EVANGELIO DE JUAN:
Cuarto de los Evangelios canónicos, y el último en escribirse. Como el
«evangelio espiritual» (Clemente de Alejandría), fue el libro más influyente en
la elaboración del dogma cristiano.
Según Jn 20.30s, este Evangelio intenta
evangelizar por medio de la presentación de las obras y palabras de Jesús,
permitiendo que el lector perciba la naturaleza de su persona.
ESTRUCTURA DEL LIBRO
El cuarto Evangelio pudiera bien dividirse en
dos partes: un libro de «señales» y un libro de «gloria». Las señales revelan
la persona de Jesús (caps. 1–12), y la gloria resulta de la pasión del Señor
(13–20). Un prólogo (1.1–18) y un epílogo (cap. 21) sirven como introducción y conclusión. Dentro de esta estructura de dos
partes, el Evangelio sigue el patrón que se presenta en el prólogo: revelación
(1.1–5), rechazo (1.6–11) y recepción (1.12–18). Las correspondientes divisiones del libro son: revelación (1.19–6.71), rechazo (caps. 7–12) y recepción (caps. 13–21).
AUTOR Y FECHA
El Evangelio de Juan existió en Egipto ca. 135 d.C. (cf. el descubrimiento del Papiro Rylands
457) y se aceptó como autoritativo al lado de los Sinópticos (cf. Papiro
Egerton 2, ca.140 d.C.; Diatessaron;
CANON DEL NUEVO TESTAMENTO). Sin embargo, permaneció relativamente desconocido
(entre cristianos ortodoxos, pues los gnósticos sí lo usaban) hasta fines del
siglo II. Las tradiciones que atribuyeron este Evangelio anónimo a JUAN EL
APÓSTOL se repiten en Ireneo (ca. 190), el Canón Muratoriano (ca. 195) y Clemente de
Alejandría (ca. 200). Lo sitúan en Éfeso. Pero el silencio de
Papías y Policarpo al respecto (un «asociado de Juan» que sí cita las Epístolas
de Juan) es difícil de explicar.
Papías parece distinguir entre el apóstol y
un tal «Juan el Anciano». A este último muchos exégetas quieren atribuir el
Evangelio; otros abogan por Lázaro de Betania.
Es digna de todo crédito la tradición
predominante (hasta el siglo XIX) que tiene por autor del Evangelio de Juan al
hijo de Zebedeo. Como fuente originaria de la tradición, Juan pudo:
(1) haber dictado el Evangelio a un amanuense
para luego retocarlo, quizá repetidas veces, o:
(2) haber dejado memorias a las que un discípulo suyo diera forma definitiva.
Las hipótesis de múltiples redactores, no obstante,
no son convincentes. La identificación del autor con «el discípulo amado»
parece segura (19.35; 21.24; 18.15).
La fecha más probable de este Evangelio cae a
finales del siglo I d.C.
Es difícil determinar a quién el autor
dirigió este Evangelio, pero es bien fácil saber por qué lo escribió: «Estas
cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y
para que creyendo, tengáis vida en su nombre» (20.31). De todos modos, para Juan, Jesucristo va más allá del judaísmo: es para
el mundo entero. Por eso es que el Evangelio de Juan ha tocado profundamente la
vida de todos los cristianos de todas las edades y en todas partes del mundo.
En cuanto al lugar donde se escribió, Éfeso
es el más probable, aunque hay quienes abogan por Alejandría y Antioquía. Hubo
un largo período en que el Evangelio de Juan se interpretaba como un libro
helenístico, cuyos paralelos más instructivos se hallaban en el judaísmo
helenizado, las religiones de misterio y aun en la filosofía griega.
Actualmente, sin embargo, se redescubre el fondo esencialmente judaico del
Evangelio. No solo es semítico el estilo (ARAMEO; HEBREO), sino también lo es
el pensamiento mismo.
Aunque cita el Antiguo Testamento solo
diecisiete veces, las alusiones a él son un sinnúmero, y las más de las
palabras clave (por ejemplo, Verbo, vida, luz, pastor, Espíritu, pan, viña,
amor, testigo) proceden de allí. Juan se muestra conocedor de muchos conceptos
rabínicos y otras tradiciones palestinenses (QUMRÁN). Si bien utiliza un vocabulario
parecido al del GNOSTICISMO, no es menos cierto que combate muchas de sus
ideas.
APORTE A LA TEOLOGÍA
Está claro que, sin desentenderse por
completo de la historia, Juan escribe con un interés más teológico que histórico.
Los demás Evangelios se esfuerzan en presentar a Cristo como el cumplimiento de
las promesas de salvación veterotestamentarias. Juan comienza con la
preexistencia de Jesucristo (1.1). Jesús es divino (1.1), pero también es humano, porque «aquel Verbo fue hecho carne (1.14). Solo así podía ser el que nos revelara al Padre.
En el mismo comienzo, Juan nos presenta a
Jesucristo con siete títulos clave: Verbo, Cordero de Dios, Rabí, Mesías, Rey
de Israel, Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Solo en Juan encontramos el «Yo soy»
que afirma ser el pan de vida (6.35), la luz del mundo (8.12), predecesor de Abraham (8.58), la puerta de las ovejas (10.7), etc. También lo hallamos diciendo: «Yo y el Padre uno somos» (10.30) y «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por
mí» (14.6). En cada una de estas afirmaciones, el «Yo»
es enfático. Nos recuerda el nombre de Dios: «YO SOY» (Éx 3.14).
En el Antiguo Testamento las palabras de Dios
había que aceptarlas reverentemente.
Lo mismo con Jesús. En Juan Él comienza sus
mensajes diciendo: «De cierto, de cierto te digo», Así como en el Antiguo
Testamento a Dios es al único al que se debe adorar, Jesús es el único en quien
se debe creer. Para Juan, la fe que salva es un verbo que expresa acción: la acción
de creer en Jesús.
En Juan Jesús no entra en cuestiones de orar,
ayunar, matrimonio, riquezas, como lo hace en otros Evangelios. En vez de eso,
las relaciones de uno con Dios, los demás y el mundo se resumen en la palabra
amor. El amor que Dios siente por su Hijo (3.35; 15.9) pasa a través de su Hijo a los que son suyos (13.1). Como recipientes del amor de Dios, los cristianos deben amar a Dios
amándose unos a otros (13.34). Este amor que une a los creyentes es
también un testimonio al mundo. Juan 3.16 expresa la verdad teológica
básica del evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».
OTROS PUNTOS IMPORTANTES
La mayoría de los eruditos opinan que el
Evangelio de Juan contiene un relato que probablemente Juan no escribió: el
relato de la mujer sorprendida en adulterio (7.53– 8.11). Este relato tiene un estilo diferente al
del resto de Juan, y no aparece en los más antiguos y mejores manuscritos.
Probablemente alguien lo añadió por inspiración divina para expresar una verdad
importante sobre Jesús y su actitud hacia el que peca.
CAPÍTULO
1
LA DIVINIDAD DE CRISTO.
1 En el principio era el Verbo, y
el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
2 Éste era en el principio con
Dios.
3 Todas las cosas por él fueron
hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.
4 En él estaba la vida, y la vida
era la luz de los hombres.
5 La luz en las tinieblas
resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.
Vv. 1—5. La razón más simple del por qué
se llama Verbo al Hijo de Dios, parece ser, que como nuestras palabras explican
nuestras ideas a los demás, así fue enviado el Hijo de Dios para revelar el
pensamiento de Su Padre al mundo. Lo que dice el evangelista acerca de Cristo
prueba que Él es Dios. Afirma su existencia en el comienzo; su coexistencia con
el Padre. El Verbo estaba con Dios.
Todas las
cosas fueron hechas por Él, y no como instrumento. Sin Él nada de lo que ha
sido hecho fue hecho, desde el ángel más elevado hasta el gusano más bajo. Esto
muestra cuán bien calificado estaba para la obra de nuestra redención y
salvación. La luz de la razón, y la vida de los sentidos, deriva de Él, y
depende de Él.
Este Verbo
eterno, esta Luz verdadera resplandece, pero las tinieblas no la comprendieron.
Oremos sin cesar que nuestros ojos sean abiertos para contemplar esta Luz, para
que andemos en ella; y así seamos hechos sabios para salvación por fe en
Jesucristo.
SU NATURALEZA DIVINA Y
HUMANA.
6 Hubo un hombre enviado de Dios,
el cual se llamaba Juan.
7 Éste vino por testimonio, para
que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él.
8 No era él la luz, sino para que
diese testimonio de la luz.
9 Aquella luz verdadera, que
alumbra a todo hombre, venía a este mundo.
10 En el mundo estaba, y el mundo
por él fue hecho; pero el mundo no le conoció.
11 A lo suyo vino, y los suyos no
le recibieron.
12 Más a todos los que le
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos
de Dios;
13 los cuales no son engendrados de
sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.
14 Y aquel Verbo fue hecho carne, y
habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre),
lleno de gracia y de verdad.
Vv. 6—14. Juan el Bautista vino a dar
testimonio de Jesús. Nada revela con mayor plenitud las tinieblas de la mente
de los hombres que cuando apareció la Luz y hubo necesidad de un testigo para
llamar la atención a ella. Cristo era la Luz verdadera; esa gran Luz que merece
ser llamada así. Por su Espíritu y gracia ilumina a todos los que están
iluminados para salvación; y los que no están iluminados por Él, perecen en las
tinieblas.
Cristo
estuvo en el mundo cuando asumió nuestra naturaleza y habitó entre nosotros. El
Hijo del Altísimo estuvo aquí en este mundo inferior. Estuvo en el mundo, pero
no era del mundo. Vino a salvar a un mundo perdido, porque era un mundo de Su
propia hechura. Sin embargo, el mundo no le conoció. Cuando venga como Juez, el
mundo le conocerá.
Muchos dicen
que son de Cristo, aunque no lo reciben porque no dejan sus pecados ni permiten
que Él reine sobre ellos. Todos los hijos de Dios son nacidos de nuevo. Este
nuevo nacimiento es por medio de la palabra de Dios, 1ª Pedro 1: 23, y por el
Espíritu de Dios en cuanto a Autor. Por su presencia divina Cristo siempre
estuvo en el mundo, pero, ahora que iba a llegar el cumplimiento del tiempo, Él
fue, de otra manera, Dios manifestado en la carne.
Obsérvese,
no obstante, los rayos de su gloria divina que perforaron este velo de carne.
Aunque tuvo en la forma de siervo, en cuanto a las circunstancias externas,
respecto de la gracia su forma fue la del Hijo de Dios cuya gloria divina se
revela en la santidad de su doctrina y en sus milagros. Fue lleno de gracia,
completamente aceptable a su Padre, por tanto, apto para interceder por
nosotros; y lleno de verdad, plenamente consciente de las cosas que iba a
revelar.
EL TESTIMONIO DE CRISTO POR
JUAN EL BAUTISTA.
15 Juan dio testimonio de él, y clamó
diciendo: Éste es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de
mí; porque era primero que yo.
16 Porque de su plenitud tomamos
todos, y gracia sobre gracia.
17 Pues la ley por medio de Moisés
fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
18 A Dios nadie le vio jamás; el
unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.
Vv. 15—18. Cronológicamente y en la entrada
en su obra, Cristo vino después de Juan, pero en toda otra forma fue antes que
él. La expresión muestra claramente que Jesús tenía existencia antes de
aparecer en la tierra como hombre. En Él habita toda plenitud, de quien solo
los pecadores caídos tienen, y recibirán por fe, todo lo que los hace sabios,
fuertes, santos, útiles y dichosos.
Todo lo que
recibimos por Cristo se resume en esta sola palabra: gracia; recibimos: “gracia
sobre gracia” un don tan grande, tan rico, tan inapreciable; la buena voluntad
de Dios para con nosotros, y la buena obra de Dios en nosotros. La ley de Dios
es santa, justa y buena; y debemos hacer el uso apropiado de ella.
Pero no
podemos derivar de ella el perdón, la justicia o la fuerza. Nos enseña a
adornar la doctrina de Dios nuestro Salvador, pero no puede tomar el lugar de
esa doctrina. Como ninguna misericordia procede de Dios para los pecadores sino
por medio de Jesucristo, ningún hombre puede ir al Padre sino por Él; nadie
puede conocer a Dios salvo que Él lo dé a conocer en el Hijo unigénito y amado.
EL TESTIMONIO PÚBLICO DE JUAN
SOBRE CRISTO.
19 Éste es el testimonio de Juan,
cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le
preguntasen: ¿Tú, quién eres?
20 Confesó, y no negó, sino
confesó: Yo no soy el Cristo.
21 Y le preguntaron: ¿Qué pues?
¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No.
22 Le dijeron: ¿Pues quién eres?
para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?
23 Dijo: Yo soy la voz de uno que
clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta
Isaías.
24 Y los que habían sido enviados
eran de los fariseos.
25 Y le preguntaron, y le dijeron:
¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta?
26 Juan les respondió diciendo: Yo
bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no
conocéis.
27 Éste es el que viene después de
mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado.
28 Estas cosas sucedieron en
Betábara, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
Vv. 19—28. Juan niega ser el Cristo
esperado. Vino en el espíritu y el poder de Elías, pero no era la persona de
Elías. Juan no era aquel Profeta del cual Moisés habló, que el Señor levantaría
de sus hermanos como para Él. No era el profeta que ellos esperaban los
rescataría de los romanos.
Se presentó
de tal manera que podría haberlos despertado y estimulado para que lo
escucharan. Bautizó a la gente con agua como profesión de arrepentimiento y
como señal externa de las bendiciones espirituales que les conferiría el
Mesías, que estaba en medio de ellos, aunque ellos no le conocieron, Aquel al
cual él era indigno de dar el servicio más vil.
OTROS TESTIMONIOS DE JUAN
SOBRE CRISTO.
29 El siguiente día vio Juan a
Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo.
30 Éste es aquél de quien yo dije:
Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que
yo.
31 Y yo no le conocía; mas para que
fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua.
32 También dio Juan testimonio,
diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció
sobre él.
33 Y yo no le conocía; pero el que
me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el
Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo.
34 Y yo le vi, y he dado testimonio
de que éste es el Hijo de Dios.
35 El siguiente día otra vez estaba
Juan, y dos de sus discípulos.
36 Y mirando a Jesús que andaba por
allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios.
Vv. 29—36. Juan vio a Jesús que venía a él,
y lo señaló como el Cordero de Dios. El cordero pascual, en el derramamiento y
rociamiento de su sangre, el azar y comer su carne y todas las demás
circunstancias de la ordenanza, representaban la salvación de los pecadores por
fe en Cristo.
Los corderos
sacrificados cada mañana y cada tarde pueden referirse sólo a Cristo muerto
como sacrificio para redimirnos para Dios por su sangre. Juan vino como
predicador de arrepentimiento, aunque dijo a sus seguidores que tenían que
buscar el perdón de sus pecados sólo en Jesús y en su muerte. Concuerda con la
gloria de Dios perdonar a todos los que dependen del sacrificio expiatorio de
Cristo.
Él quita el
pecado del mundo; adquiere perdón para todos los que se arrepienten y creen el
evangelio. Esto alienta nuestra fe; si Cristo quita el pecado del mundo
entonces, ¿por qué no mi pecado? Él llevó el pecado por nosotros y, así, lo
quita de nosotros.
Dios pudiera
haber quitado el pecado quitando al pecador, como quitó el pecado del viejo
mundo, pero he aquí una manera de quitar pecado salvando al pecador, haciendo
pecado a su Hijo, esto es, haciéndole ofrenda por el pecado por nosotros. Véase
a Jesús quitando el pecado y que eso nos haga odiar el pecado y decidirnos en
su contra. No nos aferremos de eso que el Cordero de Dios vino a quitar.
Para
confirmar su testimonio de Cristo, Juan declara su aparición a su bautismo,
cosa que el mismo Dios atestiguó. Vio y tomó nota de que es el Hijo de Dios.
Este es el fin y el objetivo del testimonio de Juan: que Jesús era el Mesías
prometido. Juan aprovechó toda oportunidad que se le ofreció para guiar la
gente a Cristo.
ANDRÉS Y OTRO DISCÍPULO
SIGUEN A JESÚS.
37 Le oyeron hablar los dos
discípulos, y siguieron a Jesús.
38 Y volviéndose Jesús, y viendo
que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que traducido
es, Maestro), ¿dónde moras?
39 Les dijo: Venid y ved. Fueron, y
vieron donde moraba, y se quedaron con él aquel día; porque era como la hora
décima.
40 Andrés, hermano de Simón Pedro,
era uno de los dos que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús.
41 Éste halló primero a su hermano
Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo).
42 Y le trajo a Jesús. Y mirándole
Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere
decir, Pedro).
Vv. 37—42. El argumento más fuerte y
dominante de un alma vivificada para seguir a Cristo es que Él es el único que
quita el pecado. Cualquiera sea la comunión que haya entre nuestras almas y
Cristo, Él es quien empieza la conversación. Preguntó, ¿qué buscáis? La
pregunta que les hace Jesús es la que debiéramos hacernos todos cuando
empezamos a seguirle, ¿qué queremos y qué deseamos? Al seguir a Cristo,
¿buscamos el favor de Dios y la vida eterna?
Los invita a
acudir sin demora. Ahora es el tiempo aceptable, 2ª Corintios 6: 2. Bueno es
para nosotros estar donde esté Cristo, dondequiera que sea. Debemos trabajar
por el bienestar espiritual de nuestros parientes, y procurar llevarlos a Él.
Los que van a Cristo deben ir con la resolución fija de ser firmes y constantes
en Él, como piedra, sólida y firme; y es por su gracia que son así.
LLAMAMIENTO DE FELIPE Y
NATANAEL.
43 El siguiente día quiso Jesús ir
a Galilea, y halló a Felipe, y le dijo: Sígueme.
44 Y Felipe era de Betsaida, la
ciudad de Andrés y Pedro.
45 Felipe halló a Natanael, y le
dijo: Hemos hallado a aquél de quien escribió Moisés en la ley, así como los
profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret.
46 Natanael le dijo: ¿De Nazaret
puede salir algo de bueno? Le dijo Felipe: Ven y ve.
47 Cuando Jesús vio a Natanael que
se le acercaba, dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay
engaño.
48 Le dijo Natanael: ¿De dónde me
conoces? Respondió Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas
debajo de la higuera, te vi.
49 Respondió Natanael y le dijo:
Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel.
50 Respondió Jesús y le dijo:
¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que estas
verás.
51 Y le dijo: De cierto, de cierto
os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que
suben y descienden sobre el Hijo del Hombre.
Vv. 43—51. Véase la naturaleza del
cristianismo verdadero: seguir a Jesús; dedicarnos a Él y seguir sus pisadas.
Fijaos en la objeción que hizo Natanael. Todos los que desean aprovechar la
palabra de Dios deben cuidarse de los prejuicios contra lugares o denominaciones
de los hombres. Deben examinarse por sí mismos y, a veces, hallarán el bien
donde no lo buscaron. Mucha gente se mantiene fuera de los caminos de la
religión por los prejuicios irracionales que conciben.
La mejor
manera de eliminar las falsas nociones de la religión es juzgarla. No había
engaño en Natanael. Su profesión no era hipócrita. No era un simulador ni
deshonesto; era un carácter sano, un hombre realmente recto y piadoso. Cristo
sabe, sin duda, lo que son los hombres. ¿Nos conoce?
Deseemos conocerle.
Procuremos y oremos para ser un verdadero israelita en quien no hay engaño,
cristianos verdaderamente aprobados por el mismo Cristo. Algunas cosas débiles,
imperfectas y pecaminosas se encuentran en todos, pero la hipocresía no
corresponde al carácter del creyente. Jesús dio testimonio de lo que pasó
cuando Natanael estaba debajo de la higuera.
Probablemente,
entonces, estaban orando con fervor, buscando dirección acerca de la Esperanza
y el Consuelo de Israel, donde ningún ojo humano lo viera. Esto le demostró que
nuestro Señor conocía los secretos de su corazón. Por medio de Cristo tenemos
comunión con los santos ángeles y nos beneficiamos de ellos; y se reconcilian y
unen las cosas del cielo y las cosas de la tierra.
CAPÍTULO
2
EL MILAGRO EN CANÁ.
1 Al tercer día se hicieron unas
bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús.
2 Y fueron también invitados a las
bodas Jesús y sus discípulos.
3 Y faltando el vino, la madre de
Jesús le dijo: No tienen vino.
4 Jesús le dijo: ¿Qué tienes
conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora.
5 Su madre dijo a los que servían:
Haced todo lo que os dijere.
6 Y estaban allí seis tinajas de
piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos, en cada
una de las cuales cabían dos o tres cántaros.
7 Jesús les dijo: Llenad estas
tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba.
8 Entonces les dijo: Sacad ahora,
y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron.
9 Cuando el maestresala probó el
agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que
habían sacado el agua, llamó al esposo,
10 y le dijo: Todo hombre sirve
primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; más
tú has reservado el buen vino hasta ahora.
11 Este principio de señales hizo
Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en
él.
Vv. 1—11. Es muy deseable que cuando haya
un matrimonio Cristo lo reconozca y lo bendiga. Los que quieran tener a Cristo
consigo en su matrimonio deben invitarlo por medio de la oración y Él vendrá.
Mientras estamos en este mundo nos hallamos, a veces, en aprietos aun cuando
creemos estar en abundancia.
Había una
necesidad en la fiesta de bodas. Los que son dados a preocuparse por las cosas
del mundo deben esperar problemas y contar con el desencanto. Cuando hablamos a
Cristo debemos exponer con humildad nuestro caso ante Él y, luego,
encomendarnos a Él para que haga como le plazca.
No hubo falta
de respeto en la respuesta de Cristo a su madre. Usó la misma palabra cuando le
habló con afecto desde la cruz, pero es testimonio presente contra la idolatría
de las épocas posteriores que rinde honores indebidos a su madre. Su hora llega
cuando no sabemos qué hacer. La tardanza de la misericordia no es una negación
de las oraciones. Los que esperan los favores de Cristo deben obedecer sus
órdenes con prontitud.
El camino
del deber es el camino a la misericordia, y no hay que objetar los métodos de
Cristo. El primero de los milagros de Moisés fue convertir agua en sangre,
Éxodo 7: 20; el principio de los milagros de Cristo fue convertir agua en vino,
lo cual puede recordarnos la diferencia que hay entre la ley de Moisés y el
evangelio de Cristo.
Él demuestra
que beneficia con consuelos de la creación a todos los creyentes verdaderos y
que a ellos los convierte en verdadero consuelo. Las obras de Cristo son todas
para bien. ¿Ha convertido tu agua en vino, te dio conocimiento y gracia? Es
para aprovecharlo; por tanto, saca ahora y úsalo. Era el mejor vino.
Las obras de
Cristo se recomiendan por sí mismas aun ante quienes no conocen a su Autor. Lo
que es producido por milagro siempre ha sido lo mejor de su clase. Aunque con
esto Cristo permite el uso correcto del vino, no anula en lo más mínimo su
advertencia de que nuestros corazones, en ningún momento, se carguen con
glotonería ni embriaguez, Lucas 11. 34.
Aunque no
tenemos que ser melindrosos para festejar con nuestras amistades en ocasiones
apropiadas, de todos modos, toda reunión social debe realizarse de tal modo que
podamos invitar a reunirse con nosotros al Redentor, si ahora estuviera en la
tierra; toda liviandad, lujuria y exceso le ofenden.
CRISTO EXPULSA DEL TEMPLO A
LOS COMPRADORES Y LOS VENDEDORES.
12 Después de esto descendieron a
Capernaúm, él, su madre, sus hermanos y sus discípulos; y estuvieron allí no
muchos días.
13 Estaba cerca la pascua de los
judíos; y subió Jesús a Jerusalén,
14 y halló en el templo a los que
vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados.
15 Y haciendo un azote de cuerdas,
echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las
monedas de los cambistas, y volcó las mesas;
16 y dijo a los que vendían
palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de
mercado.
17 Entonces se acordaron sus
discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume.
18 Y los judíos respondieron y le
dijeron: ¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto?
19 Respondió Jesús y les dijo:
Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
20 Dijeron luego los judíos: En
cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo
levantarás?
21 Más él hablaba del templo de su
cuerpo.
22 Por tanto, cuando resucitó de
entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron
la Escritura y la palabra que Jesús había dicho.
Vv. 12—22. La primera obra pública en que
hayamos a Cristo es expulsar del templo a los cambistas que los codiciosos
sacerdotes y dirigentes apoyaban para que convirtieran en mercado sus atrios.
Los que ahora hacen de la casa de Dios un mercado, son los que tienen sus
mentes llenas con el interés por los negocios del mundo cuando asisten a los
ejercicios religiosos, o los que desempeñan oficios divinos por amor a una
ganancia.
Habiendo
purificado el templo, Cristo dio una señal a los que le pidieron que probara su
autoridad para actuar: Anuncia su muerte por la maldad de los judíos. Destruid
este templo. Yo os permitiré destruirlo. Anuncia su resurrección por su propio
poder: En tres días lo levantaré. Cristo volvió a la vida por su poder.
Los hombres
se equivocan cuando entienden literalmente cuando las Escrituras hablan
figuradamente. Cuando Jesús resucitó de entre los muertos, sus discípulos
recordaron que había dicho esto. Mucho ayuda a nuestro entendimiento de la
palabra divina que observemos el cumplimiento de las Escrituras.
MUCHOS CREEN EN CRISTO.
23 Estando en Jerusalén en la
fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que
hacía.
24 Pero Jesús mismo no se fiaba de
ellos, porque conocía a todos,
25 y no tenía necesidad de que
nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre.
Vv. 23—25. Nuestro Señor conocía a todos
los hombres, su naturaleza, sus disposiciones, sus afectos y sus intenciones,
de una manera que nosotros no conocemos a nadie, ni siquiera a nosotros mismos.
Conoce a sus astutos enemigos, y todos sus proyectos secretos; a sus amigos
falsos y su verdadero carácter. Él sabe quiénes son verdaderamente suyos,
conoce su rectitud, y conoce sus debilidades.
Sabemos lo
que los hombres hacen; Cristo sabe lo que hay en ellos, Él prueba el corazón.
Cuidado con una fe muerta o una profesión de fe formal: No hay que confiar en
los profesantes carnales y vacíos, y aunque los hombres se impongan a otros o a
sí mismos, no pueden imponerse al Dios que escudriña el corazón.
CAPÍTULO
3
CONVERSACIÓN DE CRISTO CON
NICODEMO.
1 Había un hombre de los fariseos
que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos.
2 Éste vino a Jesús de noche, y le
dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede
hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.
3 Respondió Jesús y le dijo: De
cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el
reino de Dios.
4 Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un
hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de
su madre, y nacer?
5 Respondió Jesús: De cierto, de
cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar
en el reino de Dios.
6 Lo que es nacido de la carne,
carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.
7 No te maravilles de que te dije:
Os es necesario nacer de nuevo.
8 El viento sopla de donde quiere,
y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel
que es nacido del Espíritu.
Vv. 1—8. Nicodemo temía, o se avergonzaba
de ser visto con Cristo, por tanto, acudió de noche.
Cuando la
religión está fuera de moda, hay muchos Nicodemos, pero aunque vino de noche,
Jesús lo recibió, y por ello nos enseña a animar los buenos comienzos, aunque
sean débiles. Aunque esta vez vino de noche, después reconoció públicamente a
Cristo.
No habló con
Cristo de asuntos de estado, aunque era un gobernante, sino de los intereses de
su propia alma y de su salvación, hablando al respecto de una sola vez. Nuestro
Salvador habla de la necesidad y naturaleza de la regeneración o nuevo
nacimiento y, de inmediato llevó a Nicodemo a la fuente de santidad del
corazón.
El nacimiento
es el comienzo de la vida; nacer de nuevo es empezar a vivir de nuevo, como los
que han vivido muy equivocados o con poco sentido. Debemos tener una nueva
naturaleza, nuevos principios, nuevos afectos, nuevas miras. Por nuestro primer
nacimiento somos corruptos, formados en el pecado; por tanto, debemos ser
hechos nuevas criaturas. No podía haberse elegido una expresión más fuerte para
significar un cambio de estado y de carácter grande y muy notable.
Debemos ser
enteramente diferentes de lo que fuimos antes, como aquello que empieza a ser
en cualquier momento, no es, y no puede ser lo mismo que era antes. Este nuevo
nacimiento es del cielo, capítulo 1: 13, y tiende al cielo. Es un cambio grande
hecho en el corazón del pecador por el poder del Espíritu Santo. Significa que
algo es hecho en nosotros y a favor de nosotros que no podemos hacer por
nosotros mismos.
Algo obra
por lo que empieza una vida que durará por siempre. De otra manera no podemos
esperar un beneficio de Cristo; es necesario para nuestra felicidad aquí y en
el más allá. Nicodemo entendió mal lo que dijo Cristo, como si no hubiera otra
manera de regenerar y moldear de nuevo un alma inmortal que volver a dar un
marco al cuerpo. Sin embargo, reconoció su ignorancia, lo que muestra el deseo
de ser mejor informado. Entonces, el Señor Jesús explica más. Muestra al Autor
de este bendito cambio. No es obra de nuestra sabiduría o poder propio, sino
del poder del bendito Espíritu.
Somos
formados en iniquidad, y lo que hace necesario que nuestra naturaleza sea
cambiada. No tenemos que maravillarnos de esto, porque cuando consideramos la
santidad de Dios, la depravación de nuestra naturaleza, y la dicha puesta ante
nosotros, no tenemos que pensar que es raro que se ponga tanto énfasis sobre
esto. La obra regeneradora del Espíritu Santo se compara con el agua.
También es
probable que Cristo se haya referido a la ordenanza del bautismo. No se trata
que sean salvos todos aquellos bautizados, y sólo ellos; pero sin el nuevo
nacimiento obrado por el Espíritu, y significado por el bautismo, nadie será
súbdito del reino del cielo. La misma palabra significa viento y Espíritu.
El viento
sopla de donde quiere hacia nosotros; Dios lo dirige. El Espíritu envía sus
influencias donde, y cuando, y a quien, y en qué medida y grado le plazca.
Aunque las causas estén ocultas, los efectos son evidentes, cuando el alma es
llevada a lamentarse por el pecado y a respirar según Cristo.
EL NUEVO NACIMIENTO Y
REGENERACIÓN
9 Respondió Nicodemo y le dijo:
¿Cómo puede hacerse esto?
10 Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres
tú maestro de Israel, y no sabes esto?
11 De cierto, de cierto te digo,
que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís
nuestro testimonio.
12 Si os he dicho cosas terrenales,
y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?
13 Nadie subió al cielo, sino el
que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo.
Vv. 9—13. La exposición hecha por Cristo
de la doctrina y la necesidad de la regeneración pareciera no haber quedado
clara para Nicodemo. Así, las cosas del Espíritu de Dios son necedad para el
hombre natural.
Muchos
piensan que no puede ser probado lo que no pueden creer. El discurso de Cristo
sobre las verdades del evangelio, versículos 11—13, muestra la necedad de
aquellos que hacen que estas cosas sean extrañas para ellos; y nos recomienda
que las investiguemos.
Jesucristo
es capaz en toda forma de revelarnos la voluntad de Dios; porque descendió del
cielo, y aún está en el cielo. Aquí tenemos una nota de las dos naturalezas
distintas de Cristo en una persona, de modo que es el Hijo del Hombre, aunque
está en el cielo.
Dios es “EL
QUE ES” y el cielo es la habitación de su santidad. Este conocimiento debe
venir de lo alto y solo puede ser recibido por fe.
EL TIPO DE LA CRUZ EN EL
DESIERTO
14 Y como Moisés levantó la
serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea
levantado,
15 para que todo aquel que en él
cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
16 Porque de tal manera amó Dios al
mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no
se pierda, mas tenga vida eterna.
17 Porque no envió Dios a su Hijo al
mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.
Vv. 14—17. Jesucristo vino a salvarnos
sanándonos, como los hijos de Israel, picados por serpientes ardientes fueron
curados y vivieron al mirar a la serpiente de bronce, Números 21: 6–9.
Obsérvese en esto la naturaleza mortal y destructora del pecado. Pregúntese a
conciencias vivificadas, pregúntese a pecadores condenados, quienes dirán que,
por encantadoras que sean las seducciones del pecado, al final muerde como
serpiente. Véase el remedio poderoso contra esta enfermedad fatal.
Cristo nos
es propuesto claramente en el evangelio. Aquel a quien ofendimos es nuestra
Paz, y la manera de solicitar la curación es creer. Si alguien hasta ahora toma
livianamente la enfermedad del pecado o el método de curación de Cristo, y no
recibe a Cristo en las condiciones que Él pone, su ruina pende sobre su cabeza.
Él dijo: Mirad y sed salvos, mirad y vivid; alzad los ojos de la fe a Cristo
crucificado.
Mientras no
tengamos la gracia para hacer esto, no seremos curados, sino seguiremos heridos
por los aguijones de Satanás, y en estado moribundo. Jesucristo vino a
salvarnos perdonándonos, para que no muriéramos por la sentencia de la ley. He
aquí el evangelio, la verdadera, la buena nueva. He aquí al amor de Dios al dar
a su Hijo por el mundo.
Tanto amó
Dios al mundo, tan verdaderamente, tan ricamente. ¡Mirad y maravillaos, que el
gran Dios ame a un mundo tan indigno! Aquí, también, está el gran deber del
evangelio: creer en Jesucristo. Habiéndolo dado Dios para que fuera nuestro
Profeta, Sacerdote y Rey, nosotros debemos darnos para ser gobernados y
enseñados, y salvados por Él.
He aquí el
gran beneficio del evangelio, que quienquiera que crea en Cristo no perecerá
mas tendrá vida eterna. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo
mismo, y de ese modo, lo salvaba. No podía ser salvado sino por medio de Él; en
ningún otro hay salvación.
De todo esto
se muestra la dicha del creyente verdadero: el que cree en Cristo no es
condenado. Aunque ha sido un gran pecador, no se le trata según lo que merecen
sus pecados.
EL PROPÓSITO DEL EVANGELIO.
18 El que en él cree, no es
condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el
nombre del unigénito Hijo de Dios.
19 Y ésta es la condenación: que la
luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus
obras eran malas.
20 Porque todo aquel que hace lo
malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean
reprendidas.
21 Más el que practica la verdad
viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.
Vv. 18—21. ¡Cuán grande es el pecado de los
incrédulos! Dios envió a Uno que era el más amado por Él, para salvarnos; ¿y no
será el más amado para nosotros? ¡Cuán grande es la miseria de los incrédulos!
Ya han sido condenados, lo que habla de una condenación cierta; una condenación
presente. La ira de Dios ahora se desata sobre ellos; y los condenan sus
propios corazones.
También hay
una condenación basada en su culpa anterior; ellos están expuestos a la ley por
todos sus pecados; porque no están interesados por fe en el perdón del
evangelio. La incredulidad es un pecado contra el remedio. Brota de la
enemistad del corazón del hombre hacia Dios, del amor al pecado en alguna
forma. Léase también la condenación de los que no quieren conocer a Cristo. Las
obras pecadoras son las obras de las tinieblas.
El mundo
impío se mantiene tan lejos de esta luz como puede, no sea que sus obras sean
reprobadas. Cristo es odiado porque aman el pecado. Si no odiaran el
conocimiento de la salvación, no se quedarían contentos en la ignorancia
condenadora.
Por otro
lado, los corazones renovados dan la bienvenida a la luz. Un hombre bueno actúa
verdadera y sinceramente en todo lo que hace. Desea saber cuál es la voluntad
de Dios, y hacerla, aunque sea contra su propio interés mundanal. Ha tenido
lugar un cambio en todo su carácter y conducta.
El amor a
Dios es derramado en su corazón por el Espíritu Santo, y llega a ser el
principio rector de sus acciones. En la medida que siga bajo una carga de culpa
no perdonada, solo puede tener un temor servil a Dios, pero cuando sus dudas se
disipan, cuando ve la base justa sobre la cual se edifica su perdón, lo asume
como si fuera propio, y se une con Dios por un amor sin fingimiento.
Nuestras
obras son buenas cuando la voluntad de Dios es la regla de ellas, y la gloria
de Dios, su finalidad; cuando se hacen en su poder y por amor a Él; a Él, y no
a los hombres. La regeneración, o el nuevo nacimiento, es un tema al cual el
mundo tiene aversión; sin embargo, es gran
ganancia en comparación con la cual todo lo demás no es sino fruslería.
¿Qué
significa que tengamos comida para comer con abundancia, y una variedad de ropa
para ponernos, si no hemos nacido de nuevo? ¿Si después de unas cuantas mañanas
y tardes pasadas en alegría irracional, placer carnal y desorden, morimos en
nuestros pecados y yacemos en el dolor? ¿De qué vale que seamos capaces de
desempeñar nuestra parte en la vida, en todo otro aspecto, si al final oímos de
parte del Juez Supremo: “Apartaos de mí, no os conozco, obradores de maldad?”
EL BAUTISMO DE JUAN Y EL DE
CRISTO, EL TESTIMONIO DE JUAN.
22 Después de esto, vino Jesús con
sus discípulos a la tierra de Judea, y estuvo allí con ellos, y bautizaba.
23 Juan bautizaba también en Enón,
junto a Salim, porque había allí muchas aguas; y venían, y eran bautizados.
24 Porque Juan no había sido aún
encarcelado.
25 Entonces hubo discusión entre
los discípulos de Juan y los judíos acerca de la purificación.
26 Y vinieron a Juan y le dijeron:
Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste
testimonio, bautiza, y todos vienen a él.
27 Respondió Juan y dijo: No puede
el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo.
28 Vosotros mismos me sois testigos
de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él.
29 El que tiene la esposa, es el
esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza
grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido.
30 Es necesario que él crezca, pero
que yo mengüe.
31 El que de arriba viene, es sobre
todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que
viene del cielo, es sobre todos.
32 Y lo que vio y oyó, esto
testifica; y nadie recibe su testimonio.
33 El que recibe su testimonio,
éste atestigua que Dios es veraz.
34 Porque el que Dios envió, las
palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida.
35 El Padre ama al Hijo, y todas
las cosas ha entregado en su mano.
36 El que cree en el Hijo tiene
vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la
ira de Dios está sobre él.
Vv. 22—36. Juan se satisfizo por completo
con el lugar y la obra asignada, pero Jesús vino a una obra más importante. Él
también sabía que Jesús crecería en honor e influencia, porque de Su reino y la
paz no habría fin, mientras a él lo seguirían cada vez menos. Juan sabía que
Jesús vino del cielo como el Hijo de Dios, mientras él era un hombre mortal y
pecador, que sólo podía hablar de las cosas más sencillas de la religión.
Las palabras
de Jesús eran la palabra de Dios; Él tenía el Espíritu, no según medida como
los profetas, sino en toda su plenitud. La vida eterna puede tenerse sólo por
fe en Él, y así puede obtenerse; pero no pueden participar de la salvación
todos los que no creen en el Hijo de Dios, sino que la ira de Dios está sobre
ellos para siempre.
CAPÍTULO
4
LA PARTIDA DE CRISTO HACIA
GALILEA.
1 Cuando, pues, el Señor entendió
que los fariseos habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que
Juan
2 (aunque Jesús no bautizaba, sino
sus discípulos),
3 salió de Judea, y se fue otra
vez a Galilea.
Vv. 1—3. Jesús se dedicó más a predicar,
que era más excelente, que a bautizar, 1ª Corintios 1: 17. Honraría a sus
discípulos empleándolos para bautizar. Nos enseña que el beneficio de los
sacramentos no depende de la mano que los administra.
SU CONVERSACIÓN CON LA MUJER
SAMARITANA.
4 Y le era necesario pasar por
Samaria.
5 Vino, pues, a una ciudad de
Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José.
6 Y estaba allí el pozo de Jacob.
Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la
hora sexta.
7 Vino una mujer de Samaria a sacar
agua; y Jesús le dijo: Dame de beber.
8 Pues sus discípulos habían ido a
la ciudad a comprar de comer.
9 La mujer samaritana le dijo:
¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?
Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí.
10 Respondió Jesús y le dijo: Si
conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le
pedirías, y él te daría agua viva.
11 La mujer le dijo: Señor, no
tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua
viva?
12 ¿Acaso eres tú mayor que nuestro
padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus
ganados?
13 Respondió Jesús y le dijo:
Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed;
14 más el que bebiere del agua que
yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una
fuente de agua que salte para vida eterna.
15 La mujer le dijo: Señor, dame
esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.
16 Jesús le dijo: Ve, llama a tu
marido, y ven acá.
17 Respondió la mujer y dijo: No
tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido;
18 porque cinco maridos has tenido,
y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad.
19 Le dijo la mujer: Señor, me
parece que tú eres profeta.
20 Nuestros padres adoraron en este
monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.
21 Jesús le dijo: Mujer, créeme,
que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre.
22 Vosotros adoráis lo que no
sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los
judíos.
23 Mas la hora viene, y ahora es,
cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad;
porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.
24 Dios es Espíritu; y los que le
adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.
25 Le dijo la mujer: Sé que ha de
venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las
cosas.
26 Jesús le dijo: Yo soy, el que
habla contigo.
Vv. 4—26. Había mucho odio entre
samaritanos y judíos. El camino de Cristo desde Judea a Galilea pasaba por
Samaria. No debemos meternos en lugares de tentación, sino cuando debemos y,
entonces, no debemos permanecer en ellos, sino apresurarnos a pasar por ellos.
Aquí tenemos a nuestro Señor Jesús sujeto a la fatiga normal de los viajeros.
Así vemos que era verdadero hombre.
El trabajo
agotador vino con el pecado; por tanto, Cristo, habiéndose hecho maldición por
nosotros, estuvo sujeto a ella. Además, era pobre y realizó todos sus viajes a
pie. Cansado, pues, se sentó en el pozo; no tenía un cojín donde descansar. De
este modo se sentó, como se sienta alguien cansado de viajar. Con toda
seguridad debemos someternos rápidamente a ser como el Hijo de Dios en cosas
como esas. Cristo pidió agua a la mujer.
Ella se
sorprendió porque Él no demostró la ira de su nación contra los samaritanos.
Los hombres moderados de todas partes son los hombres que asombran. Cristo
aprovechó la ocasión para enseñarle cosas divinas: Convirtió a esta mujer
demostrándole su ignorancia y pecaminosidad y su necesidad de un Salvador. Se
alude al Espíritu con el agua viva.
Con esta
comparación se había prometido la bendición del Mesías en el Antiguo
Testamento. Las gracias del Espíritu y sus consolaciones satisfacen el alma
sedienta que conoce su propia naturaleza y necesidad. Lo que Jesús dijo
figuradamente, ella lo entendió literalmente.
Cristo
señala que el agua del pozo de Jacob daba una satisfacción de breve duración.
No importa cuáles sean las aguas de consolación que bebamos, volveremos a tener
sed. Pero a quien participa del Espíritu de gracia, y del consuelo del
evangelio, nunca le faltará lo que dará abundante satisfacción a su alma.
Los
corazones carnales no miran más alto que las metas carnales. Dame, dijo ella,
no para que yo tenga la vida eterna, propuesta por Cristo, sino para que no
tenga que venir más aquí a buscar agua. La mente carnal es muy ingeniosa para
cambiar las convicciones e impedir que apremien, pero ¡nuestro Señor Jesús
dirige muy certeramente la convicción de pecado a la conciencia de ella! La
reprendió severamente por su presente estado de vida. La mujer reconoció que
Cristo era profeta.
El poder de
su palabra para escudriñar el corazón y convencer de cosas secretas a la
conciencia es prueba de autoridad divina. Pensar que desaparecen las cosas por
las que luchamos debiera enfriar nuestras contiendas. El objeto de adoración
seguirá siendo el mismo, Dios, como Padre, pero se pondrá fin a todas las
diferencias sobre el lugar de adoración.
La razón nos
enseña a considerar la decencia y la conveniencia en los lugares de nuestro
servicio de adoración, pero la religión no da preferencia a un lugar respecto
de otro en cuanto a la santidad y la aprobación de Dios. Los judíos tenían, por
cierto, la razón. Quienes han obtenido cierto conocimiento de Dios por las
Escrituras, saben a quién adoran.
La palabra
de salvación era de los judíos. Llegó a otras naciones a través de ellos.
Cristo prefirió, con justicia, la adoración judía antes que la samaritana, pero
aquí habla de lo anterior como algo que pronto se terminará. Dios estaba por
ser revelado como el Padre de todos los creyentes de toda nación. El espíritu o
alma del hombre, influido por el Espíritu Santo, debe adorar a Dios y tener
comunión con Él.
Los afectos
espirituales, como se demuestran en las oraciones, súplicas y acciones de
gracia fervorosas, constituyen la adoración de un corazón recto, en el cual
Dios se deleita y es glorificado. La mujer estaba dispuesta a dejar la cuestión
sin decidir hasta la venida del Mesías, pero Cristo le dijo: Yo soy, el que
habla contigo.
Ella era una
samaritana extranjera y hostil; el sólo hablar con ella era considerado como
desprestigio para nuestro Señor Jesús. Sin embargo, nuestro Señor se reveló a
esta mujer con más plenitud de lo que había hecho con cualquiera de sus
discípulos. Ningún pecado pasado puede impedir que seamos aceptados por Él, si
nos humillamos ante Él, creyendo en Él como el Cristo, el Salvador del mundo.
LOS EFECTOS DE LA
CONVERSACIÓN DE CRISTO CON LA MUJER DE SAMARIA.
27 En esto vinieron sus discípulos,
y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué
preguntas? o, ¿Qué hablas con ella?
28 Entonces la mujer dejó su
cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres:
29 Venid, ved a un hombre que me ha
dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?
30 Entonces salieron de la ciudad,
y vinieron a él.
31 Entre tanto, los discípulos le
rogaban, diciendo: Rabí, come.
32 Él les dijo: Yo tengo una comida
que comer, que vosotros no sabéis.
33 Entonces los discípulos decían
unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer?
34 Jesús les dijo: Mi comida es que
haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra.
35 ¿No decís vosotros: Aún faltan
cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y
mirad los campos, porque ya están blancos para la siega.
36 Y el que siega recibe salario, y
recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el
que siega.
37 Porque en esto es verdadero el
dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega.
38 Yo os he enviado a segar lo que
vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus
labores.
39 Y muchos de los samaritanos de
aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio
diciendo: Me dijo todo lo que he hecho.
40 Entonces vinieron los samaritanos
a él y le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días.
41 Y creyeron muchos más por la
palabra de él,
42 y decían a la mujer: Ya no
creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos
que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo.
Vv. 27—42. Los discípulos se asombraron de
que Cristo conversara con una samaritana, aunque sabían que era por una buena
razón y para un propósito bueno. Así, pues, cuando aparecen dificultades en
detalles en la palabra y en la providencia de Dios, es bueno que nos
satisfagamos con que todo lo que Jesucristo dice y hace está bien.
Dos cosas
afectaron a la mujer. La magnitud de su conocimiento. Cristo conoce todos los
pensamientos, palabras y acciones de todos los hijos de los hombres. El poder
de su palabra. Le habló con poder de sus pecados secretos. Ella se aferró de
esa parte del discurso de Cristo, muchos pensarían que ella se podía mostrar
reacia a repetir, pero el conocimiento de Cristo, al cual somos guiados por la
convicción de pecado, es muy probable que sea sano y salvador.
Ellos fueron
a Él: los que deseen conocer a Cristo deben hallarlo donde Él registre su
nombre. Nuestro Maestro nos ha dejado un ejemplo para que aprendamos a hacer la
voluntad de Dios como Él la hizo; con diligencia como los que hacen su
actividad de ella; con deleite y placer en ella. Cristo compara su obra con la
siega. La siega está determinada y se cuida antes que llegue; así fue el
evangelio.
El tiempo de
cosechar es tiempo de mucho trabajo; entonces, todos deben estar en las
labores. El tiempo de la siega es corto y la obra de la cosecha debe hacerse
entonces, o no se hará; así, pues, el tiempo del evangelio es una temporada que
no puede recuperarse si se pasó. A veces Dios usa instrumentos muy débiles e
improbables para empezar y seguir la buena obra. Nuestro Salvador difunde
conocimiento en todo un pueblo enseñándole a una pobre mujer.
Benditos son
los que no se ofenden con Cristo. Desean verdaderamente aprender más aquellos a
quienes Dios enseña. Mucho agrega a la alabanza de nuestro amor por Cristo y su
palabra si vence prejuicios. La fe de ellos creció. En cuanto a esto: ellos
creyeron que Él era el Salvador no sólo de los judíos, sino del mundo. Con esa
certeza sabemos que el Cristo es verdaderamente Aquel, y sobre esa base, porque
nosotros mismos le hemos oído.
CRISTO SANA AL HIJO DEL
NOBLE.
43 Dos días después, salió de allí
y fue a Galilea.
44 Porque Jesús mismo dio
testimonio de que el profeta no tiene honra en su propia tierra.
45 Cuando vino a Galilea, los
galileos le recibieron, habiendo visto todas las cosas que había hecho en
Jerusalén, en la fiesta; porque también ellos habían ido a la fiesta.
46 Vino, pues, Jesús otra vez a
Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y había en Capernaúm
un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo.
47 Éste, cuando oyó que Jesús había
llegado de Judea a Galilea, vino a él y le rogó que descendiese y sanase a su
hijo, que estaba a punto de morir.
48 Entonces Jesús le dijo: Si no
viereis señales y prodigios, no creeréis.
49 El oficial del rey le dijo:
Señor, desciende antes que mi hijo muera.
50 Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive.
Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue.
51 Cuando ya él descendía, sus
siervos salieron a recibirle, y le dieron nuevas, diciendo: Tu hijo vive.
52 Entonces él les preguntó a qué
hora había comenzado a estar mejor. Y le dijeron: Ayer a las siete le dejó la
fiebre.
53 El padre entonces entendió que
aquella era la hora en que Jesús le había dicho: Tu hijo vive; y creyó él con
toda su casa.
54 Esta segunda señal hizo Jesús,
cuando fue de Judea a Galilea.
Vv. 43—54. El padre era un oficial del rey,
pero el hijo estaba enfermo. Los honores y los títulos no son garantía contra
la enfermedad y la muerte. Los hombres más grandes deben ir a Dios, deben
volverse mendigos. El noble no se detuvo en su petición hasta que prevaleció,
pero primeramente, descubrió la debilidad de su fe en el poder de Cristo.
Cuesta
convencernos de que la distancia de tiempo y lugar no obstaculizan el
conocimiento, la misericordia ni el poder de nuestro Señor Jesús. Cristo dio
una respuesta de paz. Si Cristo dice que el alma viva, vivirá. El padre siguió
su camino lo que demostró la sinceridad de su fe. Satisfecho, no se apresuró a
volver a casa esa noche; regresó como quien está en paz con su conciencia.
Sus
sirvientes le salieron al encuentro con la noticia de la recuperación de su
hijo. La buena nueva saldrá al encuentro de los que esperan en la palabra de
Dios. Confirma nuestra fe que comparemos diligentemente las obras de Jesús con
su palabra. Y llevar la curación a la familia le trajo la salvación.
Así, pues,
experimentar el poder de una palabra de Cristo puede establecer la autoridad de
Cristo en el alma. Toda la familia creyó igualmente. El milagro hizo que
quisieran a Jesús para ellos. El conocimiento de Cristo aún se difunde por las
familias, y los hombres hallan salud y salvación para sus almas.
CAPÍTULO
5
LA CURACIÓN EN EL ESTANQUE DE
BETESDA.
1 Después de estas cosas había una
fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén.
2 Y hay en Jerusalén, cerca de la
puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene
cinco pórticos.
3 En éstos yacía una multitud de
enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua.
4 Porque un ángel descendía de
tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al
estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad
que tuviese.
5 Y había allí un hombre que hacía
treinta y ocho años que estaba enfermo.
6 Cuando Jesús lo vio acostado, y
supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano?
7 Señor, le respondió el enfermo,
no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto
que yo voy, otro desciende antes que yo.
8 Jesús le dijo: Levántate, toma
tu lecho, y anda.
9 Y al instante aquel hombre fue
sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Y era día de reposo aquel día.
Vv. 1—9. Por naturaleza todos somos
impotentes en materias espirituales, ciegos, cojos y marchitos; pero la
provisión plena para nuestra curación está hecha, si atendemos a ella. Un ángel
bajaba y revolvía el agua, que curaba cualquier enfermedad, pero se beneficiaba
sólo aquel que era el primero en entrar al agua.
Esto nos
enseña a ser cuidadosos para que no dejemos escapar una ocasión que no puede
regresar. El hombre había perdido el uso de sus extremidades hacía treinta y
ocho años. ¿Nos quejaremos de una noche fatigosa, nosotros que, tal vez por
muchos años, apenas hemos sabido lo que es estar enfermo por un día, cuando
muchos otros, mejores que nosotros, apenas han sabido qué es estar bien un día?
Cristo apartó a éste de los demás. Los que llevan mucho tiempo afligidos,
pueden consolarse con que Dios lleva la cuenta del tiempo transcurrido.
Nótese que
este hombre habla de la falta de amabilidad de los que lo rodean, sin reflejar
enojo. Así como debemos ser agradecidos, también debemos ser pacientes. Nuestro
Señor Jesús lo sana, aunque él no lo pidió ni lo pensó. Levántate y anda. La
orden de Dios: Vuelve y vive; Hazte un nuevo corazón, no presupone en nosotros
más poder sin la gracia de Dios, su gracia que distingue, de lo que esta orden
supuso poder en el hombre incapacitado: fue por el poder de Cristo y Él debe
tener toda la gloria.
¡Qué
sorpresa gozosa para el pobre inválido hallarse repentinamente tan bien, tan
fuerte, tan capaz de ayudarse a sí mismo! La prueba de la sanidad espiritual es
que nos levantamos y caminamos. Si Cristo ha sanado nuestras dolencias
espirituales, vamos donde nos mande y llevemos lo que Él nos imponga, y andemos
delante de Él.
EL DESCONTENTO DE LOS JUDÍOS.
10 Entonces los judíos dijeron a
aquel que había sido sanado: Es día de reposo; no te es lícito llevar tu lecho.
11 Él les respondió: El que me
sanó, él mismo me dijo: Toma tu lecho y anda.
12 Entonces le preguntaron: ¿Quién
es el que te dijo: Toma tu lecho y anda?
13 Y el que había sido sanado no
sabía quién fuese, porque Jesús se había apartado de la gente que estaba en
aquel lugar.
14 Después le halló Jesús en el
templo, y le dijo: Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga
alguna cosa peor.
15 El hombre se fue, y dio aviso a
los judíos, que Jesús era el que le había sanado.
16 Y por esta causa los judíos
perseguían a Jesús, y procuraban matarle, porque hacía estas cosas en el día de
reposo.
Vv. 10—16. Los aliviados del castigo del
pecado corren el peligro de volver a pecar cuando se terminan el terror y la
restricción, a menos que la gracia divina seque la fuente de su pecado. La
miseria desde la cual son hechos íntegros los creyentes, nos advierte que no
pequemos más, habiendo sentido el aguijón del pecado. Esta es la voz de cada
providencia: Vete y no peques más.
Cristo vio
que era necesario dar esta advertencia, porque es frecuente que la gente
prometa mucho cuando está enferma; y cuando están recién sanados, cumplen sólo
algo, pero después de un tiempo, olvidan todo. Cristo habla de la ira venidera,
la cual supera la comparación con las muchas horas, sí, con las semanas y años
de dolor que tienen que sufrir algunos hombres impíos, como consecuencia de sus
indulgencias ilícitas, y si tales aflicciones son severas, ¡cuán temible será
el castigo eterno del impío!
CRISTO REPRUEBA A LOS JUDÍOS.
17 Y Jesús les respondió: Mi Padre
hasta ahora trabaja, y yo trabajo.
18 Por esto los judíos aun más
procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que
también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios.
19 Respondió entonces Jesús, y les
dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo,
sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo
hace el Hijo igualmente.
20 Porque el Padre ama al Hijo, y
le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que estas le mostrará,
de modo que vosotros os maravilléis.
21 Porque como el Padre levanta a
los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida.
22 Porque el Padre a nadie juzga,
sino que todo el juicio dio al Hijo,
23 para que todos honren al Hijo
como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.
Vv. 17—23. El poder divino del milagro
demuestra que Jesús es el Hijo de Dios, y Él declara que obraba con su Padre, y
como para Él, según le parece bien. Los antiguos enemigos de Cristo le
entendieron y se pusieron aún más violentos, acusándolo no sólo de quebrantar
el día de reposo, sino de blasfemar al llamar Padre a Dios, e igualarse con
Dios.
Sin embargo,
todas las cosas estaban encomendadas al Hijo, ahora y en el juicio final,
intencionalmente para que todos los hombres honren al Hijo, como honran al
Padre; y todo aquel que no honre de este modo al Hijo, piense o pretenda lo que
sea, no honra al Padre que lo envió.
EL SERMÓN DE CRISTO.
24 De cierto, de cierto os digo: El
que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a
condenación, mas ha pasado de muerte a vida.
25 De cierto, de cierto os digo:
Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y
los que la oyeren vivirán.
26 Porque como el Padre tiene vida
en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo;
27 y también le dio autoridad de
hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre.
28 No os maravilléis de esto;
porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz;
29 y los que hicieron lo bueno,
saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de
condenación.
Vv. 24—29. Nuestro Señor declara su
autoridad y carácter como Mesías. Iba a llegar el tiempo en que los muertos
oirían su voz como Hijo de Dios y vivirían. Nuestro Señor se refiere a que, por
el poder de su Espíritu, primero levanta a una vida nueva a los que estaban
muertos en pecado y, luego, levanta a los muertos desde sus sepulcros. El
oficio de Juez de todos los hombres puede ser ejercido sólo por Quien tenga
todo el conocimiento y el poder omnipotente.
Creamos
nosotros su testimonio: así, nuestra fe y esperanza serán en Dios y no
entraremos en condenación. Que su voz llegue a los corazones de los que están
muertos en pecado, para que puedan hacer las obras del arrepentimiento, y
prepararse para el día solemne.
EL TESTIMONIO DE JUAN Y EL DE
CRISTO
30 No puedo yo hacer nada por mí
mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi
voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre.
31 Si yo doy testimonio acerca de
mí mismo, mi testimonio no es verdadero.
32 Otro es el que da testimonio
acerca de mí, y sé que el testimonio que da de mí es verdadero.
33 Vosotros enviasteis mensajeros a
Juan, y él dio testimonio de la verdad.
34 Pero yo no recibo testimonio de
hombre alguno; mas digo esto, para que vosotros seáis salvos.
35 Él era antorcha que ardía y
alumbraba; y vosotros quisisteis regocijaros por un tiempo en su luz.
36 Más yo tengo mayor testimonio que
el de Juan; porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas
obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado.
37 También el Padre que me envió ha
dado testimonio de mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto,
38 ni tenéis su palabra morando en
vosotros; porque a quien él envió, vosotros no creéis.
Vv. 30—38. Nuestro Señor regresa a su
declaración del completo acuerdo entre el Padre y el Hijo, y se declara Hijo de
Dios. Tenía un testimonio superior al de Juan; sus obras daban testimonio de
todo lo que decía. Pero la palabra divina no tenía lugar permanente en sus
corazones, porque ellos se negaban a creer en Él, a quien el Padre había
enviado, según sus antiguas promesas.
La voz de
Dios, acompañada por el poder del Espíritu Santo, hecha eficaz para la
conversión de los pecadores, aún proclama que éste es el Hijo amado en quien se
complace el Padre. Pero no hay lugar para que la palabra de Dios permanezca en
ellos cuando los corazones de los hombres están llenos de orgullo, ambición y
amor al mundo.
EL TESTIMONIO DE CRISTO POR
MEDIO DE LAS ESCRITURAS
39 Escudriñad las Escrituras;
porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las
que dan testimonio de mí;
40 y no queréis venir a mí para que
tengáis vida.
41 Gloria de los hombres no recibo.
42 Mas yo os conozco, que no tenéis
amor de Dios en vosotros.
43 Yo he venido en nombre de mi
Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, a ése recibiréis.
44 ¿Cómo podéis vosotros creer, pues
recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios
único?
Vv. 39—44. Los judíos consideraban que la
vida eterna les era revelada en sus Escrituras, y que la tenían porque tenían
la palabra de Dios en sus manos. Jesús les insta a escudriñar esas Escrituras
con más diligencia y atención. “Escudriñáis las Escrituras” y hacéis bien en
hacerlo. Indudablemente escudriñaban las Escrituras, pero con un enfoque en su
propia gloria. Es posible que los hombres sean muy estudiosos de la letra de
las Escrituras, pero estén ajenos a su poder. O “Escudriñad las Escrituras” y
así se les habló de la naturaleza de la aplicación.
Vosotros
profesáis recibir y creer las Escrituras, dejad que os juzguen, lo que se nos
dice precaviendo o mandando a todos los cristianos a escudriñar las Escrituras.
No sólo leerlas y oírlas sino escudriñarlas, lo cual denota diligencia para
examinarlas y estudiarlas.
Debemos
escudriñar las Escrituras en busca del cielo como nuestro gran objetivo: Porque
en ellas os parece que tenéis vida eterna. Debemos escudriñar las Escrituras en
busca de Cristo, como el Camino nuevo y vivo, que conduce a este objetivo.
Cristo agrega a este testimonio las reprensiones a la incredulidad e iniquidad
de ellos; el rechazo de su persona y su doctrina. Además, les reprueba su falta
de amor a Dios. Pero con Jesucristo hay vida para las pobres almas.
Muchos que
hacen una gran profesión de religión muestran, no obstante, que les falta el
amor de Dios por su rechazo de Cristo y el desprecio a sus mandamientos. El
amor de Dios en nosotros, el amor que es principio vivo y activo en el corazón,
es lo que Dios aceptará. Ellos desdeñaron y valoraron en poco a Cristo porque
se admiraban y se supervaloraban a sí mismos.
¡Cómo pueden
creer los que hacen su ídolo del elogio y aplauso de los hombres! Cuando Cristo
y sus seguidores son hombres admirados, ¡cómo pueden creer aquellos cuya
suprema ambición es dar un buen espectáculo carnal!
EL TESTIMONIO ANTIGUO DE
CRISTO EN LAS ESCRITURAS
45 No penséis que yo voy a acusaros
delante del Padre; hay quien os acusa, Moisés, en quien tenéis vuestra
esperanza.
46 Porque si creyeseis a Moisés, me
creeríais a mí, porque de mí escribió él.
47 Pero si no creéis a sus escritos,
¿cómo creeréis a mis palabras?
Vv. 45—47. Muchos de los que confían en
alguna forma de doctrina o partido, no penetran más que los judíos en las de
Moisés, el verdadero significado de las doctrinas, o de los puntos de vista de
las personas cuyos nombres llevan.
Escudriñemos
las Escrituras y oremos sobre ellas, como intento de hallar vida eterna;
observemos cómo Cristo es el gran tema de ellas y acudamos diariamente a Él en
busca de la vida que otorga.
CAPÍTULO
6
CINCO MIL ALIMENTADOS
MILAGROSAMENTE.
1 Después de esto, Jesús fue al
otro lado del mar de Galilea, el de Tiberias.
2 Y le seguía gran multitud,
porque veían las señales que hacía en los enfermos.
3 Entonces subió Jesús a un monte,
y se sentó allí con sus discípulos.
4 Y estaba cerca la pascua, la
fiesta de los judíos.
5 Cuando alzó Jesús los ojos, y vio
que había venido a él gran multitud, dijo a Felipe: ¿De dónde compraremos pan
para que coman éstos?
6 Pero esto decía para probarle;
porque él sabía lo que había de hacer.
7 Felipe le respondió: Doscientos
denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco.
8 Uno de sus discípulos, Andrés,
hermano de Simón Pedro, le dijo:
9 Aquí está un muchacho, que tiene
cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos?
10 Entonces Jesús dijo: Haced
recostar la gente. Y había mucha hierba en aquel lugar; y se recostaron como en
número de cinco mil varones.
11 Y tomó Jesús aquellos panes, y
habiendo dado gracias, los repartió entre los discípulos, y los discípulos
entre los que estaban recostados; asimismo de los peces, cuanto querían.
12 Y cuando se hubieron saciado,
dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda
nada.
13 Recogieron, pues, y llenaron
doce cestas de pedazos, que de los cinco panes de cebada sobraron a los que
habían comido.
14 Aquellos hombres entonces,
viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Éste verdaderamente es el
profeta que había de venir al mundo.
Vv. 1—14. Juan narra el milagro de
alimentar a la multitud para referirse al sermón que sigue. Obsérvese el efecto
de este milagro sobre la gente. Hasta los judíos comunes esperaban que el
Mesías viniera al mundo y fuese un gran Profeta. Los fariseos los despreciaban
por no conocer la ley, pero ellos sabían más de Aquél que es el fin de la ley.
Sin embargo, los hombres pueden admitir que Cristo es ese Profeta y aún hacer
oídos sordos.
JESÚS CAMINA SOBRE EL MAR.
15 Pero entendiendo Jesús que iban
a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él
solo.
16 Al anochecer, descendieron sus
discípulos al mar,
17 y entrando en una barca, iban
cruzando el mar hacia Capernaúm. Estaba ya oscuro, y Jesús no había venido a
ellos.
18 Y se levantaba el mar con un
gran viento que soplaba.
19 Cuando habían remado como
veinticinco o treinta estadios, vieron a Jesús que andaba sobre el mar y se
acercaba a la barca; y tuvieron miedo.
20 Más él les dijo: Yo soy; no
temáis.
21 Ellos entonces con gusto le
recibieron en la barca, la cual llegó en seguida a la tierra adonde iban.
Vv. 15—21. Aquí estaban los discípulos de
Cristo en el camino del deber, y Cristo ora por ellos; no obstante, están
afligidos. Puede haber peligros y aflicciones de este tiempo presente donde hay
interés en Cristo. Las nubes y las tinieblas suelen rodear a los hijos de la
luz y del día. Ven a Jesús caminando sobre el mar. Aun cuando se acercan el
consuelo y la liberación suelen entenderlo tan mal que se convierten en ocasión
para temer.
Nada es más
fuerte para convencer a pecadores que la palabra: “Yo soy Jesús, al que
persigues”; nada más fuerte para consolar a los santos que esto: “Yo soy Jesús
al que amas”. Si hemos recibido a Cristo Jesús, el Señor, aunque la noche sea
oscura y el viento fuerte, aún así, podemos consolarnos que estaremos en la
orilla antes que pase mucho tiempo.
INDICA LA COMIDA ESPIRITUAL.
22 El día siguiente, la gente que
estaba al otro lado del mar vio que no había habido allí más que una sola
barca, y que Jesús no había entrado en ella con sus discípulos, sino que éstos
se habían ido solos.
23 Pero otras barcas habían
arribado de Tiberias junto al lugar donde habían comido el pan después de haber
dado gracias el Señor.
24 Cuando vio, pues, la gente que
Jesús no estaba allí, ni sus discípulos, entraron en las barcas y fueron a
Capernaúm, buscando a Jesús.
25 Y hallándole al otro lado del
mar, le dijeron: Rabí, ¿cuándo llegaste acá?
26 Respondió Jesús y les dijo: De
cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales,
sino porque comisteis el pan y os saciasteis.
27 Trabajad, no por la comida que
perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del
Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre.
Vv. 22—27. En vez de responder a la
pregunta de cómo llegó allí, Jesús los reprende por preguntar. La mayor
seriedad debiera emplearse para buscar la salvación en el uso de los medios
señalados, pero debe buscarse solamente como don del Hijo del hombre. Al que el
Padre ha sellado, le prueba que es Dios. Él declara que el Hijo del hombre es
el Hijo del Dios con poder.
SU SERMÓN A LA MULTITUD.
28 Entonces le dijeron: ¿Qué
debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?
29 Respondió Jesús y les dijo: Ésta
es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado.
30 Le dijeron entonces: ¿Qué señal,
pues, haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces?
31 Nuestros padres comieron el maná
en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer.
32 Y Jesús les dijo: De cierto, de
cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el
verdadero pan del cielo.
33 Porque el pan de Dios es aquel
que descendió del cielo y da vida al mundo.
34 Le dijeron: Señor, danos siempre
este pan.
35 Jesús les dijo: Yo soy el pan de
vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá
sed jamás.
Vv. 28—35. El ejercicio constante de la fe
en Cristo es la parte más importante y difícil de la obediencia exigida de
nosotros, en cuanto a pecadores que buscan salvación. Cuando somos capacitados
por su gracia para llevar una vida de fe en el Hijo de Dios, siguen los
temperamentos santos y pueden hacerse servicios aceptables.
Dios, su
propio Padre, que dio ese alimento del cielo a sus antepasados para sustentar
su vida natural, ahora les dio el Pan verdadero para la salvación de sus almas.
Ir a Jesús y creer en Él significa lo mismo. Cristo muestra que Él es el Pan
verdadero; es para el alma lo que el pan es para el cuerpo, nutre y sustenta la
vida espiritual. Es el Pan de Dios.
El pan que
da el Padre, es el que ha hecho para alimento de nuestras almas. El pan nutre
sólo por los poderes del cuerpo vivo, pero Cristo mismo es el Pan vivo y nutre
por su propio poder. La doctrina de Cristo crucificado es ahora tan
fortalecedora y consoladora para el creyente como siempre lo ha sido.
Él es el Pan
que vino del cielo. Denota la divinidad de la persona de Cristo y su autoridad;
además, el origen divino de todo lo bueno que nos viene por medio de Él.
Digamos, con inteligencia y fervor, Señor, danos siempre este Pan.
EL SALVO, TRAIDO POR EL PADRE
36 Más os he dicho, que aunque me
habéis visto, no creéis.
37 Todo lo que el Padre me da,
vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera.
38 Porque he descendido del cielo,
no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
39 Y ésta es la voluntad del Padre,
el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo
resucite en el día postrero.
40 Y ésta es la voluntad del que me
ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y
yo le resucitaré en el día postrero.
41 Murmuraban entonces de él los
judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo.
42 Y decían: ¿No es éste Jesús, el
hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice éste:
Del cielo he descendido?
43 Jesús respondió y les dijo: No
murmuréis entre vosotros.
44 Ninguno puede venir a mí, si el
Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.
45 Escrito está en los profetas: Y
serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y
aprendió de él, viene a mí.
46 No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios;
éste ha visto al Padre.
Vv. 36—46. El descubrimiento de la culpa,
peligro y remedio para ellos, por medio de la enseñanza del Espíritu Santo,
hace que los hombres se dispongan y alegren de ir, y rindan todo lo que impide
ir a Él en busca de salvación. La voluntad del Padre es que ninguno de los que
fueron dados al Hijo, sea rechazado o perdido por Él.
Nadie irá
hasta que la gracia divina lo subyugue y, en parte, cambie su corazón; por
tanto, nadie que acuda será echado fuera. El evangelio no halla a nadie
dispuesto a ser salvado en la forma santa y humillante que aquí se da a
conocer, pero Dios atrae con su palabra y el Espíritu Santo; y el deber del
hombre es oír y aprender; es decir, recibir la gracia ofrecida y asentir a la
promesa.
Nadie ha
visto al Padre sino su amado Hijo; y los judíos deben esperar ser enseñados por
su poder interior ejercido sobre su mente, y por su palabra y los ministros que
les mande.
JESÚS EL PAN DE VIDA
47 De cierto, de cierto os digo: El
que cree en mí, tiene vida eterna.
48 Yo soy el pan de vida.
49 Vuestros padres comieron el maná
en el desierto, y murieron.
50 Éste es el pan que desciende del
cielo, para que el que de él come, no muera.
51 Yo soy el pan vivo que descendió
del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo
daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.
Vv. 47—51. La ventaja del maná era poca,
sólo servía para esta vida; pero el Pan de vida es tan excelente que el hombre
que se alimenta de él, nunca morirá. Este pan es la naturaleza humana de Cristo
que tomó para presentar al Padre como sacrificio por los pecados del mundo;
para adquirir todas las cosas correspondientes a la vida y la piedad, para que
se arrepientan y crean en Él los pecadores de toda nación.
LA PARTICIPACIÓN DE LA OBRA
DE CRISTO COMO CREYENTE
52 Entonces los judíos contendían
entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
53 Jesús les dijo: De cierto, de
cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre,
no tenéis vida en vosotros.
54 El que come mi carne y bebe mi
sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.
55 Porque mi carne es verdadera
comida, y mi sangre es verdadera bebida.
56 El que come mi carne y bebe mi
sangre, en mí permanece, y yo en él.
57 Como me envió el Padre viviente,
y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí.
58 Éste es el pan que descendió del
cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de
este pan, vivirá eternamente.
59 Estas cosas dijo en la sinagoga,
enseñando en Capernaúm.
Vv. 52—59. La carne y la sangre del Hijo
del hombre denotan al Redentor en su naturaleza humana; Cristo, y Él
crucificado, y la redención obrada por Él, con todos los beneficios preciosos de
la redención: el perdón de pecado, la aceptación de Dios, el camino al trono de
la gracia, las promesas del pacto, y la vida eterna. Se les llama carne y
sangre de Cristo, porque fueron comprados debido a que su cuerpo fue partido y
su sangre, derramada.
Además,
porque son comida y bebida para nuestra alma. Comer esta carne y beber esta
sangre significa creer en Cristo. Participamos de Cristo y sus beneficios por
fe. El alma que conoce correctamente su estado y su necesidad, encuentra en el
Redentor, en Dios manifestado en carne, todas las cosas que pueden calmar la
conciencia y fomentar la santidad verdadera.
Meditar en
la cruz de Cristo da vida a nuestro arrepentimiento, amor y gratitud. Vivimos
por Él así como nuestros cuerpos viven por la comida. Vivimos por Él como las
extremidades dependen de la cabeza, las ramas de la raíz: porque Él vive
nosotros también viviremos.
LAS REACCIONES DE LOS
DISCÍPULOS DE CRISTO A SUS ENSEÑANZAS
60 Al oírlas, muchos de sus
discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?
61 Sabiendo Jesús en sí mismo que
sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os ofende?
62 ¿Pues qué, si viereis al Hijo
del Hombre subir adonde estaba primero?
63 El espíritu es el que da vida;
la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y
son vida.
64 Pero hay algunos de vosotros que
no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían,
y quién le había de entregar.
65 Y dijo: Por eso os he dicho que
ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre.
Vv. 60—65. La naturaleza humana de Cristo
no había estado antes en el cielo, pero, siendo Dios y hombre, se dice
verazmente que esa maravillosa Persona descendió del cielo. El reino del Mesías
no era de este mundo; ellos tenían que entender por fe lo que dijo de un vivir
espiritual en Él y en su plenitud.
Como sin el
alma del hombre la carne no vale, así mismo sin el Espíritu de Dios que
vivifica, todas las formas de religión son muertas y nulas. El que hizo esta
provisión para nuestras almas es el único que puede enseñarnos estas cosas y
atraernos a Cristo para que vivamos por fe en Él. Acudamos a Cristo,
agradecidos que se haya declarado que todo aquel que quiera ir a Él será
recibido.
MUCHOS DE LOS DISCÍPULOS SE
REGRESAN. LA CERTIFICACIÓN DE LOS VERDADEROS CREYENTES
66 Desde entonces muchos de sus
discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él.
67 Dijo entonces Jesús a los doce:
¿Queréis acaso iros también vosotros?
68 Le respondió Simón Pedro: Señor,
¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.
69 Y nosotros hemos creído y
conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
70 Jesús les respondió: ¿No os he
escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?
71 Hablaba de Judas Iscariote, hijo
de Simón; porque éste era el que le iba a entregar, y era uno de los doce.
Vv. 66—71. Cuando admitimos en nuestra
mente duros pensamientos acerca de las palabras y obras de Jesús, entramos en
la tentación de modo que, si el Señor no lo evitara en su misericordia,
terminaríamos retrocediendo. El corazón corrupto y malo del hombre hace que lo
que es materia del mayor consuelo sea una ocasión de ofensa.
Nuestro
Señor había prometido vida eterna a Sus seguidores en el sermón anterior; los
discípulos se adhirieron a esa palabra sencilla y resolvieron aferrarse a Él,
cuando los demás se adhirieron a las palabras duras y lo abandonaron. La
doctrina de Cristo es la palabra de vida eterna, por tanto, debemos vivir y
morir por ella.
Si
abandonamos a Cristo, abandonamos nuestras propias misericordias. Ellos
creyeron que este Jesús era el Mesías prometido a sus padres, el Hijo del Dios
vivo. Cuando estamos tentados a descarriarnos, bueno es que recordemos los
principios antiguos y nos mantengamos en ellos. Recordemos siempre la pregunta
de nuestro Señor: ¿Nos alejaremos y abandonaremos a nuestro Redentor? ¿A quién
podemos acudir?
Él solo
puede dar salvación por el perdón de pecados. Esto solo da confianza, consuelo
y gozo y hace que el temor y el abatimiento huyan. Gana la única dicha firme en
este mundo y abre el camino a la dicha del próximo.
CAPÍTULO
7
CRISTO VA A LA FIESTA DE LOS
TABERNÁCULOS.
1 Después de estas cosas, andaba
Jesús en Galilea; pues no quería andar en Judea, porque los judíos procuraban
matarle.
2 Estaba cerca la fiesta de los
judíos, la de los tabernáculos;
3 y le dijeron sus hermanos: Sal
de aquí, y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que
haces.
4 Porque ninguno que procura darse
a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo.
5 Porque ni aun sus hermanos creían
en él.
6 Entonces Jesús les dijo: Mi
tiempo aún no ha llegado, mas vuestro tiempo siempre está presto.
7 No puede el mundo aborreceros a
vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son
malas.
8 Subid vosotros a la fiesta; yo
no subo todavía a esa fiesta, porque mi tiempo aún no se ha cumplido.
9 Y habiéndoles dicho esto, se
quedó en Galilea.
10 Pero después que sus hermanos
habían subido, entonces él también subió a la fiesta, no abiertamente, sino
como en secreto.
11 Y le buscaban los judíos en la
fiesta, y decían: ¿Dónde está aquél?
12 Y había gran murmullo acerca de
él entre la multitud, pues unos decían: Es bueno; pero otros decían: No, sino
que engaña al pueblo.
13 Pero ninguno hablaba
abiertamente de él, por miedo a los judíos.
Vv. 1—13. Los hermanos o parientes de
Jesús se disgustaron cuando se dieron cuenta que no tenían posibilidades de
lograr ventajas mundanales con Él. Los hombres impíos se ponen, a veces, a
aconsejar a los ocupados en la obra de Dios, pero sólo aconsejan lo que parezca
probable para fomentar ventajas en este mundo.
La gente
discrepó acerca de su doctrina y de sus milagros, mientras los que le
favorecían no se atrevieron a reconocer abiertamente sus sentimientos. Los que
consideran que los predicadores del evangelio son estafadores, dicen lo que
piensan, mientras muchos que los favorecen, temen que les reprochen por
reconocer que los consideran buenos.
SU SERMÓN EN LA FIESTA.
14 Más a la mitad de la fiesta subió Jesús al templo, y enseñaba.
15 Y se maravillaban los judíos,
diciendo: ¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?
16 Jesús les respondió y dijo: Mi
doctrina no es mía, sino de aquel que me envió.
17 El que quiera hacer la voluntad
de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia
cuenta.
18 El que habla por su propia
cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió,
éste es verdadero, y no hay en él injusticia.
19 ¿No os dio Moisés la ley, y
ninguno de vosotros cumple la ley? ¿Por qué procuráis matarme?
20 Respondió la multitud y dijo:
Demonio tienes; ¿quién procura matarte?
21 Jesús respondió y les dijo: Una
obra hice, y todos os maravilláis.
22 Por cierto, Moisés os dio la
circuncisión (no porque sea de Moisés, sino de los padres); y en el día de
reposo circuncidáis al hombre.
23 Si recibe el hombre la
circuncisión en el día de reposo, para que la ley de Moisés no sea quebrantada,
¿os enojáis conmigo porque en el día de reposo sané completamente a un hombre?
24 No juzguéis según las
apariencias, sino juzgad con justo juicio.
Vv. 14—24. Todo ministro fiel puede adoptar
humildemente las palabras de Cristo. Su doctrina no es de su propia invención,
pero es de la palabra de Dios por medio de la enseñanza de su Espíritu. Y en
medio de las disputas que perturban al mundo, si un hombre de cualquier nación
procura hacer la voluntad de Dios, sabrá si la doctrina es de Dios o si los
hombres hablan de sí mismos.
Sólo los que
odian la verdad serán entregados a errores que les serán fatales. Ciertamente restaurar la salud al afligido
concuerda con el propósito del día de reposo, al igual que administrar un
ritual externo. Jesús les dijo que decidieran sobre su conducta según la
importancia espiritual de la ley divina. No debemos juzgar a nadie por su
aspecto externo, sino por su valor y por los dones y la gracia del Espíritu de
Dios en él.
EL ORIGEN DEL MESIAS
25 Decían entonces unos de
Jerusalén: ¿No es éste a quien buscan para matarle?
26 Pues mirad, habla públicamente,
y no le dicen nada. ¿Habrán reconocido en verdad los gobernantes que éste es el
Cristo?
27 Pero éste, sabemos de dónde es;
mas cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde sea.
28 Jesús entonces, enseñando en el
templo, alzó la voz y dijo: A mí me conocéis, y sabéis de dónde soy; y no he
venido de mí mismo, pero el que me envió es verdadero, a quien vosotros no
conocéis.
29 Pero yo le conozco, porque de él
procedo, y él me envió.
30 Entonces procuraban prenderle;
pero ninguno le echó mano, porque aún no había llegado su hora.
Vv. 25—30. Cristo proclamó en voz alta que
estaban equivocados en lo que pensaban sobre su origen. Fue enviado por Dios,
quien se demostró fiel a sus promesas. Esta declaración, de que ellos no
conocían a Dios, con su pretensión de tener un conocimiento peculiar, provocó a
los oyentes; y procuraron detenerlo, pero Dios puede atar las manos de los
hombres aunque no convierta sus corazones.
LA PERMANENCIA TEMPORAL DE
CRISTO EN LA TIERRA
31 Y muchos de la multitud creyeron
en él, y decían: El Cristo, cuando venga, ¿hará más señales que las que éste
hace?
32 Los fariseos oyeron a la gente
que murmuraba de él estas cosas; y los principales sacerdotes y los fariseos
enviaron alguaciles para que le prendiesen.
33 Entonces Jesús dijo: Todavía un
poco de tiempo estaré con vosotros, e iré al que me envió.
34 Me buscaréis, y no me hallaréis;
y a donde yo estaré, vosotros no podréis venir.
35 Entonces los judíos dijeron
entre sí: ¿Adónde se irá éste, que no le hallemos? ¿Se irá a los dispersos
entre los griegos, y enseñará a los griegos?
36 ¿Qué significa esto que dijo: Me
buscaréis, y no me hallaréis; y a donde yo estaré, vosotros no podréis venir?
Vv. 31—36. Los sermones de Jesús
convencieron a muchos de que Él era el Mesías, pero no tenían el valor de
reconocerlo. Consuelo para los que están en este mundo, pero que no son de este
mundo, y por tanto, son odiados y están cansados de él, es que no estarán para
siempre en el mundo, ni por mucho tiempo más.
Bueno es que
nuestros días sean pocos por ser malos. Los días de vida y de gracia no duran
mucho; y cuando los pecadores estén en desgracia, se alegrarán de la ayuda que
ahora desprecian. Los hombres discuten sobre sus palabras, pero cuando se
produzca todo se explicará.
LA PROVISIÓN VERDADERA PARA
LA NECESIDAD DE EL ALMA
37 En el último y gran día de la
fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed,
venga a mí y beba.
38 El que cree en mí, como dice la
Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.
39 Esto dijo del Espíritu que
habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu
Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.
Vv. 37—39. En el último día de la fiesta de
los tabernáculos los judíos sacaban agua y la derramaban ante el Señor. Se
supone que Cristo alude a eso. Si cualquiera desea ser feliz verdaderamente
para siempre, que venga a Cristo y sométase a Él.
La sed
significa el fuerte deseo de bendiciones espirituales, que ninguna otra cosa
puede satisfacer; así, pues, las influencias santificadoras y consoladoras del
Espíritu Santo están representadas por las aguas, a las cuales Jesús invita que
vayan y beban.
El consuelo
fluye abundante y constante como un río; fuerte como un torrente para derribar
la oposición de las dudas y los temores. Hay en Cristo una plenitud de gracia
sobre gracia. El Espíritu que habita y obra en los creyentes es como fuente de
agua viva, corriente de la cual fluyen arroyos abundantes, que refrescan y
limpian como el agua.
No esperemos
los dones milagrosos del Espíritu Santo, pero podemos solicitar sus influencias
más corrientes y más valiosas. Estos arroyos han fluido desde nuestro Redentor
glorificado hasta esta fecha, y hasta los rincones más remotos de la tierra.
Deseemos darlos a conocer al prójimo.
EL PUEBLO DISCUTE ACERCA DE
CRISTO.
40 Entonces algunos de la multitud,
oyendo estas palabras, decían: Verdaderamente éste es el profeta.
41 Otros decían: Éste es el Cristo.
Pero algunos decían: ¿De Galilea ha de venir el Cristo?
42 ¿No dice la Escritura que del
linaje de David, y de la aldea de Belén, de donde era David, ha de venir el
Cristo?
43 Hubo entonces disensión entre la
gente a causa de él.
44 Y algunos de ellos querían
prenderle; pero ninguno le echó mano.
45 Los alguaciles vinieron a los
principales sacerdotes y a los fariseos; y éstos les dijeron: ¿Por qué no le
habéis traído?
46 Los alguaciles respondieron:
¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!
47 Entonces los fariseos les
respondieron: ¿También vosotros habéis sido engañados?
48 ¿Acaso ha creído en él alguno de
los gobernantes, o de los fariseos?
49 Más esta gente que no sabe la
ley, maldita es.
50 Les dijo Nicodemo, el que vino a
él de noche, el cual era uno de ellos:
51 ¿Juzga acaso nuestra ley a un
hombre si primero no le oye, y sabe lo que ha hecho?
52 Respondieron y le dijeron: ¿Eres
tú también galileo? Escudriña y ve que de Galilea nunca se ha levantado
profeta.
53 Cada uno se fue a su casa;
Vv. 40—53. La maldad de los enemigos de
Cristo siempre es irracional y, a veces, no se puede contar con que sea
refrenada. Nunca un hombre habló con su sabiduría, poder, y gracia, esa
claridad convincente y dulzura, con que hablaba Cristo. ¡Ay, muchos de los que
estuvieron por un tiempo refrenados y que hablaron bien de la palabra de Jesús,
perdieron rápidamente sus convicciones y siguieron en sus pecados!
La gente es
neciamente motivada en materias de peso eterno por motivos externos, estando
dispuestos hasta ser condenados por amor a la moda. Como la sabiduría de Dios
escoge frecuentemente cosas que los hombres desprecian, así la necedad de los
hombres desprecia corrientemente a quienes Dios ha elegido. El Señor saca
adelante a sus discípulos tímidos y débiles, y a veces los usa para derrotar
los designios de sus enemigos.
CAPÍTULO
8
LOS FARISEOS Y LA ADÚLTERA.
1 y Jesús se fue al monte de los
Olivos.
2 Y por la mañana volvió al
templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba.
3 Entonces los escribas y los
fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio,
4 le dijeron: Maestro, esta mujer
ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio.
5 Y en la ley nos mandó Moisés
apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?
6 Más esto decían tentándole, para
poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el
dedo.
7 Y como insistieran en
preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el
primero en arrojar la piedra contra ella.
8 E inclinándose de nuevo hacia el
suelo, siguió escribiendo en tierra.
9 Pero ellos, al oír esto,
acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos
hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio.
10 Enderezándose Jesús, y no viendo
a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban?
¿Ninguno te condenó?
11 Ella dijo: Ninguno, Señor.
Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.
Vv. 1—11. Cristo no halló defecto en la
ley ni excusó la culpa de la mujer prisionera; tampoco tomó en cuenta el
pretendido celo de los fariseos. Se condenan a sí mismos los que juzgan a los
demás y, sin embargo, hacen lo mismo.
Todos los
que de alguna manera son llamados a culpar las faltas del prójimo, están
especialmente preocupados de mirarse a sí mismos y mantenerse puros. En este
asunto Cristo asistió a la gran obra por la cual vino al mundo, la cual era,
llevar pecadores al arrepentimiento, no para destruir, sino para salvar.
Él apuntaba
a llevar al arrepentimiento no sólo al acusado demostrándole su misericordia,
sino también a los acusadores demostrándoles sus pecados; ellos pensaron
tenderle una trampa; Él procuró convencerlos y convertirlos. Él rehusó
inmiscuirse en el oficio de juez.
Muchos
delitos merecen un castigo más severo que el recibido, pero no debemos dejar
nuestra propia obra para asumir aquella a la cual no hemos sido llamados.
Cuando Cristo la mandó irse, fue con esta precaución: Vete y no peques más. Los
que ayudan a salvar la vida de un delincuente deben ayudar a salvar el alma con
el mismo cuidado. Son verdaderamente felices aquellos a quienes Cristo no
condena.
El favor de
Cristo para nosotros al perdonar los pecados pasados debe prevalecer en
nosotros: Vete, y no peques más.
LA CONVERSACIÓN DE CRISTO CON
LOS FARISEOS, LA LUZ DEL MUNDO
12 Otra vez Jesús les habló,
diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida.
13 Entonces los fariseos le
dijeron: Tú das testimonio acerca de ti mismo; tu testimonio no es verdadero.
14 Respondió Jesús y les dijo:
Aunque yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque
sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo, ni
a dónde voy.
15 Vosotros juzgáis según la carne;
yo no juzgo a nadie.
16 Y si yo juzgo, mi juicio es
verdadero; porque no soy yo solo, sino yo y el que me envió, el Padre.
Vv. 12—16. Cristo es la Luz del mundo. Dios
es luz, y Cristo es la imagen del Dios invisible. Un sol ilumina a todo el
mundo; así lo hace un solo Cristo y no se necesita más. ¡Qué mazmorra oscura
sería el mundo sin el sol! Así sería sin Jesús por el cual vino la luz al
mundo. Quienes siguen a Cristo no andarán en tinieblas. No serán dejados sin
las verdades necesarias para impedir el error destructor, y sin las
instrucciones en el camino del deber, necesarias para guardarlos del pecado
condenador.
LA DESCRICCIÓN DE LA LEY
17 Y en vuestra ley está escrito
que el testimonio de dos hombres es verdadero.
18 Yo soy el que doy testimonio de
mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de mí.
19 Ellos le dijeron: ¿Dónde está tu
Padre? Respondió Jesús: Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí me
conocieseis, también a mi Padre conoceríais.
20 Estas palabras habló Jesús en el
lugar de las ofrendas, enseñando en el templo; y nadie le prendió, porque aún
no había llegado su hora.
Vv. 17—20. Si conociéramos mejor a Cristo
conoceríamos mejor al Padre. Se vuelven vanos en sus imaginaciones acerca de
Dios los que no aprenden de Cristo. Los que no conocen su gloria ni su gracia,
no conocen al Padre que le envió. El tiempo de nuestra partida de este mundo
depende de Dios.
Nuestros
enemigos no pueden apresurarlo más, ni nuestros amigos, demorarlo respecto del
tiempo designado por el Padre. Todo creyente verdadero puede mirar arriba y
decir con placer: Mis tiempos están en tu mano, y mejor en ellas que en las
mías. Para todos los propósitos de Dios hay un tiempo.
LA DECLARACIÓN PARA LOS
FARICEOS, NO SE BENEFICIARIAN DE LA OBRA REDENTORA
21 Otra vez les dijo Jesús: Yo me
voy, y me buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis; a donde yo voy, vosotros
no podéis venir.
22 Decían entonces los judíos:
¿Acaso se matará a sí mismo, que dice: A donde yo voy, vosotros no podéis
venir?
23 Y les dijo: Vosotros sois de
abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo.
24 Por eso os dije que moriréis en vuestros
pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis.
25 Entonces le dijeron: ¿Tú quién
eres? Entonces Jesús les dijo: Lo que desde el principio os he dicho.
26 Muchas cosas tengo que decir y
juzgar de vosotros; pero el que me envió es verdadero; y yo, lo que he oído de
él, esto hablo al mundo.
27 Pero no entendieron que les
hablaba del Padre.
28 Les dijo, pues, Jesús: Cuando
hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada
hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo.
29 Porque el que me envió, conmigo
está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.
Vv. 21—29. Los que viven en incredulidad
están acabados para siempre si mueren en la incredulidad. Los judíos
pertenecían a este mundo malo actual, pero Jesús era de naturaleza divina y
celestial, de modo que su doctrina, su reino y sus bendiciones no se adaptarían
al gusto de ellos. Pero la maldición de la ley es quitada para todos los que se
someten a la gracia del evangelio.
Nada, sino
la doctrina de la gracia de Cristo, será un argumento suficientemente poderoso
para hacernos volver del pecado a Dios; y ese Espíritu es dado, y esa doctrina
está dada, para obrar sólo en quienes creen en Cristo. Algunos dicen: ¿Quién es
este Jesús? Ellos le reconocen como un profeta, maestro excelente, y aun como
algo más que una criatura, pero no pueden reconocerle, por sobre todo, como
Dios bendito por los siglos. ¿No bastará eso?
Aquí
responde Jesús la pregunta: ¿Es esto para honrarle como Padre? ¿Reconoce que
Jesús es la Luz del mundo y la Vida de los hombres, uno con el Padre? Todos
sabrán por su conversión o en su condenación que Él siempre habló e hizo lo que
agradaba al Padre, aun cuando reclamaba para sí los honores más excelsos.
LA VERDAD LOS ARÁ LIBRES
30 Hablando él estas cosas, muchos
creyeron en él.
31 Dijo entonces Jesús a los judíos
que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis
verdaderamente mis discípulos;
32 y conoceréis la verdad, y la
verdad os hará libres.
33 Le respondieron: Linaje de
Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis
libres?
34 Jesús les respondió: De cierto,
de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.
35 Y el esclavo no queda en la casa
para siempre; el hijo sí queda para siempre.
36 Así que, si el Hijo os libertare,
seréis verdaderamente libres.
Vv. 30—36. Un poder tal acompañaba las
palabras de nuestro Señor que muchos se convencieron y profesaron creer en Él.
Él los estimuló para que escucharan sus enseñanzas, a confiar en sus promesas,
y obedecer sus mandamientos a pesar de todas las tentaciones al mal. Iban a ser
verdaderamente sus discípulos haciendo eso, y aprenderían por la enseñanza de
su palabra y su Espíritu, donde están la esperanza y la fuerza de ellos.
Cristo habló
de libertad espiritual, pero los corazones carnales no sienten otros pesares
aparte de los que molestan al cuerpo y perturban sus asuntos mundanos. Si se
les habla de su libertad y propiedad, del despilfarro perpetrado en sus tierras
o del daño infligido a sus casas, entenderán muy bien, pero si se les habla de
la esclavitud del pecado, de la cautividad con Satanás y de la libertad por
Cristo, del mal hecho a sus preciosas almas, y el riesgo de su bienestar
eterno, entonces usted lleva cosas raras a sus oídos.
Jesús les
recordó claramente que el hombre que practica cualquier pecado es,
efectivamente, un esclavo de pecado, como era el caso de la mayoría de ellos.
Cristo nos ofrece libertad en el evangelio; tiene poder para darla, y aquellos
a quienes Cristo hace libres, realmente lo son. Sin embargo, a menudo vemos a
las personas que debaten sobre libertades de toda clase mientras son esclavos
de alguna lujuria pecaminosa.
LA IMPORTANCIA A CUAL PADRE
SE PARACE
37 Sé que sois descendientes de
Abraham; pero procuráis matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros.
38 Yo hablo lo que he visto cerca
del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre.
39 Respondieron y le dijeron:
Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las
obras de Abraham haríais.
40 Pero ahora procuráis matarme a
mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto
Abraham.
Vv. 37—40. Nuestro Señor resiste el orgullo
y la vana confianza de estos judíos, mostrándoles que su descendencia desde
Abraham no aprovecha a los de espíritu contrario a Él. Donde la palabra de Dios
no tiene lugar, no debe esperarse nada bueno; ahí se da lugar a toda iniquidad.
Un enfermo
que regresa de ver al médico y no toma ningún remedio ni come, ha perdido la
esperanza de recuperarse. La verdad sana y nutre los corazones de quienes la
reciben. La verdad enseñada por los filósofos no tiene este poder ni este
efecto, sino sólo la verdad de Dios.
Quienes
reclaman los privilegios de Abraham, deben hacer las obras de Abraham; deben
ser extranjeros y peregrinos en este mundo; mantener la adoración de Dios en su
familia y andar siempre delante de Dios.
LAS OBRAS QUE SE MANIFIESTAN
SEGÚ LA NATURALEZA ENGENDRADA
41 Vosotros hacéis las obras de
vuestro padre. Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación;
un padre tenemos, que es Dios.
42 Jesús entonces les dijo: Si
vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido,
y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió.
43 ¿Por qué no entendéis mi
lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra.
44 Vosotros sois de vuestro padre
el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida
desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en
él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de
mentira.
45 Y a mí, porque digo la verdad,
no me creéis.
46 ¿Quién de vosotros me redarguye
de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?
47 El que es de Dios, las palabras
de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios.
Vv. 41—47. Satanás dispone a los hombres a
excesos por los cuales se asesinan a sí mismos y al prójimo, mientras lo que
pone en la mente tiende a destruir las almas de los hombres. Él es el gran
promotor de toda clase de falsedad. Es mentiroso, todas sus tentaciones las
efectúa llamando bueno a lo malo y malo a lo bueno, y prometiendo libertad en
el pecar.
Él es el
autor de todas las mentiras; a él se parecen y evocan los mentirosos, con
quienes tendrá su porción para siempre, como todos los mentirosos. Las lujurias
especiales del diablo son la maldad espiritual, las lujurias de la mente, y los
razonamientos corruptos, la soberbia y la envidia, la ira y la malicia, la
enemistad para con lo bueno, y estimular al prójimo al mal.
Aquí la
verdad es la voluntad revelada de Dios para salvación de los hombres por
Jesucristo, la verdad que ahora estaba predicando Cristo y a la cual se
opusieron los judíos.
ACLARACIÓN DE LA VIDA ETERNA
48 Respondieron entonces los
judíos, y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano, y que
tienes demonio?
49 Respondió Jesús: Yo no tengo
demonio, antes honro a mi Padre; y vosotros me deshonráis.
50 Pero yo no busco mi gloria; hay
quien la busca, y juzga.
51 De cierto, de cierto os digo,
que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte.
52 Entonces los judíos le dijeron:
Ahora conocemos que tienes demonio. Abraham murió, y los profetas; y tú dices:
El que guarda mi palabra, nunca sufrirá muerte.
53 ¿Eres tú acaso mayor que nuestro
padre Abraham, el cual murió? ¡Y los profetas murieron! ¿Quién te haces a ti
mismo?
Vv. 48—53. Obsérvese el desprecio de Cristo
por los aplausos de los hombres. Los que están muertos para los elogios de los
hombres pueden tolerar el desprecio de ellos. Dios procura el honor de todos
los que no buscan lo suyo propio. En estos versículos tenemos la doctrina de la
dicha eterna de los creyentes.
Tenemos el
carácter del creyente; éste es el que guarda las palabras del Señor Jesús. El
privilegio del creyente es que no verá para siempre la muerte de ninguna
manera. Aunque ahora no pueden evitar ver la muerte y, también saborearla, sin
embargo, dentro de poco tiempo estarán donde para siempre no habrá más muerte,
Éxodo 14: 13.
JESÚS MUESTRA SU EXISTENCIA
ETERNA
54 Respondió Jesús: Si yo me
glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el
que vosotros decís que es vuestro Dios.
55 Pero vosotros no le conocéis;
mas yo le conozco, y si dijere que no le conozco, sería mentiroso como
vosotros; pero le conozco, y guardo su palabra.
56 Abraham vuestro padre se gozó de
que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó.
57 Entonces le dijeron los judíos:
Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?
58 Jesús les dijo: De cierto, de
cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy.
59 Tomaron entonces piedras para
arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por en
medio de ellos, se fue.
Vv. 54—59. Cristo y todos los suyos,
dependen de Dios en cuanto al honor. Los hombres pueden ser capaces de debatir
sobre Dios aunque no le conozcan. Se pone juntos a los que no conocen a Dios
con los que no obedecen el evangelio de Cristo, 2ª Tesalonicenses 1: 8. Todos
los que conocen rectamente algo de Cristo desean fervorosamente saber más de
Él.
Los que
disciernen el alborear de la luz del Sol de Justicia, desean ver su levante.
“YO SOY antes que Abraham”. Esto habla de Abraham como una criatura y de
nuestro Señor como el Creador; por tanto, bien puede Él engrandecerse más que
Abraham. YO SOY es el nombre de Dios, Éxodo 3: 14; habla de su existencia de Sí
mismo y por sí mismo; Él es el Primero y el Último, siempre el mismo,
Apocalipsis 1: 8.
Así, pues,
no sólo era antes que Abraham, sino antes que todos los mundos, Proverbios 8:
23; capítulo 1: 1. Como Mediador fue el Mesías ungido mucho antes de Abraham;
el Cordero inmolado desde la fundación del mundo, Apocalipsis 8: 8. El Señor
Jesús fue hecho Sabiduría, Justicia, Santificación y Redención de Dios para
Adán y Abel, y para todos los que antes de Abraham vivieron y murieron por fe
en Él.
Los judíos
estaban por lapidar a Jesús por blasfemar, pero Él se retiró; por su poder
milagroso pasó ileso a través de ellos. Profesemos constantemente lo que
sabemos y creemos acerca de Dios; y si somos herederos de la fe de Abraham, nos
regocijaremos esperando el día en que el Salvador se aparecerá en gloria para
confusión de sus enemigos, y para completar la salvación de todos los que creen
en Él.
CAPÍTULO
9
CRISTO DA VISTA A UN CIEGO DE
NACIMIENTO.
1 Al pasar Jesús, vio a un hombre
ciego de nacimiento.
2 Y le preguntaron sus discípulos,
diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?
3 Respondió Jesús: No es que pecó
éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.
4 Me es necesario hacer las obras
del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie
puede trabajar.
5 Entre tanto que estoy en el mundo,
luz soy del mundo.
6 Dicho esto, escupió en tierra, e
hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego,
7 y le dijo: Ve a lavarte en el
estanque de Siloé (que traducido es, Enviado). Fue entonces, y se lavó, y
regresó viendo.
Vv. 1—7. Cristo curó a muchos que eran
ciegos por enfermedad o accidente; aquí sana a uno que nació ciego. Así mostró
su poder para socorrer en los casos más desesperados, y la obra de su gracia en
las almas de los pecadores, que da vista a los que son ciegos por naturaleza.
Este pobre hombre no podía ver a Cristo, pero Cristo lo vio a Él. Y si sabemos
o captamos algo de Cristo se debe a que primeramente fuimos conocidos por Él.
Cristo habla
de calamidades extraordinarias, que no siempre tienen que considerarse como
castigos especiales del pecado; a veces, son para la gloria de Dios y para
manifestar sus obras. Nuestra vida es nuestro día en el que nos corresponde
hacer el trabajo del día. Debemos estar ocupados y no desperdiciar el tiempo
del día; el tiempo de reposo será cuando nuestro día esté terminado, porque no
es sino un día.
El
acercamiento de la muerte debiera estimularnos para aprovechar todas las
oportunidades de hacer y recibir el bien. Debemos hacer rápidamente el bien que
tengamos oportunidad de hacer. Y aquel que nunca hace una buena obra hasta que
no hay nada que objetar contra ella, dejará más de una buena obra sin hacer,
Eclesiastés 11: 4.
Cristo
magnificó su poder al hacer que un ciego viera, haciendo lo que uno pensaría
como más probable para enceguecer a uno que ve. La razón humana no puede juzgar
los métodos del Señor que usa medios e instrumentos que los hombres desprecian.
Los que serán sanados por Cristo deben ser gobernados por Él. Regresó desde el
estanque maravillándose y maravillado; se fue viendo.
Esto
representa los beneficios de prestar atención a las ordenanzas señaladas por
Cristo; las almas llegan débiles y se van fortalecidas; llegan dudando y se van
satisfechas; llegan de duelo y se van jubilosas; llegan ciegas y se van viendo.
EL RELATO DEL CIEGO.
8 Entonces los vecinos, y los que
antes le habían visto que era ciego, decían: ¿No es éste el que se sentaba y
mendigaba?
9 Unos decían: Él es; y otros: A
él se parece. Él decía: Yo soy.
10 Y le dijeron: ¿Cómo te fueron
abiertos los ojos?
11 Respondió él y dijo: Aquel
hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos, y me dijo: Ve al Siloé,
y lávate; y fui, y me lavé, y recibí la vista.
12 Entonces le dijeron: ¿Dónde está
él? Él dijo: No sé.
Vv. 8—12. Se sabe que aquellos cuyos ojos
son abiertos y sus corazones limpiados por la gracia, son las mismas personas,
pero de carácter completamente diferente, y viven como monumentos de la gloria
del Redentor y recomiendan su gracia a todos los que desean la misma preciosa
salvación. Bueno es fijarse en el camino y el método de las obras de Dios y se
verán más maravillosas.
Aplíquese
esto espiritualmente. En la obra de gracia obrada en el alma vemos el cambio,
pero no vemos la mano que lo efectúa: el camino del Espíritu es como el del
viento, del cual uno oye el sonido, pero no puede decir de dónde viene ni
adónde va.
LOS FARISEOS INTERROGAN AL
HOMBRE QUE HABÍA SIDO CIEGO.
13 Llevaron ante los fariseos al
que había sido ciego.
14 Y era día de reposo cuando Jesús
había hecho el lodo, y le había abierto los ojos.
15 Volvieron, pues, a preguntarle
también los fariseos cómo había recibido la vista. Él les dijo: Me puso lodo
sobre los ojos, y me lavé, y veo.
16 Entonces algunos de los fariseos
decían: Ese hombre no procede de Dios, porque no guarda el día de reposo. Otros
decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer estas señales? Y había disensión
entre ellos.
17 Entonces volvieron a decirle al
ciego: ¿Qué dices tú del que te abrió los ojos? Y él dijo: Que es profeta.
Vv. 13—17. Cristo no sólo obró milagros en
el día de reposo, pero su modo hizo que se ofendieran los judíos, porque
pareció no ceder ante los escribas ni los fariseos. El celo de ellos por los
puros ritos consumió los asuntos importantes de la religión; por tanto, Cristo
no quiso darles cabida. Además, se permiten las obras de necesidad y de
misericordia y el reposo sabático debe guardarse para la obra del día de
reposo. ¡Cuántos ojos cegados han sido abiertos predicando el evangelio en el
día del Señor! ¡Cuántas almas impotentes son curadas en ese día!
Muchos
juicios impíos y despiadados vienen de los hombres que agregan sus propias
fantasías a los designios de Dios. ¡Qué perfecto en sabiduría y santidad es
nuestro Redentor, cuando sus enemigos no pudieron hallar nada en su contra,
sino la acusación de violar el día de reposo, tan a menudo refutada! Seamos
capaces de silenciar la ignorancia de los hombres necios haciendo el bien.
LE PREGUNTAN DE ÉL.
18 Pero los judíos no creían que él
había sido ciego, y que había recibido la vista, hasta que llamaron a los
padres del que había recibido la vista,
19 y les preguntaron, diciendo: ¿Es
éste vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve
ahora?
20 Sus padres respondieron y les
dijeron: Sabemos que éste es nuestro hijo, y que nació ciego;
21 pero cómo vea ahora, no lo
sabemos; o quién le haya abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos; edad
tiene, preguntadle a él; él hablará por sí mismo.
22 Esto dijeron sus padres, porque
tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si
alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga.
23 Por eso dijeron sus padres: Edad
tiene, preguntadle a él.
Vv. 18—23. Los fariseos esperaron vanamente
refutar este notable milagro. Esperaban a un Mesías, pero no toleraban pensar
que este Jesús fuera Aquel, porque sus preceptos eran del todo contrarios a las
tradiciones de ellos, y porque tenían la expectativa de un Mesías con pompa y
esplendor externo.
El temor del
hombre pondrá lazo, Proverbios 29: 25, y, a menudo, hace que la gente niegue y
desconozca a Cristo, sus verdades y caminos, y actúe contra sus conciencias. El
indocto y pobre, que son de corazón simple, extraen prestamente inferencias
apropiadas de las pruebas de la luz del evangelio, pero aquellos cuyos deseos
son de otro camino, aunque estén siempre aprendiendo, nunca llegan al
conocimiento de la verdad.
LO EXPULSAN.
24 Entonces volvieron a llamar al hombre
que había sido ciego, y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese
hombre es pecador.
25 Entonces él respondió y dijo: Si
es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo.
26 Le volvieron a decir: ¿Qué te
hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?
27 Él les respondió: Ya os lo he
dicho, y no habéis querido oír; ¿por qué lo queréis oír otra vez? ¿Queréis
también vosotros haceros sus discípulos?
28 Y le injuriaron, y dijeron: Tú
eres su discípulo; pero nosotros, discípulos de Moisés somos.
29 Nosotros sabemos que Dios ha
hablado a Moisés; pero respecto a ése, no sabemos de dónde sea.
30 Respondió el hombre, y les dijo:
Pues esto es lo maravilloso, que vosotros no sepáis de dónde sea, y a mí me
abrió los ojos.
31 Y sabemos que Dios no oye a los
pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye.
32 Desde el principio no se ha oído
decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego.
33 Si éste no viniera de Dios, nada
podría hacer.
34 Respondieron y le dijeron: Tú
naciste del todo en pecado, ¿y nos enseñas a nosotros? Y le expulsaron.
Vv. 24—34. Como las misericordias de Cristo
son de valor supremo para quienes perciben sus necesidades, eran ciegos y ahora
ven; así, los afectos más poderosos y duraderos por Cristo surgen de conocerle
verdaderamente. Aunque no podemos decir cuándo, cómo y por cuales pasos se obró
el cambio bendito de la obra de gracia en el alma, aun así, podemos tener el
consuelo, si por gracia podemos decir: Yo era ciego, pero ahora veo.
Yo llevaba
una vida mundana sensual pero ahora, gracias a Dios, es lo contrario, Efesios
v, 8. Indudablemente prodigiosa es la incredulidad de los que disfrutan los
medios de conocimiento y convicción. Todos los que han sentido el poder y la
gracia del Señor Jesús, se maravillan ante la disposición voluntaria de otros
que le rechazan. Este les discute con fuerza que no sólo Jesús no era pecador,
sino que era de Dios.
Que cada uno
de nosotros podamos saber por esto si somos o no de Dios: ¿Qué hacemos? ¿Qué
hacemos por Dios? ¿Qué hacemos por nuestra alma? ¿Qué hacemos más que otros?
LAS PALABRAS DE CRISTO AL
HOMBRE QUE HABÍA SIDO CIEGO.
35 Oyó Jesús que le habían
expulsado; y hallándole, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios?
36 Respondió él y dijo: ¿Quién es,
Señor, para que crea en él?
37 Le dijo Jesús: Pues le has
visto, y el que habla contigo, él es.
38 Y él dijo: Creo, Señor; y le
adoró.
Vv. 35—38. Cristo reconoce a quienes le
reconocen a Él, su verdad y sus caminos. Se nota en particular a los que sufren
en la causa de Cristo y del testimonio de una buena conciencia. Nuestro Señor
Jesús se revela por gracia al hombre.
Ahora éste
fue hecho sensato; qué misericordia inexpresable fue ser curado de su ceguera,
para que pudiera ver al Hijo de Dios. Nadie sino Dios es el que debe ser
adorado; así que, al adorar a Jesús, le reconoció como Dios. Le adorarán todos
los que creen en Él.
REPRENDE A LOS FARISEOS.
39 Dijo Jesús: Para juicio he
venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean
cegados.
40 Entonces algunos de los fariseos
que estaban con él, al oír esto, le dijeron: ¿Acaso nosotros somos también
ciegos?
41 Jesús les respondió: Si fuerais
ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado
permanece.
Vv. 39—41. Cristo vino al mundo a dar vista
a los espiritualmente ciegos. Además, para que los que ven sean cegados; para
que los que tienen un elevado concepto de su propia sabiduría, sean sellados en
su ignorancia. La predicación de la cruz era considerada locura por quienes no
conocieron a Dios por la sabiduría carnal.
Nada
fortifica los corazones corruptos de los hombres, contra las convicciones de la
palabra más que la elevada opinión que los otros tienen de ellos; como si todo
lo que los hombres aplauden, debiera ser aceptado por Dios. Cristo los
silenció, pero persiste el pecado del vanidoso y del que confía en sí mismo;
ellos rechazan el evangelio de la gracia, por tanto, la culpa de su pecado
sigue sin ser perdonada, y el poder de su pecado sigue intacto.
CAPÍTULO
10
LA PARÁBOLA DEL BUEN PASTOR.
1 De cierto, de cierto os digo: El
que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra
parte, ése es ladrón y salteador.
2 Más el que entra por la puerta,
el pastor de las ovejas es.
3 A éste abre el portero, y las
ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca.
4 Y cuando ha sacado fuera todas
las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su
voz.
5 Más al extraño no seguirán, sino
huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.
Vv. 1—5. He aquí una parábola o símil
tomado de las costumbres del Oriente para el manejo de las ovejas. Los hombres,
como criaturas que dependen de su Creador, son llamados ovejas de su prado. La
Iglesia de Dios en el mundo es como un redil de ovejas, expuesto a los
engañadores y los perseguidores.
El gran
Pastor de las ovejas conoce a todas las suyas, las cuida por su providencia,
las guía por su Espíritu y su palabra, y va delante de ellas, como los pastores
orientales iban delante de sus ovejas para ponerlas en el camino tras sus
pasos. Los ministros deben servir a las ovejas en sus preocupaciones
espirituales.
El Espíritu
de Cristo les pondrá por delante una puerta abierta. Las ovejas de Cristo
obedecerán a su Pastor y serán cautelosas y tímidas con los extraños que las
quieran sacar de la fe en Él y llevarlas a las fantasías sobre Él.
CRISTO, LA PUERTA.
6 Esta alegoría les dijo Jesús;
pero ellos no entendieron qué era lo que les decía.
7 Volvió, pues, Jesús a decirles:
De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas.
8 Todos los que antes de mí
vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas.
9 Yo soy la puerta; el que por mí
entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.
Vv. 6—9. Muchos que oyen la palabra de
Cristo no la entienden porque no quieren, pero nosotros hallaremos que un
pasaje explica a otro al otro, y el Espíritu bendito da a conocer al bendito
Jesús. Cristo es la Puerta, ¿y qué mayor seguridad tiene la Iglesia de Dios que
el Señor Jesús esté entre ella y todos sus enemigos? Él es una puerta abierta
para pasar y comunicar.
He aquí
instrucciones claras sobre cómo entrar al redil; debemos entrar por Jesucristo
en cuanto es la Puerta. Por fe en Él como el gran Mediador entre Dios y el
hombre. Además, tenemos promesas preciosas para los que obedecen esta
instrucción.
Cristo da
todo el cuidado a su Iglesia, y a cada creyente, que un buen pastor da a su
rebaño; y Él espera que la Iglesia, y cada creyente, le atienda y se mantenga
en su pastura.
CRISTO, EL BUEN PASTOR.
10 El ladrón no viene sino para
hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la
tengan en abundancia.
11 Yo soy el buen pastor; el buen
pastor su vida da por las ovejas.
12 Mas el asalariado, y que no es
el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las
ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa.
13 Así que el asalariado huye,
porque es asalariado, y no le importan las ovejas.
14 Yo soy el buen pastor; y conozco
mis ovejas, y las mías me conocen,
15 así como el Padre me conoce, y
yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.
16 También tengo otras ovejas que
no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un
rebaño, y un pastor.
17 Por eso me ama el Padre, porque
yo pongo mi vida, para volverla a tomar.
18 Nadie me la quita, sino que yo
de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a
tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.
Vv. 10—18. Cristo es el Buen Pastor; muchos
no eran ladrones, pero fueron negligentes con su deber, y el rebaño fue muy
dañado por su descuido. Los malos principios son la raíz de las malas
costumbres. El Señor Jesús sabe a quienes ha escogido y está seguro de ellos;
también ellos saben en quien confiaron y están seguros de Él.
Véase aquí
la gracia de Cristo: puesto que nadie podría quitarle la vida, Él la entrega,
por sí, para nuestra redención. Él se ofrendó para ser el Salvador: He aquí, Yo
vengo. La necesidad de nuestro caso lo pedía, y Él se ofreció para el
Sacrificio. Fue el que ofrenda y ofrenda, de modo que la entrega de su vida fue
la ofrenda de sí mismo.
De eso queda
en claro que Él murió en el lugar y como sustituto de los hombres para lograr
que ellos fueran librados del castigo del pecado, para obtener el perdón del
pecado para ellos; y para que su muerte adquiriera ese perdón. Nuestro Señor no
entregó su vida por su doctrina, sino por sus ovejas.
LA OPINIÓN DE LOS JUDÍOS
SOBRE JESÚS.
19 Volvió a haber disensión entre
los judíos por estas palabras.
20 Muchos de ellos decían: Demonio
tiene, y está fuera de sí; ¿por qué le oís?
21 Decían otros: Estas palabras no
son de endemoniado. ¿Puede acaso el demonio abrir los ojos de los ciegos?
Vv. 19—21. Satanás destruye a muchos
quitándoles el interés por la palabra y las ordenanzas. Los hombres no toleran
que se rían de ellos por su alimento necesario, pero toleran que se rían de
ellos por lo que es mucho más necesario. Si nuestro celo y fervor en la causa
de Cristo, especialmente en la bendita obra de llevar sus ovejas a su redil,
nos acarrea mala fama, no la escuchemos, pero recordemos que así reprocharon a
nuestro Maestro antes que a nosotros.
SU SERMÓN EN LA FIESTA DE LA
DEDICACIÓN.
22 Celebrábase en Jerusalén la
fiesta de la dedicación. Era invierno,
23 y Jesús andaba en el templo por
el pórtico de Salomón.
24 Y le rodearon los judíos y le
dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo
abiertamente.
25 Jesús les respondió: Os lo he
dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan
testimonio de mí;
26 pero vosotros no creéis, porque
no sois de mis ovejas, como os he dicho.
27 Mis ovejas oyen mi voz, y yo las
conozco, y me siguen,
28 y yo les doy vida eterna; y no
perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.
29 Mi Padre que me las dio, es
mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.
30 Yo y el Padre uno somos.
Vv. 22—30. Todos los que tienen algo que decir
a Cristo, pueden encontrarlo en el templo. Cristo nos hará creer; nosotros nos
hacemos dudar. Los judíos entendieron su significado, pero no pudieron dar
forma a sus palabras como acusación completa en su contra.
Él describió
la disposición de gracia y el estado de dicha de sus ovejas; ellas oyeron y
creyeron su palabra, le siguieron como sus fieles discípulos, y ninguna de
ellas perecerá, porque el Hijo y el Padre eran uno. Así, pues, pudo defender a
sus ovejas contra todos sus enemigos, lo cual prueba que pretendió tener poder
y perfección divina igual al Padre.
LOS JUDÍOS INTENTAN LAPIDAR A
JESÚS.
31 Entonces los judíos volvieron a
tomar piedras para apedrearle.
32 Jesús les respondió: Muchas
buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?
33 Le respondieron los judíos,
diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú,
siendo hombre, te haces Dios.
34 Jesús les respondió: ¿No está
escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois?
35 Si llamó dioses a aquellos a
quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada),
36 ¿al que el Padre santificó y
envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?
37 Si no hago las obras de mi
Padre, no me creáis.
38 Más si las hago, aunque no me
creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está
en mí, y yo en el Padre.
Vv. 31—38. Las obras de poder y
misericordia de Cristo le proclaman ser. Dios bendijo sobre todo por los siglos,
para que todos sepan y crean que Él es en el Padre, y el Padre en Él. A quien
el Padre envía, santifica. El santo Dios recompensará y, por tanto, empleará
sólo a quienes Él haga santos.
El Padre era
en el Hijo, de modo que por el poder divino, Aquél obró sus milagros; el Hijo
era en el Padre, de modo que conocía toda su mente. Nosotros no podemos hallar
esto a la perfección buscándolo, pero debemos conocer y creer estas
declaraciones de Cristo.
SALIDA DE JERUSALÉN.
39 Procuraron otra vez prenderle, pero
él se escapó de sus manos.
40 Y se fue de nuevo al otro lado
del Jordán, al lugar donde primero había estado bautizando Juan; y se quedó
allí.
41 Y muchos venían a él, y decían:
Juan, a la verdad, ninguna señal hizo; pero todo lo que Juan dijo de éste, era
verdad.
42 Y muchos creyeron en él allí.
Vv. 39—42. No prosperará ningún arma
forjada contra nuestro Señor Jesús. No escapó porque tuviera temor de sufrir,
sino porque su hora no había llegado. Aquél que sabía librarse a sí mismo, sabe
librar de sus tentaciones a los santos, y hacerles un camino para que escapen.
Los
perseguidores pueden echar a Cristo y su evangelio de la ciudad o país de ellos
pero no pueden echarlos del mundo. Cuando por fe en nuestros corazones
conocemos a Cristo, encontramos que es verdad todo lo que la Escritura dice de
Él.
CAPÍTULO
11
LA ENFERMEDAD DE LÁZARO.
1 Estaba entonces enfermo uno
llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta su hermana.
2 (María, cuyo hermano Lázaro
estaba enfermo, fue la que ungió al Señor con perfume, y le enjugó los pies con
sus cabellos.)
3 Enviaron, pues, las hermanas
para decir a Jesús: Señor, he aquí el que amas está enfermo.
4 Oyéndolo Jesús, dijo: Esta
enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de
Dios sea glorificado por ella.
5 Y amaba Jesús a Marta, a su
hermana y a Lázaro.
6 Cuando oyó, pues, que estaba
enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.
Vv. 1—6. Estar enfermos no es nada nuevo
para quienes Cristo ama; las dolencias corporales corrigen la corrupción y
prueban las gracias del pueblo de Dios. Él no vino a resguardar a su pueblo de
estas aflicciones, sino a salvarlos de sus pecados, y de la ira venidera; sin embargo,
nos corresponde apelar a Él por cuenta de nuestros amigos y parientes cuando
están enfermos y afligidos.
Que esto nos
reconcilie con el lado más oscuro de la Providencia, que todo es para la gloria
de Dios: así son enfermedad, pérdida, desilusión; y debemos satisfacernos si
Dios es glorificado. Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Favorecidas
grandemente son las familias en que abundan el amor y la paz, pero son felices
hasta lo sumo aquellas a las que Jesús ama, y por las que es amado. Ay, que
este raras veces sea el caso de cada persona, aun en familias pequeñas.
Dios tiene
intenciones buenas aun cuando parece demorar. Cuando tarda la obra de
liberación temporal o espiritual, pública o personal, se debe a que espera el
momento oportuno.
CRISTO REGRESA A JUDEA.
7 Luego, después de esto, dijo a
los discípulos: Vamos a Judea otra vez.
8 Le dijeron los discípulos: Rabí,
ahora procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá?
9 Respondió Jesús: ¿No tiene el
día doce horas? El que anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este
mundo;
10 pero el que anda de noche,
tropieza, porque no hay luz en él.
Vv. 7—10. Cristo nunca pone en peligro a su
pueblo si no va con ellos. Somos dados a pensar que somos celosos por el Señor
cuando, en realidad, somos celosos sólo por nuestra riqueza, crédito, comodidad
y seguridad; por tanto, necesitamos probar nuestros principios. Nuestro día
será prolongado hasta que nuestra obra esté hecha y finalizado nuestro
testimonio.
El hombre
tiene consuelo y satisfacción mientras va en el camino de su deber, según lo
estipule la palabra de Dios, y esté determinado por la providencia de Dios.
Donde quiera que Cristo fue, anduvo en el día, y así nosotros si seguimos sus
pasos.
Si un hombre
anda en el camino de su corazón, conforme al rumbo de este mundo, si considera
más sus razonamientos carnales que la voluntad y la gloria de Dios, cae en
tentaciones y trampas. Tropieza porque no hay luz en él, porque la luz en
nosotros es a nuestras acciones morales como la luz alrededor de nosotros es a
nuestras acciones naturales.
LA MUERTE DE LÁZARO.
11 Dicho esto, les dijo después:
Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle.
12 Dijeron entonces sus discípulos:
Señor, si duerme, sanará.
13 Pero Jesús decía esto de la
muerte de Lázaro; y ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño.
14 Entonces Jesús les dijo
claramente: Lázaro ha muerto;
15 y me alegro por vosotros, de no
haber estado allí, para que creáis; mas vamos a él.
16 Dijo entonces Tomás, llamado
Dídimo, a sus condiscípulos: Vamos también nosotros, para que muramos con él.
Vv. 11—16. Puesto que estamos seguros de
resucitar al final, ¿por qué la esperanza que cree en la resurrección a la vida
eterna, no nos facilita el sacarnos el cuerpo y morir, como si fuera sacarse la
ropa e irse a dormir? Cuando muere el cristiano verdadero no hace sino dormir;
descansa de las labores del día pasado. Sí, de aquí que la muerte sea mejor que
dormir, porque dormir es sólo un descanso breve, pero la muerte es el fin de
todas las preocupaciones y esfuerzos terrenales.
Los
discípulos pensaban que ahora no era necesario que Cristo fuera donde Lázaro y
se expusiera Él junto con ellos. Así, a menudo, esperamos que la buena obra que
somos llamados a hacer, sea hecha por alguna otra mano si hay riesgos en
hacerla. Pero cuando Cristo resucitó a Lázaro de entre los muertos, muchos
fueron llevados a creer en Él; y se hizo mucho para perfeccionar la fe de los
que creyeron.
Vayamos a
Él; la muerte no puede separarnos del amor de Cristo ni ponernos fuera del
alcance de su llamado. Como Tomás, los cristianos deben animarse unos a otros
en tiempos difíciles. La muerte del Señor Jesús debe darnos la disposición de
morir cuando Dios nos llame.
CRISTO ARRIBA A BETANIA.
17 Vino, pues, Jesús, y halló que
hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro.
18 Betania estaba cerca de
Jerusalén, como a quince estadios;
19 y muchos de los judíos habían
venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano.
20 Entonces Marta, cuando oyó que
Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se quedó en casa.
21 Y Marta dijo a Jesús: Señor, si
hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto.
22 Más también sé ahora que todo lo
que pidas a Dios, Dios te lo dará.
23 Jesús le dijo: Tu hermano
resucitará.
24 Marta le dijo: Yo sé que
resucitará en la resurrección, en el día postrero.
25 Le dijo Jesús: Yo soy la
resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.
26 Y todo aquel que vive y cree en
mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?
27 Le dijo: Sí, Señor; yo he creído
que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.
28 Habiendo dicho esto, fue y llamó
a María su hermana, diciéndole en secreto: El Maestro está aquí y te llama.
29 Ella, cuando lo oyó, se levantó
de prisa y vino a él.
30 Jesús todavía no había entrado
en la aldea, sino que estaba en el lugar donde Marta le había encontrado.
31 Entonces los judíos que estaban
en casa con ella y la consolaban, cuando vieron que María se había levantado de
prisa y había salido, la siguieron, diciendo: Va al sepulcro a llorar allí.
32 María, cuando llegó a donde
estaba Jesús, al verle, se postró a sus pies, diciéndole: Señor, si hubieses
estado aquí, no habría muerto mi hermano.
Vv. 17—32. Aquí había una casa donde estaba
el temor de Dios y sobre la cual reposaba su bendición, pero fue hecha casa de
duelo. La gracia evita el duelo en el corazón, pero no el de la casa. Cuando
Dios, por su gracia y providencia, viene a nosotros por caminos de misericordia
y consuelo, como Marta, debemos salir por fe, esperanza y oración a
encontrarlo.
Cuando Marta
salió a encontrar a Jesús, María se quedó tranquila en casa; anteriormente este
temperamento fue ventajoso para ella, cuando la puso a los pies de Cristo para
oír su palabra, pero en el día de la aflicción, el mismo temperamento la
dispuso a la melancolía. Sabiduría nuestra es velar contra la tentación y usar
las ventajas de nuestro temperamento natural.
Cuando no
sabemos qué pedir o esperar en particular, encomendémonos a Dios; dejémosle
hacer lo que le plazca. Para aumentar las expectativas de Marta, nuestro Señor
declara que es la Resurrección y la Vida. Es la resurrección en todo sentido:
fuente, sustancia, primicia, y causa de la resurrección. El alma redimida vive
feliz después de la muerte y, después de la resurrección, el cuerpo y el alma
son resguardados de todo mal para siempre.
Cuando
leamos u oigamos la palabra de Cristo sobre las grandes cosas del otro mundo,
debemos preguntarnos ¿creemos esta verdad? Las cruces y los consuelos de esta
época no nos impresionarían tan profundamente como lo hacen, si creyéramos como
debemos las cosas de la eternidad. Cuando Cristo, nuestro Maestro, viene, nos
llama.
Él viene en
su palabra y ordenanza, y nos llama a ellas, nos llama por ellas, y nos llama a
sí mismo. Los que, en un día de paz, se ponen a los pies de Cristo para que les
enseñe, pueden, con consuelo, echarse a sus pies para hallar su favor en un día
de inquietud.
RESUCITA A LÁZARO.
33 Jesús entonces, al verla
llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en
espíritu y se conmovió,
34 y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le
dijeron: Señor, ven y ve.
35 Jesús lloró.
36 Dijeron entonces los judíos:
Mirad cómo le amaba.
37 Y algunos de ellos dijeron: ¿No
podía éste, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no
muriera?
38 Jesús, profundamente conmovido
otra vez, vino al sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta encima.
39 Dijo Jesús: Quitad la piedra.
Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de
cuatro días.
40 Jesús le dijo: ¿No te he dicho
que si crees, verás la gloria de Dios?
41 Entonces quitaron la piedra de
donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo:
Padre, gracias te doy por haberme oído.
42 Yo sabía que siempre me oyes;
pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú
me has enviado.
43 Y habiendo dicho esto, clamó a
gran voz: ¡Lázaro, ven fuera!
44 Y el que había muerto salió,
atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir.
45 Entonces muchos de los judíos
que habían venido para acompañar a María, y vieron lo que hizo Jesús, creyeron
en él.
46 Pero algunos de ellos fueron a
los fariseos y les dijeron lo que Jesús había hecho.
Vv. 33—46. La tierna simpatía de Cristo por
estos amigos afligidos se manifestó por la angustia de su Espíritu. Él es
afligido en todas las aflicciones de los creyentes. Su preocupación por ellos
lo demuestra su bondadosa pregunta por los restos de su amigo fallecido. Él
actúa en la forma y a la manera de los hijos de los hombres, al ser hallado a
semejanza de hombre. Eso lo demostró por sus lágrimas. Era varón de dolores y
experimentado en quebranto.
Las lágrimas
de compasión se parecen a las de Cristo, pero éste nunca aprobó esa
sensibilidad de la cual se enorgullecen tantos de los que lloran por simples
relatos de problemas, pero se endurecen ante el ay de verdad. Nos da el ejemplo
al apartarse de las escenas de hilaridad frívola, para que consolemos al
afligido.
No tenemos
un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades. Es un buen
paso para levantar un alma a la vida espiritual, cuando se quita la piedra,
cuando se eliminan y superan los prejuicios, dando lugar para que la palabra
entre al corazón. Si recibimos la palabra de Cristo, y confiamos en su poder y
fidelidad, veremos la gloria de Dios y nos alegraremos al verla.
Nuestro
Señor Jesús nos enseña, con su ejemplo, a llamar Padre a Dios en la oración y a
acercarnos a Él como hijos al padre, con reverencia humilde, pero con santa
osadía. Habló directamente a Dios con los ojos alzados y en voz alta, para que
ellos se convencieran que el Padre le había enviado al mundo como su Hijo
amado. Él podía resucitar a Lázaro por el ejercicio silencioso de su poder y
voluntad, y la obra invisible del Espíritu de vida, pero lo hizo en voz alta.
Era un tipo
del llamado del evangelio por el cual se sacan las almas muertas de la tumba
del pecado: tipo del sonido de la trompeta del arcángel del último día, con que
serán despertados todos los que duermen en el polvo, y serán convocados a
comparecer ante el gran tribunal. La tumba del pecado y este mundo no son lugar
para aquellos que Cristo revivió; ellos deben salir.
Lázaro fue
revivido completamente y regresó, no sólo a la vida, sino a la salud. El
pecador no puede revivir su propia alma, pero tiene que usar los medios de
gracia; el creyente no puede santificarse a sí mismo, pero tiene que dejar de
lado todo peso y estorbo. No podemos convertir a nuestros parientes y
amistades, pero debemos instruirlos, precaverlos e invitarlos.
LOS FARISEOS SE CONFABULAN
CONTRA JESÚS.
47 Entonces los principales
sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: ¿Qué haremos?
Porque este hombre hace muchas señales.
48 Si le dejamos así, todos creerán
en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra
nación.
49 Entonces Caifás, uno de ellos,
sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada;
50 ni pensáis que nos conviene que
un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca.
51 Esto no lo dijo por sí mismo,
sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de
morir por la nación;
52 y no solamente por la nación,
sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos.
53 Así que, desde aquel día
acordaron matarle.
Vv. 47—53. Difícilmente haya un
descubrimiento más claro de la locura del corazón del hombre y de su enemistad
enconada contra Dios que lo aquí registrado. Las palabras de la profecía en la
boca no son prueba clara de un principio de gracia en el corazón. Por el pecado
tomamos el rumbo más eficaz para echarnos encima la calamidad, de la cual
procuramos escapar, como hacen quienes creen que fomentan su propio interés mundano
oponiéndose al reino de Cristo.
Lo que el
impío teme le vendrá. La conversión de las almas es la reunión de ellas con
Cristo como su rey y refugio; Él murió para efectuar esto. Al morir las compró
para sí mismo, y adquirió el don del Espíritu Santo para ellas: Su amor al
morir por los creyentes debe unirlos estrechamente.
LOS JUDÍOS LO BUSCAN.
54 Por tanto, Jesús ya no andaba
abiertamente entre los judíos, sino que se alejó de allí a la región contigua
al desierto, a una ciudad llamada Efraín; y se quedó allí con sus discípulos.
55 Y estaba cerca la pascua de los
judíos; y muchos subieron de aquella región a Jerusalén antes de la pascua,
para purificarse.
56 Y buscaban a Jesús, y estando
ellos en el templo, se preguntaban unos a otros: ¿Qué os parece? ¿No vendrá a
la fiesta?
57 Y los principales sacerdotes y
los fariseos habían dado orden de que si alguno supiese dónde estaba, lo
manifestase, para que le prendiesen.
Vv. 54—57. Debemos renovar nuestro
arrepentimiento antes de la pascua del evangelio. Así, por una purificación
voluntaria y por ejercicios religiosos, muchos, más devotos que su prójimo,
pasan un tiempo en Jerusalén antes de la pascua. Cuando esperamos reunirnos con
Dios debemos prepararnos con solemnidad.
Ningún
artificio del hombre puede alterar los propósitos de Dios, y aunque los
hipócritas se diviertan con formas y disputas, y los hombres mundanos procuren
sus propios planes, Jesús sigue ordenando todas las cosas para su gloria y para
la salvación de su pueblo.
CAPÍTULO
12
MARÍA UNGE A CRISTO.
1 Seis días antes de la pascua,
vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a
quien había resucitado de los muertos.
2 Y le hicieron allí una cena;
Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él.
3 Entonces María tomó una libra de
perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó
con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume.
4 Y dijo uno de sus discípulos,
Judas Iscariote hijo de Simón, el que le había de entregar:
5 ¿Por qué no fue este perfume
vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?
6 Pero dijo esto, no porque se
cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de
lo que se echaba en ella.
7 Entonces Jesús dijo: Déjala; para
el día de mi sepultura ha guardado esto.
8 Porque a los pobres siempre los
tendréis con vosotros, mas a mí no siempre me tendréis.
9 Gran multitud de los judíos
supieron entonces que él estaba allí, y vinieron, no solamente por causa de
Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien había resucitado de los muertos.
10 Pero los principales sacerdotes
acordaron dar muerte también a Lázaro,
11 porque a causa de él muchos de
los judíos se apartaban y creían en Jesús.
Vv. 1—11. Cristo había reprendido a Marta
anteriormente porque se afanaba con mucho servicio, pero ella no dejó de
servir, como algunos que, con belicosidad, se van al otro extremo cuando son
hallados en falta por exagerar una cosa; ella siguió sirviendo, pero dentro del
alcance de las palabras de la gracia de Cristo.
María dio
una señal de amor a Cristo, que le había dado verdaderas señales de su amor por
ella y su familia. El Ungido de Dios será nuestro Ungido. Como Dios derramó el
óleo de alegría sobre Él, por más que a sus compañeros, así nosotros derramemos
el ungüento de nuestros mejores afectos sobre Él. El pecado necio es
embellecido con un pretexto creíble por Judas.
No debemos
pensar que los que no hacen el servicio a nuestra manera no lo hacen de manera
aceptable. El amor al dinero que reina es robo de corazón. La gracia de Cristo
hace comentarios bondadosos de las palabras y acciones piadosos, sacando lo
mejor de lo que está mal, y el máximo de lo bueno. Se debe aprovechar las
oportunidades; y primero y con mayor vigor las que probablemente sean las más
breves.
Confabularse
para impedir el efecto ulterior del milagro, matando a Lázaro, es tanta
iniquidad, malicia y necedad que no se puede entender, salvo por la enemistad
enconada del corazón humano contra Dios. Ellos resolvieron que debía morir el
hombre que el Señor había resucitado. El éxito del evangelio suele enojar tanto
a los impíos que hablan y actúan como si esperaran triunfar sobre el mismo
Todopoderoso.
ENTRA A JERUSALÉN.
12 El siguiente día, grandes
multitudes que habían venido a la fiesta, al oír que Jesús venía a Jerusalén,
13 tomaron ramas de palmera y
salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre
del Señor, el Rey de Israel!
14 Y halló Jesús un asnillo, y
montó sobre él, como está escrito:
15 No temas, hija de Sion; He aquí
tu Rey viene, Montado sobre un pollino de asna.
16 Estas cosas no las entendieron
sus discípulos al principio; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se
acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de que se las
habían hecho.
17 Y daba testimonio la gente que
estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro, y le resucitó de los muertos.
18 Por lo cual también había venido
la gente a recibirle, porque había oído que él había hecho esta señal.
19 Pero los fariseos dijeron entre
sí: Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él.
Vv. 12—19. La entrada triunfal de Cristo en
Jerusalén la registran todos los evangelistas. Los discípulos no entienden
muchas cosas excelentes de la palabra y de la providencia de Dios, en la
primera instancia de su conocimiento de las cosas de Dios. El entendimiento
recto de la naturaleza espiritual del reino de Cristo impide que apliquemos mal
las Escrituras que hablan al respecto.
UNOS GRIEGOS QUIEREN VER A
JESÚS.
20 Había ciertos griegos entre los
que habían subido a adorar en la fiesta.
21 Éstos, pues, se acercaron a
Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le rogaron, diciendo: Señor,
quisiéramos ver a Jesús.
22 Felipe fue y se lo dijo a
Andrés; entonces Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús.
23 Jesús les respondió diciendo: Ha
llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado.
24 De cierto, de cierto os digo,
que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si
muere, lleva mucho fruto.
25 El que ama su vida, la perderá;
y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará.
26 Si alguno me sirve, sígame; y
donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi
Padre le honrará.
Vv. 20—26. El gran deseo de nuestra alma
será ver a Jesús al participar en las santas ordenanzas, en particular de la
pascua del evangelio; verlo como nuestro, teniendo comunión con Él y derivando
gracia de Él. El llamado a los gentiles magnificó al Redentor. Una semilla de trigo
no produce a menos que sea sepultada.
Así Cristo
podría haber poseído solo su gloria celestial sin volverse hombre. O, después
de haber asumido la naturaleza humana, podría haber entrado solo al cielo, por
su justicia perfecta, sin sufrimientos ni muerte, pero entonces, ningún pecador
de la raza humana hubiera podido ser salvo.
La salvación
de nuestras almas hasta ahora y de aquí en adelante hasta el fin del tiempo, se
debe a la muerte de esa simiente de trigo. Busquemos si Cristo es en nosotros
la esperanza de gloria; roguémosle que nos haga indiferentes a los afanes
triviales de esta vida, para que sirvamos al Señor Jesús con mente dispuesta, y
para seguir su santo ejemplo.
UNA VOZ DESDE EL CIELO DA
TESTIMONIO DE CRISTO.
27 Ahora está turbada mi alma; ¿y
qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora.
28 Padre, glorifica tu nombre.
Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez.
29 Y la multitud que estaba allí, y
había oído la voz, decía que había sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha
hablado.
30 Respondió Jesús y dijo: No ha
venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros.
31 Ahora es el juicio de este
mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera.
32 Y yo, si fuere levantado de la
tierra, a todos atraeré a mí mismo.
33 Y decía esto dando a entender de
qué muerte iba a morir.
Vv. 27—33. El pecado de nuestras almas fue
la angustia del alma de Cristo cuando emprendió nuestra redención y salvación,
haciendo de su alma la ofrenda por el pecado. Cristo estaba dispuesto a sufrir,
pero oró pidiendo que se le salvara de sufrir. La oración pidiendo ser librado
de la tribulación puede concordar bien con la paciencia que hay tras ellos, y
con el sometimiento a la voluntad de Dios en ellos.
Nuestro
Señor Jesús decidió satisfacer la honra de Dios injuriado, y lo hizo
humillándose a sí mismo. La voz del Padre desde el cielo, que lo había
declarado su amado Hijo, en su bautismo y en la transfiguración, se oyó
proclamando que había glorificado su nombre que lo volvería a glorificar.
Reconciliando el mundo a Dios por el mérito de su muerte, Cristo rompió el
poder de la muerte, y echó fuera a Satanás como destructor.
Llevando el
mundo a Dios por la doctrina de su cruz, Cristo rompió el poder del pecado y
echó fuera a Satanás como engañador. El alma que estaba distanciada de Cristo
es llevada a amarle y confiar en Él. Ahora Jesús se iba al cielo, y llevaría
allá los corazones de los hombres. Hay poder en la muerte de Cristo para atraer
las almas a Él. Hemos oído del evangelio lo que enaltece la libre gracia, y
también hemos oído lo que llama al deber; debemos aceptar ambos de todo corazón
sin separarlos.
SU SERMÓN PARA EL PUEBLO.
34 Le respondió la gente: Nosotros
hemos oído de la ley, que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo, pues, dices
tú que es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado? ¿Quién es este Hijo
del Hombre?
35 Entonces Jesús les dijo: Aún por
un poco está la luz entre vosotros; andad entre tanto que tenéis luz, para que
no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en tinieblas, no sabe a
dónde va.
36 Entre tanto que tenéis la luz,
creed en la luz, para que seáis hijos de luz. Estas cosas habló Jesús, y se fue
y se ocultó de ellos.
Vv. 34—36. La gente sacó nociones falsas de
las Escrituras porque pasaron por alto las profecías que hablan de los
sufrimientos y la muerte de Cristo. Nuestro Señor les advirtió que la luz no
seguiría con ellos por mucho tiempo más, y les exhortó a caminar en ella antes
que la oscuridad los alcanzara.
Los que
quieren andar en la luz deben creer en ella y seguir las instrucciones de
Cristo. Pero los que no tienen fe, no pueden contemplar lo que se presenta en
Jesús, levantado en la cruz, y son ajenos a su influencia, como lo da a conocer
el Espíritu Santo; hallan miles de objeciones para excusar su incredulidad.
INCREDULIDAD DE LOS JUDÍOS.
37 Pero a pesar de que había hecho
tantas señales delante de ellos, no creían en él;
38 para que se cumpliese la palabra
del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a
quién se ha revelado el brazo del Señor?
39 Por esto no podían creer, porque
también dijo Isaías:
40 Cegó los ojos de ellos, y
endureció su corazón; Para que no vean con los ojos, y entiendan con el
corazón, Y se conviertan, y yo los sane.
41 Isaías dijo esto cuando vio su
gloria, y habló acerca de él.
42 Con todo eso, aun de los
gobernantes, muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo
confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga.
43 Porque amaban más la gloria de
los hombres que la gloria de Dios.
Vv. 37—43. Obsérvese el método de
conversión aquí implicado. Los pecadores son llevados a ver la realidad de las
cosas divinas y a tener un cierto conocimiento de ellas; para que se conviertan
y se vuelvan verdaderamente del pecado a Cristo, como su Dicha y Porción. Dios
los sanará, los justificará y santificará; perdonará sus pecados, que son como
heridas sangrantes y mortificará sus corrupciones, que son como enfermedades
que acechan.
Véase aquí
el poder del mundo para amortiguar la convicción de pecado teniendo en cuenta
el aplauso o la censura de los hombres. El amor al elogio de los hombres, como
subproducto de lo bueno, hará hipócrita al hombre cuando la religión está de
moda y por ella se obtiene mérito; el amor al elogio de los hombres, como
principio vil de lo malo, hará un apóstata del hombre cuando la religión caiga
en desgracia y se pierda el mérito por ella.
EL DISCURSO DE CRISTO PARA
ELLOS.
44 Jesús clamó y dijo: El que cree
en mí, no cree en mí, sino en el que me envió;
45 y el que me ve, ve al que me
envió.
46 Yo, la luz, he venido al mundo,
para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas.
47 Al que oye mis palabras, y no
las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a
salvar al mundo.
48 El que me rechaza, y no recibe
mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará
en el día postrero.
49 Porque yo no he hablado por mi
propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de
decir, y de lo que he de hablar.
50 Y sé que su mandamiento es vida
eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho.
Vv. 44—50. Nuestro Señor proclamó
públicamente que todo aquel que creyera en Él, como su discípulo verdadero, no
creería sólo en Él, sino en el Padre que le envió. Contemplando en Jesús la
gloria del Padre, aprendemos a obedecer, amar y confiar en Él.
Mirando
diariamente a Aquel que vino como Luz al mundo, somos liberados crecientemente
de las tinieblas de la ignorancia, del error, del pecado y la miseria;
aprendemos que el mandamiento de Dios nuestro Salvador es vida eterna, aunque
la misma palabra sellará la condenación de todos los que la desprecian o la
rechazan.
CAPÍTULO
13
CRISTO LAVA LOS PIES DE LOS
DISCÍPULOS.
1 Antes de la fiesta de la pascua,
sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al
Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
fin.
2 Y cuando cenaban, como el diablo
ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le
entregase,
3 sabiendo Jesús que el Padre le
había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios
iba,
4 se levantó de la cena, y se
quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.
5 Luego puso agua en un lebrillo,
y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con
que estaba ceñido.
6 Entonces vino a Simón Pedro; y
Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies?
7 Respondió Jesús y le dijo: Lo que
yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después.
8 Pedro le dijo: No me lavarás los
pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.
9 Le dijo Simón Pedro: Señor, no
sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza.
10 Jesús le dijo: El que está
lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros
limpios estáis, aunque no todos.
11 Porque sabía quién le iba a
entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos.
12 Así que, después que les hubo
lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os
he hecho?
13 Vosotros me llamáis Maestro, y
Señor; y decís bien, porque lo soy.
14 Pues si yo, el Señor y el
Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los
unos a los otros.
15 Porque ejemplo os he dado, para
que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.
16 De cierto, de cierto os digo: El
siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió.
17 Si sabéis estas cosas,
bienaventurados seréis si las hiciereis.
Vv. 1—17. Nuestro Señor Jesús tiene un
pueblo en el mundo que es suyo; los compró y pagó caro por ellos, y los puso
aparte para sí; ellos se rinden a Él como pueblo peculiar. A los que Cristo
ama, los ama hasta lo sumo. Nada puede separar del amor de Cristo al creyente
verdadero. No sabemos cuándo llegará nuestra hora, por eso, lo que tenemos que
hacer como preparativo constante para ella, nunca debe quedar sin hacer.
No podemos
saber qué camino de acceso a los corazones de los hombres tiene el diablo, pero
algunos pecados son tan excesivamente pecaminosos, y es tan poca la tentación a
ellos de parte del mundo y la carne, que es evidente que vienen directamente de
parte de Satanás. Jesús lavó los pies de los discípulos para enseñarnos a
pensar que nada nos rebaja si podemos fomentar la gloria de Dios y el bien de
nuestros hermanos.
Debemos
dirigirnos al deber y dejar de lado todo lo que impida lo que tenemos que
hacer. Cristo lavó los pies de los discípulos para representarles el valor del
lavado espiritual, y la limpieza del alma de las contaminaciones del pecado.
Nuestro Señor Jesús hace muchas cosas cuyo significado ni sus discípulos saben
en el presente, pero lo sabrán después.
Al final
vemos qué era lo bueno de los hechos que parecían peores. No es humildad, sino
incredulidad rechazar la oferta del evangelio como si fueran demasiado ricos
para que sea para nosotros o noticia demasiado buena para ser cierta. Todos los
que son espiritualmente lavados por Cristo tienen parte en Él, y solamente
ellos. A todos los que Cristo reconoce y salva, los justifica y santifica.
Pedro se
somete más de lo requerido; ruega ser lavado por Cristo. ¡Cuán ferviente es por
la gracia purificadora del Señor Jesús, y el efecto total de ella, hasta en sus
manos y cabeza! Los que desean verdaderamente ser santificados, desean ser
santificados por completo, y que sea purificado todo el hombre, en todas sus
partes y poderes. El creyente verdadero es así lavado cuando recibe a Cristo
para su salvación.
Entonces,
veanse cuál debe ser el afán diario de quienes, por gracia, están en un estado
justificado, esto es, lavar sus pies; limpiar la culpa diaria, y estar alertas
contra toda cosa contaminante. Esto debe hacernos sumamente cautos. Desde el
perdón de ayer debemos ser fortalecidos contra la tentación de este día.
Cuando se
descubren hipócritas, no debe ser sorpresa ni causa de tropiezo para nosotros. Fijaos
en la lección que enseña aquí Cristo. Los deberes son mutuos; debemos aceptar
ayuda de nuestros hermanos y debemos darles ayuda. Cuando vemos que nuestro
Maestro sirve, no podemos sino ver cuán inconveniente es dominar para nosotros.
Y el mismo amor que llevó a Cristo a rescatar y reconciliar a sus discípulos,
cuando eran enemigos, aún influye sobre Él.
ANUNCIO DE LA TRAICIÓN DE
JUDAS.
18 No hablo de todos vosotros; yo
sé a quienes he elegido; mas para que se cumpla la Escritura: El que come pan
conmigo, levantó contra mí su calcañar.
19 Desde ahora os lo digo antes que
suceda, para que cuando suceda, creáis que yo soy.
20 De cierto, de cierto os digo: El
que recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe
al que me envió.
21 Habiendo dicho Jesús esto, se
conmovió en espíritu, y declaró y dijo: De cierto, de cierto os digo, que uno
de vosotros me va a entregar.
22 Entonces los discípulos se
miraban unos a otros, dudando de quién hablaba.
23 Y uno de sus discípulos, al cual
Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús.
24 A éste, pues, hizo señas Simón
Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba.
25 Él entonces, recostado cerca del
pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es?
26 Respondió Jesús: A quien yo diere
el pan mojado, aquél es. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de
Simón.
27 Y después del bocado, Satanás
entró en él. Entonces Jesús le dijo: Lo que vas a hacer, hazlo más pronto.
28 Pero ninguno de los que estaban
a la mesa entendió por qué le dijo esto.
29 Porque algunos pensaban, puesto
que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía: Compra lo que necesitamos para la
fiesta; o que diese algo a los pobres.
30 Cuando él, pues, hubo tomado el
bocado, luego salió; y era ya de noche.
Vv. 18—30. Nuestro Señor había hablado, a
menudo, de sus sufrimientos y muerte, sin esa turbación de espíritu como la que
ahora devela cuando habla de Judas. Los pecados de los cristianos son la
tristeza de Cristo. No tenemos que limitar nuestra atención a Judas. La profecía
de su traición puede aplicarse a todos los que participan de las misericordias
de Dios, y las reciben con ingratitud.
Véase al
infiel que sólo mira las Escrituras con el deseo de quitarles su autoridad y
destruir su influencia; al hipócrita que profesa creer las Escrituras, pero no
se gobierna por ellas; y al apóstata que se aleja de Cristo por una nadería.
Así, pues, la humanidad, sustentada por la providencia de Dios, luego de comer
pan con Él, ¡alza contra Él su calcañar! Judas salió como uno cansado de Jesús
y de sus apóstoles. Aquellos cuyas obras son malas aman las tinieblas más que
la luz.
CRISTO MANDA A LOS DISCÍPULOS
QUE SE AMEN UNOS A OTROS.
31 Entonces, cuando hubo salido,
dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en
él.
32 Si Dios es glorificado en él,
Dios también le glorificará en sí mismo, y en seguida le glorificará.
33 Hijitos, aún estaré con vosotros
un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a
vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis ir.
34 Un mandamiento nuevo os doy: Que
os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.
35 En esto conocerán todos que sois
mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.
Vv. 31—35. Cristo había sido glorificado en
muchos milagros que obró, pero habla de ser glorificado, ahora, en sus
sufrimientos, como si eso fuera más que todas sus otras glorias en su estado de
humillación. Así fue hecha satisfacción por el mal hecho a Dios por el pecado
del hombre. No podemos seguir ahora a nuestro Señor a su dicha celestial, pero
si creemos verdaderamente en Él, lo seguiremos en el más allá; mientras tanto,
debemos esperar su tiempo y hacer su obra.
Antes que
Cristo dejara a los discípulos, les daría un nuevo mandamiento. Ellos tenían
que amarse unos a otros por amor a Cristo y, conforme a su ejemplo, buscar lo
que beneficie al prójimo, y fomente la causa del evangelio, como un solo cuerpo
animado por una sola alma. Este mandamiento aún parece nuevo para muchos
profesantes.
En general,
los hombres notan cualquiera otra palabra de Cristo antes que estas. Por esto
se revela, si los seguidores de Cristo no se demuestran amor unos a otros, dan
causa para sospechar de su sinceridad.
SE PREDICE LA NEGACIÓN DE
PEDRO
36 Le dijo Simón Pedro: Señor, ¿a
dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas
me seguirás después.
37 Le dijo Pedro: Señor, ¿por qué no
te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti.
38 Jesús le respondió: ¿Tu vida
pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me
hayas negado tres veces.
Vv. 36—38. Pedro pasó por alto lo que
Cristo dijo sobre el amor fraternal, pero habló de aquello sobre lo cual Cristo
los mantuvo ignorantes. Común es tener más celo por saber cosas secretas, que
corresponden sólo a Dios, que por cosas reveladas que nos corresponden a
nosotros y a nuestros hijos; tener más deseo de satisfacer nuestra curiosidad
que dirigir nuestra conciencia; saber qué se hace en el cielo más de lo que
debemos hacer para llegar allá. ¡Qué pronto se deja de hablar sobre lo que es
claro y edificante, mientras se sigue el debate dudoso como lucha interminable
de palabras!
Somos dados
a tomar mal que nos digan que no podemos hacer esto o aquello, aunque sin
Cristo nada podemos hacer. Cristo nos conoce mejor que nosotros mismos, y tiene
muchas maneras de descubrir a los que ama, y esconder el orgullo para ellos.
Dediquémonos a mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, a
amarnos fervientemente unos a otros con corazón puro, y a andar humildemente
con nuestro Dios.
CAPÍTULO
14
CRISTO CONSUELA A SUS
DISCÍPULOS.
1 No se turbe vuestro corazón;
creéis en Dios, creed también en mí.
2 En la casa de mi Padre muchas
moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar
lugar para vosotros.
3 Y si me fuere y os preparare
lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy,
vosotros también estéis.
4 Y sabéis a dónde voy, y sabéis el
camino.
5 Le dijo Tomás: Señor, no sabemos
a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?
6 Jesús le dijo: Yo soy el camino,
y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.
7 Si me conocieseis, también a mi
Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto.
8 Felipe le dijo: Señor,
muéstranos el Padre, y nos basta.
9 Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace
que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí,
ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?
10 ¿No crees que yo soy en el
Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi
propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras.
11 Creedme que yo soy en el Padre, y
el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras.
Vv. 1—11. Aquí hay tres palabras sobre las
cuales puede ponerse todo el énfasis: La palabra turbe. No os deprimáis ni os
angustiéis. La palabra corazón. Que su corazón esté guardado con toda confianza
en Dios. La palabra vuestro. Por más que el prójimo esté abrumado por las penas
de esta época actual, vosotros no estéis así. Los discípulos de Cristo deben
mantener su mente en paz, más que el prójimo, cuando todo lo demás está
turbado.
He aquí el
remedio contra este trastorno de la mente, “Creed”. Creyendo en Cristo como
Mediador entre Dios y el hombre, recibimos consuelo. Se habla de la dicha del
cielo como estar en la casa del padre. Hay muchas mansiones, porque hay muchos
hijos para ser llevados a la gloria. Las mansiones son viviendas que duran.
Cristo será el Consumador de aquello, de lo cual es el Autor o Iniciador; si
tiene preparado el lugar para nosotros, nos preparará para eso. Cristo es el
Camino al Padre que los pecadores tienen en su persona como Dios manifestado en
carne, en su sacrificio expiatorio, y como nuestro Abogado.
Él es la
Verdad, que cumple todas las profecías del Salvador; creyendo eso los pecadores
van por Él, el Camino. Él es la Vida, por su Espíritu vivificador reciben vida
los muertos en pecado. Nadie que no sea vivificado por Él, la Vida, y enseñado
por Él, la Verdad, puede acercarse a Dios como Padre por Él, el Camino. Por
Cristo, el Camino, nuestras oraciones van a Dios y sus bendiciones vienen a
nosotros; este es el Camino que lleva al reposo, el buen Camino antiguo.
Él es la
Resurrección y la Vida. Todo el que ve a Cristo por fe, ve al Padre en Él. A la
luz de la doctrina de Cristo vieron a Dios como Padre de las luces y, en los
milagros de Cristo vieron a Dios como el Dios del poder. La santidad de Dios
brilló en la pureza inmaculada de la vida de Cristo. Tenemos que creer la
revelación de Dios al hombre en Cristo; porque las obras del Redentor muestran
su gloria, y a Dios en Él.
MÁS CONSUELO PARA SUS DISCÍPULOS.
12 De cierto, de cierto os digo: El
que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará,
porque yo voy al Padre.
13 Y todo lo que pidiereis al Padre
en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
14 Si algo pidiereis en mi nombre,
yo lo haré.
15 Si me amáis, guardad mis
mandamientos.
16 Y yo rogaré al Padre, y os dará
otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre:
17 el Espíritu de verdad, al cual el
mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le
conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.
Vv. 12—17. Cualquier cosa que pidamos en el
nombre de Cristo, que sea para nuestro bien y adecuada para nuestro estado, nos
la dará. Pedir en el nombre de Cristo es invocar sus méritos y su intercesión,
y depender de estos argumentos. El don del Espíritu es un fruto de la mediación
de Cristo, comprado por su mérito y recibido por su intercesión.
La palabra
aquí empleada significa abogado, consejero, monitor y consolador. Él permanece
con los discípulos hasta el fin del tiempo; sus dones y gracias alientan sus
corazones. Las expresiones usadas, aquí y en otros pasajes, denotan una
persona, y el oficio mismo incluye todas las perfecciones divinas.
El don del
Espíritu Santo es dado a los discípulos de Cristo, y no al mundo. Este es el
favor que Dios da a sus elegidos: como fuente de santidad y dicha, el Espíritu
Santo permanecerá con cada creyente para siempre.
JESÚS ANUNCIA SU PRECENCIA
DESPUES DE ASCENDER AL CIELO
18 No os dejaré huérfanos; vendré a
vosotros.
19 Todavía un poco, y el mundo no
me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también
viviréis.
20 En aquel día vosotros conoceréis
que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.
21 El que tiene mis mandamientos, y
los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y
yo le amaré, y me manifestaré a él.
22 Le dijo Judas (no el Iscariote):
Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?
23 Respondió Jesús y le dijo: El
que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y
haremos morada con él.
24 El que no me ama, no guarda mis
palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió.
Vv. 18—24. Cristo promete que seguirá
cuidando a sus discípulos. No os dejaré huérfanos o sin padre, porque, aunque
os dejo, de todos modos os dejo este consuelo: Vendré a vosotros. Vendré
prontamente a vosotros en mi resurrección. Vendré diariamente a vosotros en mi
Espíritu; en las señales de su amor y en las visitas de su gracia.
Por cierto
vendré al fin del tiempo. Sólo los que ven a Cristo con los ojos de la fe, lo
verán para siempre: el mundo no lo ve más hasta su segunda venida, pero sus
discípulos tienen comunión con Él en su ausencia. Estos misterios serán
plenamente conocidos en el cielo. Es un acto ulterior de gracia que ellos lo
sepan y tengan este consuelo.
Teniendo los
mandamientos de Cristo debemos obedecerlos. Y al tenerlos sobre nuestra cabeza,
debemos guardarlos en nuestro corazón y en nuestra vida. La prueba más segura
de nuestro amor a Cristo es la obediencia a las leyes de Cristo. Hay señales
espirituales de Cristo y su amor dadas a todos los creyentes.
Cuando el amor sincero a Cristo está en el
corazón, habrá obediencia. El amor será un principio que manda y constriñe; y
donde hay amor, el deber se desprende de un principio de gratitud. Dios no sólo
amará a los creyentes obedientes, pero se complacerá en amarlos, reposará en
amor a ellos. Estará con ellos como en su casa.
Estos
privilegios están limitados a los que tiene la fe que obra por amor, y cuyo
amor a Jesús los lleva a obedecer sus mandamientos. Los tales son partícipes de
la gracia del Espíritu Santo que los crea de nuevo.
LA PROMESA DEL ESPÍRITU SANTO
25 Os he dicho estas cosas estando
con vosotros.
26 Más el Consolador, el Espíritu
Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y
os recordará todo lo que yo os he dicho.
27 La paz os dejo, mi paz os doy;
yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga
miedo.
Vv. 25—27. Si deseamos saber estas cosas
para nuestro bien, tenemos que orar por ellas y depender de la enseñanza del
Espíritu Santo; así serán traídas a nuestra memoria las palabras de Jesús, y
muchas dificultades serán aclaradas, hasta las que no son claras para otros. El
Espíritu de gracia es dado a todos los santos para que les haga recordar, y
debemos encomendarle, por fe y orando, que mantenga lo que oigamos y sepamos.
La paz es
dada para todo bien, y Cristo nos ha guiado a todo lo que es real y
verdaderamente bueno, a todo lo bueno prometido: la paz mental a partir de
nuestra justificación ante Dios. Cristo llama su paz a esto, porque Él mismo es
nuestra paz. La paz de Dios difiere ampliamente de la de los fariseos o
hipócritas, como se demuestra por sus efectos santos y humillantes.
SIGUE CONSOLANDO A SUS
DISCÍPULOS.
28 Habéis oído que yo os he dicho:
Voy, y vengo a vosotros. Si me amarais, os habríais regocijado, porque he dicho
que voy al Padre; porque el Padre mayor es que yo.
29 Y ahora os lo he dicho antes que
suceda, para que cuando suceda, creáis.
30 No hablaré ya mucho con
vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí.
31 Más para que el mundo conozca
que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago. Levantaos, vamos de aquí.
Vv. 28—31. Cristo eleva las expectativas de
sus discípulos a algo que está más allá de lo que pensaban que era su mayor
dicha. Ahora su tiempo era poco, por tanto, les habló largamente. Cuando
lleguemos a enfermarnos, y a morirnos, podemos ser incapaces de hablar mucho a
quienes nos rodeen: el consejo bueno que tengamos que dar, démoslo mientras
estamos sanos.
Fíjese en la
perspectiva de un conflicto inminente que tenía Cristo, no sólo con los
hombres, sino con las potestades de las tinieblas. Satanás tiene algo en
nosotros con que nos deja perplejos, porque todos pecamos, pero cuando quiere
perturbar a Cristo, nada pecaminoso halla que le sirva.
La mejor
prueba de nuestro amor al Padre es que hagamos como Él nos manda. Regocijémonos
en las victorias del Salvador sobre Satanás, el príncipe de este mundo.
Copiemos el ejemplo de su amor y obediencia.
CAPÍTULO
15
CRISTO LA VID VERDADERA.
1 Yo soy la vid verdadera, y mi
Padre es el labrador.
2 Todo pámpano que en mí no lleva
fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve
más fruto.
3 Ya vosotros estáis limpios por
la palabra que os he hablado.
4 Permaneced en mí, y yo en
vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece
en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
5 Yo soy la vid, vosotros los
pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque
separados de mí nada podéis hacer.
6 El que en mí no permanece, será
echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego,
y arden.
7 Si permanecéis en mí, y mis
palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.
8 En esto es glorificado mi Padre,
en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.
Vv. 1—8. Jesucristo es la Vid, la Vid
verdadera. La unión de la naturaleza divina con la humana, y la plenitud del
Espíritu que hay en Él, recuerdan la raíz de la vida que fructifica por la
humedad de la buena tierra. Los creyentes son los pámpanos de esta Vid. La raíz
no se ve y nuestra vida está escondida con Cristo; la raíz sustenta al árbol,
le difunde la savia, y en Cristo están todos los sustentos y provisiones.
Los pámpanos
de la vid son muchos, pero al unificarse en la raíz no son sino una sola vid;
de este modo, todos los cristianos verdaderos, aunque disten entre sí en cuanto
a lugar y opinión, se unen en Cristo. Los creyentes, como los pámpanos de la
vid, son débiles e incapaces de permanecer, sino como nacieron. El Padre es el
Dueño de la vid. Nunca hubo un dueño tan sabio, tan cuidadoso con su viña como
Dios por su Iglesia que, por eso, debe prosperar.
Debemos ser
fructíferos. Esperamos uvas de una vid, y del cristiano esperamos un
temperamento, una disposición y una vida cristiana. Debemos honrar a Dios y
hacer el bien, esto es, llevar fruto. Los estériles son cortados. Hasta las
ramas fructíferas necesitan poda, porque, en el mejor de los casos, tenemos
ideas, pasiones y humores que requieren ser quitados, cosa que Cristo ha
prometido hacer por su palabra, Espíritu y providencia.
Si se usan
medios drásticos para avanzar la santificación de los creyentes, ellos estarán
agradecidos por ellos. La palabra de Cristo se da a todos los creyentes; y hay
en esa palabra una virtud que limpia al obrar la gracia y deshacer la
corrupción. Mientras más fruto demos, más abundaremos en lo que es bueno, y más
glorificado será nuestro Señor.
Para fructificar
debemos permanecer en Cristo, debemos estar unidos a Él por la fe. El gran
interés de todos los discípulos de Cristo es mantener constante la dependencia
de Cristo y la comunión con Él. Los cristianos verdaderos hallan, por
experiencia, que toda interrupción del ejercicio de su fe hace que mengüen los
afectos santos, revivan sus corrupciones y languidezcan sus consolaciones.
Los que no
permanecen en Cristo, aunque florezcan por un tiempo en la profesión externa,
llegan, no obstante, a nada. El fuego es el lugar más adecuado para las ramas
marchitas; no son buenas para otra cosa. Procuremos vivir más simplemente de la
plenitud de Cristo, y crecer más fructíferos en todo buen decir y hacer, para
que sea pleno nuestro gozo en Él y en su salvación.
SU AMOR POR SUS DISCÍPULOS.
9 Como el Padre me ha amado, así
también yo os he amado; permaneced en mi amor.
10 Si guardareis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre,
y permanezco en su amor.
11 Estas cosas os he hablado, para
que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido.
12 Éste es mi mandamiento: Que os
améis unos a otros, como yo os he amado.
13 Nadie tiene mayor amor que este,
que uno ponga su vida por sus amigos.
14 Vosotros sois mis amigos, si
hacéis lo que yo os mando.
15 Ya no os llamaré siervos, porque
el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas
las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.
16 No me elegisteis vosotros a mí,
sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis
fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en
mi nombre, él os lo dé.
17 Esto os mando: Que os améis unos
a otros.
Vv. 9—17. Aquellos a quienes Dios ama como
Padre pueden despreciar el odio de todo el mundo. Como el Padre amó a Cristo
que fue digno hasta lo sumo, así amó a sus discípulos, que eran indignos. Todos
los que aman al Salvador deben perseverar en su amor por Él, y aprovechar todas
las ocasiones para demostrarlo. El gozo del hipócrita dura sólo un momento,
pero el gozo de los que permanecen en Cristo es una fiesta continua.
Tienen que
demostrar su amor por Él obedeciendo sus mandamientos. Si el mismo poder que
primero derramó el amor de Cristo en nuestros corazones, no nos mantuviera en
ese amor, no permaneceríamos en ese amor por mucho tiempo. El amor de Cristo
por nosotros debe llevarnos a amarnos mutuamente. Él habla como si estuviera
por encargar muchas cosas, pero nombra sólo a esta: abarca muchos deberes.
ANUNCIO DE ODIO Y
PERSECUCIÓN.
18 Si el mundo os aborrece, sabed
que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros.
19 Si fuerais del mundo, el mundo
amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por
eso el mundo os aborrece.
20 Acordaos de la palabra que yo os
he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido,
también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también
guardarán la vuestra.
21 Más todo esto os harán por causa
de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado.
22 Si yo no hubiera venido, ni les
hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado.
23 El que me aborrece a mí, también
a mi Padre aborrece.
24 Si yo no hubiese hecho entre ellos
obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han
aborrecido a mí y a mi Padre.
25 Pero esto es para que se cumpla
la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron.
Vv. 18—25. ¡Qué poco piensan muchas
personas que al oponerse a la doctrina de Cristo como Profeta, Sacerdote y Rey,
se muestran ignorantes del único Dios vivo y verdadero, al cual profesan
adorar! El nombre en el cual son bautizados los discípulos de Cristo es aquel
por el cual vivirán y morirán.
Consuelo es
para los grandes dolientes si sufren por amor al nombre de Cristo. La
ignorancia del mundo es la causa verdadera de su odio por los discípulos de
Jesús. Mientras más claros y plenos sean los descubrimientos de la gracia y
verdad de Cristo, más grande es nuestro pecado si no le amamos ni creemos en
Él.
PROMESA DEL CONSOLADOR.
26 Pero cuando venga el Consolador,
a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del
Padre, él dará testimonio acerca de mí.
27 Y vosotros daréis testimonio
también, porque habéis estado conmigo desde el principio.
Vv. 26, 27. El Espíritu bendito mantendrá la
causa de Cristo en el mundo, a pesar de la resistencia que encuentra. Los
creyentes enseñados y exhortados por sus influencias deben dar testimonio de
Cristo y su salvación.
CAPÍTULO
16
ANUNCIO DE PERSECUCIÓN.
1 Estas cosas os he hablado, para
que no tengáis tropiezo.
2 Os expulsarán de las sinagogas;
y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a
Dios.
3 Y harán esto porque no conocen
al Padre ni a mí.
4 Mas os he dicho estas cosas,
para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. Esto
no os lo dije al principio, porque yo estaba con vosotros.
5 Pero ahora voy al que me envió;
y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas?
6 Antes, porque os he dicho estas
cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón.
Vv. 1—6. Nuestro Señor Jesús al dar a sus
discípulos la noticia de tribulaciones se propuso que el terror no fuera una
sorpresa para ellos. Puede que los enemigos reales, que están al servicio de
Dios, finjan celo por éste, lo que no aminora el pecado de los perseguidores;
las villanías nunca cambian por adosarles el nombre de Dios. Como Jesús en sus
sufrimientos, asimismo sus seguidores en los suyos deben mirar al cumplimiento
de la Escritura.
No se los
dijo antes, porque estaba con ellos para enseñarles, guiarlos y consolarlos;
entonces ellos no necesitaban esta promesa de la presencia del Espíritu Santo.
Nos silencia preguntarnos ¿de dónde vienen los problemas? Nos satisfará
preguntarnos, ¿adónde van? Porque sabemos que obran para bien.
Falta y
necedad comunes de los cristianos tristes es mirar sólo el lado oscuro de la
nube haciendo oídos sordos a la voz de gozo y júbilo. Lo que llenó de pena los
corazones de los discípulos era un afecto demasiado grande por esta vida
presente. Nada obstaculiza más nuestro gozo en Dios que el amor al mundo, y la
tristeza del mundo que viene con aquel.
LA PROMESA DEL ESPÍRITU
SANTO, Y SU OFICIO.
7 Pero yo os digo la verdad: Os
conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a
vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.
8 Y cuando él venga, convencerá al
mundo de pecado, de justicia y de juicio.
9 De pecado, por cuanto no creen
en mí;
10 de justicia, por cuanto voy al
Padre, y no me veréis más;
11 y de juicio, por cuanto el
príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.
12 Aún tengo muchas cosas que
deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar.
13 Pero cuando venga el Espíritu de
verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta,
sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de
venir.
14 Él me glorificará; porque tomará
de lo mío, y os lo hará saber.
15 Todo lo que tiene el Padre es
mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber.
Vv. 7—15. La partida de Cristo era
necesaria para la venida del Consolador. Enviar el Espíritu iba a ser el fruto
de la muerte de Cristo, que fue su partida. Su presencia corporal podía estar
solamente en un lugar a la vez, pero su Espíritu está en todas partes, en todos
los lugares, en todos los tiempos, dondequiera que dos o tres estén reunidos en
su nombre.
Véase en
esto el oficio del Espíritu, primero reprobar, o convencer de pecado. La obra
de convicción de pecado es obra del Espíritu, que puede hacerla eficazmente, y
nadie sino Él solamente. El Espíritu Santo adopta el método de condenar el
pecado primero, y luego consolar.
El Espíritu
convencerá al mundo de pecado; simplemente no se limitará a decírselo. El
Espíritu convence de que el pecado es un hecho; de la falta del pecado; de la
necedad del pecado; de la inmundicia del pecado, que por eso llegamos a ser
aborrecidos por Dios; de la fuente del pecado: la naturaleza corrupta; y, por
último, del fruto del pecado cuyo fin es la muerte.
El Espíritu
Santo demuestra que todo el mundo es culpable ante Dios. Él convence al mundo
de justicia; que Jesús de Nazaret fue Cristo, el justo; además, de la justicia
de Cristo que nos es imputada para justificación y salvación. Él les muestra de
dónde se obtiene y cómo pueden ser aceptados por justos según el criterio de
Dios. La ascensión de Cristo prueba que el rescate fue aceptado y consumada la
justicia por medio de la cual los creyentes iban a ser justificados. De juicio
porque el príncipe de este mundo es juzgado.
Todo estará
bien cuando sea roto el poder del que hizo todo el mal. Como Satanás es vencido
por Cristo, esto nos da confianza, porque ningún otro poder puede resistir ante
Él. Y del día del juicio. La venida del Espíritu iba a ser una ventaja
indecible para los discípulos. El Espíritu Santo es nuestro Guía, no sólo para
mostrarnos el camino, sino para ir con nosotros con ayudas e influencias
continuas.
Ser guiados
a una verdad es más que conocerla apenas; no es tener su noción tan sólo en
nuestra cabeza, sino su deleite, su sabor y su poder en nuestros corazones. Él
enseñará toda la verdad sin retener nada que sea provechoso, porque mostrará
cosas venideras. Todos los dones y las gracias del Espíritu, toda la
predicación, y todos los escritos de los apóstoles bajo la influencia del
Espíritu, todas las lenguas y milagros, eran para glorificar a Cristo.
Corresponde
a cada uno preguntarse si el Espíritu Santo ha empezado la buena obra en su
corazón. Sin la revelación clara de nuestra culpa y peligro nunca entenderíamos
el valor de la salvación de Cristo, pero cuando se nos da a conocer
correctamente, empezamos a entender el valor del Redentor. Tendríamos visiones
más plenas del Redentor y afectos más vivos por Él si oráramos más por el
Espíritu Santo y dependiésemos más de Él.
PARTIDA Y REGRESO DE CRISTO.
16 Todavía un poco, y no me veréis;
y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre.
17 Entonces se dijeron algunos de
sus discípulos unos a otros: ¿Qué es esto que nos dice: Todavía un poco y no me
veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; y, porque yo voy al Padre?
18 Decían, pues: ¿Qué quiere decir
con: Todavía un poco? No entendemos lo que habla.
19 Jesús conoció que querían
preguntarle, y les dijo: ¿Preguntáis entre vosotros acerca de esto que dije:
Todavía un poco y no me veréis, y de nuevo un poco y me veréis?
20 De cierto, de cierto os digo, que
vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros
estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo.
21 La mujer cuando da a luz, tiene
dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no
se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el
mundo.
22 También vosotros ahora tenéis
tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os
quitará vuestro gozo.
Vv. 16—22. Bueno es considerar cuán cerca
de su final están nuestras temporadas de gracia para que seamos estimulados a
tener provecho de ellas, porque el dolor de los discípulos serán pronto
convertido en gozo, como los de la madre cuando ve a su recién nacido bebé. El
Espíritu Santo será el Consolador de ellos y ni los hombres ni los demonios, ni
los sufrimientos en la vida y en la muerte, les quitarán para siempre su gozo.
Los
creyentes tienen gozo o pena según su visión de Cristo y las señales de su
presencia. Viene un dolor al impío que nada puede aminorar; el creyente es
heredero del gozo que nadie puede quitar. ¿Dónde está ahora el gozo de los
asesinos de nuestro Señor y el dolor de sus amigos?
EXHORTACIÓN A ORAR.
23 En aquel día no me preguntaréis
nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi
nombre, os lo dará.
24 Hasta ahora nada habéis pedido
en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.
25 Estas cosas os he hablado en
alegorías; la hora viene cuando ya no os hablaré por alegorías, sino que
claramente os anunciaré acerca del Padre.
26 En aquel día pediréis en mi
nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros,
27 pues el Padre mismo os ama,
porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios.
Vv. 23—27. Pedirle al Padre muestra la
percepción de las necesidades espirituales, y el deseo de bendiciones
espirituales con el convencimiento de que deben obtenerse sólo de Dios. Pedir
en el nombre de Cristo es reconocer nuestra indignidad para recibir favores de
Dios, y demuestra nuestra total dependencia de Cristo como Jehová justicia
nuestra.
Nuestro
Señor había hablado hasta aquí con frases cortas y de peso o con parábolas,
cuya magnitud no captaban plenamente los discípulos, pero después de su
resurrección tenía pensado enseñarles claramente cosas referidas al Padre y del
camino a Él, por medio de su intercesión. La frecuencia con que nuestro Señor
pone en vigencia la ofrenda de peticiones en su nombre, señala que el gran fin
de la mediación de Cristo es imprimir en nosotros el profundo sentido de
nuestra pecaminosidad y del mérito y poder de su muerte, por lo cual tenemos
acceso a Dios.
Recordemos
siempre que es lo mismo dirigirnos al Padre en el nombre de Cristo que
dirigirnos al Hijo en cuanto Dios que habita en la naturaleza humana, y
reconcilia al mundo consigo, puesto que Padre e Hijo son uno.
LAS REVELACIONES DE CRISTO
SOBRE SÍ MISMO.
28 Salí del Padre, y he venido al
mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre.
29 Le dijeron sus discípulos: He
aquí ahora hablas claramente, y ninguna alegoría dices.
30 Ahora entendemos que sabes todas
las cosas, y no necesitas que nadie te pregunte; por esto creemos que has salido
de Dios.
31 Jesús les respondió: ¿Ahora
creéis?
32 He aquí la hora viene, y ha
venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo;
mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo.
33 Estas cosas os he hablado para
que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he
vencido al mundo.
Vv. 28—33. He aquí una clara afirmación de
la venida de Cristo desde el Padre y de su regreso a Él. En su venida el
Redentor fue Dios manifiesto en carne, y en su Partida fue recibido en gloria.
Los discípulos aprovecharon el conocimiento diciendo eso; también, en fe:
“ahora estamos seguros”. ¡Sí! No conocían su propia debilidad. La naturaleza
divina no desertó de la naturaleza humana, pero la sostuvo y dio consuelo y
valor a los sufrimientos de Cristo.
Mientras
tengamos la presencia favorable de Dios estamos felices y debemos estar
tranquilos, aunque todo el mundo nos abandone. La paz en Cristo es la única paz
verdadera, los creyentes la tienen en Él solamente. A través de Él tenemos paz
con Dios y, así en Él tenemos paz en nuestra mente.
Debemos
animarnos porque Cristo ha vencido al mundo ante nosotros, pero mientras
pensemos que resistimos, cuidemos de no caer. No sabemos cómo debemos actuar y
entramos en tentación: estemos alertas y orando sin cesar para que no seamos
dejados solos.
CAPÍTULO
17
ORACIÓN DE CRISTO POR SÍ
MISMO.
1 Estas cosas habló Jesús, y
levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu
Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti;
2 como le has dado potestad sobre
toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste.
3 Y ésta es la vida eterna: que te
conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.
4 Yo te he glorificado en la
tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese.
5 Ahora pues, Padre, glorifícame
tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.
Vv. 1—5. Nuestro Señor oró como hombre y
como Mediador de su pueblo, aunque habló con majestad y autoridad, como uno e
igual con el Padre. La vida eterna no podía ser dada a los creyentes a menos
que Cristo, su fiador, glorificara al Padre y fuera glorificado por Él. Este es
el camino del pecador a la vida eterna y cuando este conocimiento sea
perfeccionado, se disfrutarán plenamente la santidad y la felicidad.
La santidad
y la felicidad de los redimidos son, en especial, la gloria de Cristo y de su
Padre, que fue el gozo puesto delante de Él, por el cual soportó la cruz y
despreció la vergüenza; esta gloria era el fin del pesar de su alma y al obtenerla
se satisfizo completamente. Así somos enseñados que es necesario que
glorifiquemos a Dios como prueba de nuestro interés en Cristo, por quien la
vida eterna es la libre dádiva de Dios.
ORACIÓN POR SUS DISCÍPULOS.
6 He manifestado tu nombre a los hombres
que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra.
7 Ahora han conocido que todas las
cosas que me has dado, proceden de ti;
8 porque las palabras que me
diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que
salí de ti, y han creído que tú me enviaste.
9 Yo ruego por ellos; no ruego por
el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son,
10 y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo
mío; y he sido glorificado en ellos.
Vv. 6—10. Cristo ora por los que son
suyos. Tú me los diste, como ovejas al pastor, para ser cuidados; como un
paciente es llevado al médico, para ser curado; como niños al tutor, para ser
enseñados: de este modo Él entregará su carga. Para nosotros es una gran
satisfacción, en nuestra confianza en Cristo, que sea de Dios Él, todo lo que
Él es y tiene, y todo lo que dijo e hizo, todo lo está haciendo y hará.
Cristo
ofreció esta oración por su pueblo solo en cuanto a creyentes; no por el mundo
en general. Aunque nadie que desee ir al Padre y sea consciente de que es
indigno de ir en su propio nombre, tiene que desanimarse por la declaración del
Salvador, porque es capaz y está dispuesto para salvar hasta lo sumo a todos
los que vayan a Dios por Él.
Las
convicciones y los deseos fervorosos son señal esperanzadora de una obra ya
efectuada en el hombre; empiezan a demostrar que ha sido elegido para salvación
a través de la santificación del Espíritu y la creencia de la verdad. Ellos son
tuyos, y los tuyos son los míos. Esto dice que Padre e Hijo son uno. Todo lo
mío es tuyo. El Hijo no considera a nadie como suyo que no sea dedicado al
servicio del Padre.
SU ORACIÓN.
11 Y ya no estoy en el mundo; mas
éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado,
guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros.
12 Cuando estaba con ellos en el
mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y
ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se
cumpliese.
13 Pero ahora voy a ti; y hablo
esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos.
14 Yo les he dado tu palabra; y el
mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
15 No ruego que los quites del
mundo, sino que los guardes del mal.
16 No son del mundo, como tampoco
yo soy del mundo.
Vv. 11—16. Cristo no ora que ellos sean
ricos y grandes en el mundo, sino que sean resguardados del pecado,
fortalecidos para su deber, y llevados a salvo al cielo. La prosperidad del
alma es la mejor prosperidad óptima. Rogó a su santo Padre que los cuidara por
su poder y para su gloria, para que ellos se unieran en afecto y trabajo aun
conforme a la unión de Padre e Hijo.
No oró que
sus discípulos sean quitados del mundo, para que pudieran escapar de la ira de
los hombres, porque tenían una gran obra que hacer para la gloria de Dios, y
para beneficio de la humanidad. Él oró que el Padre los resguardara del mal, de
ser corrompidos por el mundo, los remanentes de pecado en sus corazones, y del
poder y astucia de Satanás.
Así, pues,
ellos pasarían por el mundo como cruzando territorio enemigo, como Él había
hecho. Ellos no son dejados aquí para procurar los objetivos que los hombres
que les rodean, sino para glorificar a Dios y servir a su generación. El
Espíritu de Dios en los cristianos verdaderos se opone al espíritu del mundo.
JESÚS ORA POR LA IGLESIA
17 Santifícalos en tu verdad; tu
palabra es verdad.
18 Como tú me enviaste al mundo,
así yo los he enviado al mundo.
19 Y por ellos yo me santifico a mí
mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.
Vv. 17—19. Cristo oró en seguida por los
discípulos para que no sólo fueran resguardados del mal, sino fueran hechos
buenos. La oración de Jesús por todos los suyos es que sean hechos santos.
Hasta los discípulos deben orar pidiendo la gracia santificadora.
El medio de
dar esta gracia es “por tu verdad, tu palabra es la verdad”. Santifícalos,
apártalos para ti mismo y para tu servicio. Recíbelos en el oficio; que tu mano
vaya con ellos. Jesús se consagró por entero a su tarea, y a todas las partes
de ella, especialmente al ofrendarse inmaculado a Dios por el Espíritu eterno.
La real
santidad de todos los cristianos verdaderos es el fruto de la muerte de Cristo,
por la cual fue adquirido el don del Espíritu Santo; Él se dio por su Iglesia
para santificarla. Si nuestros puntos de vista no tienen este efecto en
nosotros, no son verdad divina, o no los recibimos por una fe activa y viva,
sino como simples nociones.
LA ORACIÓN POR LA UNIDAD
20 Más no ruego solamente por
éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos,
21 para que todos sean uno; como
tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para
que el mundo crea que tú me enviaste.
22 La gloria que me diste, yo les
he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.
23 Yo en ellos, y tú en mí, para
que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y
que los has amado a ellos como también a mí me has amado.
Vv. 20—23. Nuestro Señor oró especialmente
que todos los creyentes fueran como un cuerpo bajo una cabeza, animada por una
sola alma, por su unión con Cristo y el Padre en Él, por medio del Espíritu
Santo que habita en ellos. Mientras más discutan sobre asuntos menores, más
arrojan dudas sobre el cristianismo.
Propongámonos
mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, rogando que todos los
creyentes se unan más y más en un propósito y un criterio. Así convenceríamos
al mundo de la verdad y de la excelencia de nuestra religión y encontraríamos
una comunión más dulce con Dios y sus santos.
ORACIÓN POR MORAR CRISTO EN
ELCREYENTE, LA GLORIA DEL PADRE Y DE CRISTO
24 Padre, aquellos que me has dado,
quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria
que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.
25 Padre justo, el mundo no te ha
conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste.
26 Y les he dado a conocer tu
nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en
ellos, y yo en ellos.
Vv. 24—26. Cristo, como Uno con el Padre,
ora por cuenta de todos los que le habían sido dados y que, en su debido
momento, creerían en Él, para que sean llevados al cielo; y que ahí toda la
compañía de los redimidos pueda contemplar su gloria como Amigo y Hermano
amado, y en ello hallar la dicha.
Había
declarado, y declararía después, el nombre o el carácter de Dios, por su
doctrina y su Espíritu, que siendo uno con Él, también pueda permanecer con
ellos el amor del Padre por Él. Así, estando unidos con Él por un Espíritu,
sean llenos con la plenitud de Dios y disfruten la bendición de la cual no
podemos formarnos una idea correcta en nuestro estado actual.
CAPÍTULO
18
CRISTO DETENIDO EN UN HUERTO.
1 Habiendo dicho Jesús estas
cosas, salió con sus discípulos al otro lado del torrente de Cedrón, donde
había un huerto, en el cual entró con sus discípulos.
2 Y también Judas, el que le
entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí
con sus discípulos.
3 Judas, pues, tomando una
compañía de soldados, y alguaciles de los principales sacerdotes y de los
fariseos, fue allí con linternas y antorchas, y con armas.
4 Pero Jesús, sabiendo todas las
cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis?
5 Le respondieron: A Jesús
nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Y estaba también con ellos Judas, el que le
entregaba.
6 Cuando les dijo: Yo soy,
retrocedieron, y cayeron a tierra.
7 Volvió, pues, a preguntarles: ¿A
quién buscáis? Y ellos dijeron: A Jesús nazareno.
8 Respondió Jesús: Os he dicho que
yo soy; pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos;
9 para que se cumpliese aquello
que había dicho: De los que me diste, no perdí ninguno.
10 Entonces Simón Pedro, que tenía
una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la
oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco.
11 Jesús entonces dijo a Pedro:
Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de
beber?
12 Entonces la compañía de
soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le
ataron,
Vv. 1—12. El pecado empezó en el huerto de
Edén, allí se pronunció la maldición, allí se prometió el Redentor; y en un
huerto esa Simiente prometida entró en conflicto con la serpiente antigua.
Cristo fue sepultado también en un huerto. Entonces, cuando paseemos por
nuestros huertos, meditemos en los sufrimientos de Cristo en un huerto.
Nuestro
Señor Jesús, sabiendo todas las cosas que le sobrevendrían, se adelantó y
preguntó, ¿a quién buscáis? Cuando el pueblo quiso obligarlo a llevar una
corona, Él se retiró, capítulo vi, 15, pero cuando vinieron a obligarlo a
llevar la cruz, Él se ofreció, porque vino a este mundo a sufrir, y fue al otro
mundo a reinar. Él demostró claramente lo que podría haber hecho cuando los
derribó; pudiera haberlos dejado muertos, pero no lo hizo así.
Debe de
haber sido el efecto del poder divino que los oficiales y los soldados dejaran
que los discípulos se fueran tranquilamente después de la resistencia que
ofrecieron. Cristo nos da el ejemplo de mansedumbre en los sufrimientos y la
pauta del sometimiento a la voluntad de Dios en toda cosa que nos concierna. Es
solo la copa, cosa de poca monta. Es la copa que nos es dada; los sufrimientos
son dádivas. Nos es dada por el Padre que tiene la autoridad de padre y no nos
hace mal; el afecto de un padre, y no tiene intención de herirnos.
Del ejemplo
de nuestro Salvador debemos aprender a recibir nuestras aflicciones más ligeras
y preguntarnos si debemos resistir la voluntad de nuestro Padre o desconfiar de
su amor. Estamos atados con la cuerda de nuestras iniquidades, con el yugo de
nuestras transgresiones.
Cristo,
hecho ofrenda del pecado por nosotros, para librarnos de esas ataduras, se
sometió a ser atado por nosotros. Debemos nuestra libertad a sus ataduras: así
el Hijo nos hace libres.
CRISTO ANTE ANÁS Y CAIFÁS.
13 y le llevaron primeramente a
Anás; porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año.
14 Era Caifás el que había dado el
consejo a los judíos, de que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo.
15 Y seguían a Jesús Simón Pedro y
otro discípulo. Y este discípulo era conocido del sumo sacerdote, y entró con
Jesús al patio del sumo sacerdote;
16 mas Pedro estaba fuera, a la
puerta. Salió, pues, el discípulo que era conocido del sumo sacerdote, y habló
a la portera, e hizo entrar a Pedro.
17 Entonces la criada portera dijo
a Pedro: ¿No eres tú también de los discípulos de este hombre? Dijo él: No lo
soy.
18 Y estaban en pie los siervos y
los alguaciles que habían encendido un fuego; porque hacía frío, y se calentaban;
y también con ellos estaba Pedro en pie, calentándose.
19 Y el sumo sacerdote preguntó a
Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
20 Jesús le respondió: Yo
públicamente he hablado al mundo; siempre he enseñado en la sinagoga y en el
templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en oculto.
21 ¿Por qué me preguntas a mí?
Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, ellos saben lo
que yo he dicho.
22 Cuando Jesús hubo dicho esto,
uno de los alguaciles, que estaba allí, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así
respondes al sumo sacerdote?
23 Jesús le respondió: Si he
hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas?
24 Anás entonces le envió atado a
Caifás, el sumo sacerdote.
25 Estaba, pues, Pedro en pie,
calentándose. Y le dijeron: ¿No eres tú de sus discípulos? Él negó, y dijo: No
lo soy.
26 Uno de los siervos del sumo
sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dijo: ¿No
te vi yo en el huerto con él?
27 Negó Pedro otra vez; y en seguida
cantó el gallo.
Vv. 13—27. Simón Pedro niega a su Maestro.
Los detalles han sido comentados en los otros evangelios. El comienzo del
pecado es como dejar correr el agua. El pecado de mentir es un pecado fértil:
una mentira necesita otra para apoyarse, y esa, otra. Si el llamado a
exponernos a un peligro es claro, podemos esperar que Dios nos dé poder para
honrarle; si no es así, podemos temer que Dios permitirá que seamos
avergonzados.
Ellos nada
dijeron acerca de los milagros de Jesús, por los cuales había hecho tanto bien,
y que probaban su doctrina. De esa manera, los enemigos de Cristo, aunque
pelean contra la verdad, cierran voluntariamente sus ojos ante ella. Él apela a
los que le oyen. La doctrina de Cristo puede apelar con seguridad a todos los
que la conocen, y los que juzgan según verdad dan testimonio de ella. Nunca
debe ser apasionado nuestro resentimiento por las injurias. Él razonó con el
hombre que le injurió y nosotros también podemos.
CRISTO ANTE PILATO.
28 Llevaron a Jesús de casa de
Caifás al pretorio. Era de mañana, y ellos no entraron en el pretorio para no
contaminarse, y así poder comer la pascua.
29 Entonces salió Pilato a ellos, y
les dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre?
30 Respondieron y le dijeron: Si
éste no fuera malhechor, no te lo habríamos entregado.
31 Entonces les dijo Pilato:
Tomadle vosotros, y juzgadle según vuestra ley. Y los judíos le dijeron: A
nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie;
32 para que se cumpliese la palabra
que Jesús había dicho, dando a entender de qué muerte iba a morir.
Vv. 28—32. Era injusto mandar a la muerte a
uno que había hecho tanto bien, por tanto, lo judíos estaban dispuestos a
salvarse de reproche. Muchos temen más el escándalo que el pecado de algo malo.
Cristo había dicho que sería entregado a los gentiles y que ellos lo matarían;
aquí vemos que eso se cumplió.
Había dicho
que sería crucificado, levantado. Si los judíos lo hubieran juzgado conforme a
su ley, le hubieran lapidado; la crucifixión nunca fue usada por los judíos.
Aunque no se nos haya revelado, está determinado en lo que a nosotros
concierne, de qué muerte moriremos: esto debiera librarnos de la inquietud
relativa a ese asunto. Señor, que sea cuándo y cómo hayas designado.
CERTIFICACIÓN DEL REY DE LOS
JUDÍOS Y SU REINO
33 Entonces Pilato volvió a entrar
en el pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos?
34 Jesús le respondió: ¿Dices tú
esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?
35 Pilato le respondió: ¿Soy yo
acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí.
¿Qué has hecho?
36 Respondió Jesús: Mi reino no es
de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para
que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí.
37 Le dijo entonces Pilato: ¿Luego,
eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido,
y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que
es de la verdad, oye mi voz.
38 Le dijo Pilato: ¿Qué es la
verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo
no hallo en él ningún delito.
39 Pero vosotros tenéis la costumbre
de que os suelte uno en la pascua. ¿Queréis, pues, que os suelte al Rey de los
judíos?
40 Entonces todos dieron voces de
nuevo, diciendo: No a éste, sino a Barrabás. Y Barrabás era ladrón.
Vv. 33—40. ¿Eres el Rey de los judíos, ese
Rey de los judíos que ha sido esperado tanto tiempo? Mesías, el Príncipe, ¿eres
tú? ¿Te llamas así y deseas que así se piense de ti? Cristo respondió esta
pregunta con otra, no por evadirla, sino para que Pilato considerara lo que
hizo. Él nunca se tomó ningún poder terrenal; nunca hubo principios ni
costumbres traicioneras atribuidas a Él.
Cristo da
cuenta de la naturaleza de su reino. Su naturaleza no es de este mundo; es un
reino dentro de los hombres, instalado en sus conciencias y corazones; sus
riquezas son espirituales, su poder es espiritual, y su gloria es interior. Sus
sustentos no son mundanos; sus armas son espirituales; no necesita ni usa
fuerza para mantenerse y avanzar, ni se opone a ningún reino, sino al del
pecado y Satanás.
Su objetivo
y designio no son mundanos. Cuando Cristo dijo: Yo soy la Verdad, dijo efectivamente
Yo soy Rey. Él vence por la evidencia de la verdad que convence; Él reina por
el poder autoritativo de la verdad. Los súbditos de este reino son los que son
de la verdad.
Pilato hizo
una buena pregunta cuando dijo, ¿qué es la verdad? Cuando escudriñamos las
Escrituras y atendemos al ministerio de la palabra, debe ser con esa
interrogante, ¿qué es la verdad? Y con esta oración: Guíame a tu verdad; a toda
la verdad. Sin embargo, muchos de los que formulan esta pregunta no tienen
paciencia para perseverar en la búsqueda de la verdad ni tienen la humildad
suficiente para recibirla.
De esta
solemne declaración de la inocencia de Cristo surge que, aunque el Señor Jesús
fue tratado como el peor de los malhechores, nunca mereció ese trato. Pero eso
muestra el objetivo de su muerte: que Él murió como Sacrificio por nuestros
pecados. Pilato quería complacer a ambos bandos y era gobernado más por la
sabiduría mundana que por las reglas de la justicia.
El pecado es
un ladrón, pero es neciamente escogido por muchos en vez de Cristo, que
verdaderamente nos enriquece. Propongámonos avergonzar a nuestros acusadores,
como lo hizo Cristo, y cuidémonos de volver a crucificar a Cristo.
CAPÍTULO
19
CRISTO, CONDENADO Y
CRUCIFICADO.
1 Así que, entonces tomó Pilato a
Jesús, y le azotó.
2 Y los soldados entretejieron una
corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto
de púrpura;
3 y le decían: ¡Salve, Rey de los
judíos! y le daban de bofetadas.
4 Entonces Pilato salió otra vez,
y les dijo: Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito
hallo en él.
5 Y salió Jesús, llevando la
corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!
6 Cuando le vieron los principales
sacerdotes y los alguaciles, dieron voces, diciendo: ¡Crucifícale!
¡Crucifícale! Pilato les dijo: Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no
hallo delito en él.
7 Los judíos le respondieron:
Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí
mismo Hijo de Dios.
8 Cuando Pilato oyó decir esto,
tuvo más miedo.
9 Y entró otra vez en el pretorio,
y dijo a Jesús: ¿De dónde eres tú? Mas Jesús no le dio respuesta.
10 Entonces le dijo Pilato: ¿A mí
no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo
autoridad para soltarte?
11 Respondió Jesús: Ninguna
autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba; por tanto, el que
a ti me ha entregado, mayor pecado tiene.
12 Desde entonces procuraba Pilato
soltarle; pero los judíos daban voces, diciendo: Si a éste sueltas, no eres
amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone.
13 Entonces Pilato, oyendo esto,
llevó fuera a Jesús, y se sentó en el tribunal en el lugar llamado el Enlosado,
y en hebreo Gabata.
14 Era la preparación de la pascua,
y como la hora sexta. Entonces dijo a los judíos: ¡He aquí vuestro Rey!
15 Pero ellos gritaron: ¡Fuera,
fuera, crucifícale! Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey he de crucificar?
Respondieron los principales sacerdotes: No tenemos más rey que César.
16 Así que entonces lo entregó a
ellos para que fuese crucificado. Tomaron, pues, a Jesús, y le llevaron.
17 Y él, cargando su cruz, salió al
lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota;
18 y allí le crucificaron, y con él
a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio.
Vv. 1—18. A Pilato no se le ocurrió con
qué santa consideración estos sufrimientos de Cristo iban a ser materia de
reflexión y conversación entre los mejores y más grandes hombres. Nuestro Señor
Jesús salió adelante dispuesto a exponerse a su burla.
Bueno para
todos los que tienen fe es contemplar a Jesucristo en sus sufrimientos.
Contémplalo y ámalo; sigue mirando a Jesús. Su odio estimuló sus esfuerzos en
su contra, y ¿nuestro amor por Él no estimulará nuestros esfuerzos en favor de
Él y su reino? Parece que Pilato pensó que Jesús podía ser una persona superior
al promedio.
Hasta la
conciencia natural hace que los hombres se asusten de ser hallados peleando
contra Dios. Como nuestro Señor sufrió por los pecados de judíos y gentiles,
fue una parte especial del consejo de la sabiduría divina que los judíos
primero propusieran su muerte y los gentiles la ejecutaran efectivamente. Si
Cristo no hubiera sido rechazado por los hombres, nosotros hubiéramos sido
rechazados para siempre por Dios.
Ahora era entregado
el Hijo del hombre en manos de hombres malos e irracionales. Fue llevado en
nuestro lugar, para que escapásemos. Fue clavado a la cruz como Sacrificio
atado al altar. La Escritura se cumplió: No murió en el altar entre los
sacrificios, sino entre delincuentes sacrificados a la justicia pública.
Ahora,
hagamos una pausa y miremos con fe a Jesús. ¿Hemos tenido alguna vez una
tristeza como la suya? ¡Vedlo sangrando, vedlo muriendo, vedlo y amadlo!
¡Amadlo y vivid para Él!
CRISTO EN LA CRUZ.
19 Escribió también Pilato un
título, que puso sobre la cruz, el cual decía: JESÚS NAZARENO, REY DE LOS
JUDÍOS.
20 Y muchos de los judíos leyeron
este título; porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la
ciudad, y el título estaba escrito en hebreo, en griego y en latín.
21 Dijeron a Pilato los principales
sacerdotes de los judíos: No escribas: Rey de los judíos; sino, que él dijo:
Soy Rey de los judíos.
22 Respondió Pilato: Lo que he
escrito, he escrito.
23 Cuando los soldados hubieron
crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para
cada soldado. Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo
tejido de arriba abajo.
24 Entonces dijeron entre sí: No la
partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será. Esto fue para
que se cumpliese la Escritura, que dice: Repartieron entre sí mis vestidos, Y
sobre mi ropa echaron suertes. Y así lo hicieron los soldados.
25 Estaban junto a la cruz de Jesús
su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena.
26 Cuando vio Jesús a su madre, y
al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he
ahí tu hijo.
27 Después dijo al discípulo: He
ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.
28 Después de esto, sabiendo Jesús
que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo
sed.
29 Y estaba allí una vasija llena
de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un
hisopo, se la acercaron a la boca.
30 Cuando Jesús hubo tomado el
vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el
espíritu.
Vv. 19—30. He aquí algunas circunstancias
notables de la muerte de Jesús narradas en forma más completa que antes. Pilato
no satisfizo a los principales sacerdotes permitiendo que se cambiara el
letrero; lo que indudablemente se refería a un poder secreto de Dios en su
corazón, para que esta declaración del carácter y autoridad de nuestro Señor
continuase. Muchas cosas hechas por los soldados romanos fueron cumplimiento de
profecías del Antiguo Testamento.
Todas las
cosas allí escritas se cumplirán. Cristo proveyó tiernamente para su madre
cuando moría. A veces, cuando Dios nos quita un consuelo, levanta otro para
nosotros donde no lo buscamos. El ejemplo de Cristo enseña a los hombres a
honrar a sus padres en la vida y en la muerte; a proveer para sus necesidades,
y a fomentar su bienestar por todos los medios a su alcance.
Nótense
especialmente la palabra de moribundo con que Jesús entregó su espíritu:
Consumado es; esto es, los consejos del Padre en cuanto a sus sufrimientos
estaban ahora cumplidos. Consumado es: se cumplieron todos los tipos y las
profecías del Antiguo Testamento que apuntaban a los sufrimientos del Mesías.
Consumado es: la ley ceremonial es derogada; ahora vino la sustancia y todas
las sombras se disipan.
Consumado
es: se puso fin a la transgresión y se ha introducido la justicia eterna. Sus
sufrimientos estaban ahora terminados, tantos los de su alma como los de su
cuerpo. Consumado es: la obra de la redención y salvación del hombre está ahora
completada. Su vida no le fue quitada por la fuerza; libremente entregada.
SU COSTADO ES ATRAVESADO.
31 Entonces los judíos, por cuanto
era la preparación de la pascua, a fin de que los cuerpos no quedasen en la
cruz en el día de reposo (pues aquel día de reposo era de gran solemnidad),
rogaron a Pilato que se les quebrasen las piernas, y fuesen quitados de allí.
32 Vinieron, pues, los soldados, y
quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado
con él.
33 Más cuando llegaron a Jesús,
como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas.
34 Pero uno de los soldados le
abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua.
35 Y el que lo vio da testimonio, y
su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros
también creáis.
36 Porque estas cosas sucedieron
para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo.
37 Y también otra Escritura dice:
Mirarán al que traspasaron.
Vv. 31—37. Se probó si Jesús estaba muerto.
Murió en menos tiempo que el empleado por las personas crucificadas. Eso
muestra que había puesto su vida. La lanza rompió las fuentes mismas de la
vida: ningún cuerpo humano hubiera podido sobrevivir esa herida, pero el haber
sido atestiguado solemnemente demuestra que hubo algo peculiar en eso.
La sangre y
el agua que brotaron representaban esos dos grandes beneficios de los cuales
participan todos los creyentes a través de Cristo: justificación y
santificación: sangre para la expiación, agua para la purificación. Ambos
brotaron del costado traspasado de nuestro Redentor.
A Cristo
crucificado debemos el mérito de nuestra justificación, y el Espíritu y la
gracia para nuestra santificación. Que esto silencie los temores de los
cristianos débiles y aliente sus esperanzas; del costado atravesado de Jesús
salieron agua y sangre, ambas para justificarlos y santificarlos. La Escritura
se cumplió al no permitir Pilato que le quebraran las piernas, Salmo 34 20.
Había un tipo de esto en el cordero pascual, Éxodo 12: 46.
Miremos
siempre a Aquel que traspasamos con nuestros pecados, ignorantes y
desconsiderados, sí, a veces contra las convicciones y las misericordias; y que
derramó agua y sangre de su costado herido para que nosotros fuésemos
justificados y santificados en su nombre.
EL ENTIERRO DE JESÚS.
38 Después de todo esto, José de
Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los
judíos, rogó a Pilato que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilato
se lo concedió. Entonces vino, y se llevó el cuerpo de Jesús.
39 También Nicodemo, el que antes
había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de
áloes, como cien libras.
40 Tomaron, pues, el cuerpo de
Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre
sepultar entre los judíos.
41 Y en el lugar donde había sido
crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún
no había sido puesto ninguno.
42 Allí, pues, por causa de la
preparación de la pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca,
pusieron a Jesús.
Vv. 38—42. José de Arimatea era discípulo
secreto de Cristo. Los discípulos debieran reconocerse francamente como tales,
pero, algunos que han sido temerosos en pruebas menores, han sido valientes en
las más grandes.
Cuando Dios
tiene obra que hacer, puede hallar a los que son aptos para ella. El
embalsamamiento fue hecho por Nicodemo, amigo secreto de Cristo, aunque no un
seguidor constante. Esa gracia que primero es como caña cascada, puede, más
adelante, recordar un cedro firme. He aquí a estos dos ricos que mostraron el
valor que daban a la persona y doctrina de Cristo y que no fue disminuido por
el oprobio de la cruz.
Debemos
cumplir nuestro deber conforme a lo que sean el día y la oportunidad presente,
dejando a Dios que cumpla sus promesas a su manera y a su debido tiempo. Se
había determinado que la sepultura de Jesús fuera con los impíos, como ocurría
con los que sufrían como delincuentes, pero con los ricos fue en su muerte,
conforme a lo profetizado, Isaías 53: 9; era muy improbable que estas dos
circunstancias se juntaran en la misma persona. Fue sepultado en un sepulcro
nuevo; por tanto, no se podía decir que no era Él, sino otro quien resucitó.
También aquí
se nos enseña que no seamos melindrosos con referencia al lugar de nuestra sepultación.
El fue enterrado en el sepulcro que estaba más a mano. Aquí está el Sol de
Justicia oculto por un tiempo, para volver a salir con mayor gloria y,
entonces, no volver a ponerse.
CAPÍTULO
20
EL SEPULCRO VACÍO.
1 El primer día de la semana, María
Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la
piedra del sepulcro.
2 Entonces corrió, y fue a Simón
Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado
del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.
3 Y salieron Pedro y el otro
discípulo, y fueron al sepulcro.
4 Corrían los dos juntos; pero el
otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro.
5 Y bajándose a mirar, vio los
lienzos puestos allí, pero no entró.
6 Luego llegó Simón Pedro tras él,
y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí,
7 y el sudario, que había estado
sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar
aparte.
8 Entonces entró también el otro
discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó.
9 Porque aún no habían entendido la
Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos.
10 Y volvieron los discípulos a los
suyos.
Vv. 1—10. Si Cristo hubiera dado su vida
en rescate sin volver a tomarla, no se hubiera manifestado que su ofrenda había
sido aceptada como satisfacción. Fue una gran prueba para María que el cuerpo
hubiera desaparecido. Los creyentes débiles suelen hacer materia de lamento
precisamente aquello que es fundamento justo de esperanza, y materia de gozo.
Está bien
que los más honrados que otros con los privilegios de los discípulos sean más
activos en los deberes de los discípulos: más dispuestos a aceptar dolores y
correr riesgos en una buena obra. Debemos hacer lo mejor que podamos sin
envidiar a quienes puedan hacer aun mejor, ni despreciar a los que hacen lo
mejor que pueden aunque se queden atrás.
El discípulo
a quien Jesús amaba de manera especial y que, por tanto, amaba de manera
especial a Jesús, llegó primero. El amor de Cristo nos hará abundar en todo
deber más que en cualquier otra cosa. El que se quedó atrás fue Pedro, que
había negado a Cristo. El sentido de culpa nos obstaculiza en el servicio de
Dios.
Todavía los
discípulos no sabían la Escritura; no consideraban ni aplicaban lo que conocían
de la Escritura: que Cristo debía resucitar de entre los muertos.
CRISTO APARECE A MARÍA.
11 Pero María estaba fuera llorando
junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del
sepulcro;
12 y vio a dos ángeles con
vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los
pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto.
13 Y le dijeron: Mujer, ¿por qué
lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han
puesto.
14 Cuando había dicho esto, se
volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús.
15 Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué
lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor,
si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré.
16 Jesús le dijo: ¡María!
Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro).
17 Jesús le dijo: No me toques,
porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi
Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.
18 Fue entonces María Magdalena
para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él le
había dicho estas cosas.
Vv. 11—18. Probablemente busquemos y
encontremos cuando buscamos con afecto y buscamos con lágrimas. Sin embargo,
muchos creyentes se quejan de las nubes y tinieblas bajo las cuales se hallan,
que son métodos de la gracia para humillar sus almas, mortificar sus pecados y
hacerles querido a Cristo. No basta con ver ángeles y sus sonrisas, sin ver a
Jesús y la sonrisa de Dios en Él.
Nadie, sino
quien las ha saboreado, sabe las penas de un alma abandonada, que tuvo las
consoladoras pruebas del amor de Dios en Cristo, y esperanzas del cielo, pero
que, ahora, las perdió y anda en tinieblas; ¿quién puede soportar ese espíritu
herido? Al manifestarse a quienes le buscan, Cristo sobrepasa a menudo sus
expectativas.
Véase como
el corazón de María anhelaba encontrar a Jesús. El modo de Cristo para darse a
conocer a su pueblo es su palabra que, aplicada a sus almas les habla en
particular. Podría leerse: ¿Es mi Maestro? Véase con cuánto placer quienes aman
a Jesús hablan de su autoridad sobre ellos. Él le impide esperar que su
presencia corporal continúe, Él no estaba más en el mundo; ella debe mirar más
arriba y más allá del estado presente de las cosas.
Nótese la
relación con Dios por la unión con Cristo. Al participar nosotros de la
naturaleza divina, el Padre de Cristo es nuestro Padre; y, al participar Él de
la naturaleza humana, nuestro Dios es su Dios. La ascensión de Cristo al cielo
para interceder por nosotros allí es como un consuelo inexplicable.
Que ellos no
piensen que esta tierra será su hogar y reposo; sus ojos y sus miras y sus
deseos anhelosos deben estar en otro mundo y aun hasta en sus corazones: yo
asciendo, por tanto, debo procurar las cosas que están en lo alto. Y que los
que conocen la palabra de Cristo se propongan que otros obtengan el beneficio
de su conocimiento.
APARECE A LOS DISCÍPULOS.
19 Cuando llegó la noche de aquel
mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar
donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y
puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros.
20 Y cuando les hubo dicho esto,
les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al
Señor.
21 Entonces Jesús les dijo otra
vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío.
22 Y habiendo dicho esto, sopló, y
les dijo: Recibid el Espíritu Santo.
23 A quienes remitiereis los pecados,
les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos.
24 Pero Tomás, uno de los doce,
llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino.
25 Le dijeron, pues, los otros
discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la
señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi
mano en su costado, no creeré.
Vv. 19—25. Este era el primer día de la
semana y, después, este día es mencionado a menudo por los escritores sagrados,
porque fue evidentemente apartado como el día de reposo cristiano en memoria de
la resurrección de Cristo. Los discípulos habían cerrado las puertas por miedo
a los judíos; y cuando no tenían esa expectativa, el mismo Jesús vino y se paró
en el medio de ellos, habiendo abierto las puertas en forma milagrosa aunque
silenciosa.
Consuelo
para los discípulos de Cristo es que ninguna puerta puede dejar fuera la
presencia de Cristo, cuando sus asambleas pueden realizarse sólo en privado.
Cuando Él manifiesta su amor por los creyentes por medio de las consolaciones
de su Espíritu, les asegura que debido a que Él vive, también ellos vivirán.
Ver a Cristo
alegrará el corazón del discípulo en cualquier momento, y mientras más veamos a
Cristo, más nos regocijaremos. Él dijo: Recibid el Espíritu Santo, demostrando
así que su vida espiritual, y su habilidad para hacer la obra, derivará y
dependerá de Él. Toda palabra de Cristo que sea recibida por fe en el corazón,
viene acompañada de ese soplo divino; y sin Él no hay luz ni vida.
Nada se ve,
conoce, discierne ni siente de Dios sino por medio de éste. Cristo mandó,
después de esto, a los apóstoles a que anunciaran el único método por el cual
será perdonado el pecado. Este poder no existía en absoluto en los apóstoles en
cuanto poder para dar juicio, sino sólo como poder para declarar el carácter de
aquellos a quienes Dios aceptará o rechazará en el día del juicio.
Ellos han
sentado claramente las características por medio de las cuales puede
discernirse a un hijo de Dios y ser distinguido de un falso profesante y,
conforme a lo que ellos hayan declarado, cada caso será decidido en el día del
juicio. Cuando nos reunimos en el nombre de Cristo, especialmente en su día
santo, Él se encontrará con nosotros y nos hablará de paz.
Los discípulos
de Cristo deben emprender la edificación de su santísima fe de unos a otros,
repitiendo a los que estuvieron ausentes lo que oyeron, y dando a conocer lo
que han experimentado. Tomás limitó al Santo de Israel, cuando quería ser
convencido por su propio método, y no de otra manera.
Podría haber
sido dejado, con justicia, en su incredulidad, luego de rechazar tan abundantes
pruebas. Los temores y las penas de los discípulos suelen ser prolongadas para
castigar su negligencia.
INCREDULIDAD DE TOMÁS.
26 Ocho días después, estaban otra
vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas
cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
27 Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu
dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas
incrédulo, sino creyente.
28 Entonces Tomás respondió y le
dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!
29 Jesús le dijo: Porque me has
visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.
Vv. 26—29. Desde el principio quedó
establecido que uno de siete días debería ser religiosamente observado. Y que
en el reino del Mesías el primer día de la semana sería ese día solemne, fue
señalado en que en ese día Cristo se reunió con sus discípulos en asamblea
religiosa.
El
cumplimiento religioso de ese día nos ha llegado a través de toda era de la
Iglesia. No hay en nuestra lengua una palabra de incredulidad ni pensamiento en
nuestra mente que no sean conocidos por el Señor Jesús; y le plació acomodarse
aun a Tomás en vez de dejarlo en su incredulidad. Debemos soportar así al
débil, Romanos 15: 1, 2.
Esta
advertencia es dada a todos. Si somos infieles, estamos sin Cristo,
desdichados, sin esperanzas y sin gozo. Tomás se avergonzó de su incredulidad y
clamó: ¡Señor mío, y Dios mío! Los creyentes sanos y sinceros serán aceptados
de gracia por el Señor Jesús aunque sean lentos y débiles. Deber de los que
oyen y leen el evangelio es creer y aceptar la doctrina de Cristo y el
testimonio acerca de Él, 1 Juan 5: 11.
CONCLUSIÓN.
30 Hizo además Jesús muchas otras
señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este
libro.
31 Pero éstas se han escrito para
que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo,
tengáis vida en su nombre.
Vv. 30, 31. Hubo otras señales y pruebas de
la resurrección de nuestro Señor, pero estas se han escrito para que todos
crean que Jesús era el Mesías prometido, el Salvador de pecadores y el Hijo de
Dios; para que, por esta fe, reciban la vida eterna, por su misericordia,
verdad y poder. Creamos que Jesús es el Cristo, y creyendo, tengamos vida en su
nombre.
CAPÍTULO
21
CRISTO SE APARECE A SUS
DISCÍPULOS.
1 Después de esto, Jesús se
manifestó otra vez a sus discípulos junto al mar de Tiberias; y se manifestó de
esta manera:
2 Estaban juntos Simón Pedro,
Tomás llamado el Dídimo, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo,
y otros dos de sus discípulos.
3 Simón Pedro les dijo: Voy a pescar.
Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo. Fueron, y entraron en una
barca; y aquella noche no pescaron nada.
4 Cuando ya iba amaneciendo, se
presentó Jesús en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús.
5 Y les dijo: Hijitos, ¿tenéis
algo de comer? Le respondieron: No.
6 Él les dijo: Echad la red a la
derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar,
por la gran cantidad de peces.
7 Entonces aquel discípulo a quien
Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Simón Pedro, cuando oyó que era el
Señor, se ciñó la ropa (porque se había despojado de ella), y se echó al mar.
8 Y los otros discípulos vinieron
con la barca, arrastrando la red de peces, pues no distaban de tierra sino como
doscientos codos.
9 Al descender a tierra, vieron
brasas puestas, y un pez encima de ellas, y pan.
10 Jesús les dijo: Traed de los
peces que acabáis de pescar.
11 Subió Simón Pedro, y sacó la red
a tierra, llena de grandes peces, ciento cincuenta y tres; y aun siendo tantos,
la red no se rompió.
12 Les dijo Jesús: Venid, comed. Y
ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Tú, quién eres? sabiendo
que era el Señor.
13 Vino, pues, Jesús, y tomó el pan
y les dio, y asimismo del pescado.
14 Ésta era ya la tercera vez que
Jesús se manifestaba a sus discípulos, después de haber resucitado de los
muertos.
Vv. 1—14. Cristo se da a conocer a su
pueblo habitualmente en sus ordenanzas pero, a veces, por su Espíritu los
visita cuando están ocupados en sus actividades. Bueno es que los discípulos de
Cristo estén juntos en la conversación y en las actividades corrientes. Aún no
había llegado la hora para que entraran en acción. Contribuirían para
sustentarse a sí mismos a fin de no ser carga para nadie.
El tiempo de
Cristo para darse a conocer a su pueblo es el momento en que ellos están más
perdidos. Él conoce las necesidades temporales de su pueblo y les ha prometido
no sólo gracia suficiente, sino alimento conveniente. La providencia divina se
extiende a las cosas más minuciosas, y felices son los que reconocen a Dios en
todos sus caminos.
Los
humildes, diligentes y pacientes, serán coronados aunque sus labores sean
terribles; a veces, viven para ver que sus asuntos toman un giro favorable
después de muchas luchas. Nada se pierde con obedecer las órdenes de Cristo; es
tirar la red al lado derecho del bote. Jesús se manifiesta a su pueblo haciendo
por ellos lo que nadie más puede hacer, y lo que ellos no esperaban.
Él cuidará
que a los que dejaron todo por Él, no les falte ningún bien. Y los favores
tardíos deben traer a la memoria los favores previos, para que no se olvide el
pan comido. Aquel a quien Jesús amaba fue el primero en decir: Es el Señor.
Juan se
había aferrado más estrechamente a su Maestro en sus sufrimientos y lo conoció
mucho antes. Pedro era el más celoso, y alcanzó primero a Cristo. ¡Con qué
variedad dispensa Dios las dádivas y cuánta diferencia puede haber entre uno y
otro creyente en su modo de honrar a Cristo, pero todos son aceptados por Él!
Otros se quedan en el bote, arrastran la red y traen la pesca a la playa, y no
debemos culpar de mundanas a esas personas, porque ellos, en sus puestos, están
sirviendo verdaderamente a Cristo, como los demás. El Señor Jesús tenía
provisión lista para ellos.
No tenemos
que curiosear inquiriendo de dónde provino, pero consolémonos con el cuidado de
Cristo por sus discípulos. Aunque había tantos peces y tan grandes, no
perdieron ninguno ni dañaron su red. La red del evangelio ha capturado a
multitudes, pero es tan fuerte como siempre para llevar almas a Dios.
SU CONVERSACIÓN CON PEDRO.
15 Cuando hubieron comido, Jesús
dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió:
Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos.
16 Volvió a decirle la segunda vez:
Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te
amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas.
17 Le dijo la tercera vez: Simón,
hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez:
¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús
le dijo: Apacienta mis ovejas.
18 De cierto, de cierto te digo:
Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas
viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras.
19 Esto dijo, dando a entender con
qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme.
Vv. 15—19. Nuestro Señor se dirigió a Pedro
por su nombre original, como si hubiera dejado el de Pedro cuando lo negó.
Ahora contestó: Tú sabes que te amo, pero sin declarar que ama a Jesús más que
los otros. No debemos sorprendernos con que nuestra sinceridad sea cuestionada
cuando nosotros mismos hemos hecho lo que la vuelve dudosa.
Todo
recuerdo de pecados pasados, aun de pecados perdonados, renueva la tristeza del
penitente verdadero. Consciente de su sinceridad, Pedro apeló solemnemente a
Cristo, que conoce todas las cosas, hasta los secretos de su corazón. Bueno es
que nuestras caídas y errores nos vuelvan más humildes y alertas.
La
sinceridad de nuestro amor a Dios debe ser puesta a prueba. Y nos conviene
rogar con oración perseverante y ferviente al Dios que escudriña los corazones,
que nos examine y nos pruebe a ver si somos capaces de resistir esta prueba.
Nadie que no ame al buen Pastor más que a toda ventaja u objeto terrenal, puede
ser apto para apacentar las ovejas y los corderos de Cristo.
El gran interés
de todo hombre bueno, cualquiera sea la muerte de que muera, es glorificar a
Dios en ella, porque ¿cuál es nuestro objetivo principal sino este: morir por
el Señor cuando lo pida?
LA DECLARACIÓN DE CRISTO
ACERCA DE JUAN.
20 Volviéndose Pedro, vio que les
seguía el discípulo a quien amaba Jesús, el mismo que en la cena se había
recostado al lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te ha de
entregar?
21 Cuando Pedro le vio, dijo a
Jesús: Señor, ¿y qué de éste?
22 Jesús le dijo: Si quiero que él
quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú.
23 Este dicho se extendió entonces
entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que
no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?
24 Éste es el discípulo que da
testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio
es verdadero.
Vv. 20—24. Los sufrimientos, los dolores, y
la muerte parecen formidables aun al cristiano experimentado; pero, en la
esperanza de glorificar a Dios, de dejar un mundo pecador, y estar presente con
su Señor, aquel se vuelve presto a obedecer el llamado del Redentor y seguirle
hacia la gloria a través de la muerte.
La voluntad
de Cristo es que sus discípulos se ocupen de su deber sin andar curioseando
hechos futuros, sea acerca de sí o del prójimo. Somos buenos para ponernos
ansiosos por muchas cosas que nada tienen que ver con nosotros. Los asuntos de
otras personas nada son para que nos entrometamos; debemos trabajar
tranquilamente y ocuparnos de nuestros asuntos.
Se hacen
muchas preguntas curiosas sobre los consejos de Dios, y el estado del mundo
invisible, a las cuales podemos responder, ¿qué a nosotros? Si atendemos el
deber de seguir a Cristo, no hallaremos corazón ni tiempo para meternos en lo que
no nos corresponde. ¡Cuán poco se puede confiar en las tradiciones orales!
Que la
Escritura se interprete y se explique a sí misma; porque en gran medida, es
evidencia y prueba en sí misma, porque es luz. Nótese la facilidad de enmendar
errores, como aquellos, por la propia palabra de Cristo. El lenguaje de la
Escritura es el canal más seguro para la verdad de la Escritura: las palabras
que enseña el Espíritu Santo, 1ª Corintios 2: 13.
Los que no
concuerdan en los mismos términos del arte, y su aplicación, pueden, no
obstante, estar de acuerdo en los mismos términos de la Escritura, y amarse
unos a otros.
CONCLUSIÓN.
25 Y hay también otras muchas cosas
que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en
el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén.
V. 25. Se escribió sólo una pequeña
parte de los actos de Jesús; pero bendigamos a Dios por todo lo que está en las
Escrituras y agradezcamos que haya tanto en tan poco espacio. Suficiente quedó
escrito para dirigir nuestra fe, y regir nuestra práctica; más, hubiera sido
innecesario.
Mucho de lo
escrito es pasado por alto, mucho se olvida, y mucho es hecho cuestión de
controversias dudosas. Sin embargo, podemos esperar el gozo que recibiremos en
el cielo del conocimiento más completo de todo lo que Jesús hizo y dijo, y de
la conducta de su providencia y gracia en sus tratos con cada uno de nosotros.
Sea esta nuestra felicidad.
Pero éstas
se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para
que creyendo, tengáis vida en su nombre, capítulo 20: 31.