LA RELACIÓN ENTRE ANTROPOLOGÍA Y CRISTOLOGÍA

INTRODUCCIÓN

Hay una relación muy estrecha entre la doctrina del hombre y la doctrina de Cristo. La primera se ocupa del hombre considerándolo creado a la imagen de Dios, dotado de verdadero conocimiento, justicia y santidad, pero quedando a causa de su voluntaria transgresión de la ley de Dios despojado de su verdadera humanidad y transformado en un pecador. Señala al hombre como una criatura de Dios, sumamente privilegiada, llevando todavía algunos de los rasgos de su gloria original; pero como criatura que perdió su derecho de primogenitura, su verdadera libertad, justicia y santidad originales.
Esto significa que la doctrina dirige su atención, no únicamente, ni siquiera en primer lugar, al carácter que tiene el hombre como criatura, sino a su pecaminosidad. Acentúa la distancia ética que hay entre Dios y el hombre, distancia que resultó de la caída del hombre, y que ni los hombres ni los ángeles pueden cerrar; y equivale definitivamente a un grito que pide el auxilio divino. La Cristología es en parte la respuesta a ese grito.
Nos relaciona con el trabajo objetivo de Dios en Cristo para cerrar la brecha y para suprimir la distancia. Nos presenta a Dios acercándose al hombre, quitando las barreras que separan a Dios y al hombre mediante el cumplimiento de las condiciones de la ley en Cristo y restaurando al hombre a su bendita comunión.
La antropología ya dirige su atención a la provisión de gracia de Dios para un pacto de amistad con el hombre, pacto que provee lo necesario para una vida de bendita comunión con Dios; pero es un pacto que resulta efectivo únicamente en, y por medio de Cristo. Por tanto, se sigue de necesidad la doctrina de Cristo como Mediador del pacto. Cristo, tipificado y predicado en el Antiguo Testamento como Redentor del hombre, vino en la plenitud del tiempo, para habitar entre los hombres y para hacer efectiva una reconciliación eterna.

LA DOCTRINA DE CRISTO ANTES DE LA REFORMA HASTA LLEGAR AL CONCILIO DE CALCEDONIA

En la primitiva literatura cristiana Cristo sobresale a la vez como humano y divino; el Hijo del Hombre, pero también el Hijo de Dios. Se sostiene su carácter inmaculado y se le considera propiamente digno de adoración. Naturalmente, el problema presentado por Cristo considerado a la vez Dios y hombre, y las dificultades envueltas en un concepto semejante, no lo sintió en su plenitud el pensamiento primitivo cristiano y sólo amaneció sobre él con la luz de la controversia.
Era natural que el judaísmo con su firme énfasis sobre el monoteísmo ejerciera considerable influencia sobre los primitivos cristianos de extracción judía. Los ebionitas (o al menos una parte de ellos) se sintieron constreñidos a negar la deidad de Cristo para sostener el monoteísmo. Consideraron a Cristo como un mero hombre, hijo de José y de María, que en su bautismo fue capacitado para ser el Mesías mediante el descenso del Espíritu Santo sobre El.
Hubo otros en la Iglesia primitiva cuya doctrina de Cristo fue estructurada sobre rasgos semejantes. Los alogistas (negaban que Jesús fuera el Logos), que rechazaron los escritos de San Juan porque consideraron que su doctrina del Logos estaba en conflicto con el resto del Nuevo Testamento, vieron también en Jesús un mero hombre, aunque nacido maravillosamente de una virgen, y enseñaron que Cristo descendió sobre él (Jesús) en el bautismo, confiriéndole poderes sobrenaturales.
En lo esencial esta era la posición de los monarquianos dinámicos. Pablo de Samosata, su representante principal, distinguió entre Jesús y el Logos. Consideró al primero como un hombre semejante a cualquier otro hombre, nacido de María, y al segundo como la razón divina impersonal, que hizo su morada en Cristo en un sentido muy sobresaliente, a partir del tiempo de su bautismo, y así lo capacitó para su gran tarea.
Atendiendo a esta negación, fue parte de la tarea de los primeros apologistas defender la doctrina de la deidad de Cristo.
Si hubo algunos que sacrificaron la deidad de Cristo a su humanidad, también hubo otros que procedieron a la inversa. Los gnósticos fueron influenciados en alto grado por el concepto dualista de los griegos, en el cual la materia como inherentemente mala se representa en abierta oposición al espíritu; y por una tendencia mística a considerar las cosas terrenales como representaciones alegóricas de los grandes procesos cósmicos de redención. Rechazaron la idea de una encarnación, una manifestación de Dios en forma visible, puesto que envolvía un contacto directo del espíritu con la materia. Harnack dice que la mayoría de ellos consideraron a Cristo como un espíritu consubstancial con el Padre.
Según algunos de ellos Cristo descendió sobre d hombre Jesús a la hora de su bautismo, pero lo dejó de nuevo antes de la crucifixión; mientras que según otros se tomó un cuerpo que no era otra cosa más que un fantasma. Los monarquianos modalistas negaron también la humanidad de Cristo, en parte para sostener su deidad, y en parte para preservar la unidad del Ser divino. Vieron en Cristo solamente un modo o manifestación del Dios único en el cual no reconocieron ninguna distinción de personas.
Los anti-gnósticos y los padres alejandrinos se encargaron de la defensa de la deidad de Cristo, pero al hacerlo no escaparon en absoluto del error de representarlo como subordinado del Padre. Hasta el mismo Tertuliano enserió una especie de subordinación, pero especialmente Orígenes, el cual no dudó de hablar de una subordinación en cuanto a la esencia. Esto se convirtió en un escalón para el arrianismo, pues en éste Cristo se distingue del Logos como la razón divina y se le presenta como una criatura súper-humana y pre-temporal, la primera de las criaturas, que no es Dios y que, no obstante, es más que hombre.
Atanasio se opuso a Arria y defendió firmemente la posición de que el Hijo es consustancial con, y de la misma esencia que el Padre, posición que fue adoptada oficialmente por el concilio de Nicea en 321 D. C. El semi-arrianismo propuso una vía media declarando que el Hijo es de una esencia similar a la del Padre.
Cuando la doctrina de la deidad del Hijo quedó establecida oficialmente, surgió, como es natural, la pregunta acerca de la relación que guardan entre sí las dos naturalezas de Cristo.
Apolinar ofreció una solución al problema. Aceptando el concepto tricotómico de los griegos acerca del hombre concepto que le hacía consistir, de cuerpo, alma y espíritu, tomó la posición de que el Logos ocupaba el lugar del espíritu (pneuma) en el hombre, lugar que él consideraba como el asiento del pecado. Su interés principal era asegurar la unidad de la persona de Cristo, sin sacrificar su verdadera divinidad; y también defender la pureza de Cristo.
 Pero lo hizo así a expensas de la completa humanidad del Salvador, y en consecuencia, su posición fue condenada explícitamente por el Concilio de Constantinopla en Una de las cosas por las que Apolinar contendía era la unidad de la persona de Cristo. Que esta unidad verdaderamente estaba en peligro se hizo perfectamente claro en la posición que tomaron los de la escuela de Antioquía, quienes exageraron la distinción de las dos naturalezas de Cristo.
Teodoro de Mopsuestia y Nestorio acentuaron la completa humanidad de Cristo y concibieron la habitación del Logos en El como una morada espiritual únicamente, tal como también la gozan los creyentes, aunque no en el mismo grado. Vieron en Cristo un hombre en igualdad con Dios, en alianza con Dios, participante del propósito de Dios, pero no en unidad con Él, la unidad de una sola vida personal, sino un Mediador como compuesto de dos personas.
En oposición a ellos Cirilo de Alejandría acentuó con firmeza la unidad de la persona de Cristo y según lo estimaron sus oponentes negó las dos naturalezas. Aunque probablemente aquellos lo mal entendieron, Eutico y sus seguidores apelaron en verdad a él, cuando defendieron la posición de que la naturaleza humana de Cristo fue absorbida por la divina, o de que las dos se fundieron en una sola naturaleza, posición que envolvía la negación de las dos naturalezas de Cristo El
Concilio de Calcedonia en el año 451 condenó los dos conceptos anteriores y mantuvo la unidad de la persona de Cristo tanto como sus dos naturalezas.

DESPUÉS DEL CONCILIO DE CALCEDONIA

Durante algún tiempo el error de los eutiquianos fue seguido por los monofisitas y los monotelitas, pero finalmente fue vencido por la Iglesia. El peligro posterior de que la naturaleza humana de Cristo se considerara como enteramente impersonal fue advertido por Leoncio de Bizancio cuando señaló que no es impersonal sino personal, teniendo subsistencia personal en la persona del Hijo de Dios. Juan de Damasco, en quien la Cristología de Oriente alcanzó su más alto desarrollo, añadió la idea de que hay en Cristo una identificación esencial de lo divino y de lo humano, una comunicación de los atributos divinos con la naturaleza humana, de tal manera que esta última se deifica, y podemos decir también que Dios sufre en la carne.
Juan de Damasco mostró una tendencia a reducir la naturaleza humana a la posición de un mero órgano o instrumento del Logos, no obstante, admite que hay una cooperación de las dos naturalezas y que una sola persona es la que actúa y quiere en cada una de esas naturalezas, aunque la voluntad humana queda siempre sujeta a la divina.
En la Iglesia Occidental, Félix, obispo de Urgel, abogó por el adopcionismo. Consideró a Cristo en cuanto a su naturaleza divina, es decir, al Logos, como el unigénito Hijo de Dios en el sentido natural, pero consideró a Cristo en cuanto a su lado humano como Hijo de Dios únicamente por la adopción. Procuró preservar la unidad de la persona acentuando el hecho de que, desde el tiempo de su concepción, el Hijo del Hombre fue incluido en la unidad de la persona del Hijo de Dios.
Se hizo de esta manera una distinción entre el derecho de hijo por naturaleza y el derecho de hijo por adopción y esta última no comenzó con el nacimiento natural de Cristo sino que principió al tiempo de su bautismo y fue consumada en la resurrección. Fue un nacimiento espiritual el que hizo a Cristo el hijo adoptivo de Dios. La Iglesia vio la unidad de la persona de Cristo, una vez más, en peligro a causa de este concepto, y por tanto lo condenó en el Sínodo de Frankfort el año 794 A. D.
La Edad Media añadió muy poco a la doctrina de la persona de Cristo. Debido a varias influencias, tales como el énfasis en la imitación de Cristo, las teorías de la expiación y del desarrollo de la doctrina de la misma, la Iglesia retuvo un poderoso dominio sobre la completa humanidad de Cristo. "La deidad de Cristo", dice Mackintosh, "se presentó más bien como el coeficiente infinito que eleva la acción y la pasión humana a un valor infinito".
Y, no obstante, algunos de los escolásticos en su cristología presentaron un concepto docético de Cristo. Pedro Lombardo no dudó en decir que considerando a su humanidad Cristo nada era. Pero este nihilismo fue condenado por la Iglesia. Tomás de Aquino acentuó algunos nuevos puntos. Según él la persona del Logos se convirtió en un compuesto en la encarnación, y su unión con la humanidad "estorbó" a esta última de llegar a ser una personalidad independiente. La naturaleza humana de Cristo recibió una gracia doble en virtud de su unión con el Logos.
1. La gratia unionis, que le imparte una dignidad especial, en tal forma que esta naturaleza humana se convierte en objeto de adoración
2. La gratia habitualis, que lo sostiene en su relación con Dios. El conocimiento humano de Cristo era doble, es decir, conocimiento infuso y conocimiento adquirido. Había dos voluntades en Cristo, pero la causalidad última corresponde a la voluntad divina, a la cual queda siempre sujeta la voluntad humana.

LA DOCTRINA DE CRISTO DESPUÉS DE LA REFORMA HASTA EL SIGLO XIX

La Reforma no trajo ningunos cambios notables en la doctrina de la persona de Cristo.
Tanto la iglesia de Roma como las iglesias de la Reforma suscribieron la doctrina de Cristo tal como fue formulada por el Concilio de Calcedonia. Sus importantes y profundas diferencias estaban en otra parte. Hay una peculiaridad de la cristología luterana que merece mención especial. La doctrina de Lutero acerca de la presencia física de Cristo en la Cena del Señor condujo al concepto característicamente luterano de la communicatio idiomatum, es decir, "que cada una de las naturalezas de Cristo empapa a la otra (perichoresis), y que su humanidad participa de los atributos de su divinidad".
Sostiene que los atributos de omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia fueron comunicados a la naturaleza humana de Cristo en el momento de la encarnación. Naturalmente se presenta la pregunta de cómo puede armonizarse esto con lo que sabemos de la vida terrenal de Jesús.
Esta pregunta condujo a una diversidad de opiniones entre los teólogos luteranos. Algunos sostuvieron que Cristo hizo a un lado los atributos divinos recibidos en la encarnación, o que hizo uso de ellos sólo ocasionalmente, en tanto que otros dijeron que siguió en posesión de ellos durante toda su vida terrenal pero que los escondió o que los usó nada más en secreto. Algunos luteranos actualmente parecen inclinarse a desechar esta doctrina.
Los teólogos Reformados vieron en esta doctrina luterana una especie de Eutiquianismo o fusión de las dos naturalezas en Cristo. Los teólogos Reformados enseñan también una comunicación de atributos; pero la conciben de una manera diferente. Creen que después de la encarnación las propiedades de ambas naturalezas pueden ser atribuidas a la persona única de Cristo.
La persona de Cristo se puede considerar omnisciente, pero también de conocimiento limitado; puede considerarse omnipresente, pero también limitada en cualquier tiempo particular a un solo lugar.
De aquí que leamos en la segunda Confesión Helvética: "Reconocemos, por tanto, que hay en uno y el mismo Jesús nuestro Señor, dos naturalezas la divina y la humana; y decimos que estas dos se encuentran tan enlazadas o unidas que no pueden absorberse confundirse o mezclarse entre sí, sino que más bien se unen y se juntan en una persona (conservando cada una separadamente sus propiedades e identidad), de tal manera que adoramos un Cristo, nuestro Señor, y no dos. Por lo tanto, no pensamos ni enseñamos que la naturaleza divina en Cristo sufrió o que Cristo según su naturaleza humana está todavía en el mundo y de la misma manera en cada lugar".

EN EL SIGLO XIX

Aproximadamente al principio del Siglo XIX hube un gran cambio en el estudio de la persona de Cristo. Hasta aquel tiempo el punto de partida que había prevalecido en la teología era predominantemente teológico y la cristología resultante era teocéntrica; pero durante la última parte del Siglo XVIII hubo una convicción creciente de que los mejores resultados podrían alcanzarse partiendo de lo más familiar, es decir, con el estudio del Jesús histórico.
Así fue como se introdujo lo que se llama "el segundo período Cristológico". El punto de vista fue antropológico, y el resultado fue antropocéntrico. Demostró ser destructivo para la fe de la Iglesia. Se hizo una distinción perniciosa y de mucho alcance entre el Jesús histórico bosquejado por los escritores de los evangelios y el Cristo teológico que fue el fruto de la fértil imaginación de los pensadores teológicos, y cuya imagen se refleja ahora en los Credos de la Iglesia. El Cristo sobrenatural dio lugar a un Jesús humano; y la doctrina de las dos naturalezas, a la del hombre divino.
Schleiermacher se colocó a la cabeza del nuevo desarrollo. Reconoció a Cristo como una nueva creación en la cual la naturaleza humana se eleva al plano de la perfección ideal. No obstante, su Cristo con dificultad podía considerarse más arriba del nivel humano. Lo singular de la persona consiste en el hecho de que posee un sentido de unión perfecta e inquebrantable con lo divino, y que también cumple plenamente el destino del hombre en aquel carácter suyo de inmaculada perfección.
Su dignidad suprema encuentra su explicación en una presencia especial de Dios en El, y en la conciencia de Dios que singularmente tuvo. La concepción que de Cristo tuvo Hegel es parte esencial de su sistema panteísta de pensamiento. Para él "el Verbo se hizo carne" significa nada más que Dios encarnó en la humanidad, de tal manera que la encarnación en realidad expresa la unidad entre Dios y e: hombre.
La encarnación de Cristo fue, así parece, únicamente la culminación de un proceso racial. En tanto que la humanidad en general reconoce a Jesús sólo como un maestro humano, la fe lo reconoce como divino y encuentra que mediante su venida al mundo la trascendencia de Dios se cambió en inmanencia, Aquí nos encontramos con una identificación panteísta de lo humano y lo divino en la doctrina de Cristo.
Algo de lo anterior se descubre también en las teorías Kenóticas las cuales representan un intento notable de adelantar en la estructura de la doctrina de la persona de Cristo. El término kénosis se deriva de Fil. 2: 7, que enseña que Cristo "se despoja (ekénosen), tomando la forma de siervo".
Los kenotistas toman esto para dar a entender que el Logos literalmente se convirtió, es decir, se cambió en hombre, reduciéndose (despojándose) sea en todo o en parte, a la dimensión de hombre y luego acreció en sabiduría y poder hasta que finalmente volvió a ser Dios. Esta teoría apareció en varias formas de las cuales la más absoluta es la de Gess, y durante un tiempo gozó de mucha popularidad. Aspiraba a sostener la realidad e inteligencia de la humanidad de Cristo, y a colocar en sobresaliente sitio la grandeza de su humillación en que siendo rico, se volvió pobre por nuestra causa.
Envuelve, no obstante, una desviación panteísta de la línea de demarcación entre Dios y el hombre. Dorner, que fue el representante más notable de la Escuela Medianera, se opuso firmemente a este concepto, y lo sustituyó por la doctrina de la encarnación progresiva. Vio en la humanidad de Cristo una nueva humanidad con una receptividad especial para lo divino.
El Logos, como principio de la dádiva que Dios hace a sí mismo, se juntó con esta humanidad ; la medida en que lo hizo se determina en cada etapa por la cada vez más grande receptividad que la naturaleza humana tiene para la divina y no alcanza su etapa final sino hasta la resurrección. Pero esto no es más que una forma nueva y sutil de la vieja herejía nestoriana. Produce un Cristo que consiste en dos personas.
Con excepción de Schleiermacher, ninguno ha ejercido mayor influencia en la teología actual que Albrecht Ritschl. Su Cristología tuvo su punto de partida en la obra, más bien que en la persona de Cristo. La obra de Cristo determina la dignidad de su persona. El era un mero hombre, pero en vista de la obra que ejecutó y el servicio que prestó, le atribuimos correctamente el concepto de la divinidad. Desecha la pre-existencia, la encarnación y el nacimiento virginal de Cristo, puesto que no se encuentra punto de contacto entre estas cosas y la conciencia creyente de la comunidad cristiana.
Cristo fue el fundador del Reino de Dios, de este modo hizo suyo el propósito de Dios, y ahora, de alguna manera, induce a los hombres a entrar a la comunidad cristiana, y a vivir una vida motivada enteramente por el amor. Redime at hombre por medio de su enseñanza, su ejemplo y su influencia incomparable, y por lo tanto, es digno de ser llamado Dios. En realidad, esta es una renovación de la doctrina de Pablo de Samosata.
Sobre la base de la idea moderna panteísta de la inmanencia de Dios, la doctrina de Cristo actualmente se presenta con frecuencia de una manera por completo naturalista. Las explicaciones variarán en gran manera, pero la idea fundamental es la misma, generalmente, la de una unidad esencial de Dios y el hombre. La doctrina de las dos naturalezas de Cristo ha desaparecido de la teología moderna y en su lugar tenemos una identificación panteísta de Dios y el hombre.
Esencialmente todos los hombres son divinos puesto que en todos ellos hay un elemento divino; y todos ellos son hijos de Dios difiriendo de Cristo sólo en grado. La enseñanza moderna acerca de Cristo se basa en todo sobre la doctrina de la continuidad de Dios y el hombre. Precisamente en contra de esta doctrina Barth y los que piensan como él han levantado su voz. Hay en algunos círculos, en la actualidad, señales de un retorno a la doctrina de las dos naturalezas. Micklem confiesa en su obra, What Is the Faith que por muchos años afirmó confiadamente que debía abandonarse el reconocimiento a Cristo de dos naturalezas en una persona; pero que ahora ve que tal afirmación descansaba sobre un error.
PREGUNTAS PARA AMPLIAR EL ESTUDIO
1. ¿Cual fue el fondo de la controversia cristológica de los primeros siglos?
2. ¿Qué errores antiguos fueron revividos por Roscelino y Abelardo?
3. ¿Qué concepto tuvo de Cristo Pedro Lombardo?
4. ¿Trajeron los escolásticos algunos puntos nuevos y prominentes?
5. ¿En dónde encontramos la cristología luterana oficial?
6. ¿Cómo podemos explicar la aparente inconsistencia de las explicaciones de la Fórmula de Concordia?
7. ¿Qué objeciones hay al concepto luterano de que los atributos divinos pueden afirmarse de la naturaleza humana?
8. ¿Cómo difirieron los luteranos y los Reformados en la interpretación de Fil. 2: 5.11?
9. ¿Cómo difiere la cristología Reformada de la luterana?
10. ¿Cuál es la diferencia principal entre la cristología reciente y la primitiva?
11. ¿Qué objeciones hay a la doctrina de la kénosis
12. ¿Cuáles son los rasgos objetables de la cristología moderna?

13. ¿Qué concepto tuvieron de Cristo Barth y Brunner?