EL OFICIO SACERDOTAL

LA IDEA BÍBLICA DE UN SACERDOTE

LOS TÉRMINOS USADOS EN LA ESCRITURA

La palabra del Antiguo Testamento para sacerdote es casi sin excepción kohen. Las únicas excepciones se encuentran en pasajes que se refieren a sacerdotes idólatras, II Reyes 23: 5; Oseas 10: 5; Sof. 1: 4, en donde se encuentra la palabra chemarim. El significado original de kohen es incierto. No es imposible que en los primeros tiempos denotara un funcionario civil lo mismo que un eclesiástico, compárese I Reyes 4: 5; II Sam 8: 18; 20: 26.
Es claro que la palabra siempre denotó a alguien que ocupaba una posición honorable y de responsabilidad, investido con autoridad sobre otros; y que casi sin excepción sirve para designar un oficio eclesiástico. La palabra del Nuevo Testamento para sacerdote es hiereus, que al principio parece haber designado a "un poderoso" y posteriormente "una persona sagrada", "una persona dedicada a Dios".
LA DISTINCIÓN ENTRE PROFETA Y SACERDOTE
La Biblia hace amplia, pero importante distinción entre profeta y sacerdote. Los dos reciben su designación de parte de Dios, Deut. 18: 18 y sig; Heb. 5: 4. Pero el profeta fue designado para ser representante de Dios ante el pueblo, para ser su mensajero, y para interpretar su voluntad. Fundamentalmente era un maestro de religión. El sacerdote, por otra parte, era el representante del hombre ante Dios. Tenía el privilegio especial de acercarse ante Dios y de hablar y de actuar en beneficio del pueblo.
Es verdad que los sacerdotes también fueron maestros durante la antigua dispensación, pero su enseñanza difirió de la de los profetas. Aunque estos últimos insistían en los deberes morales y religiosos, en las responsabilidades, y en los privilegios, aquellos insistían en las observancias rituales incluidas en el acercamiento adecuado ante Dios.
LAS FUNCIONES DEL SACERDOTE TAL COMO ESTÁN INDICADAS EN LA ESCRITURA
El pasaje clásico en el que se dan las verdaderas características de un sacerdote y en donde se designa parte de su trabajo es Heb. 5: 1. Aquí están indicados los elementos siguientes:
1. El sacerdote está elegido de entre los hombres para ser su representante
2. Es designado por Dios, compárese el versículo 4
3. Se ocupa en beneficio de los hombres en cosas que pertenecen a Dios, es decir, cosas religiosas
4. Su trabajo especial es ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Pero el trabajo del sacerdote incluía mucho más que eso. También hacía intercesión por el pueblo (Heb. 7: 25), y los bendecía en el nombre del Señor, Lev. 9: 22.
PRUEBA ESCRITURAL DEL OFICIO SACERDOTAL DE CRISTO
El Antiguo Testamento predice y prefigura el sacerdocio del Redentor futuro. Hay referencias claras a eso en Sal 110:4 y Zac. 6: 13. Además, el sacerdocio del Antiguo Testamento, y en particular el Sumo Sacerdote, prefiguraron claramente un Mesías sacerdotal. En el Nuevo Testamento hay nada más un libro en que se le llama sacerdote, es decir, la Epístola a los Hebreos, pero allí el nombre se le aplica repetidas veces, 3 : 1; 4 : 14; 5 : 5 ; 6: 20; 7 : 26 ; 8: 1. Al mismo tiempo, muchos otros libros del Nuevo Testamento se refieren a la obra sacerdotal de Cristo, según lo veremos al discutir este asunto.
LA OBRA SACRIFICADORA DE CRISTO
La obra sacerdotal de Cristo fue doble según la Escritura. Su tarea sobre-saliente consistió en ofrecer un sacrificio todo suficiente por el pecado del mundo. Correspondía al oficio sacerdotal que ofreciera dones y sacrificios por el pecado.
LA IDEA SACRIFICADORA EN LA BIBLIA
La idea sacrificadora ocupa un lugar muy importante en la Biblia. Diversas teorías se han sugerido para explicar el origen y desarrollo de esta idea, de las cuales las siguientes son las más importantes:
1. La teoría-regalo, que sostiene que los sacrificios fueron presentados originalmente a la deidad, entregados con la intención de establecer buenas relaciones y de asegurar los favores. Esto se basa sobre un concepto de Dios, muy indigno de Él, y que está totalmente fuera de armonía con la representación que de Él hace la Escritura.
Además, esta teoría no explica por qué el regalo había de ser traído siempre en la forma de un animal pasado a cuchillo. La Biblia no habla de ofrecer regalos a Dios (Heb. 5: 1), sino únicamente como expresiones de gratitud, y no con el propósito de cortejar el favor de Dios.
   2. La teoría de sacramento-comunión, basada en la idea totemista de reverenciar un animal que  a cuchillo para proporcionar alimento al hombre, que de esta manera comía literalmente a su Dios y asimilaba las cualidades divinas.
No obstante, nada hay en absoluto en el libro del Génesis que sugiera un concepto tan abiertamente materialista y torpe. Como un todo está totalmente en desacuerdo con la explicación bíblica. Esto, en consecuencia, no quiere decir que algunos paganos no hayan tenido este concepto posteriormente, pero sí, que es por completo infundado considerarlo como el concepto original.
3. La teoría homenaje, según la cual los sacrificios fueron originalmente expresiones de homenaje y dependencia. El hombre fue impulsado a buscar comunión estrecha con Dios, no a causa de un sentido de culpa sino por un sentimiento de dependencia y un deseo de rendir homenaje a Dios. Esta teoría no hace justicia a los hechos en el caso de sacrificios tan primitivos como los de Noé y Job; ni tampoco explica por qué este homenaje había de rendirse en la forma de un animal pasado a cuchillo.
4. La teoría-símbolo, que reconoce las ofrendas como símbolos de comunión restaurada con Dios. La muerte del animal tenía lugar únicamente para asegurar la sangre que como símbolo de vida se depositaba sobre el altar, significando comunión de vida con Dios (Keil). Esta teoría no cuadra ciertamente con los hechos en el caso de los sacrificios de Noé y Job, ni tampoco con los de Abraham, en general, ni en el caso particular en que colocó a Isaac sobre el altar. Tampoco explica por qué en días posteriores se dio tanta importancia a la muerte del animal.
5. La teoría propiciatoria, que considera a los sacrificios como que fueron, originalmente, propiciatorios o expiatorios. Se fundó sobre esta teoría la idea fundamental de que matar al animal era una expiación vicaria por los pecados del ofrendante. A la luz de la Escritura esta teoría en verdad merece la preferencia.
La idea de que cualesquiera otros elementos que hubieran estado presentes, tales como una expresión de gratitud a Dios o de comunión con El, el elemento expiatorio estaba también presente y hasta era el más sobresaliente, está favorecida por las siguientes consideraciones:
A. El efecto que se consigna de los holocaustos de Noé es expiatorio, Gen 8: 21
B. La ocasión para el sacrificio ofrecido por Job descansaba en los pecados de sus hijos, Job 1 : 5
C. Esta teoría explica el hecho de que los sacrificios fueron traídos regularmente en la forma de animales pasados a cuchillo, y de que fueran sangrientos, incluyendo, el sufrimiento y la muerte de la víctima.
D. Está por completo en armonía con el hecho de que los sacrificios que prevalecieron, generalmente, entre las naciones gentílicas, se consideraban, verdaderamente, como expiatorios.
E. Además, está en perfecto acuerdo con la indudable presencia de diversas promesas del Redentor futuro en el período pre-mosaico. Esto debe recordarse por aquellos que consideran la idea expiatoria de los sacrificios como demasiado avanzada para aquel tiempo.
F. Por último, también acomoda perfectamente con el hecho de que, cuando se introdujeron los sacrificios rituales mosaicos en los que el elemento propiciatorio era ciertamente el más sobresaliente, en ninguna manera se pre-sentó eso como algo por completo nuevo.
Entre aquellos que creen que el elemento propiciatorio estuvo presente aun en los sacrificios pre-mosaicos hay una diferencia de opinión en cuanto al origen de este tipo de sacrificios. Algunos son de opinión que Dios instituyó estos sacrificios mediante un mandato divino directo, en tanto que otros sostienen que la obediencia a ellos se debió a un impulso natural del hombre acompañado de reflexión.
La Biblia no consigna ninguna declaración especial que demuestre que en aquellos primitivos tiempos Dios ordenara al hombre servirle con sacrificios. Y no es imposible que el hombre expresara su gratitud y devoción en los sacrificios, aun antes de la caída, conducido por los impulsos íntimos de su propia naturaleza. Pero parecería que los sacrificios expiatorios, tiempo después de la caída, pudieron originarse tan sólo en un mandato divino. Hay mucha fuerza en los argumentos del Dr. A. A. Hodge. Dice:
1. Es inconcebible que se le ocurriera a la mente humana como una sugestión espontánea lo adecuado de presentar dones materiales al Dios invisible, o bien, la probable utilidad de ello, y especialmente, de intentar propiciar a Dios por medio de la muerte de sus criaturas irracionales.
2. Sobre la hipótesis de que Dios intentaba salvar a los hombres es inconcebible que los hubiera dejado sin instrucción respecto a un asunto tan vital como que concernía a los medios por los cuales podrían aproximarse a su presencia y conciliar su favor.
3. Es característico de todas las revelaciones que de sí hace Dios, bajo todas las dispensaciones, que se manifiesta como celoso del uso que el hombre haga de métodos desautorizados para adorarlo o servirlo. Uniformemente insiste sobre este punto preciso de su derecho soberano para dictar métodos de adoración y servicio tanto como también términos de aceptación.
4. Como asunto de hecho, en forma exacta, el primer caso que se consigna de adoración aceptable en la familia de Adán nos trae ante los sacrificios sangrientos y los sella con la aprobación divina. Aparecen en el primer acto de adoración, Gen 4: 3, 4. Están enfáticamente aprobados por Dios desde el momento en que aparecen". Los sacrificios mosaicos fueron con claridad instituidos por disposición divina.
LA OBRA SACRIFICADORA DE CRISTO SIMBOLIZADA Y TIPIFICADA
La obra sacrificadora de Cristo fue simbolizada y tipificada en los sacrificios mosaicos. En relación con estos sacrificios merecen atención los puntos siguientes:
1. Su naturaleza expiatoria y vicaria. Se han dado varias interpretaciones a los sacrificios del Antiguo Testamento:
A. Que eran regalo para complacer a Dios, para expresar gratitud o para aplacar su ira
B. Que fueron esencialmente comidas sacrificatorias que simbolizaban la comunión del hombre con Dios
C. Que fueron medios designados divinamente para confesar la extremada maldad del pecado
D. Que, hasta donde incorporaban la idea de substitución, fueron nada más expresiones simbólicas del hecho de que Dios acepta al pecador en el sacrificio que, en lugar de una obediencia efectiva, expresa su deseo de obedecer y su anhelo de la salvación.
No obstante, la Biblia testifica el hecho de que todos los sacrificios de animales, entre Israel, fueron expiatorios, aunque este carácter no fue prominente por igual en todos ellos. Era más prominente en las ofrendas por el pecado y la transgresión, menos prominente en el holocausto, y todavía menos manifiesto en la ofrenda de paz.
E. La presencia del elemento vicario en estos sacrificios se descubre por las declaraciones precisas en Lev. 1 : 4; 4 : 26, 31, 35 ; 5 : 10 ; 16 : 7: 17: 11
F. Por la imposición de las manos que, a pesar de la contraria afirmación de Cabe, servían, ciertamente, para simbolizar la transferencia del pecado y la culpa, Lev. 1 :4; 16: 21, 22
G. Por el rociamiento de la sangre sobre el altar y el propiciatorio como acto para cubrir el pecado, Lev. 16: 27; y
H. Por el efecto de los sacrificios, repetidamente consignado, es decir, el perdón de los pecados del ofrendante, Lev. 4: 26, 31, 35. Las pruebas del Nuevo Testamento podrían con facilidad añadirse, pero basta con éstas.
2. Su naturaleza típico-profética. Los sacrificios mosaicos no sólo tuvieron significado ceremonial y simbólico sino también espiritual y típico. Fueron de carácter profético y representaron el evangelio en la ley. Fueron designados para prefigurar los sufrimientos vicarios de Jesucristo y su muerte expiatoria. La relación entre ellos y Cristo ya está indicada en el Nuevo Testamento.
En Sal 40: 6-8 se introduce el Mesías como diciendo: "Sacrificio y ofrendas no te agradan; has abierto mis oídos; holocausto y expiación no has demandado. Entonces dije: He aquí vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón". En estas palabras el mismo Mesías sustituye con su gran sacrificio los del Antiguo Testamento.
Las sombras se desvanecen cuando llega la realidad que delineaban, Heb. 10: 5-9. En el Nuevo Testamento hay indicaciones numerosas del hecho de que los sacrificios mosaicos fueron típicos del más excelente sacrificio de Jesucristo. Hay claras indicaciones, y hasta declaraciones explícitas que dan a entender que los sacrificios del Antiguo Testamento prefiguraron a Cristo y su obra, Col. 2: 17, en donde el Apóstol claramente tiene todo el sistema mosaico en la mente; Heb. 9: 23, 24; 10: 1; 13: 11, 12.
Varios pasajes enserian que Cristo cumplió por los pecadores en un sentido más alto que el que se dice que los sacrificios del Antiguo Testamento alcanzaban en favor de los o frendantes, y que El los cumplió de un modo similar, II Cor. 5 : 21; Gal 3 : 13 ; I Juan 1 : 7. Se le llama "el Cordero de Dios", Juan 1: 29, y el Cordero Pascual, contemplándolo claramente según Isaías 53; y "un cordero sin mancha y sin contaminación", I Ped. 1: 19, y aun "nuestra pascua" que fue sacrificado por nosotros, I Cor. 5: 7.
Y debido a que los sacrificios mosaicos fueron típicos, naturalmente, arrojan alguna luz sobre la naturaleza del gran sacrificio expiatorio de Jesucristo. Un grande número de eruditos bajo la influencia de la escuela Graf- Welhausen niegan el carácter penal y substitucional de los sacrificios del Antiguo Testamento aunque algunos de ellos están dispuestos a admitir que este carácter se les atribuyó algunas veces durante el período del Antiguo Testamento, aunque en una fecha comparativamente posterior y sin garantía suficiente.
3. Su propósito. Atendiendo a lo precedente puede decirse que los sacrificios del Antiguo Testamento tuvieron un doble propósito. Hasta donde la relación teocrática tenía que ver, el pacto fueron señalados para designar medios por los que el ofrendante pudiera ser restaurado a la posición pública, y a los privilegios, disfrutados como miembro de la teocracia, los cuales había perdido por su negligencia y transgresión.
Como tales los sacrificios cumplieron su propósito sin consideración al temperamento y espíritu con que el ofrendante los traía. No obstante, no eran en sí mismos eficaces para expiar las transgresiones morales. No eran el verdadero sacrificio que podía expiar la culpa moral y quitar su corrupción, sino únicamente eran sombras de la realidad futura.
Hablando del tabernáculo, el escritor de los Hebreos dice: "Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto", Heb. 9: 9. En el capítulo siguiente señala que estos sacrificios no podían hacer perfectos a los ofrendantes, 10: 1, ni quitar los pecados, 10: 4.
Desde el punto de vista espiritual eran típicos de los sufrimientos y muerte vicarios de Cristo, y obtenían el perdón y la aceptación de Dios, únicamente cuando eran ofrecidos con verdadero arrepentimiento, y con fe en el método divino de la salvación. Tenían significado de salvación nada más hasta donde lograban afirmar la atención del israelita sobre el futuro Redentor y la redención prometida.
LA PRUEBA BÍBLICA DE LA OBRA SACRIFICADORA DE CRISTO
La cosa más impresionante en las explicaciones bíblicas acerca de la obra sacerdotal de Cristo es que Cristo aparece en ellas, a la vez, como sacerdote y sacrificio. Esto está en armonía perfecta con la realidad según la vemos en Cristo. En el Antiguo Testamento los dos, necesariamente, estaban separados, y hasta este punto estos tipos fueron imperfectos.
La obra sacerdotal de Cristo está explicada con más claridad en la Epístola a los Hebreos, en donde el Mediador se describe como nuestro único, verdadero, eterno y perfecto Sumo Sacerdote, designado por Dios, que toma nuestro lugar diariamente, y por el sacrificio de sí mismo obtiene una verdadera y perfecta redención, Heb. 5: 1-10; 7: 1-28; 9: 11-15, 24-28; 10: 11-14, 19-22; 12 : 24, y particularmente los siguientes versos 5: 5; 7: 26; 9: 14. Esta epístola es la única en la que Cristo recibe el nombre de sacerdote, pero su obra sacerdotal también está claramente explicada en las Epístolas de Pablo, Rom. 3: 24, 25; 5: 6-8; I Cor. 5: 7; 15: 3; Ef. 5: 2.
La misma explicación se encuentra en los escritos de Juan, Juan 1: 29; 3: 14, 15; I Juan 2: 2; 4: 10. El símbolo de la serpiente de bronce es significativo. Como la serpiente de bronce no era en sí ponzoñosa, pero no obstante, representaba el cuerpo del pecado, así Cristo, el único inmaculado, fue hecho pecado por nosotros.
Como la serpiente fue levantada para significar el desplazamiento de la plaga, así el levantamiento de Cristo en la cruz efectuó el desplazamiento del pecado. Y así como una mirada creyente, puesta en la serpiente, traía la salud, así la fe en Cristo restaura para la salvación del alma. La explicación de Pedro en I Ped. 2: 24; 3: 18, y la de Cristo mismo, Marc. 10: 45, corresponden con lo precedente. El Señor claramente nos dice que sus penas fueron vicarias.
LA OBRA SACERDOTAL DE CRISTO EN LA TEOLOGÍA MODERNA
Como ya dijimos en el capítulo precedente, la doctrina de los oficios de Cristo no encuentra mucho favor en la teología actual. De hecho, generalmente, brilla por su ausencia. Con dificultad puede negarse que la Biblia hable de Cristo como profeta, sacerdote y rey; pero por lo común se sostiene que estos términos, según están aplicados a Cristo, tan sólo son otras tantas descripciones figurativas de los aspectos diferentes de la obra de Cristo.
Cristo no se considera como un verdadero profeta, un verdadero sacerdote, y un verdadero rey. Y si cualquiera de los aspectos de la obra de Cristo se presenta como preeminente, se hace esto con el aspecto profético más bien que con el sacerdotal. El espíritu moderno es completamente adverso al Cristo oficial, y aunque está enamorado sobremanera del espíritu de negación propia y de sacrificio propio de Jesús, rehúsa en absoluto reconocer su sacerdocio oficial.
En vista de esto debe acentuarse desde el principio que según la Escritura, Jesús es un verdadero sacerdote. Contrariamente a los sacerdotes del Antiguo Testamento que eran nada más sombras y tipos, Cristo puede llamarse el único verdadero sacerdote. Fue levantado entre los hombres como la verdad, es decir, la realidad de todas las sombras del Antiguo Testamento, y por tanto también del sacerdocio del Antiguo Testamento.
El capítulo séptimo de la Epístola a los Hebreos insiste en el hecho de que su sacerdocio es inmensamente superior al de Aarón. En consecuencia, es un triste error pretender que El sea sacerdote nada más en sentido figurado, en el sentido en que los devotos de la literatura y del arte también algunas veces se llaman sacerdotes. Este es un uso completamente desautorizado de la palabra "sacerdote", y es del todo extraño a la Escritura. Cuando Jehová juró, "tú eres sacerdote eternalmente según el orden de Melquisedec", constituyó al Mesías en un verdadero sacerdote.

CAPITULO 36:

LA CAUSA Y NECESIDAD DE LA RECONCILIACIÓN O EXPIACIÓN

La parte principal y céntrica de la obra sacerdotal de Cristo se encuentra en la reconciliación, pero ésta, de consiguiente, no está completa sin la intercesión. Su obra sacrificadora sobre la tierra reclama su servicio en el santuario celestial. Las dos son partes complementarias de la tarea sacerdotal del Salvador. Este y los siguientes tres capítulos se dedicarán a discusión de la doctrina de la expiación, la que con frecuencia se llama "el corazón del evangelio".

LA CAUSA QUE IMPULSO A LA RECONCILIACIÓN

CONSISTE: EN EL BENEPLÁCITO DE DIOS
Algunas veces se explica esto como si la causa impulsora de la reconciliación descansara en el compasivo amor de Cristo para los pecadores. El era tan bueno y amante que la mera idea de que los pecadores estuvieran perdidos sin esperanza le resultaba horrenda. De consiguiente, se ofreció a sí mismo como una víctima en lugar de ellos, pagó el castigo poniendo su vida por los transgresores, y de esta manera pacificó a un Dios airado.
Algunas veces este concepto impulsa a los hombres a glorificar a Cristo a causa del supremo sacrificio de sí mismo, pero al mismo tiempo, ofende a Dios porque demanda y acepta un precio tan grande. En otras veces este concepto hace que desprecien a Dios y que canten las alabanzas de Cristo en términos inadecuados.
Una explicación semejante, ciertamente, es del todo errónea, y con frecuencia da ocasión a los oponentes de la doctrina penal substitucionaria de la reconciliación, para decir que esta doctrina presupone un cisma en la vida trinitaria de Dios. Según este concepto Cristo en apariencia recibe lo que le es debido; pero a Dios se le despoja de su honor. Según la Biblia, la causa impulsora de la expiación se encuentra en la voluntad de Dios para salvar a los pecadores mediante una expiación substitucionaria.
Cristo mismo es el fruto de esta buena voluntad de Dios. Fue predicho que vendría al mundo para ejecutar la buena voluntad de Dios, "y la voluntad del Señor será prosperada en su mano", Isa. 53: 10. En su nacimiento cantaron los ángeles "¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para los hombres!" Luc. 2: 14. El mensaje glorioso de Juan 3: 16 es que "Dios amó de tal manera al mundo que dio a su Hijo unigénito para que todo aquel que en El cree no se pierda sino que tenga vida eterna".
Pablo dice que Cristo "se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos de este presente siglo malo, según la voluntad de nuestro Dios Padre", Gal 1: 4. Y otra vez, "porque fue el beneplácito del Padre que en El habitara toda la plenitud, y por medio de El reconciliar todas las cosas consigo", Col. 1: 19, 20. No sería difícil añadir otros pasajes parecidos.
NO EN LA VOLUNTAD ARBITRARIA DE DIOS
Se puede preguntar: ¿Fue la buena voluntad de Dios hacer que se le considerara como una voluntad arbitraria o como una que está enraizada en la naturaleza íntima de Dios y que guarda armonía con sus perfecciones divinas? Esto ha sido explicado por Duns Escoto como si fuera únicamente una expresión arbitraria de la soberanía absoluta de Dios. Pero está más en armonía con la Escritura decir que el beneplácito de Dios para salvar a los pecadores mediante una expiación substitucionaria se fundó en el amor y en la justicia de Dios.
Fue el amor de Dios el que proveyó un camino de escape para los pecadores perdidos, Juan 3: 16. Y fue la justicia de Dios la que requirió que este camino fuese de tal naturaleza que satisficiera las demandas de la ley para que Dios "sea justo, y el justificador de aquel que cree en Jesús", Rom. 3 : 26, En Rom. 3 : 24, 25, hallamos combinados ambos elementos:
"Siendo justificados gratuitamente por su gracia mediante la redención que es Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia a causa de haber pasado por alto, -en su paciencia, los pecados pasados". Esta explicación nos defiende de caer en la idea de una voluntad arbitraria.
EN LA COMBINACIÓN DEL AMOR Y DE LA JUSTICIA
Es necesario evitar toda unilateralidad en este respecto. Si explicamos la expiación como fundada únicamente en la rectitud y justicia de Dios, dejaremos de hacer justicia al amor de Dios como la causa impulsora de la reconciliación y daremos pretexto a los enemigos de la satisfacción de la expiación que gustan de representarla con la idea de que Dios es un vindicativo que se preocupa nada más de su propio honor.
Si, por otra parte, consideramos la expiación tan sólo como la expresión del amor de Dios dejaremos de hacer justicia a la rectitud y veracidad de Dios, y reduciremos los sufrimientos y la muerte de Cristo a un enigma inexplicable. El hecho de que Dios entregara a su Hijo Unigénito a los más amargos sufrimientos y a la muerte vergonzosa no puede explicarse sobre el principio de su amor únicamente.

PROPOSITOS HISTÓRICOS RESPECTO A LA NECESIDAD DE LA EXPIACIÓN

Con respecto a este asunto ha habido mucha diferencia de opinión. Debemos distinguir las siguientes posiciones:
QUE LA EXPIACIÓN NO ERA NECESARIA
La consideraban por lo general, como algo puramente arbitrario los nominalistas de la Edad Media. Según Duns Escoto no era necesaria de modo inherente, sino que fue determinada por la voluntad arbitraria de Dios. Esto negaba el valor infinito de los sufrimientos de Cristo, y los consideraba como un mero equivalente de la satisfacción que se debía, la cual se había complacido Dios en aceptar como tal.
En esta evaluación, Dios habría aceptado cualquier otro substituto y hasta podría haber ejecutado la obra de redención sin demandar satisfacción de ninguna clase. Socinio también negó la necesidad de la expiación. El arrancó la columna fundamental de semejante necesidad negando la justicia que en Dios exige que el pecado sea castigado absoluta e inexorablemente. Para él la justicia de Dios significó únicamente su equidad y rectitud moral, en virtud de las cuales no hay depravación o iniquidad en ninguna de sus obras.
Hugo de Grocio lo siguió en esta negación sobre la base que considera a la ley de Dios como un edicto positivo de su voluntad, que Dios puede aflojar o poner a un lado totalmente. Los arminianos participan de los conceptos de Grocio sobre este punto. Uno y todos niegan que hubiera sido necesario que Dios procediera de manera judicial en la manifestación de su gracia, y sostuvieron que podría haber perdonado el pecado sin demandar ninguna satisfacción.
Schleiermacher y Ritschl, que han tenido una influencia dominante en la teología moderna, se apartaron por completo del concepto judicial de la expiación. Como abogado de las teorías místicas y de influencia moral de la expiación, negaron el hecho de una reconciliación objetiva, y por tanto, por implicación, también su necesidad.
 Con ellos y con toda la teología moderna ancha, en general, la explicación se convierte únicamente en un acuerdo mutuo (at one ment), o reconciliación efectuada mediante el cambio de las condiciones morales del pecador. Algunos hablan de una necesidad moral, pero rehúsan reconocer cualquier necesidad legal.
QUE FUE RELATIVA O HIPOTÉTICAMENTE NECESARIA
Algunos de los más prominentes Padres de la Iglesia, como Atanasio, Agustín y Aquino, negaron la necesidad absoluta de la reconciliación y le adscribieron una mera necesidad hipotética. Tomás de Aquino difirió de esta manera de Anselmo, por una parte; pero también, por otra parte, de Duns Escoto. Esta fue también la posición tomada por los Reformadores.
El rector Frank dice que Lutero, Zwinglio y Calvino evadieron unánimemente la doctrina de Anselmo respecto a la necesidad absoluta de la expiación, y le adscribieron nada más una necesidad relativa o hipotética, basada en el soberano albedrío de Dios, o en otras palabras, sobre el decreto divino. Participan de esta opinión Seeberg, Mosley, Stevens, Mackintosh, Bavinck, Honig y otros.
Compárese también Turretin, en su obra The Atonement of Christ, p. 14. Calvino dice: "Profundamente nos atañe que el que había de ser nuestro Mediador tuviera que ser verdadero Dios y verdadero hombre. Si inquiriéramos acerca de la necesidad de esto descubriríamos que no es lo que comúnmente se llama necesidad simple o absoluta, sino que se deriva del decreto divino del que depende la salvación del hombre. Lo que era mejor para nosotros, nuestro Padre misericordioso lo determinó".
La expiación fue necesaria, por tanto, debido a que Dios soberanamente determinó que el pecado no podría ser perdonado sobre ninguna otra condición. Esta posición sirvió como natural para exaltar el soberano albedrío de Dios al hacer provisión para la redención del hombre. Algunos teólogos posteriores, tales como Beza, Zanchius y Twisse, participaron de esta opinión, pero según Voetius el primero de estos cambió de opinión al final de sus días.
QUE FUE ABSOLUTAMENTE NECESARIA
En la Iglesia primitiva ya Ireneo había enseñado la necesidad absoluta de la expiación, y esto fue acentuado por Anselmo en la Edad Media en su obra ¿Cur Deus Horno? La teología Reformada, en general, mostró una correcta y decidida preferencia por este concepto. Sin prestar atención a lo que haya pasado en los últimos días de Beza, tenemos por cierto que eruditos como Voetius, Mastricht, Turretin, á Marck y Owen, todos sostienen la necesidad absoluta de la expiación y la fundan particularmente en la justicia de Dios, aquella perfecta moral por la cual El necesariamente mantiene su santidad en contra del pecado y del pecador e inflige el debido castigo a los transgresores.
Consideraron que la expiación es el único camino en el que Dios puede perdonar el pecado y al mismo tiempo satisface su justicia. Esto es también la posición de nuestros símbolos confesionales. Este concepto es indudablemente el- más satisfactorio y parece encontrarse en mayor armonía con las enseñanzas de la Biblia.
Negarlo envuelve realmente la negación de la justicia punitiva de Dios como tina de las perfecciones inherentes del Ser divino, aunque los Reformadores como es natural, nada de esto quisieron negar en forma absoluta.
PRUEBAS DE LA NECESIDAD DE LA EXPIACIÓN
Las pruebas de la necesidad de la expiación son en su mayor parte de carácter inferencial, sin embargo, tienen bastante importancia.
1. Parece que la Escritura enseña con claridad que Dios, en virtud de su santidad y justicia divinas, no puede simplemente pasar por alto el desafío a su infinita majestad, sino que necesita visitar el pecado con castigo. Se nos dice repetidamente que por ningún motivo justificará al culpable, Ex 34: 7; Núm. 14: 18; Nah. 1: 3. Odia al pecado con odio divino; todo su Ser reacciona en contra de él, Sal 5: 4-6; Nah. 1: 2; Rom. 1: 18. Pablo arguye en Rom. 3: 25, 26 que era necesario que Cristo fuera ofrecido como sacrificio expiatorio por el pecado, para que Dios pudiera ser justo aunque justificara al pecador. La cosa más importante era que la justicia de Dios debía sostenerse. Esto señala claramente el hecho de que la necesidad de la expiación se origina en la naturaleza divina.
2. Esto nos lleva directamente al segundo argumento. La majestuosa y absoluta inmutabilidad de la ley divina como inherente a la íntima naturaleza de Dios hizo necesario que El demandara satisfacción del pecador. La transgresión de la ley en forma inevitable lleva consigo el castigo. Es inviolable precisamente porque está fundada en la naturaleza verdadera de Dios y no es, según Socinio lo diría, un producto del libre albedrío de Dios, Mat. 5: 18. El principio general de la ley está expresado así: "Maldito todo aquel que no permanece en las palabras de esta ley para hacerlas", Deut. 27: 26. Y si Dios quiso salvar al pecador a pesar del hecho de que éste no pudiera cumplir las demandas de la ley, tenía que hacer provisión para una satisfacción vicaria como base de la justificación del pecador.
3. La necesidad de la expiación se origina también en la veracidad de Dios, que es Dios de verdad y no puede mentir. "Dios no es hombre para que mienta; ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no lo hará? Hablo, ¿y no lo ejecutará? Núm. 23: 19. "Sea Dios veraz", dice Pablo, "y todo hombre mentiroso", Rom. 3: 4. Cuando Dios entró en el pacto de obras con el hombre, decretó que la muerte sería el castigo de la desobediencia. Ese principio encuentra expresión en muchos otros pasajes de la Escritura, como Ezeq. 18: 4; Rom. 6: 23. La veracidad de Dios demanda que el castigo se ejecute, y si los pecadores han de salvarse el castigo tendrá que ejecutarse en la vida de un substituto.
4. La misma conclusión debe deducirse de la naturaleza del pecado como culpa. Si el pecado fuera únicamente una debilidad moral, un residuo de un estado pre-humano, que por grados hubiera de llegar a sujetarse a la naturaleza más elevada del hombre, no se requeriría la reconciliación. Pero de acuerdo con la Escritura el pecado es algo extremadamente más malo que eso. Negativamente, es desorden, y positivamente, es transgresión de la ley de Dios, y por tanto, culpa, I Juan 3: 4; Rom. 2: 25, 27, y la culpa lo hace a uno deudor ante la ley la cual exige una expiación personal, o bien, vicaria.
5. La asombrosa grandeza del sacrificio que Dios mismo proveyó implica también la necesidad de la expiación. Dios dio su Hijo Unigénito para que se sometiera a los más amargos sufrimientos y a muerte vergonzosa. Ahora bien, no es concebible que Dios hubiera hecho esto, si lo hubiera considerado innecesario.
El Dr. A. A. Hodge dice correctamente : "Este sacrificio resultaría penosamente fuera de lugar si fuera algo que no llegara a ser del todo necesario en relación con el fin indicado para alcanzarse es decir, a menos que en verdad sea el único medio posible de salvación para el hombre pecador. Seguramente Dios no habría hecho de su Hijo un sacrificio inservible por la única razón de hacerlo".
Es también digno de notarse que Pablo arguye en Gal 3: 21 que Cristo no habría tenido que ser sacrificado si la ley pudiera dar la vida. La Biblia habla explícitamente de los sufrimientos de Cristo como necesarios en Luc. 24: 26; Heb. 2: 10; 8: 3; 9: 22, 23.

OBJECIONES A LA DOCTRINA DE LA NECESIDAD ABSOLUTA DE LA RECONCILIACIÓN

Hay especialmente dos objeciones que frecuentemente se levantan contra la idea de que Dios hubiera tenido que demandar satisfacción para poder perdonar el pecado, y que por no haber otro medio constituyó a su Hijo Unigénito en sacrificio por el pecado del mundo.
QUE DIOS RESULTA INFERIOR AL HOMBRE
El hombre puede, y con frecuencia perdona gratuitamente a los que les hacen mal, pero, según el concepto que estamos considerando, Dios no puede "perdonar a menos que reciba satisfacción". Esto quiere decir que El es menos bueno y menos caritativo que los pecadores. Pero los que levantan esta objeción dejan de observar que Dios no puede, simplemente, compararse con un individuo particular, que sin injusticia puede perdonar ofensas personales.
Dios es el Juez de toda la tierra, y en ese carácter debe mantener la ley y ejercitar justicia estricta. Un juez puede ser muy compadecido, generoso y perdonador, como individuo particular; pero en su carácter oficial debe preocuparse porque la ley siga su curso. Además, esta objeción ignora abiertamente el hecho de que Dios no estaba en la obligación de abrir un camino de redención para el hombre desobediente y caído, sino que podía con perfecta justicia haber dejado al hombre en la condenación que éste eligió.
La base de su determinación de redimir a un considerable número de la raza humana, y en ellos a la raza misma, puede encontrarse en su buena voluntad. El amor revelado a los pecadores en la buena voluntad divina no surgió porque Dios buscara alguna satisfacción, sino que fue completamente soberano y gratuito.
El Mediador mismo fue un regalo del amor del Padre, que naturalmente no podía ser contingente con la expiación. Y, por último, no debe olvidarse que Dios mismo hizo la reconciliación. El tuvo que hacer el sacrificio tremendo, el sacrificio de su Unigénito y Amado Hijo, para salvar a sus enemigos.
LA OBJECIÓN QUE HEMOS CONSIDERADO CON FRECUENCIA VA DE LA MANO CON OTRA, ES DECIR, QUE ESTE CONCEPTO DE LA NECESIDAD ABSOLUTA DE LA EXPIACIÓN DA POR HECHO UN CISMA EN LA VIDA TRINITARIA DE DIOS, Y ESTA IDEA ES COMPLETAMENTE MONSTRUOSA
Dice David Smith, el autor de la obra In the Days of His Flesh: "La teoría penal de la satisfacción coloca un golfo entre Dios y Cristo presentando a Dios como al juez severo que insiste en la ejecución de la justicia, y a Cristo como el Salvador digno de mejor suerte que se interpone y satisface la demanda legal del Padre apaciguando su justa ira. No son uno ni en su actitud hacia los pecadores ni en el papel que desempeñan.
Dios está propiciado; Cristo es el que propicia; Dios inflige el castigo, Cristo es el que lo sufre: Dios cobra la deuda, Cristo la paga".193 Esta objeción se funda también en un error, un error por el que tienen que avergonzarse, cuando menos en parte, aquellos cristianos que hablan y cantan como si Cristo, más bien que el Dios triuno, fuera exclusivamente el autor de su salvación.

La Biblia nos enseña que el Dios triuno proveyó de gracia la salvación de los pecadores. No hubo nada que lo constriñera. El Padre hizo el sacrificio de su Hijo, y el Hijo se ofreció voluntariamente. No hubo cisma sino la más hermosa armonía entre el Padre y el Hijo. Compárese Sal 40: 6-8; Luc. 1: 47-50, 78; Ef. 1: 3-14; 2: 4-10; I Ped. 1: 2.