómo viviréis el año que viene, o cuando estéis viejos,
o qué dejaréis detrás de vosotros. Como no debemos jactarnos del mañana, así
tampoco debemos preocuparnos por el mañana o sus acontecimientos. Dios nos ha
dado vida y nos ha dado el cuerpo. ¿Y qué no puede hacer por nosotros el que
hizo eso? Si nos preocupamos de nuestras almas y de la eternidad, que son más
que el cuerpo y esta vida, podemos dejarle en manos de Dios que nos provea
comida y vestido, que son lo menos. Mejorad esto como exhortación a confiar en
Dios.
Debemos
reconciliarnos con nuestro patrimonio en el mundo como lo hacemos con nuestra
estatura. No podemos alterar las disposiciones de la providencia, por tanto
debemos someternos y resignarnos a ellas. El cuidado considerado por nuestras
almas es la mejor cura de la consideración cuidada por el mundo.
Buscad
primero el reino de Dios y haced de la religión vuestra ocupación: no digáis
que este es el modo de hambrearte; no es la manera de estar bien provisto, aun
en este mundo. La conclusión de todo el asunto es que es la voluntad y el
mandamiento del Señor Jesús, que por las oraciones diarias podamos obtener
fuerza para sostenernos bajo nuestros problemas cotidianos, y armarnos contra
las tentaciones que los acompañan y no dejar que ninguna de esas cosas nos
conmuevan.
Bienaventurados
los que toman al Señor como su Dios, y dan plena prueba de ellos confiándose
totalmente a su sabia disposición. Que tu Espíritu nos dé convicción de pecado
en la necesidad de esta disposición y quite lo mundano de nuestros corazones.
CAPÍTULO
7
CRISTO REPRUEBA EL JUICIO
APRESURADO.
1 No juzguéis, para que no seáis
juzgados.
2 Porque con el juicio con que
juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.
3 ¿Y por qué miras la paja que
está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?
4 ¿O cómo dirás a tu hermano:
Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?
5 ¡Hipócrita! saca primero la viga
de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu
hermano.
6 No deis lo santo a los perros,
ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se
vuelvan y os despedacen.
Vv. 1—6. Debemos juzgarnos a nosotros
mismos, y juzgar nuestros propios actos, pero sin hacer de nuestra palabra una
ley para nadie. No debemos juzgar duramente a nuestros hermanos sin tener base.
No debemos hacer lo peor de la gente. Aquí hay una reprensión justa para todos
los que pelean con sus hermanos por faltas pequeñas, mientras ellos se permiten
las grandes. Algunos pecados son como motas, mientras otros son como vigas;
algunos son como un mosquito, y otros son como un camello.
No es que
haya pecado pequeño; si es como mota o una astilla, está en el ojo; si es un
mosquito está en la garganta; ambos son dolorosos y peligrosos, y no podemos
estar bien ni cómodos hasta que salgan. Lo que la caridad nos enseña a llamar
no más que paja en el ojo ajeno, el arrepentimiento y la santa tristeza nos
enseñará a llamarlo viga en el nuestro.
Extraño es
que un hombre pueda estar en un estado pecaminoso y miserable, y no darse
cuenta de eso, como un hombre que tiene una viga en su ojo y no la toma en
cuenta; pero el dios de este mundo les ciega el entendimiento. Aquí hay una
buena regla para los que juzgan: primero refórmate a ti mismo.
EXHORTACIONES A LA ORACIÓN.
7 Pedid, y se os dará; buscad, y
hallaréis; llamad, y se os abrirá.
8 Porque todo aquel que pide,
recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.
9 ¿Qué hombre hay de vosotros, que
si su hijo le pide pan, le dará una piedra?
10 ¿O si le pide un pescado, le dará
una serpiente?
11 Pues si vosotros, siendo malos,
sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está
en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?
Vv. 7—11. La oración es el medio designado
para conseguir lo que necesitamos. Orad; orad a menudo; haced de la oración
vuestra ocupación, y sed serios y fervientes en ello. Pedid, como un mendigo
pide limosna. Pedid como el viajero pregunta por el camino. Buscad como se
busca una cosa de valor que perdimos; o como el mercader que busca perlas
buenas. Llamad como llama a la puerta el que desea entrar en casa.
El pecado
cerró y echó llave a la puerta contra nosotros; por la oración llamamos. Sea lo
que sea por lo que oréis, conforme a la promesa, os será dado si Dios ve que es
bueno para vosotros, y ¿qué más querrías tener? Esto está hecho para aplicarlo
a todos los que oran bien; todo el que pide, recibe, sea judío o gentil, joven
o viejo, rico o pobre, alto o bajo, amo o sirviente, docto o indocto, todos por
igual son bienvenidos al trono de la gracia, si van por fe.
Se explica
comparándolo con los padres terrenales y su aptitud para dar a sus hijos lo que
piden. Los padres suelen ser neciamente afectuosos, pero Dios es omnisciente;
Él sabe lo que necesitamos, lo que deseamos, y lo que es bueno para nosotros.
Nunca supongamos que nuestro Padre celestial nos pediría que oremos y, luego,
se negaría oír o darnos lo que nos perjudica.
EL CAMINO ANGOSTO Y EL ANCHO.
12 Así que, todas las cosas que
queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con
ellos; porque esto es la ley y los profetas.
13 Entrad por la puerta estrecha;
porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y
muchos son los que entran por ella;
14 porque estrecha es la puerta, y
angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.
Vv. 12—14. Cristo vino a enseñarnos, no
sólo lo que tenemos que saber y creer, sino lo que tenemos que hacer; no sólo
para con Dios, sino para con los hombres; no sólo para con los que son de
nuestro partido y denominación, sino para con los hombres en general, con todos
aquellos que nos relacionemos. Debemos hacer a nuestro prójimo lo que nosotros
mismos reconocemos que es bueno y razonable.
En nuestros tratos
con los hombres debemos ponernos en el mismo caso y en las circunstancias que
aquellos con quienes nos relacionamos, y actuar en conformidad con ello. No hay
sino dos caminos: el correcto y el errado, el bueno y el malo; el camino al
cielo y el camino al infierno; todos vamos caminando por uno u otro: no hay un
lugar intermedio en el más allá; no hay un camino neutro. Todos los hijos de
los hombres somos santos o pecadores, buenos o malos.
Fijaos en
que el camino del pecado y de los pecadores que la puerta es ancha y está
abierta. Podéis entrar por esta puerta con todas las lujurias que la rodean; no
frena apetitos ni pasiones. Es un camino ancho; hay muchas sendas en este; hay
opciones de caminos pecaminosos. Hay multitudes en este camino. Pero, ¿qué
provecho hay en estar dispuesto a irse al infierno con los demás, porque ellos
no irán al cielo con nosotros?
El camino a
la vida eterna es angosto. No estamos en el cielo tan pronto como pasamos por
la puerta angosta. Hay que negar el yo, mantener el cuerpo bajo control, y
mortificar las corrupciones. Hay que resistir las tentaciones diarias; hay que
cumplir los deberes. Debemos velar en todas las cosas y andar con cuidado; y
tenemos que pasar por mucha tribulación.
No obstante,
este camino nos invita a todos; lleva a la vida; al consuelo presente en el
favor de Dios, que es la vida del alma; a la bendición eterna, cuya esperanza
al final de nuestro camino debe facilitarnos todas las dificultades del camino.
Esta simple declaración de Cristo ha sido descartada por muchos que se han dado
el trabajo de hacerla desparecer con explicaciones pero, en todas la épocas el
discípulo verdadero de Cristo ha sido mirado como una personalidad singular,
que no está de moda; y todos los que se pusieron del lado de la gran mayoría,
se han ido por el camino ancho a la destrucción.
Si servimos
a Dios, debemos ser firmes en nuestra religión. ¿Podemos oír a menudo sobre la
puerta estrecha y el camino angosto y que son pocos los que los hallan, sin
dolernos por nosotros mismos o sin considerar si entramos al camino angosto y
cuál es el avance que estamos haciendo ahí?
CONTRA LOS FALSOS PROFETAS.
15 Guardaos de los falsos profetas,
que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos
rapaces.
16 Por sus frutos los conoceréis.
¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?
17 Así, todo buen árbol da buenos
frutos, pero el árbol malo da frutos malos.
18 No puede el buen árbol dar malos
frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.
19 Todo árbol que no da buen fruto,
es cortado y echado en el fuego.
20 Así que, por sus frutos los
conoceréis.
Vv. 15—20. Nada impide tanto a los hombres
pasar por la puerta estrecha y llegar a ser verdaderos seguidores de Cristo,
como las doctrinas carnales, apaciguadoras y halagadoras de quienes se oponen a
la verdad. Estos pueden conocerse por el arrastre y los efectos de sus
doctrinas. Una parte de sus temperamentos y conductas resulta contraria a la
mente de Cristo. Las opiniones que llevan a pecar no vienen de Dios.
SED HACEDORES DE LA PALABRA,
NO SÓLO OIDORES.
21 No todo el que me dice: Señor,
Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi
Padre que está en los cielos.
22 Muchos me dirán en aquel día:
Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera
demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?
23 Y entonces les declararé: Nunca
os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.
24 Cualquiera, pues, que me oye
estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su
casa sobre la roca.
25 Descendió lluvia, y vinieron
ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque
estaba fundada sobre la roca.
26 Pero cualquiera que me oye estas
palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa
sobre la arena;
27 y descendió lluvia, y vinieron
ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y
fue grande su ruina.
28 Y cuando terminó Jesús estas
palabras, la gente se admiraba de su doctrina;
29 porque les enseñaba como quien
tiene autoridad, y no como los escribas.
Vv. 21—29. Aquí Cristo muestra que no
bastará reconocerlos como nuestro Amo sólo de palabra y lengua. Es necesario
para nuestra dicha que creamos en Cristo, que nos arrepintamos de pecado, que
vivamos una vida santa, que nos amemos unos a otros. Esta es su voluntad,
nuestra santificación. Pongamos cuidado de no apoyarnos en los privilegios y
obras externas, no sea que nos engañemos y perezcamos eternamente con una
mentira a nuestra derecha, como lo hacen multitudes.
Que cada uno
que invoca el nombre de Cristo se aleje de todo pecado. Hay otros cuya religión
descansa en el puro oír, sin ir más allá; sus cabezas están llenas de nociones
vacías. Estas dos clases de oidores están representados por los dos
constructores. Esta parábola nos enseña a oír y hacer los dichos del Señor
Jesús: algunos pueden parecer duros para carne y sangre, pero deben hacerse.
Cristo está
puesto como cimiento y toda otra cosa fuera de Cristo es arena. Algunos
construyen sus esperanzas en la prosperidad mundanal; otros, en una profesión
externa de religión. Sobre estas se aventuran, pero esas son todo arena,
demasiado débiles para soportar una trama como nuestras esperanzas del cielo.
Hay una tormenta que viene y probará la obra de todo hombre. Cuando Dios quita
el alma, ¿dónde está la esperanza del hipócrita?
La casa se
derrumbó en la tormenta, cuando más la necesitaba el constructor, y esperaba
que le fuera un refugio. Se cayó cuando era demasiado tarde para edificar otra.
El Señor nos haga constructores sabios para la eternidad. Entonces, nada nos
separará del amor de Cristo Jesús. Las multitudes se quedaban atónitas ante la
sabiduría y el poder de la doctrina de Cristo. Este sermón, tan a menudo leído,
siempre es nuevo.
Cada palabra
prueba que su Autor es divino. Seamos cada vez más decididos y fervientes, y
hagamos de una u otra de estas bienaventuranzas y gracias cristianas, el tema
principal de nuestros pensamientos, por semanas seguidas. No descansemos en
deseos generales y confusos al respecto, por los cuales podemos captar todo,
pero sin retener nada.
CAPÍTULO
8
MULTITUDES SIGUEN A CRISTO.
1 Cuando descendió Jesús del
monte, le seguía mucha gente.
V. 1. Este versículo se refiere al
final del sermón anterior. Aquellos a quienes Cristo se ha dado a conocer,
desean saber más de Él.
SANA A UN LEPROSO.
2 Y he aquí vino un leproso y se
postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.
3 Jesús extendió la mano y le
tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.
4 Entonces Jesús le dijo: Mira, no
lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que
ordenó Moisés, para testimonio a ellos.
Vv. 2—4. En estos versículos tenemos el
relato de la limpieza de un leproso hecha por Cristo; el leproso se acercó a Él
y lo adoró como a Uno investido de poder divino. Esta purificación no sólo nos
guía a acudir a Cristo, que tiene poder sobre las enfermedades físicas, para la
sanidad de ellas; también nos enseña la manera de apelar a Él.
Cuando no
podemos estar seguros de la voluntad de Dios, podemos estar seguros de su
sabiduría y misericordia. Por grande que sea la culpa, en la sangre de Cristo
hay aquello que la expía; ninguna corrupción es tan fuerte que no haya en su
gracia lo que puede someterla. Para ser purificados debemos encomendarnos a su
piedad; no podemos demandarlo como deuda; debemos pedirlo humildemente como un
favor.
Quienes por
fe apelan a Cristo por misericordia y gracia, pueden estar seguros de que Él
les está dando libremente la misericordia y la gracia que ellos así procuran. Benditas
sean las aflicciones que nos llevan a conocer a Cristo, y nos hacen buscar su
ayuda y su salvación. Quienes son limpios de su lepra espiritual, vayan a los
ministros de Cristo y expongan su caso, para ser aconsejados, consolados y para
que oren por ellos.
SANIDAD DEL SIERVO DE UN
CENTURIÓN.
5 Entrando Jesús en Capernaúm,
vino a él un centurión, rogándole,
6 y diciendo: Señor, mi criado
está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado.
7 Y Jesús le dijo: Yo iré y le
sanaré.
8 Respondió el centurión y dijo:
Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi
criado sanará.
9 Porque también yo soy hombre
bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y
al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace.
10 Al oírlo Jesús, se maravilló, y
dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado
tanta fe.
11 Y os digo que vendrán muchos del
oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino
de los cielos;
12 más los hijos del reino serán
echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.
13 Entonces Jesús dijo al
centurión: Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella
misma hora.
Vv. 5—13. Este centurión era pagano, un
soldado romano. Aunque era soldado, no obstante, era un buen hombre. Ninguna
vocación ni posición del hombre será excusa para la incredulidad y el pecado.
Véase cómo expone el caso de su siervo. Debemos interesarnos por las almas de
nuestros hijos y siervos, espiritualmente enfermos, que no sienten los males
espirituales, y no conocen lo que es espiritualmente bueno; debemos llevarlos a
Cristo por fe y por la oración.
Obsérvese su
humillación. Las almas humildes se hacen más humildes por la gracia de Cristo
en el trato con ellos. Obsérvese su gran fe. Mientras menos nos fiemos de
nosotros mismos, más fuerte será nuestra confianza en Cristo. Aquí el centurión
le reconoce mando con poder divino y pleno sobre todas las criaturas y poderes
de la naturaleza, como un amo sobre sus siervos. Este tipo de siervos debemos
ser todos para Dios; debemos ir y venir, conforme a los mandatos de su palabra
y las disposiciones de su providencia.
Pero cuando
el Hijo del Hombre viene, encuentra poca fe, por tanto, halla poco fruto. Una
profesión externa hace que se nos llame hijos del reino, pero si descansamos en
eso, y nada más podemos mostrar, seremos desechados. El siervo obtuvo la
sanidad de su enfermedad y el amo obtuvo la aprobación de su fe. Lo que se le
dijo a él, se dice a todos: Cree y recibirás; sólo cree. Véase el poder de
Cristo y el poder de la fe. La curación de nuestras almas es, de inmediato, el
efecto y la prueba de nuestro interés en la sangre de Cristo.
SANIDAD DE LA SUEGRA DE
PEDRO.
14 Vino Jesús a casa de Pedro, y
vio a la suegra de éste postrada en cama, con fiebre.
15 Y tocó su mano, y la fiebre la
dejó; y ella se levantó, y les servía.
16 Y cuando llegó la noche,
trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios,
y sanó a todos los enfermos;
17 para que se cumpliese lo dicho
por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y
llevó nuestras dolencias.
Vv. 14—17. Pedro tenía una esposa aunque
era apóstol de Cristo, lo que demuestra que aprobaba el estado del matrimonio,
siendo bondadoso con la madre de la esposa de Pedro. La iglesia de Roma, que
prohíbe que sus ministros se casen, contradice a este apóstol, sobre el cual
tanto se apoyan. Tenía a su suegra consigo en su familia, lo que es ejemplo de
ser bueno con nuestros padres. En la sanidad espiritual, la Escritura dice la
palabra, el Espíritu da el toque, toca el corazón, toca la mano.
Aquellos que
se recuperan de una fiebre suelen estar débiles por un tiempo; pero para
mostrar que esta curación estaba por sobre el poder de la naturaleza, la mujer
estuvo tan bien que de inmediato se dedicó a los quehaceres de la casa. Los
milagros que hizo Jesús fueron publicados ampliamente, de modo que muchos se
agolparon viniendo a Él, y sanó a todos los que estaban enfermos, aunque el
paciente estuviera muy débil y el caso fuera de lo peor.
Muchas son
las enfermedades y las calamidades del cuerpo a las que estamos propensos; y
hay más en esas palabras del evangelio que dicen que Jesucristo llevó nuestras
enfermedades y nuestros dolores, para sostenernos y consolarnos cuando estamos
sometidos a ellos, que en todos los escritos de los filósofos. No nos quejemos
por el trabajo, el problema o el gasto al hacer el bien al prójimo.
LA PROMESA ENTUSIASTA DEL
ESCRIBA.
18 Viéndose Jesús rodeado de mucha
gente, mandó pasar al otro lado.
19 Y vino un escriba y le dijo:
Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.
20 Jesús le dijo: Las zorras tienen
guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde
recostar su cabeza.
21 Otro de sus discípulos le dijo:
Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre.
22 Jesús le dijo: Sígueme; deja que
los muertos entierren a sus muertos.
Vv. 18—22. Uno de los escribas se apresuró
a prometer; se dice cercano seguidor de Cristo. Parece muy resuelto. Muchas
decisiones religiosas son producidas por una súbita convicción de pecado, y
asumidas sin una debida reflexión; estas llegan a nada. Cuando este escriba
ofreció seguir a Cristo, se podría pensar que Jesús debió sentirse animado; un
escriba podía dar más crédito y servicio que doce pescadores; pero Cristo vio
su corazón, y respondió a sus pensamientos, y, enseña a todos cómo ir a Cristo.
Su resolución parece surgir de un principio mundano y codicioso; pero Cristo no
tenía dónde reclinar su cabeza, y si él lo seguía, no debía esperar que le
fuera mejor.
Tenemos
razón para pensar que este escriba se alejó. Otro era demasiado lento. La
demora en hacer es, por un lado, tan mala como la prisa para resolver por el
otro. Pidió permiso para ocuparse de enterrar a su padre, y luego se pondría al
servicio de Cristo. Esto parecía razonable aunque no era justo. No tenía celo
verdadero por la obra. Enterrar al muerto, especialmente a un padre muerto, es
una buena obra, pero no es tu obra en este momento.
Si Cristo
requiere nuestro servicio, debe cederse aun el afecto por los parientes más
cercanos y queridos, y por las cosas que no son nuestro deber. A la mente sin
disposición nunca le faltan las excusas. Jesús le dijo: Sígueme, y, sin duda,
salió poder con esta palabra para él como para los otros; siguió a Cristo y se
aferró de Él. El escriba dijo, yo te seguiré; a este otro hombre Cristo le
dijo: Sígueme; comparándolos, se ve que somos llevados a Cristo por la fuerza
de su llamado personal, Romanos 9: 16.
CRISTO EN UNA TEMPESTAD.
23 Y entrando él en la barca, sus
discípulos le siguieron.
24 Y he aquí que se levantó en el
mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía.
25 Y vinieron sus discípulos y le
despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!
26 Él les dijo: ¿Por qué teméis,
hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y
se hizo grande bonanza.
27 Y los hombres se maravillaron,
diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?
Vv. 23—27. Consuelo para quienes se hacen a
la mar en barcos, y suelen peligrar allí, es reflexionar que tienen un Salvador
en quien confiar y al cual orar, que sabe qué es estar en el agua y estar en
tormentas. Quienes están pasando por el océano de este mundo con Cristo, deben
esperar tormentas. Su naturaleza humana, semejante a nosotros en todo, pero sin
pecado, estaba fatigada y se durmió en ese momento para probar la fe de sus
discípulos.
Ellos fueron
a su Maestro en su temor. Así es en el alma; cuando las lujurias y las
tentaciones se levantan y rugen, y Dios está, al parecer, dormido a lo que
ocurre, esto nos lleva al borde de la desesperación. Entonces, se clama por una
palabra de su boca: Señor Jesús, no te quedes callado o estoy acabado. Muchos
que tienen fe verdadera son débiles en ella.
Los
discípulos de Cristo eran dados a inquietarse con temores en un día
tempestuoso; se atormentaban a sí mismos con que las cosas estaban mal para
ellos, y con pensamientos desalentadores de que vendrá algo peor. Las grandes
tormentas de la duda y temor en el alma, bajo el poder del espíritu de
esclavitud, suelen terminar en una calma maravillosa, creada y dirigida por el
Espíritu de adopción.
Ellos
quedaron estupefactos. Nunca habían visto que una tormenta fuera de inmediato
calmada a la perfección. El que puede hacer esto, puede hacer cualquier cosa,
lo que estimula la confianza y el consuelo en Él, en el día más tempestuoso de
adentro o de afuera, Isaías 26: 4.
SANA A DOS ENDEMONIADOS.
28 Cuando llegó a la otra orilla, a
la tierra de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían
de los sepulcros, feroces en gran manera, tanto que nadie podía pasar por aquel
camino.
29 Y clamaron diciendo: ¿Qué tienes
con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de
tiempo?
30 Estaba paciendo lejos de ellos
un hato de muchos cerdos.
31 Y los demonios le rogaron
diciendo: Si nos echas fuera, permítenos ir a aquel hato de cerdos.
32 Él les dijo: Id. Y ellos salieron,
y se fueron a aquel hato de cerdos; y he aquí, todo el hato de cerdos se
precipitó en el mar por un despeñadero, y perecieron en las aguas.
33 Y los que los apacentaban
huyeron, y viniendo a la ciudad, contaron todas las cosas, y lo que había pasado
con los endemoniados.
34 Y toda la ciudad salió al
encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera de sus
contornos.
Vv. 28—34. Los demonios nada tienen que ver
con Cristo como Salvador; ellos no tienen ni esperan ningún beneficio de Él.
¡Oh, la profundidad de este misterio del amor divino: que el hombre caído tenga
tanto que ver con Cristo, cuando los ángeles caídos nada tienen que ver con Él!
Hebreos 2, 16. Seguramente que aquí sufrieron un tormento, al ser forzados a
reconocer la excelencia que hay en Cristo, y aún así, no tener parte con Él.
Los demonios
no desean tener nada que ver con Cristo como Rey. Véase qué lenguaje hablan
quienes no tendrán nada que ver con el evangelio de Cristo. Pero no es verdad
que los demonios no tengan nada que ver con Cristo como Juez, porque tienen que
ver, y lo saben; así es para con todos los hijos de los hombres. Satanás y sus
instrumentos no pueden ir más allá de lo que el Señor permita; ellos deben
dejar la posesión cuando Él manda.
No pueden
romper el cerco de protección en torno a su pueblo; ni siquiera pueden entrar
en un cerdo sin su permiso. Recibieron el permiso. A menudo Dios permite, por
objetivos santos y sabios, los esfuerzos de la ira de Satanás. Así, pues, el
diablo apresura a la gente a pecar; los apura a lo que han resuelto en contra,
de lo cual saben que será vergüenza y pena para ellos: miserable es la
condición de los que son llevados cautivos por él a su voluntad.
Hay muchos
que prefieren sus cerdos al Salvador y, así, no alcanzan a Cristo y la
salvación por Él. Ellos desean que Cristo se vaya de sus corazones, y no
soportan que Su Palabra tenga lugar en ellos, porque Él y su palabra
destruirían sus concupiscencias brutales, eso que se entrega a los cerdos como
alimento. Justo es que Cristo abandone a los que están cansados de Él; y
después diga: Apartaos, malditos, a quienes ahora le dicen al Todopoderoso:
Vete de nosotros.
CAPÍTULO
9
JESÚS REGRESA A CAPERNAUM Y
SANA A UN PARALÍTICO.
1 Entonces, entrando Jesús en la
barca, pasó al otro lado y vino a su ciudad.
2 Y sucedió que le trajeron un
paralítico, tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al
paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.
3 Entonces algunos de los escribas
decían dentro de sí: Éste blasfema.
4 Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué
pensáis mal en vuestros corazones?
5 Porque, ¿qué es más fácil, decir:
Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?
6 Pues para que sepáis que el Hijo
del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al
paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa.
7 Entonces él se levantó y se fue
a su casa.
8 Y la gente, al verlo, se
maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres.
Vv. 1—8. La fe de los amigos del
paralítico al llevarlo a Cristo era una fe firme; ellos creían firmemente que
Jesucristo podía y querría sanarlo. Una fe fuerte no considera los obstáculos
al ir en busca de Cristo. Era una fe humilde; ellos lo llevaron a esperar en
Cristo. Era una fe activa. El pecado puede ser perdonado, pero no ser eliminada
la enfermedad; la enfermedad puede ser quitada, pero no perdonado el pecado:
pero si tenemos el consuelo de la paz con Dios, con el consuelo de la
recuperación de la enfermedad, esto hace que, sin duda, la sanidad sea una
misericordia.
Esto no es
exhortación para pecar. Si tú llevas tus pecados a Jesucristo, como tu
enfermedad y tu desgracia para ser curados de esto, y librados de aquello, es
bueno; pero ir con ellos, como tus amores y deleites, pensando aún en
retenerlos y recibirlo a Él, es un tremendo error, un engaño miserable. La gran
intención del bendito Jesús en la redención que obró, es separar nuestros corazones
del pecado.
Nuestro
Señor Jesús tiene perfecto conocimiento de todo lo que decimos dentro de
nosotros mismos. Hay mucho mal en los pensamientos pecaminosos, que es muy
ofensivo para el Señor Jesús. A Cristo le interesa mostrar que su gran misión
al mundo era salvar a su pueblo de sus pecados. Dejó el debate con los escribas
y pronunció las palabras de salud al enfermo. No sólo no tuvo más necesidad de
que lo llevaran en su lecho, sino que tuvo fuerzas para llevarlo él. Dios debe
ser glorificado en todo el poder que se da para hacer el bien.
LLAMADO A MATEO.
9 Pasando Jesús de allí, vio a un
hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y
le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió.
Vv. 9. Mateo fue en su llamado, como los
demás a los que Cristo llamó. Como Satanás viene con sus tentaciones al ocioso,
así viene Cristo con sus llamados a los que están ocupados. Todos tenemos
natural aversión a ti, oh Dios; llámanos a seguirte; atráenos por tu poderosa
palabra y correremos en pos de ti. Habla por la palabra del Espíritu a nuestros
corazones, el mundo no puede retenernos, Satanás no puede detener nuestro
camino, nos levantaremos y te seguiremos.
Cristo como
autor, y su palabra como el medio, obra un cambio salvador en el alma. Ni el
cargo de Mateo ni sus ganancias, pudieron detenerlo cuando Cristo lo llamó. Él
lo dejó todo, y aunque después, ocasionalmente, a los discípulos que eran
pescadores los hallamos pescando otra vez, nunca más encontramos a Mateo en sus
ganancias pecaminosas.
MATEO, O LA FIESTA DE LEVÍ.
10 Y aconteció que estando él
sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que
habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos.
11 Cuando vieron esto los fariseos,
dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y
pecadores?
12 Al oír esto Jesús, les dijo: Los
sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.
13 Id, pues, y aprended lo que
significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a
justos, sino a pecadores, al arrepentimiento.
Vv. 10—13. Algún tiempo después de su
llamado, Mateo procuró llevar a sus antiguos socios a que oyeran a Cristo.
Sabía por experiencia lo que podía hacer la gracia de Cristo y no se desesperó
al respecto. Los que son eficazmente llevados a Cristo no pueden sino desear
que los demás también sean llevados a Él. Aquellos que suponen que sus almas
están sin enfermedad no acogerán al Médico espiritual.
Este era el
caso de los fariseos; ellos despreciaron a Cristo porque se creían íntegros;
pero los pobres publicanos y pecadores sentían que les faltaba instrucción y
enmienda. Fácil es, y también corriente, poner las peores interpretaciones
sobre las mejores palabras y acciones. Puede sospecharse con justicia que los
que no tienen la gracia de Dios, no se complacen con que otros la consigan.
Aquí se
llama misericordia que Cristo converse con los pecadores, porque fomentar la
conversión de las almas es el mayor acto de misericordia. El llamado del
evangelio es un llamado al arrepentimiento; un llamado para que cambiemos
nuestro modo de pensar y cambiemos nuestros caminos. Si los hijos de los
hombres no fueran pecadores no hubiera sido necesario que Cristo viniera a
ellos. Examinemos si hemos investigado nuestra enfermedad y si hemos aprendido
a seguir las órdenes de nuestro gran Médico.
OBJECIONES DE LOS DISCÍPULOS
DE JUAN.
14 Entonces vinieron a él los
discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas
veces, y tus discípulos no ayunan?
15 Jesús les dijo: ¿Acaso pueden los
que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Pero vendrán
días cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
16 Nadie pone remiendo de paño
nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la
rotura.
17 Ni echan vino nuevo en odres
viejos; de otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama, y los odres
se pierden; pero echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se
conservan juntamente.
Vv. 14—17. En esta época Juan estaba preso;
sus circunstancias, su carácter, y la naturaleza del mensaje que fue enviado a
dar, guió a los que estaban peculiarmente afectos a él, a realizar ayunos
frecuentes. Cristo los refirió al testimonio que Juan da de Él, Juan 3: 29.
Aunque no
cabe duda de que Jesús y sus discípulos vivieron en forma frugal y económica,
sería impropio que sus discípulos ayunaran mientras tenían el consuelo de su
presencia. Cuando está con ellos, todo está bien. La presencia del sol hace el
día, y su ausencia produce la noche. Nuestro Señor les recuerda luego las
reglas comunes de la prudencia.
No se
acostumbraba tomar un pedazo de tela de lana cruda, que nunca había sido
preparada, para coserla a un traje viejo, porque no se uniría bien con el
ropaje viejo y suave, sino que lo desgarraría aún más, y la rasgadura sería
peor.
Ni tampoco
los hombres echaban vino nuevo en odres viejos, que iban a podrirse y se
reventarían por la fermentación del vino; al poner el vino nuevo en odres
nuevos y fuertes, ambos serían preservados. Se requiere gran prudencia y
cautela para que los nuevos convertidos no reciban ideas sombrías y
prohibitorias del servicio de nuestro Señor; antes bien serán estimulados en
los deberes a medida que sean capaces de soportarlos.
CRISTO RESUCITA A LA HIJA DE
JAIRO Y SANA EL FLUJO DE SANGRE.
18 Mientras él les decía estas
cosas, vino un hombre principal y se postró ante él, diciendo: Mi hija acaba de
morir; mas ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá.
19 Y se levantó Jesús, y le siguió
con sus discípulos.
20 Y he aquí una mujer enferma de
flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y tocó el borde
de su manto;
21 porque decía dentro de sí: Si
tocare solamente su manto, seré salva.
22 Pero Jesús, volviéndose y
mirándola, dijo: Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado. Y la mujer fue salva
desde aquella hora.
23 Al entrar Jesús en la casa del
principal, viendo a los que tocaban flautas, y la gente que hacía alboroto,
24 les dijo: Apartaos, porque la
niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él.
25 Pero cuando la gente había sido
echada fuera, entró, y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó.
26 Y se difundió la fama de esto
por toda aquella tierra.
Vv. 18—26. La muerte de nuestros familiares
debe llevarnos a Cristo que es nuestra vida. Gran honor para los reyes más
grandes es esperar en el Señor; y los que reciban misericordia de Cristo deben
honrarle. La variedad de métodos que Cristo usó para hacer sus milagros quizá
se debió a las diferentes disposiciones mentales y temperamentos con que venían
los que a Él acudían; todo esto lo conocía perfectamente Aquel que escudriña
los corazones.
Una pobre
mujer apeló a Cristo y recibió de Él misericordia, al pasar por el camino. Si
sólo tocásemos, como si así fuera, el borde de la túnica de Cristo por fe viva,
serán sanados nuestros peores males; no hay otra cura verdadera ni tenemos que
temer que sepa cosas que son dolor y carga para nosotros, y que no las
contaríamos a ningún amigo terrenal. Cuando Cristo entró a la casa del hombre
principal dijo: Apartaos.
A veces,
cuando prevalece el dolor del mundo, es difícil que entren Cristo y sus
consolaciones. La hija del principal estaba realmente muerta, pero no para
Cristo. La muerte del justo, de manera especial, debe ser considerada sólo un
dormir. Las palabras y las obras de Cristo pueden no ser entendidas al
comienzo, aunque por eso no deben ser despreciadas.
La gente fue
fortalecida. Los escarnecedores que se ríen de lo que no entienden no son
testigos apropiados de las maravillosas obras de Cristo. Las almas muertas no
son resucitadas a la vida espiritual, a menos que Cristo las tome de la mano:
está hecho en el día de su poder. Si este solo caso en que Cristo resucitó a un
muerto reciente, aumentó tanto su fama, ¡qué será su gloria cuando todos los
que están en los sepulcros oigan su voz y salgan; los que hicieron bien a
resurrección de la vida, y los que hicieron mal, a resurrección de condenación!
SANA A DOS CIEGOS.
27 Pasando Jesús de allí, le
siguieron dos ciegos, dando voces y diciendo: ¡Ten misericordia de nosotros,
Hijo de David!
28 Y llegado a la casa, vinieron a
él los ciegos; y Jesús les dijo: ¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dijeron:
Sí, Señor.
29 Entonces les tocó los ojos,
diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho.
30 Y los ojos de ellos fueron
abiertos. Y Jesús les encargó rigurosamente, diciendo: Mirad que nadie lo sepa.
31 Pero salidos ellos, divulgaron
la fama de él por toda aquella tierra.
Vv. 27—31. En esa época los judíos
esperaban que apareciera el Mesías; estos ciegos supieron y proclamaron en las
calles de Capernaum que había venido, y que era Jesús. Los que, por la
providencia de Dios, han perdido la vista física, por gracia de Dios, pueden
tener plenamente iluminados los ojos de su entendimiento. Sean las que sean
nuestras necesidades y cargas, no necesitamos más provisión y apoyo que
participar en la misericordia de nuestro Señor Jesús.
En Cristo
hay suficiente para todos. Ellos lo siguieron gritando en voz alta. Iba a
probar su fe, y nos enseñaría a orar siempre y no desmayar, aunque la respuesta
no llegue de inmediato. Ellos siguieron a Cristo y lo siguieron clamando, pero
la gran pregunta es: ¿Crees tú? La naturaleza puede hacernos fervorosos, pero
es sólo la gracia la que puede obrar la fe. Cristo tocó sus ojos. Él da vista a
las almas ciegas por el poder de su gracia que va unida a su palabra, e imparte
la cura sobre la fe de ellos.
Los que
apelan a Jesucristo serán tratados, no conforme a sus fantasías ni a su
profesión, sino conforme a su fe. A veces Cristo ocultaba sus milagros porque
no quería dar pie al engaño que prevalecía entre los judíos de que su Mesías
sería un príncipe temporal, y así, dar ocasión a que el pueblo intentara
tumultos y sediciones.
CRISTO ECHA FUERA UN ESPÍRITU
MUDO.
32 Mientras salían ellos, he aquí,
le trajeron un mudo, endemoniado.
33 Y echado fuera el demonio, el
mudo habló; y la gente se maravillaba, y decía: Nunca se ha visto cosa
semejante en Israel.
34 Pero los fariseos decían: Por el
príncipe de los demonios echa fuera los demonios.
Vv. 32—34. De ambos, mejor es un demonio
mudo que uno que blasfeme. Las curas de Cristo van a la raíz, y eliminan el
efecto quitando la causa; abren los labios rompiendo el poder de Satanás en el
alma. Nada puede convencer a quienes están bajo el poder del orgullo. Creerán
cualquier cosa, por falsa o absurda que sea, antes que las Sagradas Escrituras;
así, muestran la enemistad de sus corazones contra el santo Dios.
ENVÍA A LOS APÓSTOLES.
35 Recorría Jesús todas las
ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el
evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
36 Y al ver las multitudes, tuvo
compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no
tienen pastor.
37 Entonces dijo a sus discípulos:
A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos.
38 Rogad, pues, al Señor de la
mies, que envíe obreros a su mies.
Vv. 35—38. Jesús visitó no sólo las
ciudades grandes y ricas, sino las aldeas pobres y oscuras, y allí predicó, y
sanó. Las almas de los más viles del mundo son tan preciosas para Cristo, y
deben serlo para nosotros, como las almas de los que más figuren. Había
sacerdotes, levitas, y escribas en toda la tierra; pero eran pastores de
ídolos, Zacarías 11: 17; por tanto, Cristo tuvo compasión del pueblo como
ovejas desamparadas y dispersas, como hombres que perecen por falta de
conocimiento.
A la fecha
hay multitudes enormes que son como ovejas sin pastor, y debemos tener
compasión y hacer todo lo que podamos para ayudarles. Las multitudes deseosas
de instrucción espiritual formaban una cosecha abundante que necesitaba muchos
obreros activos; pero pocos merecían ese carácter. Cristo es el Señor de la
mies.
Oremos que
muchos sean levantados y enviados a trabajar para llevar almas a Cristo. Es
señal de que Dios está por conceder alguna misericordia especial a un pueblo
cuando los invita a orar por ello. Las misiones encomendadas a los obreros como
respuesta a la oración, son las que más probablemente tengan éxito.
CAPÍTULO
10
LLAMADO A LOS APÓSTOLES.
1 Entonces llamando a sus doce
discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los
echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.
2 Los nombres de los doce
apóstoles son estos: primero Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano; Jacobo
hijo de Zebedeo, y Juan su hermano;
3 Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo
el publicano, Jacobo hijo de Alfeo, Lebeo, por sobrenombre Tadeo,
4 Simón el cananista, y Judas
Iscariote, el que también le entregó.
Vv. 1—4. La palabra “apóstol” significa
mensajero; ellos eran los mensajeros de Cristo enviados a proclamar su reino.
Cristo les dio poder para sanar toda clase de enfermedades. En la gracia del
evangelio hay un bálsamo para cada llaga, un remedio para cada dolencia. No hay
enfermedad espiritual si no hay poder en Cristo para curarla.
Sus nombres
están escritos y eso es su honra; pero ellos tenían más razón para regocijarse
en que sus nombres estuvieran escritos en el cielo, mientras los nombres altos
y poderosos de los grandes de la tierra están enterrados en el polvo.
LOS APÓSTOLES SON INSTRUIDOS
Y ENVIADOS.
5 A estos doce envió Jesús, y les
dio instrucciones, diciendo: Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de
samaritanos no entréis,
6 sino id antes a las ovejas perdidas
de la casa de Israel.
7 Y yendo, predicad, diciendo: El
reino de los cielos se ha acercado.
8 Sanad enfermos, limpiad
leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad
de gracia.
9 No os proveáis de oro, ni plata,
ni cobre en vuestros cintos;
10 ni de alforja para el camino, ni
de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón; porque el obrero es digno de su
alimento.
11 Mas en cualquier ciudad o aldea
donde entréis, informaos quién en ella sea digno, y posad allí hasta que
salgáis.
12 Y al entrar en la casa,
saludadla.
13 Y si la casa fuere digna,
vuestra paz vendrá sobre ella; mas si no fuere digna, vuestra paz se volverá a
vosotros.
14 Y si alguno no os recibiere, ni
oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad, y sacudid el polvo de
vuestros pies.
15 De cierto os digo que en el día
del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma y de
Gomorra, que para aquella ciudad.
Vv. 5—15. No se debe llevar el evangelio a
los gentiles hasta que los judíos lo hayan rechazado. Esta limitación a los
apóstoles fue sólo para su primera misión. Doquiera fueran debían proclamar: El
reino de los cielos se ha acercado. Ellos predicaron para establecer la fe; el
reino para animar la esperanza; de los cielos para inspirar el amor a las cosas
celestiales y el desprecio por las terrenales; que se ha acercado, para que los
hombres se preparen sin tardanza. Cristo dio poder para hacer milagros como
confirmación de su doctrina.
Esto no es
necesario ahora que el reino de Dios vino. Muestra que la intención de la
doctrina que predicaban era sanar almas enfermas y resucitar a los que estaban
muertos en pecado. Al proclamar el evangelio de la gracia gratuita para sanidad
y salvación de las almas de los hombres, debemos por sobre todo evitar la
aparición del espíritu del asalariado. Se les dice qué hacer en las ciudades y
pueblos desconocidos. El siervo de Cristo es embajador de la paz en cualquier
parte donde sea enviado. Su mensaje es hasta para los pecadores más viles,
aunque les corresponde buscar a las mejores personas de cada lugar.
Nos conviene
orar de todo corazón por todos y conducirnos cortésmente con todos. Se les da
instrucciones sobre cómo actuar con los que les rechacen. Todo el consejo de
Dios debe ser declarado y a los que no escuchen el mensaje de gracia, se les
debe mostrar que su estado es peligroso. Esto debe ser tomado muy en serio por
todos los que oyen el evangelio, no sea que sus privilegios les sirvan sólo
para aumentar su condena.
INSTRUCCIONES PARA LOS
APÓSTOLES.
16 He aquí, yo os envío como a
ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos
como palomas.
17 Y guardaos de los hombres,
porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán;
18 y aun ante, gobernadores y reyes
seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles.
19 Más cuando os entreguen, no os
preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que
habéis de hablar.
20 Porque no sois vosotros los que
habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros.
21 El hermano entregará a la muerte
al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y
los harán morir.
22 Y seréis aborrecidos de todos
por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo.
23 Cuando os persigan en esta
ciudad, huid a la otra; porque de cierto os digo, que no acabaréis de recorrer
todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo de Hombre.
24 El discípulo no es más que su
maestro, ni el siervo más que su señor.
25 Bástale al discípulo ser como su
maestro, y al siervo como su señor. Si al padre de familia llamaron Beelzebú,
¿cuánto más a los de su casa?
26 Así que, no los temáis; porque
nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de
saberse.
27 Lo que os digo en tinieblas,
decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas.
28 Y no temáis a los que matan el
cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir
el alma y el cuerpo en el infierno.
29 ¿No se venden dos pajarillos por
un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre.
30 Pues aun vuestros cabellos están
todos contados.
31 Así que, no temáis; más valéis
vosotros que muchos pajarillos.
32 A cualquiera, pues, que me
confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre
que está en los cielos.
33 Y a cualquiera que me niegue
delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en
los cielos.
34 No penséis que he venido para
traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada.
35 Porque he venido para poner en
disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera
contra su suegra;
36 y los enemigos del hombre serán
los de su casa.
37 El que ama a padre o madre más
que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno
de mí;
38 y el que no toma su cruz y sigue
en pos de mí, no es digno de mí.
39 El que halla su vida, la perderá;
y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.
40 El que a vosotros recibe, a mí
me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió.
41 El que recibe a un profeta por
cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo
por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá.
42 Y cualquiera que dé a uno de
estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de
cierto os digo que no perderá su recompensa.
Vv. 16—42. Nuestro Señor advierte a sus
discípulos que se preparen para la persecución. Ellos tenían que evitar todas
las cosas que den ventaja a sus enemigos, toda intromisión en los afanes
políticos o mundanos, toda apariencia de mal o egoísmo, y todas las medidas
clandestinas. Cristo predice dificultades no sólo para que los trastornos no
sean sorpresa sino para que ellos puedan confirmar su fe. Les dice que deben
sufrir y de quiénes.
Así, Cristo
nos ha tratado fiel y equitativamente, diciéndonos lo peor que podemos hallar
en su servicio; y quiere que así nos tratemos a nosotros mismos, al sentarnos a
calcular el costo. Los perseguidores son peores que las bestias, porque hacen
presa de los mismos de su especie. Los lazos de amor y deber más sólidos a
menudo se han roto por enemistad contra Cristo.
Los sufrimientos
de parte de amistades y parientes son muy dolorosos; nada hiere más.
Simplemente parece que todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús
padecerán persecución; y debemos esperar que a través de muchas tribulaciones
entremos en el reino de Dios. En esta predicción de problemas, hay consejos y
consuelo para los momentos de prueba. Los discípulos de Cristo son odiados y
perseguidos como serpientes, y se procura su ruina, y necesitan la sabiduría de
la serpiente, pero la sencillez de las palomas.
No sólo no
dañen a nadie sino que no le tengan mala voluntad a nadie. Debe haber cuidado
prudente, pero no deben dejarse dominar por pensamientos de angustia y
confusión; que esta preocupación sea echada sobre Dios. Los discípulos de
Cristo deben pensar más en hacer el bien que en hablar bien. En el caso de gran
peligro, los discípulos de Cristo pueden salirse del camino peligroso, aunque
no deben salirse del camino del deber. No se deben usar medios pecaminosos e
ilícitos para escapar; porque entonces, no es una puerta que Dios ha abierto.
El temor al
hombre le pone una trampa, una trampa de confusión que perturba nuestra paz;
una trampa que enreda, por la cual somos atraídos al pecado; y, por tanto, se
debe luchar y orar en su contra. La tribulación, la angustia y la persecución
no pueden quitarles el amor de Dios por ellos o el de ellos por Él. Temed a
aquel que puede destruir cuerpo y alma en el infierno. Ellos deben dar su
mensaje públicamente, porque todos están profundamente preocupados de la doctrina
del evangelio. Hay que dar a conocer todo el consejo de Dios, Hechos 20: 27.
Cristo les
muestra por qué deben estar de buen ánimo. Sus sufrimientos testifican contra
los que se oponen a su evangelio. Cuando Dios nos llama a hablar por Él,
podemos depender de Él para que nos enseñe qué decir. Una perspectiva fiel del
final de nuestras aflicciones será muy útil para sostenernos cuando estemos
sometidos a ellas. El poder será conforme al día. De gran aliento para los que
están haciendo la obra de Dios es que sea una obra que ciertamente será hecha.
Véase cómo
el cuidado de la providencia se extiende a todas las criaturas, aun a los
gorriones. Esto debe acallar todos los temores del pueblo de Dios: Vosotros
valéis más que muchos gorriones. Los mismos cabellos de vuestra cabeza están
todos contados. Esto denota la cuenta que Dios hace y mantiene de su pueblo.
Nuestro deber es no sólo creer en Cristo, sino profesar esa fe, sufriendo por
Él, cuando somos llamados a ello, como asimismo a servirlo.
Aquí sólo se
alude a la negación de Cristo que es persistente, y esa confesión sólo puede
tener la bendita recompensa aquí prometida, que es el lenguaje verdadero y
constante del amor y la fe. La religión vale todo; todos los que creen su
verdad, llegarán al premio y harán que todo lo demás se rinda a ello. Cristo
nos guiará a través de los sufrimientos para gloriarnos con Él. Los mejores
preparados para la vida venidera son los que están más libres de esta vida
presente.
Aunque la
bondad hecha a los discípulos de Cristo sea sumamente pequeña, será aceptada
cuando haya ocasión para ella y no haya capacidad de hacer más. Cristo no dice
que merezcan recompensa, porque no podemos merecer nada de la mano de Dios;
pero recibirán un premio de la dádiva gratuita de Dios. Confesemos osadamente a
Cristo y mostremos nuestro amor por Él en todas las cosas.
CAPÍTULO
11
LA PRÉDICA DE CRISTO.
1 Cuando Jesús terminó de dar
instrucciones a sus doce discípulos, se fue de allí a enseñar y a predicar en
las ciudades de ellos.
V. 1. Nuestro divino Redentor nunca se
cansó de su obra de amor; y nosotros no debemos agotarnos de hacer el bien,
porque a su debido tiempo cosecharemos si no desfallecemos.
LA RESPUESTA DE CRISTO A LOS
DISCÍPULOS DE JUAN.
2 Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos
de Cristo, le envió dos de sus discípulos,
3 para preguntarle: ¿Eres tú aquel
que había de venir, o esperaremos a otro?
4 Respondiendo Jesús, les dijo: Id,
y haced saber a Juan las cosas que oís y veis.
5 Los ciegos ven, los cojos andan,
los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a
los pobres es anunciado el evangelio;
6 y bienaventurado es el que no
halle tropiezo en mí.
Vv. 2—6. Algunos piensan que Juan envió a
preguntar esto para su satisfacción. Donde hay verdadera fe, puede aún haber
una mezcla de duda. La incredulidad remanente en los hombres buenos puede, en
la hora de tentación, cuestionar a veces las verdades más importantes. Pero
esperamos que la fe de Juan no fallara en este asunto, y que él sólo deseara verla
fortalecida y confirmada. Otros piensan que Juan envió a sus discípulos a
Cristo para satisfacción de ellos.
Cristo les
señala lo que han oído y visto. La condescendencia y la compasión de la gracia
de Cristo por los pobres muestran que Él era quien debía traer al mundo las
tiernas misericordias de nuestro Dios. Las cosas que los hombres ven y oyen,
comparadas con las Escrituras, dirigen el camino en que se debe hallar la
salvación. Cuesta vencer prejuicios, y peligroso es no vencerlos, pero los que creen
en Cristo, verán que su fe será hallada mucho más para la alabanza, honra y
gloria.
EL TESTIMONIO DE CRISTO
ACERCA DE JUAN EL BAUTISTA.
7 Mientras ellos se iban, comenzó
Jesús a decir de Juan a la gente: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña
sacudida por el viento?
8 ¿O qué salisteis a ver? ¿A un
hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras
delicadas, en las casas de los reyes están.
9 Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un
profeta? Sí, os digo, y más que profeta.
10 Porque éste es de quien está
escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, El cual preparará tu
camino delante de ti.
11 De cierto os digo: Entre los que
nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más
pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él.
12 Desde los días de Juan el
Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos
lo arrebatan.
13 Porque todos los profetas y la
ley profetizaron hasta Juan.
14 Y si queréis recibirlo, él es aquel
Elías que había de venir.
15 El que tiene oídos para oír,
oiga.
V. 7—15. Lo que Cristo dijo acerca de
Juan no sólo fue para elogiarlo, sino para provecho del pueblo. Los que oyen la
palabra serán llamados a dar cuenta de su provecho. ¿Pensamos que se termina el
cuidado cuando se termina el sermón? No, entonces empieza el mayor de los
cuidados.
Juan era un
hombre abnegado, muerto para todas las pompas del mundo y los placeres de los
sentidos. Conviene que la gente, en todas sus apariencias, sea coherente con su
carácter y situación. Juan era hombre grande y bueno, pero no perfecto; por
tanto, no alcanzó la estatura de los santos glorificados. El menor en el cielo
sabe más, ama más, y hace más alabando a Dios y recibe más de Él que el más
grande de este mundo. Pero por el reino de los cielos aquí se debe entender más
bien al reino de la gracia, la dispensación del evangelio en su poder y pureza.
¡Cuánta
razón tenemos para estar agradecidos que nuestra suerte esté echada en los días
del reino de los cielos, bajo tales ventajas de luz y amor! Hay multitudes que
fueron traídas por el ministerio de Juan y llegaron a ser discípulos suyos. Y
hubo quienes lucharon por un lugar en este reino, que nadie pensaría que tenían
derecho ni título para eso, y parecieron ser intrusos. Nos muestra cuánto
fervor y celo se requiere de todos.
Hay que
negar el yo; hay que cambiar la inclinación, la disposición y el temperamento
de la mente. Los que tengan un interés en la salvación grandiosa, lo tendrán a
cualquier costo, y no pensarán que es difícil ni la dejarán ir sin una
bendición. Las cosas de Dios son de preocupación grande y común. Dios no
requiere más de nosotros que el uso justo de las facultades que nos ha dado. La
gente es ignorante porque no quiere aprender.
LA
PERVERSIDAD DE LOS JUDÍOS.
16 Más ¿a qué compararé esta
generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, y dan
voces a sus compañeros,
17 diciendo: Os tocamos flauta, y no
bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis.
18 Porque vino Juan, que ni comía
ni bebía, y dicen: Demonio tiene.
19 Vino el Hijo del Hombre, que
come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de
publicanos y de pecadores. Pero la sabiduría es justificada por sus hijos.
20 Entonces comenzó a reconvenir a
las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se
habían arrepentido, diciendo:
21 ¡Ay de ti, Corazín! Ay de ti,
Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han
sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en
ceniza.
22 Por tanto os digo que en el día
del juicio, será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para
vosotras.
23 Y tú, Capernaúm, que eres
levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se
hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta
el día de hoy.
24 Por tanto os digo que en el día
del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para
ti.
Vv. 16—24. Cristo reflexiona en los
escribas y fariseos que tenían un orgulloso concepto de sí. Compara la conducta
de ellos con el juego de los niños que, enojándose sin razón, rebaten todos los
intentos de sus compañeros por complacerlos, o para que se unan a los juegos
para los cuales acostumbraban reunirse.
Las
objeciones capciosas de los hombres mundanos son a menudo muy burlonas y
demuestran gran malicia. Algo tienen que criticar de todos por excelente y
santo que sea. Cristo, que era inmaculado, y apartado de los pecadores, aquí se
presenta junto con ellos y contaminado por ellos. La inocencia más inmaculada
no siempre será defensa contra el reproche.
Cristo sabía
que los corazones de los judíos eran más enconados y endurecidos contra sus
milagros y doctrinas que los de Tiro y Sidón; por tanto, su condenación será
mayor. El Señor ejerce su omnipotencia, pero no castiga más de lo que merecen y
nunca retiene el conocimiento de la verdad de aquellos que lo anhelan.
EL EVANGELIO REVELADO AL
SIMPLE Y INVITACIÓN A LOS CARGADOS.
25 En aquel tiempo, respondiendo
Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste
estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños.
26 Sí, Padre, porque así te agradó.
27 Todas las cosas me fueron
entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre
conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.
28 Venid a mí todos los que estáis
trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
29 Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para
vuestras almas;
30 porque mi yugo es fácil, y ligera
mi carga.
Vv. 25—30. Corresponde a los hijos ser
agradecidos. Cuando vamos a Dios como Padre, debemos recordar que Él es el
Señor de cielo y tierra, lo cual nos obliga a ir a Él con reverencia en cuanto
es Señor soberano de todo; aunque con confianza como a Quien es capaz de
defendernos del mal y proporcionarnos todo bien. Nuestro bendito Señor agregó
una declaración notable: que el Padre había puesto en Sus manos todo poder,
autoridad y juicio.
Estamos
endeudados con Cristo por toda la revelación que tenemos de la voluntad y el
amor de Dios Padre, aun desde que Adán pecó. Nuestro Salvador ha invitado a
todos los que trabajan fuerte y están muy cargados que vayan a Él. En algunos
sentidos, todos los hombres están así. Los hombres mundanos se recargan con
preocupaciones estériles por la riqueza y los honores; el alegre y sensual se
esfuerza en pos de los placeres; el esclavo de Satanás y sus propias lujurias
es el siervo más esclavizado de la tierra.
Los que
trabajan duro por establecer su propia justicia, también trabajan en vano. El
pecador convicto está muy cargado de culpa y terror; y el creyente tentado y
afligido tiene trabajos duros y cargas. Cristo los invita a todos a que vayan a
Él en pos de reposo para sus almas. Él solo da esta invitación: los hombres van
a Él cuando, sintiendo su culpa y miseria, y creyendo su amor y poder para
socorrer, lo buscan con oración ferviente. Así, pues, es deber e interés de los
pecadores trabajados y cargados, ir a Jesucristo.
Este es el
llamado del evangelio: quienquiera que quiera, venga. Todos los que así van
recibirán reposo como regalo de Cristo, y obtendrán paz y consuelo en su
corazón. Pero al ir a Él deben tomar su yugo y someterse a su autoridad. Deben
aprender de Él todas las cosas acerca de su consuelo y obediencia. Él acepta al
siervo dispuesto, por imperfectos que sean sus servicios. Aquí podemos hallar
reposo para nuestras almas, y sólo aquí.
Ni tenemos
que temer su yugo. Sus mandamientos son santos, justos y buenos. Requiere
negarse a sí mismo y trae dificultades, pero esto es abundantemente
recompensado, ya en este mundo, por la paz y el gozo interior. Es un yugo
forrado con amor. Tan poderosos son los socorros que nos da, tan adecuadas las
exhortaciones, y tan fuertes las consolaciones que se encuentran en el camino
del deber, que podemos decir verdaderamente, que es un yugo grato. El camino
del deber es el camino del reposo.
Las verdades
que enseña Cristo son tales que podemos aventurar por ellas nuestra alma. Tal
es la misericordia del Redentor, y ¿por qué debe el pecador laborioso y cargado
buscar reposo en alguna otra parte? Vamos diariamente a Él en busca de la
liberación de la ira y de la culpa, del pecado y de Satanás, de todas nuestras
preocupaciones, temores y dolores. Pero la obediencia forzada, lejos de ser
fácil y liviana, es carga pesada. En vano nos acercamos a Jesús con nuestros
labios mientras el corazón esté lejos de Él. Entonces, venid a Jesús para
hallar reposo para vuestras almas.